domingo, 8 de abril de 2012


HASTA PRONTO

Subí la colina a mirarle partir, sabía que ya no vería su rostro, o al menos su presencia física ya no embargaría mi corazón, aunque quizás a partir de hoy lo tendría más cerca que nunca.

Mientras ascendía por la pedregosa cuesta decenas de niños recogían zarzamoras y flores silvestres para entregárselas en sus propias manos.

Algunas mujeres murmuraban “¿Este es el que vimos por el camino?”, otros “¿Este es el Maestro, el Cristo que ahora nos abandona…?” Pero muchos otros no dejaban de mirarle con una sonrisa nerviosa que se escapaba de sus labios atentos a pronunciar un… “¡Hasta pronto!”.

En el aire cientos de gorriones aleteaban sobre las cabezas de aquella gente provocando remolinos de polen que brotaban de las coloridas dalias y rosas silvestres que por el campo se esparcían.

Gotas de rocío bañaban a la muchedumbre silenciosa mientras seres alados y etéreos flotaban sobre los peñascos cercanos. Ahora el resucitado, el que venció a la muerte misma, el que dejó una tumba vacía se transparentaba en el perfil del ocaso y ascendía hacia la morada del Padre.

Una primera estrella asomó en poniente mientras la luna comenzaba a colgarse de una nube hasta blanquear el crepúsculo. Los expectantes corazones de aquel puñado de seguidores cargaron de nuevo con su cotidianidad, y con la alegría que da el despedir a un amigo y la esperanza de que pronto volverá, bajaron presurosos la colina.

Yo me sequé la frente y me ceñí el cinturón para que la túnica no se me cayera, miré a lo largo, los muros de Jerusalén amarillados por el sol de la tarde y mientras una perla de rocío rodaba por mis mejillas comencé a silabear una canción con las palabras pronunciadas por el mismo Maestro:
“Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los tiempos…”

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