jueves, 19 de abril de 2012


PAREDES BLANCAS

Detrás de esas paredes blancas, la vida se le presentaba de frente. Todo diferente era para aquel que escasas tres semanas atrás apenas había salido de una complicada cirugía. Sabía que hacia la calle, el transcurrir de la estrepitosa ciudad, le devolvería el sentido de la vida, volvería a ser el humano de siempre, con hambre en el estómago, pies aún débiles pero con ansias para caminar, nariz para respirar el aire contaminado de la tarde, oídos para escuchar las bocinas de los autos y un inmenso deseo de tragarse la vida.

Sólo los que han pasado meses enteros detrás de las paredes blancas de un hospital saben que la vista se conforma con los pocos rayos de sol filtrándose por entre las cortinas, caminar entre el escaso verde de los jardines internos o volar hacia otros mundos con el único maravilloso medio que son los libros.

Aletear entre paredes blancas por las noches a través de los sueños era su única salida de escape. Como mariposa nocturna recordó recorrer los pasillos de aquel hospital en silencio, como un alma en pena, esperando sentir que al menos era un ser vivo por el simple hecho de que sus pies aún presentaban algo de movimiento y su mente aún permanecía lúcida, a pesar de que la gran cantidad de drogas que le obligaban a ingerir, lo sumían en el letargo de una extraña inconciencia. Lo cierto es que los días se sucedían entre desayunos frugales con escaso dulce, y almuerzos y cenas con ausencia de sal. Toma de muestras de sangre y vías abiertas entre las venas esperando a que el suero con medicamentos se acabe hasta el próximo turno.

Entre paredes blancas, su vida trascurría entre tardes de tedio, esperando el momento en que su esposa llegara a la hora de la visita a proporcionarle un remanso de paz y buena compañía y compartir con absolutos extraños una conversación que no terminaba de ser otra cosa que un pretexto para pasar las horas en forma un poco más amena, sin importar si luego se volverían a ver en alguna esquina del tiempo.

La angustia se acrecentaba con las horas y días que cada vez le acercaban a la esperada cirugía, con pensamientos de muerte rondando por su cabeza y la idea fija de no poder salir librado de la operación, pero con una esperanza remota de sanar definitivamente. Dios se convertía entonces en la palabra más pronunciada durante ese trance, negociando promesas por doquier de cambiar su vida a cambio de sobrevivir, y de entregar su existencia a Él a cambio de que le permitiera alargar un día más su tiempo. Todo era aferrarse a ese bastión, aunque muchas veces en la forma más egoísta e interesada del mundo, quizás sea esa la esencia humana del hombre, al considerarse una partícula minúscula y débil que depende en su totalidad de la mano tibia y fuerte de Yahve, Jehová, Alá, Crishna, o cualquier otro nombre con que se denomine al Creador. Y es que no importa las intenciones que presente; en ese preciso momento en que la muerte asoma por su puerta, los humanos se consideran absolutamente indefensos y dependientes de una fuerza superior.

Vivir entonces entre paredes blancas no es más que una fracción de la existencia, pero para los que lo han vivido, esa experiencia se convierte en una vida entera . Por eso cuando aquel hombre, después de haber sobrevivido a su enfermedad y transcurrido semanas y meses enteros en aquel edificio, un esperado día logró colocar su primer paso fuera de esas paredes, el viento de la tarde le recordó entonces que aún estaba vivo y que sólo debía atreverse a dar el otro paso. La ciudad continuaba su ritmo, como el ritmo de un corazón latiente, mujeres en prisa, hombre llenos de preocupaciones, vendedores ambulantes caminando en las afueras del hospital, preguntándose en ocasiones qué hay detrás de esas paredes blancas. Ahora la pluma se atrevió a escribir, aunque sea el remedo de lo que podría ser apenas la respuesta a la interrogante. Aún así está conciente de que esos torpes trazos no retratan ni la mitad de lo que sucede detrás de ellas.

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