RECUERDOS DE CAFÉ
" El zopilote revoloteó sobre el cafetal y yo que no dejaba de correr, me detuve
debajo de un arbusto de café. El brillo del sol se reflejaba sobre los rojos
frutos que desde la base saturaban todas las ramas desde las más bajas hasta las
más altas. Seguí corriendo, siguiendo la ruta del ave en vuelo. Tanto corrí que
llegué al laguillo donde las aluminas chapoteaban en las orillas . Vadeé el
espejo de agua, llegué a la otra orilla donde me senté debajo de los cafetos y
cerré mis ojos para escuchar el sonido del viento , las chicharras y las
avecillas que piaban en el lugar. Después del pequeño descanso continué con la
tarea de mirar al cielo en busca de la rapaz. El sol aparecía y desaparecía
entre las ramas , mientras yo desaparecía también al final de ese predio. Era mi
lugar preferido..."
Con este recuerdo me quedé observando la cafetera de café que empezaba a producir un silbido debido al vapor que intentaba salir por la ranura. Me levanté y coloqué dos cucharadas de un oloroso cafe gourmet que el día anterior había comprado en el supermercado. Me encantaba saborear una deliciosa taza de mi bebida nacional. Volvieron mis recuerdos.
"En la escuela la maestra intentaba por todos los medios enseñarnos a leer y dentro de los textos que yo más quería estaba un librito llamado "Mi hogar y mi pueblo" con bellas historias que comenzaban a revolotear en mi cabeza y que impulsaron desde pequeño mi creatividad por las letras, o por lo menos mi apreciación por el arte de la lectura, cosa que se ha perdido en estos tiempos. De este libro, uno de lo textos que todavía recuerdo está uno que se titula "El café", con una bella ilustración de una rama llena de frutos maduros que me insitaba a leerlo. Trataba sobre como mujeres, hombres y niños cosechaban el café y con alegres cantos daban gracias al Creador . No sé que hilos movieron mi imginación en ese entonces, pero yo sólo deseaba estar ahí con ellos disfrutando de esa fiesta..."
Dos tres hasta cuatro cucharadas deposité en la jarra que llena de café humeaba. Siempre fuí adicto al dulce. Me senté y lo primero que hice fue saborear el olor de tan preciada bebida. Luego sorbí el primer trago. Mi cuerpo reaccionó con una sensación de relajamiento y de mi boca salió una bocanada de vapor. Volví a mis recuerdos.
"Esa navidad fue muy pobre, apenas teníamos qué comer y los juguetes eran simples muñecos plásticos no bien formados, salidos de alguna tienda del mercado. Recuerdo jugar con un muñequillo de "Batman" que tenía un ojo torcido y uno que otro carrillo de madera cuyas llantas se caían fácilmente . A mi Hermano, mi padre le regaló un "Robin" que hacía pareja con el mío y a mi hermana un genérico de "Barbie" que mucho distaba de la original, pero que no fue impedimento para que los disfrutáramos. Como escaseaba el dinero, ese año no pudimos comprar el árbol tradicional, que en estas latitudes acostumbra ser de ciprés; por el contrario recuerdo la escena de mi padre llegar con un arbusto de café y depositarlo en un esquina de la sala. Se veían extrañas las esferas brillantes, combinadas con los frutos maduros en sus ramas y las luces proyectadas sobre las grandes hojas verdes del arbusto. Esa navidad mi casa no olió a ciprés, sino a cafe maduro, pero fue una de las mejores que he vivido..."
Le puse mantequilla al pan, luego de embarrarlo de jalea. En verdad que disfruto de estos pequeños detalles que nos brinda la vida. Recuerdo ahora el camino al cementerio.
"Mi madre ya había muerto años atrás, pero mi madrasta acostumbraba llevarnos a mis hermanos y yo al cementerio donde permanecía enterrada la autora de mis días. Según ella así nunca la olvidaría. Siempre creí que ella se sentía obligada a recordarnos nuestro origen. Tenía yo si acaso ocho o nueve años y disfrutaba de esos pequeños viajes al panteón . Recuerdo que camino a él pasábamos por extensos cafetales alrededor de la calle principal. Acostumbraba a extender mi mano sobre las cercas y extraer algunos frutos rojos de las ramas, para luego morderlas y saborear su dulce jugo. Luego los botaba y salía corriendo a la entrada principal del cementerio. Entre floreros caídos, cruces de hierro y matas de zarzamora mi vida se mezclaba entre el dolor de una madre que nunca conocí pero que me hacía falta y la inocencia de un niño que se divertía con la sencillez de una tarde ventosa de verano, aunque fuera en la silenciosa extensión de un campo santo..."
Se me derramó un poco de café. Intentando pasar la hoja del periódico del día, no reparé en que empujé la jarra y parte del líquido cayó sobre el mantel. Me levanto a conseguir una servilleta, la escena me recordó algo.
"En el gran comedor de mi escuela, un grupo completo de niños hambrientos esperábamos la llegada de las conserjes con sendas ollas cargadas de tortas de soya envueltas en tortillas de maiz , a veces nos daban una especie de bebida preparada con leche de misma soya o en vasos de plástico nos servían un café que aunque ralo e incípido era mi preferido, a veces lo derramaba y me quedaba apenas con un pequeño sorbo, que ni modo debía tomar. Luego pedía a las cocineras repetir, ellas amablemente me servían de nuevo y corriendo volvía a mi mesa a terminar la merienda . En esas mañanas a veces lluviosas, a veces cálidas consideraba mi vida muy buena..."
Logré secar el mantel, pero quedó una gran mancha que cubrió un extremo de una de las casitas bordadas. ¡Mi esposa me va a matar!.
"En mis años de colegio también el café fue la bebida que acompañó mis ratos de estudio. Recuerdo a mi madre servir a mis compañeros que llegaban a casa a hacer tareas, grandes tazas de bebida con galletas y bizcochos. Esas fueron hermosas tardes que todavía inundan mi mente de gratos recuerdos..."
Continúo leyendo el periódico y los recuerdos siguen llegando.
"En la U más de una vez pasabamos estudiando los compañeros directo hasta el otro día a punto de tazas y tazas de café, o escribiendo en viejas máquinas de escribir las tesinas que debíamos entregar a tiempo. Recuerdo que una vez depositado los trabajos de investigación en las manos de nuestros profesores, suspirábamos de alivio y sólo deseábamos que terminara la clase para regresar a la casa a dormir horas y horas y así recuperar el sueño perdido..."
Me levanto, me sirvo más café mientras sigo recordando. Mis mejores amigos de adulto tomaban también café.
"-No llores, ella lo decidió así, tu hiciste lo que pudiste, las personas están con los que quieren estar. Ella tomó su decisión y ya no puedes hacer más-.
Esa tarde lluviosa un grupo de colegas y amigos, me mostraron el valor de la serenidad y la importancia de darse por vencido, durante seis meses intenté rescatar mi matrimonio y ya mis fuerzas no daban para más. Estaba acabado y ya presentaba signos de enfermedad en mi cuerpo. La tristeza y melancolía se habían adueñado de mí ser. Mi primer matrimonio había muerto. No sabía que años después la dicha volvería a mi vida a través de nuevas nupcias, pero en ese momento ya todo lo había entregado, me había dado por vencido. Sólo alrededor de una mesa servida con sabrosos panecillos y humeantes tazas de café, así como la presencia de verdaderos amigos es que logré tomar fuerzas para seguir viviendo..."
Detrás de los cristales, observo la gente pasar. En mis manos una taza de café caliente. Ya no estoy en mi casa. Acostumbro de vez en cuando sentarme sólo en alguna cafetería de mi pequeña ciudad de San José a apropiarme de mis recuerdos, los que acabo de relatar son algunos pocos. Lo cierto es que a lo largo de mi vida, en la escuela, el colegio, mis años de universidad y todavia en el día de hoy una sabrosa taza de café siempre me acompaña. Alrededor de esa bebida la misma vida se me muestra a veces alegre, a veces triste, a veces serena, a veces convulsa, pero es mi vida y así deseo vivirla.
Con este recuerdo me quedé observando la cafetera de café que empezaba a producir un silbido debido al vapor que intentaba salir por la ranura. Me levanté y coloqué dos cucharadas de un oloroso cafe gourmet que el día anterior había comprado en el supermercado. Me encantaba saborear una deliciosa taza de mi bebida nacional. Volvieron mis recuerdos.
"En la escuela la maestra intentaba por todos los medios enseñarnos a leer y dentro de los textos que yo más quería estaba un librito llamado "Mi hogar y mi pueblo" con bellas historias que comenzaban a revolotear en mi cabeza y que impulsaron desde pequeño mi creatividad por las letras, o por lo menos mi apreciación por el arte de la lectura, cosa que se ha perdido en estos tiempos. De este libro, uno de lo textos que todavía recuerdo está uno que se titula "El café", con una bella ilustración de una rama llena de frutos maduros que me insitaba a leerlo. Trataba sobre como mujeres, hombres y niños cosechaban el café y con alegres cantos daban gracias al Creador . No sé que hilos movieron mi imginación en ese entonces, pero yo sólo deseaba estar ahí con ellos disfrutando de esa fiesta..."
Dos tres hasta cuatro cucharadas deposité en la jarra que llena de café humeaba. Siempre fuí adicto al dulce. Me senté y lo primero que hice fue saborear el olor de tan preciada bebida. Luego sorbí el primer trago. Mi cuerpo reaccionó con una sensación de relajamiento y de mi boca salió una bocanada de vapor. Volví a mis recuerdos.
"Esa navidad fue muy pobre, apenas teníamos qué comer y los juguetes eran simples muñecos plásticos no bien formados, salidos de alguna tienda del mercado. Recuerdo jugar con un muñequillo de "Batman" que tenía un ojo torcido y uno que otro carrillo de madera cuyas llantas se caían fácilmente . A mi Hermano, mi padre le regaló un "Robin" que hacía pareja con el mío y a mi hermana un genérico de "Barbie" que mucho distaba de la original, pero que no fue impedimento para que los disfrutáramos. Como escaseaba el dinero, ese año no pudimos comprar el árbol tradicional, que en estas latitudes acostumbra ser de ciprés; por el contrario recuerdo la escena de mi padre llegar con un arbusto de café y depositarlo en un esquina de la sala. Se veían extrañas las esferas brillantes, combinadas con los frutos maduros en sus ramas y las luces proyectadas sobre las grandes hojas verdes del arbusto. Esa navidad mi casa no olió a ciprés, sino a cafe maduro, pero fue una de las mejores que he vivido..."
Le puse mantequilla al pan, luego de embarrarlo de jalea. En verdad que disfruto de estos pequeños detalles que nos brinda la vida. Recuerdo ahora el camino al cementerio.
"Mi madre ya había muerto años atrás, pero mi madrasta acostumbraba llevarnos a mis hermanos y yo al cementerio donde permanecía enterrada la autora de mis días. Según ella así nunca la olvidaría. Siempre creí que ella se sentía obligada a recordarnos nuestro origen. Tenía yo si acaso ocho o nueve años y disfrutaba de esos pequeños viajes al panteón . Recuerdo que camino a él pasábamos por extensos cafetales alrededor de la calle principal. Acostumbraba a extender mi mano sobre las cercas y extraer algunos frutos rojos de las ramas, para luego morderlas y saborear su dulce jugo. Luego los botaba y salía corriendo a la entrada principal del cementerio. Entre floreros caídos, cruces de hierro y matas de zarzamora mi vida se mezclaba entre el dolor de una madre que nunca conocí pero que me hacía falta y la inocencia de un niño que se divertía con la sencillez de una tarde ventosa de verano, aunque fuera en la silenciosa extensión de un campo santo..."
Se me derramó un poco de café. Intentando pasar la hoja del periódico del día, no reparé en que empujé la jarra y parte del líquido cayó sobre el mantel. Me levanto a conseguir una servilleta, la escena me recordó algo.
"En el gran comedor de mi escuela, un grupo completo de niños hambrientos esperábamos la llegada de las conserjes con sendas ollas cargadas de tortas de soya envueltas en tortillas de maiz , a veces nos daban una especie de bebida preparada con leche de misma soya o en vasos de plástico nos servían un café que aunque ralo e incípido era mi preferido, a veces lo derramaba y me quedaba apenas con un pequeño sorbo, que ni modo debía tomar. Luego pedía a las cocineras repetir, ellas amablemente me servían de nuevo y corriendo volvía a mi mesa a terminar la merienda . En esas mañanas a veces lluviosas, a veces cálidas consideraba mi vida muy buena..."
Logré secar el mantel, pero quedó una gran mancha que cubrió un extremo de una de las casitas bordadas. ¡Mi esposa me va a matar!.
"En mis años de colegio también el café fue la bebida que acompañó mis ratos de estudio. Recuerdo a mi madre servir a mis compañeros que llegaban a casa a hacer tareas, grandes tazas de bebida con galletas y bizcochos. Esas fueron hermosas tardes que todavía inundan mi mente de gratos recuerdos..."
Continúo leyendo el periódico y los recuerdos siguen llegando.
"En la U más de una vez pasabamos estudiando los compañeros directo hasta el otro día a punto de tazas y tazas de café, o escribiendo en viejas máquinas de escribir las tesinas que debíamos entregar a tiempo. Recuerdo que una vez depositado los trabajos de investigación en las manos de nuestros profesores, suspirábamos de alivio y sólo deseábamos que terminara la clase para regresar a la casa a dormir horas y horas y así recuperar el sueño perdido..."
Me levanto, me sirvo más café mientras sigo recordando. Mis mejores amigos de adulto tomaban también café.
"-No llores, ella lo decidió así, tu hiciste lo que pudiste, las personas están con los que quieren estar. Ella tomó su decisión y ya no puedes hacer más-.
Esa tarde lluviosa un grupo de colegas y amigos, me mostraron el valor de la serenidad y la importancia de darse por vencido, durante seis meses intenté rescatar mi matrimonio y ya mis fuerzas no daban para más. Estaba acabado y ya presentaba signos de enfermedad en mi cuerpo. La tristeza y melancolía se habían adueñado de mí ser. Mi primer matrimonio había muerto. No sabía que años después la dicha volvería a mi vida a través de nuevas nupcias, pero en ese momento ya todo lo había entregado, me había dado por vencido. Sólo alrededor de una mesa servida con sabrosos panecillos y humeantes tazas de café, así como la presencia de verdaderos amigos es que logré tomar fuerzas para seguir viviendo..."
Detrás de los cristales, observo la gente pasar. En mis manos una taza de café caliente. Ya no estoy en mi casa. Acostumbro de vez en cuando sentarme sólo en alguna cafetería de mi pequeña ciudad de San José a apropiarme de mis recuerdos, los que acabo de relatar son algunos pocos. Lo cierto es que a lo largo de mi vida, en la escuela, el colegio, mis años de universidad y todavia en el día de hoy una sabrosa taza de café siempre me acompaña. Alrededor de esa bebida la misma vida se me muestra a veces alegre, a veces triste, a veces serena, a veces convulsa, pero es mi vida y así deseo vivirla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario