viernes, 13 de abril de 2012


AL FINAL DEL CAMINO

Yo nací en la Provincia de Guanacaste, Costa Rica, una tierra seca, calcinada por el sol y de bravíos ganaderos. Sin embargo desde pequeño, por azares del destino nos fuimos a vivir a la capital: San José, por lo que soy más citadino que pampero. Las pocas veces que he vuelto a mi Guanacaste querido he quedado impresionado por su belleza, sus extensas llanuras y la hermosura de sus playas. De pequeño, recuerdo un camino de piedras que se extendía detrás de una vieja casa de campo donde nos hospedamos en una de tantas giras que solíamos hacer mis padres y yo. El camino de mi historia atravesaba un potrero o sabana y siempre me pregunté hacia dónde conducía. Me imaginé miles de opciones, pero la que más me gustaba pensar era que no me conducía a ningún lugar específico y que podía reinventarlo las veces que quisiera, toda vez que cerrara mis ojos y lo visualizara, aunque estuviera a kilómetros de distancia; ya en la ciudad recostado en mi almohada u observando la lluvia caer através del cristal de mis ventanas. Quería volver ahí, caminar sus senderos, oler la hierba seca y quemarme con el sol de la tarde. Por eso es que hice este tributo a ese camino, mi camino, aquel que no he terminado de andar...

AL FINAL DEL CAMINO.

Allá va el camino, amarillo de soles y curtido de lluvias.

Sediento de arena y cascajo, es presa del viento, pero nada lo detiene. ¡Siempre adelante!.

Visita los cañales, recorre los zarzales. Continúa en los potreros y descansa en el bosque de cedros.

De vez en cuando se enfrenta con uno u otro riachuelo, pero la mano del hombre lo continúa con un improvisado puente.

Nunca se detiene, su meta es continuar.

A veces atraviesa algún poblado, donde una pandilla de niños juegan a la pelota sobre su silueta; mientras las vendedoras de frutas ofrecen en sus orillas, jugosas naranjas, marañones y sandías.

Luego se levanta majestuoso por la colina vecina, donde la brisa del norte lo refresca para luego descender y continuar por los arrozales hasta el mar.

Pero ahí no se detiene, lo bordea y es bañado por la espuma. Pareciera jugar con él, lo envuelve y desaparece, para luego volver a surgir con cada ola que se borra.

Cruza y se esconde entonces en un pequeño bosquecillo de acacias, para aparecer de nuevo en la playa.

Nada lo detiene, siempre majestuoso e indomable, siempre silencioso e interminable.

¿Cuántos habrán oído de él?
¿Cuántos lo habrán recorrido?
¿Qué habrá al final de él
¿Mas arena y cascajo?. ¿Más zarzales y potreros?

Ahora el camino sube por el acantilado para desaparecer ante la mirada de un hombre que no supo qué habría al final de él...


"No hay mayor tributo a la imaginación, que la labor artística del hombre

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