CAMPANAS LEJANAS
(Apenas una imagen sensorial)
"A veces un olor particular o un sonido específico nos hace evocar recuerdos vividos. Los sicólogos hablan de que en el hipotálamo se activan químicos que permiten conectar los nervios que dominan los sentidos con esas experiencias sensoriales, de tal forma que como una computadora rescata información almacenada desde hace tiempo y la devuelve al sistema operativo, a mi me sucede a menudo, casi como un dejavu..."
Mientras bajo la cuesta escucho a lo lejos las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo donde está, lo que sí es que cada vez que las oía se agolpaban en mi mente recuerdos de sombras de trenes por mi ventana en noches de verano, calles de lastre en ventosas tardes, casas de adobe de mi vieja Heredia y viajes al cementerio, a la tumba de mi madre. Muchas veces las oía repicar desde la sala de mis primas, aquella donde abundaban figuras de nigüentas,santos de yeso, alfombras de la Santa Cena en la pared, y retratos de "Ninfas" navegando en una barca por un misterioso lago, sin faltar por supuesto un "Sagrado Corazón", iluminado por una velita de aceite y agua. No se si lo que provocaba un nudo en mis entrañas cuando oía esas campanas era la nostalgia de tiempos idos o un futuro aún incierto. Tenía la edad en que apenas el mundo comenzaba a abrirse campo entre peluches y juegos de acera y mis primeras experiencias de socialización entre la escuela y el colegio. La edad precisa en que nos enamoramos de nuestras primas y jugamos con ellas detras de algún arbusto. La edad en que caminanos sobre los rieles creyendo que al día siguiente llegaremos al mar. Cuando no había preocupaciones de trabajo porque no lo necesitábamos. Días de fuentes en el parque, pateando latas en la acera, comiendo helados en invierno, soplando, hojas secas en verano. Momentos en que la muerte era parte de nuestras vidas: pasos entre tumbas, hierba seca en los senderos, faroles quebrados, blancas cruces señoreándose entre gladiolas, y una ausencia que se me pegaba a la camisa y que no dejaba de martirizarme. Bajando la cuesta escuchaba las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo, y mis entrañas se hacían nudo como si todo mi pasado se hiciera presente y palpable, quizás en una realidad alternativa o en un futuro por vivir.
Todavía guardo esa sensación cada vez que las oigo. Me alteran la mente y me evocan recuerdos, los más recónditos y sublimes de un pasado
entre risas y llantos, entre flores y espinos.
(Apenas una imagen sensorial)
"A veces un olor particular o un sonido específico nos hace evocar recuerdos vividos. Los sicólogos hablan de que en el hipotálamo se activan químicos que permiten conectar los nervios que dominan los sentidos con esas experiencias sensoriales, de tal forma que como una computadora rescata información almacenada desde hace tiempo y la devuelve al sistema operativo, a mi me sucede a menudo, casi como un dejavu..."
Mientras bajo la cuesta escucho a lo lejos las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo donde está, lo que sí es que cada vez que las oía se agolpaban en mi mente recuerdos de sombras de trenes por mi ventana en noches de verano, calles de lastre en ventosas tardes, casas de adobe de mi vieja Heredia y viajes al cementerio, a la tumba de mi madre. Muchas veces las oía repicar desde la sala de mis primas, aquella donde abundaban figuras de nigüentas,santos de yeso, alfombras de la Santa Cena en la pared, y retratos de "Ninfas" navegando en una barca por un misterioso lago, sin faltar por supuesto un "Sagrado Corazón", iluminado por una velita de aceite y agua. No se si lo que provocaba un nudo en mis entrañas cuando oía esas campanas era la nostalgia de tiempos idos o un futuro aún incierto. Tenía la edad en que apenas el mundo comenzaba a abrirse campo entre peluches y juegos de acera y mis primeras experiencias de socialización entre la escuela y el colegio. La edad precisa en que nos enamoramos de nuestras primas y jugamos con ellas detras de algún arbusto. La edad en que caminanos sobre los rieles creyendo que al día siguiente llegaremos al mar. Cuando no había preocupaciones de trabajo porque no lo necesitábamos. Días de fuentes en el parque, pateando latas en la acera, comiendo helados en invierno, soplando, hojas secas en verano. Momentos en que la muerte era parte de nuestras vidas: pasos entre tumbas, hierba seca en los senderos, faroles quebrados, blancas cruces señoreándose entre gladiolas, y una ausencia que se me pegaba a la camisa y que no dejaba de martirizarme. Bajando la cuesta escuchaba las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo, y mis entrañas se hacían nudo como si todo mi pasado se hiciera presente y palpable, quizás en una realidad alternativa o en un futuro por vivir.
Todavía guardo esa sensación cada vez que las oigo. Me alteran la mente y me evocan recuerdos, los más recónditos y sublimes de un pasado
entre risas y llantos, entre flores y espinos.
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