EL ÁNGEL DEL ALA ROTA
Permanecía en aquel cajón,
oculto entre las demás piezas del nacimiento, el ángel del ala rota.
Sólo una vez al año veía la luz asomarse al levantar alguien la tapa, para descubrir las caritas felices de los niños que con regocijo tomaban las piezas que formarían parte de la representación del portal de Belén, con las figuras de la Sagrada Familia, la mula, el buey, los reyes magos y pastorcillos. Sólo él faltaba en el conjunto y ese año según él no sería la excepción.
Esa sería otra noche buena que permanecería solito entre la paja que protegía el yeso de su cuerpo de posibles fracturas.
Él ya había experimentado tan desafortunada suerte desde el día en que Carlitos, el menor de los niños de aquel orfanato sin intención alguna se le había resbalado de sus manos y se había fracturado una de sus alas.
Tal avatar del destino lo condenó a permanecer años escondido en aquel viejo cajón.
Al momento en que se fracturó nadie puedo encontrar el ala, porque de ser así se la hubieran colocado con pegamento y de nuevo remataría el nacimiento con su "Gloria in excelsis deo".
Resignado permaneció hasta la fecha, excluido del elenco.
Esa noche una carita nueva apareció al levantar la tapa, era Jorgito, un minusválido que en silla de ruedas había llegado recientemente al hospicio y hacía lo imposible para congeniar con el resto de sus compañeritos, pero que por su condición no podía participar en casi todos los eventos que organizaban entre ellos.
A veces se quedaba en un rincón observando a los más grandes jugar a la pelota o saltar a la cuerda. Él también quería hacer lo mismo, pero sus paralizadas piernas se lo impedían.
Esa noche; como era costumbre todos los años, las manitos de aquellos niños arrebataron del cajón las figuritas del portal, quedando sólo en la mano de Jorgito el viejo angelito del ala rota. Se le quedó mirando con ternura y notó la ausencia de su alita derecha, por lo que inmediatamente le pidió a una de las encargadas del orfanato un poco de harina, papel y engrudo y con sus habilidosas manos logró amasar una pasta con la que moldeó el fragmento que le faltaba. Él ya conocía el procedimiento, pues en más de una ocasión tuvo la oportunidad de ver hacer esa tarea a su madre. Una vez que moldeó el ala, la dejó secar al sol del día siguiente y en la noche, precisamente en la víspera de la navidad, logró retocar la figurilla con pintura, hasta darle un bello acabado color blanco y dorado.
Una vez listo y con algo de dificultad, aquel niño en su silla de ruedas colocó el angelito en el remate de la casita que daba cobijo a las figuras de la Sagrada Familia.
Los demás niños alrededor suyo le aplaudieron y esa noche cantaron villancicos. Todos los que admiraban ese bello portal, creían ver a aquella figura de yeso y ahora de harina sonreír, como agradecida de haber sido rescatada del olvido.
Aquel angelito ya nunca más tendría su ala rota, aunque el que narra este cuento cree que muchas personas andan con el corazón roto, esperado que alguien llegue pronto a repararlo
Sólo una vez al año veía la luz asomarse al levantar alguien la tapa, para descubrir las caritas felices de los niños que con regocijo tomaban las piezas que formarían parte de la representación del portal de Belén, con las figuras de la Sagrada Familia, la mula, el buey, los reyes magos y pastorcillos. Sólo él faltaba en el conjunto y ese año según él no sería la excepción.
Esa sería otra noche buena que permanecería solito entre la paja que protegía el yeso de su cuerpo de posibles fracturas.
Él ya había experimentado tan desafortunada suerte desde el día en que Carlitos, el menor de los niños de aquel orfanato sin intención alguna se le había resbalado de sus manos y se había fracturado una de sus alas.
Tal avatar del destino lo condenó a permanecer años escondido en aquel viejo cajón.
Al momento en que se fracturó nadie puedo encontrar el ala, porque de ser así se la hubieran colocado con pegamento y de nuevo remataría el nacimiento con su "Gloria in excelsis deo".
Resignado permaneció hasta la fecha, excluido del elenco.
Esa noche una carita nueva apareció al levantar la tapa, era Jorgito, un minusválido que en silla de ruedas había llegado recientemente al hospicio y hacía lo imposible para congeniar con el resto de sus compañeritos, pero que por su condición no podía participar en casi todos los eventos que organizaban entre ellos.
A veces se quedaba en un rincón observando a los más grandes jugar a la pelota o saltar a la cuerda. Él también quería hacer lo mismo, pero sus paralizadas piernas se lo impedían.
Esa noche; como era costumbre todos los años, las manitos de aquellos niños arrebataron del cajón las figuritas del portal, quedando sólo en la mano de Jorgito el viejo angelito del ala rota. Se le quedó mirando con ternura y notó la ausencia de su alita derecha, por lo que inmediatamente le pidió a una de las encargadas del orfanato un poco de harina, papel y engrudo y con sus habilidosas manos logró amasar una pasta con la que moldeó el fragmento que le faltaba. Él ya conocía el procedimiento, pues en más de una ocasión tuvo la oportunidad de ver hacer esa tarea a su madre. Una vez que moldeó el ala, la dejó secar al sol del día siguiente y en la noche, precisamente en la víspera de la navidad, logró retocar la figurilla con pintura, hasta darle un bello acabado color blanco y dorado.
Una vez listo y con algo de dificultad, aquel niño en su silla de ruedas colocó el angelito en el remate de la casita que daba cobijo a las figuras de la Sagrada Familia.
Los demás niños alrededor suyo le aplaudieron y esa noche cantaron villancicos. Todos los que admiraban ese bello portal, creían ver a aquella figura de yeso y ahora de harina sonreír, como agradecida de haber sido rescatada del olvido.
Aquel angelito ya nunca más tendría su ala rota, aunque el que narra este cuento cree que muchas personas andan con el corazón roto, esperado que alguien llegue pronto a repararlo
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