lunes, 2 de abril de 2012

HISTORIAS EXTRAÑAS DE OBJETOS INSERVIBLES

PRÓLOGO El azar siempre se adueña de nuestras vidas y muchas veces estamos a merced de nuestras propias construcciones. Cuántos accidentes han sucedido porque un simple tornillo aflojó una unión y el fuselaje de un avión se desprendió, o por accidente las ruedas de un auto se pincharon, provocando la muerte de sus ocupantes. Pero también al fallar algún objeto, el destino pudo perdonarle la muerte a alguien o simplemente cambió el curso de la historia. Lo cierto es que en este pequeño libro el lector encontrará una serie de historias de objetos que por alguna razón fallaron y que hacen de la cotidianidad un abanico de posibilidades de VIDA, MUERTE o simplemente CAMBIO... Espero guste sobre todo a los que por primera vez leen estos relatos.
El autor.

EL HIDRANTE
El hidrante permanecía feliz empotrado en el suelo, como si nada sucediera. Pasaban los días, meses y años y para él todo seguía igual, nada cambiaba. Algún niño descuidado con sus manos embarradas de helado cubría su superficie de dulce, hasta que la lluvia finalmente lo limpiaba. Los perros del barrio hacían con él lo que todos los perros del mundo acostumbran hacer.

Uno que otro vándalo se atrevía incluso dibujarle ojos y boca con pintura blanca, para que pareciera más humano, se diría más chistoso.
Todo era rutina para ese hidrantre de la esquina norte de aquel populoso barrio, pero él se sentía orgulloso, sabía que estaba ahí con un propósito, tenía una misión que cumplir.

Una noche, al filo de las doce, la tranquilidad del lugar fue interrumpida por el ulular de luces rojas y amarillas y el sonido de sirenas que anunciaban un gran incendio estructural en uno de los almacenes más grandes de la zona. Rápidamente una muchedumbre se aglomeró alrededor del edificio en llamas, mientras los bomberos hacían lo imposible por evitar que el fuego se extendiera a las viviendas aledañas. Los funcionarios hicieron uso de las reservas de agua de los grandes contenedores que almacenaban el líquido en sus relucientes camiones, hasta que terminó por acabarse la última gota. Era el momento que tanto esperaba el hidrante de esta historia para demostrar de qué estaba hecho.

apagafuegos le colocaban. Cuando se esperaba que el agua surgiera a borbollones de la esperada tubería, el hecho no sucedió; por el contrario, unas cuantas gotas como lágrimas de llanto asomaron apenas al final de la larga manguera que no sirvió en esa ocasión para acabar con el macabro siniestro. Todo el edificio fue devorado por las llamas, así como una docena de casas que no recistieron el embate del fuego. La única ventaja de esa siniestra noche fue que no hubo muerto alguno. La perdida material fue absoluta y el dueño del local prácticamente quedó en la calle.

Al día siguiente todos los que pasaban cerca del infortunado hidrante lo miraban con ojos desafiantes y con el enojo rondando por los aires, más de uno le dio una patada, hasta que una turba enfurecida lo desprendió del concreto a punto de patadas y palancas que hicieron con algunos fierros viejos que encontraron por ahí.

Yaciente en plena acera y aún con un pequeño fluido de agua saliendo de su boca se dispuso a dejar morir . Horas después un funcionario encargado de revisar tuberías públicas constató de que la culpa no era del pobre hidrante, sino de un bloqueo en la cañería que distribuía el agua hacia el infortunado receptor. Para ese entonces ya era totalmente inservible.


LA LLAMADA QUE NUNCA SE DIO


A veces el azar se cuelga de una emergencia, y la muerte se adueña del lugar...

Al doblar la esquina, aquella pobre mujer de mediana edad apenas podía apoyarse sobre la tapia de concreto que servía de límite a la escuela del lugar. Como era de noche no se escuchaba la algarabía que los niños al jugar impregnaban de día el ambiente; por el contrario sólo el ruido escaso de alguno que otro automóvil lejano rompía con el silencio de aquel barrio marginal.
Se notaba que de un costado de su vientre la sangre le manchaba de rojo escarlata su delantal, que en las sombras de la noche se confundían con un púrpura de muerte. Jadeando, logró llegar hacia una caseta telefónica, que medio iluminada por una luz de neón rasgaba la penumbra del lugar.
Gotas de sudor resbalaban por su frente hasta humedecer la estructura, mientras sus manos temblorosas intentaban pulsar sin éxito los números nueve, uno, uno del teclado. Algo estaba sucediendo. Detrás de la línea nadie la escuchaba, el teléfono no servía. Sólo una fría navaja atravesando su espalda interrumpió el dedo marcante de aquella desdichada mujer quien intentando pulsar de nuevo el último número uno, cayó muerta al instante.
A la mañana siguiente un hombre se sentaba regocijado por una taza de café, a leer en el periódico las noticias del día.
Lo primero que ojeó fue la primera plana que presentaba la foto de una sábana cubriendo un cuerpo, un marido esposado dentro de un recuadro y una caseta telefónica con el auricular descolgado.

SIN TV.
"Afuera llovía a cántaros, pero adentro todo era emoción"

¡Gool!, era la palabra eufórica que se oía en la sala de esa casa suburbana, mientras trozos de pizza y bebidas gaseosas rodaban por el suelo. La Selección Nacional de Fútbol había clasificado para el mundial, mientras el marido emocionado y sus tres hermanos lo celebraban abrazados. En el cuarto vecino, una mujer suspiraba enamorada porque Ricardo uno de los personajes principales de su telenovela preferida le daba el beso esperado a la diva. Había dejado de lado las labores de la casa en ese preciso instante, hasta que la algarabía en la sala la hizo salir de ese trance de romanticismo cursi y presurosa se levantó a continuar trapeando el piso, a la espera de que el marido la llamara para que lo acompañara a celebrar juntos el gane de la "Sele", aunque a ella no le interesara ni un ápice el asunto. En una tercera habitación un par de inquietos niños no dejaban de "embobarse" por las figurillas futuristas de un juego de video que en una moderna pantalla de televisión no dejaban de moverse por todos lados, mientras emocionados apretaban botones, a ver si lograban alcanzarlos y derribarlos. Todo era algarabía y emoción es esa casa suburbana, hasta que de repente un rayo cayó sobre un poste cecano, mientras un fuerte trueno dejaba casi sordos a todos los vecinos del barrio. Un transformador de corriente se había fundido, dejando a oscuras las viviendas del lugar,
Todos los de esa casa se reunieron finalmente en el comedor a la luz de una vela, resignados a pasar el resto de la noche viéndose las caras. Colocados todos frente a frente, cada quien expresaba sentimientos de furia, aburrimiento y resignación hasta que de pronto todos extrañamente se pusieron de acuerdo y al mismo tiempo callaron. Un silencio casi sepulcral se adueñó entonces de las paredes de esa estancia, hasta que el chiquillo menor de la familia soltó la pregunta incómoda: "¿Ahora qué hacemos?". A lo que los adultos no supieron qué responder. En el ambiente flotaba entonces un deseo profundo de que regresara pronto la corriente eléctrica.



ACECHO EN LA LLANURA

Se acercó sigilosamente tratando de que el pisar de las hojas no delatara su presencia. Apoyándose sobre una peña entre la maleza, el cazador buscó el mejor ángulo para colocar la mirilla y pedir al cielo que su pulso no le fallara esta vez, pues desde el día anterior su vida de ermitaño lo había llevado a beber más de lo acostumbrado. Según decía él, en la llanura no había más que hacer que cazar, observar los atardeceres sentado en alguna mecedora y "beber guaro a lo loco". Desde hacía días había observado la llegada de una parvada de codornices frente a su rancho que destartalado sobresalía entre el pasto jaragua, el cornizuelo y los jiñocuabes que abundaban en el lugar. Sabía que prácticamente en toda la región de Guanacaste, estaba prohibido la cacería debido al sistema de protección de áreas silvestres, sin embargo, él siempre se había negado a ser diferente que su padre, abuelo y generaciones de cazadores atrás que habían convertido esa actividad en su modo de vida habitual. Llevaba en su sangre los genes del acecho del zorro y la mirada del coyote de la bajura, las garras del gavilán colirrojo y la astucia de la serpiente terciopelo. Pero esa tarde nada de esas cualidades le servirían del todo. El viento se había interpuesto entre las aves y él, espantándolas unos metros adelante. Con el rifle bajo, exhaló el aire que tanto había retenido en sus pulmones en el intento de no provocar ruido alguno. De nuevo sus pasos silenciosos a través de la maleza lo acercaron cada vez más a las parduzcas aves que con sus gorjeos inundaban el ambiente de esa calurosa tarde. Al llegar sobre un tronco caído, el cazador colocó su bota derecha sobre la superficie y apoyándo el rifle a la altura de su cerrado ojo izquierdo, empezó poco a poco a pulsar con su dedo índice el gatillo del arma, en la espera de que las condiciones del viento esta vez estuvieran a su favor, la luz del sol no lo segara y el abundante color café y amarillo de la seca vegetación no lo confundiera con el plumaje de las deseadas presas. De su frente sobresalieron gruesas gotas de sudor que al instante deseó limpiarse con su pañuelo pero que sabía que si lo hacía, perdería la oportunidad tan esperada. Aguzó la vista lo más que pudo, eligió el ave más grande, una hermosa y regordeta codorniz hembra, apuntó a matar y en el preciso momento en que su falange digitó el último impulso del gatillo, un sonido seco le indicó que algo malo estaba sucediendo, el arma se había trabado. Tras un intento más cayó en la cuenta de que ese día no tendría suerte en la cacería. Probó tres, hasta cuatro veces más, pero el arma no funcionaba, hasta que en el quinto intento, el obstinado cazador dejó escapar de su boca una lista de improperios que terminaron por advertir del peligro a la afortunada ave, quien junto a las demás, remontó vuelo bajo sobre el pastizal, refugiándose cerca de un bosquecillo de cenízaros. Era él solo frente a una presa que se negaba a morir, era quisás el azar de un destino que le indicaba tiempos de veda perpetua, o a lo mejor era ya hora de retirarse, pues como él mismo había afirmado tiempo después , nunca en los últimos cuarenta años de recorrer las extensas llanuras, esa vieja arma heredada por su padre había fallado, lo extraño es que en ese preciso día sí.
Cierto es que al filo de esa tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las orillas del Tempisque, una familia de codornices habían logrado alargar su vida un día más, no por las acechanzas de un enemigo natural, sino porque el arma de un enemigo mayor como el mismo hombre, había fallado.


CUANDO FALLA EL DESPERTADOR

La mañana lo sorprendió con un rosario en la mano y un cúmulo de oraciones en su mente. Había pasado toda la noche en vela a la espera de que los acontecimientos cambiaran el rumbo de su historia; la que lo había colocado al borde de un precipicio del que deseaba saltar. Había puesto todas sus esperanzas en aquel abogado que recién salido de la escuela de leyes, lo sacaría según él de aquel embrollo.

Él no la había matado, fue que simplemente no debió estar a esa hora con el arma en la mano y llorando ante el cuerpo de su amada esposa. El destino le había jugado una mala pasada, de aquellas que pocos se explican, pero que hacen la diferencia entre la culpabilidad y la inocencia.

Esa mañana,la alarma del reloj despertador que se encontraba en su mesa de noche no había sonado, sus baterías se habían agotado y debido a que el día anterior había llegado muy cansado de su trabajo permanecía todavía a esas tempranas horas sumido en un profundo sueño.

Fue la luz del sol que colándose por la rendija de una de las cortinas, logró herir los párpados del durmiente hasta hacerlo despertar. Al darse cuenta de que era tarde, saltó de la cama y bajó las escaleras, topándose de frente con una macabra escena: su mujer permanecía en bata de dormir en el suelo, yaciente sobre un charco de sangre, al parecer la habían herido con un arma punsocortante, un puñal de gruesa hoja que permanecía a la derecha del cuerpo.

La primera reacción del asombrado marido fue bajar rápido las gradas y palpar el cuerpo de su esposa, que se mantenía todavía tibio. Con su mano derecha tomó el arma asesina en su empuñadura y la lanzó contra la pared, dejando un rastro de gotas en el suelo. Luego de ello tomó el pulso de su amada a como pudo para darse cuenta de que todavía su corazón latía, aunque apenas a un ritmo muy leve. Llamó inmediatamente al nueve, uno, uno quienes avisaron pronto a los paramédicos y a la policía, apersonándose éstos en pocos minutos.

Los especialistas por más que lo intentaron no pudieron brindar el soporte vital necesario para poder estabilizar a la herida quien fue declarada muerta pocos minutos después en la escena . Por su parte las autoridades levantaron las pesquisas necesarias y tras investigaciones en la escena, hallaron huellas del marido en la hoja de la navaja, lo que lo inculpó en un primer momento. No quedó otro remedio de apresarlo,sin antes leerle sus derechos y recordarle que se había convertido en el primer sospechoso del crimen recientemente cometido. Lo cierto es que sin afan de acabar en forma apresurada esta historia, toda situación en la vida depende de lo que algunos llaman la "Mano negra del destino", o lo que otros prefieren denominar el "Azar", y es que si el reloj despertador no hubiera fallado en esa trágica mañana, posiblemente él infortunado marido se hubiera despertado temprano y sería él y no su mujer el que hubiera encontrado ese ladrón en el interior de la casa y sería él el que hubiera sido presa de aquella fría navaja, la misma que acabó con la vida de su querida esposa.

Las causas del porqué los acontecimientos se sucedieron de la otra forma narrada quedarán para los investigadores. En las declaraciones que ese pobre hombre dio, simplemente reitera de que todo se debió al cansancio acumulado del día anterior, al exceso de sueño y a que su reloj despertador había fallado. Una treta del azar, o una excusa para salir bien librado. Lo cierto es que a la altura de esta declaración ¿Quién fue el culpable? .



EL BOLÍGRAFO
Abrió la gaveta del escritorio con la intensión de extraer una superficie blanca donde escribir. Tomó entre sus dedos un hermoso bolígrafo hecho de lapislázuli, ribeteado con punta de oro, grabado en la superficie con sus iniciales M.B.
Disponíase a redactar una nota suicida, pensó él, lo último que escribiría antes de partir.
Comenzó explicando las razones que lo llevarían a tomar tal determinación, pero le pareció que a nadie en este mundo le interesaría su historia. Arrugó en su puño el papel y con furia lo arrojó al cesto de la basura.
Tomó de nuevo otra hoja y decidió escribir esta vez sobre lo importante que habían sido para él sus hijos, esposa y amigos, pero igualmente algo en su interior no le convencía y repitió el ejercicio de doblar el papel y arrojarlo a los desechos. Finalmente cuando iba a escribir la tercera nota se dio cuenta que la tinta del bolígrafo poco a poco se iba difuminando hasta que acabó siendo a penas una marca invisible sobre el blanco papel, se había agotado. Inmediatamente abrió gavetas y se incorporó para buscar en toda la habitación otro bolígrafo o algo con qué escribir, pero no lo halló.
Esa noche, exhasuto por días de pensar sobre el evento que se avecinaba, decidió cansado ir a dormir. Pensó al día siguiente conseguir un nuevo bolígrafo y culminar su plan que lo llevaría por último a concretar la solución final.
Antes de cerrar la puerta de la oficina y dejar la inútil pluma sobre una carpeta, una vocecilla movió en su interior engranajes que le arrebataron la idea fija de morir.
Un niño en pijama de osos abrazó fuertemente los pantalones de aquel desdichado hombre, mientras pronunciaba un emotivo ¡Papi!. Ese encuentro lo hizo recapacitar, activar su ancestral instinto de sobrevivencia, le motivó a alargar un minuto más su atormentada existencia y descansar en los tibios brazos de la vida.
Después de respirar hondo y devolver el tierno gesto a aquel niño; recordó las palabras que nunca escribió y un bolígrafo que permaneció inservible sobre su escritorio.



LA HISTORIA ABSURDA DE UNA MACETA

Un día la maceta con todo y planta que se encontraba en el corredor de aquella vieja casa decidió ir a pasear. Estaba cansada de que la dueña la corriera de aquí para allá en su afán de encontrarle una mejor ubicación. "¡Que aquí no porque le pega mucho sol!", "¡que allá no porque la lluvia daña a la planta!", "¡que aquí tampoco porque estorba!". Era imposible satisfacer los gustos de la hacendosa señora, así que un día sin más ni más se dejó rodar por el suelo del corredor y llegó hasta las gradas de la entrada del hogar. Cuando llegó a la orilla a punto de bajar el primer escalón empezó a temblar porque tenía miedo de resbalar. A como pudo torció su fondo de barro a manera de piecesito y tímidamente se fue deslizando hasta llegar al jardín. Al llegar al portón, limitado por un seto de hermosos geranios, se detuvo para respirar el aire de la mañana que le parecía esta vez más puro que de costumbre, o al menos la sensación de que se hallaba más libre que nunca. Atravezó el puentecillo que unía la propiedad con la calzada de lastre. Tuvo problemas para seguir el camino que lleno de piedras, dificultaba su andar. Después de recorrer los primeros cien metros, se sentó a descansar debajo de la sombra de un gran madroño. El tibio sol calentaba la hojas de la planta que sembrada sobre la maceta se movía graciosamente al compás de cada pasito que daba el recipiente de arcilla.
Ya se disponía a recorrer los últimos metros que separaban la callecilla de lastre con la carretera, cuando unos perros comenzaron a rodearla y a lamerla, incluso alguno que otro marcó su territorio en ella. Transcurrido un buen tiempo,logró librarse de esa trifulca quedando bautizada en toda su superficie con el líquido animal , no quedándole más remedio que emprender de nuevo su marcha perfumada con la olorosa fragancia canina. Al rato de andar y andar llegó a la esquina que los lugareños llaman la de los "cuatro vientos" porque ahí se unían los vientos que provenían de todos los puntos cardinales. Quien pasara por ahí debía sostenerse fuertemente para no ser derribado.
Tal suerte no tuvo la infortunada maceta, que inmediatamente llegado a ese sitio, la fuerte briza la hizo rodar y rodar hasta llegar a la carretera misma, no sin antes quebrársele la parte superior en diversos añicos. Con dificultad logró levantarse y seguir su paso cada vez más lento por el calor y el cansancio de haber recorrido ya bastante distancia. Arreciaba un sol candente y la planta en la maceta pedía a gritos una poca de agua, por lo que el recipiente de arcilla se detuvo a orillas de una pequeña laguna que sobre un escampado sobresalía. Se dispuso a beber, pero al acercarse no reparó en una piedra que obstaculizaba su paso y la hizo tropezar, yendo a parar al lago con todo y planta; por suerte, un buen samaritano se apiadó de la pobre maceta y la logró rescatar quien por su peso y contenido estuvo a punto de morir ahogada. Maltrecha por el exceso de agua que tragó, siguió andando hasta llegar a la esperada carretera donde finalmente un automóvil la arrolló, lanzándola por los aires al espaldón, lo que hizo que se quebrara en cientos de minúsculos fragmentos . Lo único bueno de este final inesperado fue que la planta quedó sembrada en medio de un montículo de tierra, salvándose de un destino fatal. Los que leen esta extraña historia se preguntarán con qué propósito se escribió, porque pareciera que al autor se le acabaron las buenas ideas y ahora escribe historias absurdas.
¡Pero bueno!, lo único que quizo expresar fueron las enseñanzas que esta simple maceta pudo aportar antes de quedar hecha añicos: 1-Se podría pensar que al igual que esta vacija de barro muchos quieren ser diferentes y aventurarse a no conformarse con su condición predestinada. 2- Antes de tomar cualquier decisión debemos tomar en cuenta las consecuencias que pueden traer nuestros actos; pues, podemos morir en el intento. Y 3- la muy conocida y trillada máxima que dice: "El que nació pa' maceta del corredor no pasa", aunque la de esta historia se reusó a permanecer ahí.
Cada quién elige la que mejor le complazca.




UN DESTELLO EN LA OSCURIDAD
Uno de los faroles de aquel parque destelló, para luego apagarse del todo. La oscuridad reinó entre los árboles y las bancas, que apenas eran iluminadas por algunas estrellas que titilaban en el cielo.

Entre la hierba, un hombre herido por una navaja luchaba entre la vida y la muerte, mientras un charco de sangre rodeaba su cuerpo. Fue testigo él, del término de aquella luz.

Pensó que al igual que los bombillos se funden, la vida del ser humano se puede acabar de repente.

No había ni un alma cerca y la de él se desvanecía poco a poco. Un asaltante le había despojado del dinero que llevaba en su bolsillo y en el forcejeo terminó apuñalado. Como pudo intentó arrastrarse hasta aquel farol que ya no encendía, pues por lo menos era el que se encontraba más cercano a la calle y así según él, alguien a lo mejor lo hallaría pronto. Durante el corto trayecto de apenas tres metros llegaron a su cabeza recuerdos de infancia y la nueva vida que ahora tenía con su esposa e hijos. En su interior luchaba por no olvidar esos recuerdos. Sabía que si lo hacía todo estaría perdido.

Al alcanzar la meta, la más corta pero penosa meta de su vida de escasos tres metros, logró tocar la base fría del poste. Algo extraño sucedió, pues apenas lo hizo, la luz de aquel viejo farol se encendió, lo que hizo que en esa oscura noche, iluminada sutilmente por las estrellas, se mostrara el cuerpo ensangrentado y el rastro de un hombre que luchaba por sobrevivir. Al voltearse, observó la luz de aquel farol inundando su cuerpo como si viera la misma luz del Cielo abrazarlo, como dándole la bienvenida a la morada del Dios en el que había creído siempre .

Eso fue lo último que vio, antes de que los paramédicos lo llevaran al hospital, donde con mucho esfuerzo lograron salvar su vida. Alguien lo había visto y reportado a emergencias. Lo cierto es que después de aquel incidente, aquel tan corto pero tan trágico incidente, como corto este relato, el parque quedó a altas horas de la noche vacío, después de que las autoridades acordonaran el sitio y tomaran las pesquisas del caso.

Una brisa leve sobre las copas de los árboles y el ulular de alguna rapaz nocturna fue lo único que se escuchó por aquel lugar. El rastro de sangre y unas manos pintadas de rojo habían quedado en la base de un farol que aún unas cuantas horas atrás había encendido por escasos segundos.

A la mañana siguiente, un funcionario del municipio se encargó de cambiar el foco dañado, uno que aún para la noche anterior había salvado una vida. Alguien que fue testigo, pensó que aún existen milagros. Aún existen destellos en la oscuridad.












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