AL AMPARO DE UNA VELA
Sólo bastaba descender las
gradas para mirar cómo las paredes de la catacumba se iluminaban entre las
sombras de los cristianos.
Juan, que no dejaba de mirar la llama moverse por la brisa que se colaba por la abertura que había en la pared parecía absorto en pensamientos traicioneros, era según él más fácil abandonar ese lugar y olvidarse de la comunidad, confesar que no era cristiano y entregarse a la voluntad de las autoridades romanas.
Seguía en esos pensamientos, sino fuera por los cantos que comenzaron a llenar la bóveda de melancólicos sonidos.
Había entre el grupo un anciano de cabello gris y luengas barbas que no dejaba de mirarlo. Parecía adivinar lo que estaba sufriendo por dentro aquel muchacho. Quiso acercársele, pero era tanta la gente conglomerada que casi se asfixiaban. Tomó entonces su bastón, lo alargó hasta la vela y de un solo golpe la apagó. El lugar quedó en tinieblas y los creyentes empezaron a gritar. Conforme se abrazaban unos con otros, el anciano logró acercarse hasta donde Juan estaba y encender de nuevo la vela. Se escucharon suspiros de aliento cuando de nuevo se iluminó la estancia.
Entre murmullos y oraciones, el anciano se dirigió a Juan con estas palabras: "mientras no había luz, todo estaba en tinieblas, quizás hasta tú temblaste, pero a penas todo se iluminó, la calma volvió a nuestros corazones. ¡Recuerda!, Jesús es la luz del mundo, del cual brota toda esperanza. Él ilumina nuestro sendero, pues LAMPARA ES A NUESTROS PIES SU PALABRA Y LUMBRERA A NUESTRO CAMINO. No desprecies la Luz que Él nos brinda, aunque afuera parezca estar todo en tinieblas".
Aquellas palabras hicieron eco en la mente de Juan, quien sólo se limitó a presentarle al anciano una tímida sonrisa; luego con un trozo de carbón encontrado en el piso dibujó en la pared la figura de un pez...
Juan, que no dejaba de mirar la llama moverse por la brisa que se colaba por la abertura que había en la pared parecía absorto en pensamientos traicioneros, era según él más fácil abandonar ese lugar y olvidarse de la comunidad, confesar que no era cristiano y entregarse a la voluntad de las autoridades romanas.
Seguía en esos pensamientos, sino fuera por los cantos que comenzaron a llenar la bóveda de melancólicos sonidos.
Había entre el grupo un anciano de cabello gris y luengas barbas que no dejaba de mirarlo. Parecía adivinar lo que estaba sufriendo por dentro aquel muchacho. Quiso acercársele, pero era tanta la gente conglomerada que casi se asfixiaban. Tomó entonces su bastón, lo alargó hasta la vela y de un solo golpe la apagó. El lugar quedó en tinieblas y los creyentes empezaron a gritar. Conforme se abrazaban unos con otros, el anciano logró acercarse hasta donde Juan estaba y encender de nuevo la vela. Se escucharon suspiros de aliento cuando de nuevo se iluminó la estancia.
Entre murmullos y oraciones, el anciano se dirigió a Juan con estas palabras: "mientras no había luz, todo estaba en tinieblas, quizás hasta tú temblaste, pero a penas todo se iluminó, la calma volvió a nuestros corazones. ¡Recuerda!, Jesús es la luz del mundo, del cual brota toda esperanza. Él ilumina nuestro sendero, pues LAMPARA ES A NUESTROS PIES SU PALABRA Y LUMBRERA A NUESTRO CAMINO. No desprecies la Luz que Él nos brinda, aunque afuera parezca estar todo en tinieblas".
Aquellas palabras hicieron eco en la mente de Juan, quien sólo se limitó a presentarle al anciano una tímida sonrisa; luego con un trozo de carbón encontrado en el piso dibujó en la pared la figura de un pez...
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