MAÑANA DE NAVIDAD
Con la felicidad colgando
de sus alas, aquellos niños solían vestirse de ángeles en las mañanas de navidad
para realizar su acostumbrada caminata campestre, subir las colinas cercanas y
recoger frutillas que luego en tejidos cestos de mimbre llevaban a su hacendosa
madre, quien se esforzaba por colocar la húmeda leña dentro de la vieja cocina
de metal forjado. Ese día el desayuno sería abundante; panecillos horneados,
huevos con jamón, galletitas de jengibre y un humeante café que cortaba la
atmósfera con el vapor que se condensaba por entre el frío aire de esa mañana.
Con las frutillas recolectadas haría un hermoso pastel, que más tarde sería la
delicia de todos en aquella familia.
Daba gusto mirar el rostro iluminado de los niños al encontrar ocultos entre las hierbas y zarzales, decenas de púrpuras esferillas que la obra del Creador les entregaba a manos llenas.
Vistos de desde la base de esos collados y resplandecientes al sol aquellos infantes me recordaron la ancestral noche fría en que unos pastores fueron visitados por seres celestiales cantando glorias al que en la afueras de los muros de Jerusalém, en la pequeña ciudad de Belén nacería en un humilde establo cobijado apenas por un mullido heno, el que cambiaría la historia de la humanidad, el Emanuel, el "Dios con nosotros".
Daba gusto mirar el rostro iluminado de los niños al encontrar ocultos entre las hierbas y zarzales, decenas de púrpuras esferillas que la obra del Creador les entregaba a manos llenas.
Vistos de desde la base de esos collados y resplandecientes al sol aquellos infantes me recordaron la ancestral noche fría en que unos pastores fueron visitados por seres celestiales cantando glorias al que en la afueras de los muros de Jerusalém, en la pequeña ciudad de Belén nacería en un humilde establo cobijado apenas por un mullido heno, el que cambiaría la historia de la humanidad, el Emanuel, el "Dios con nosotros".
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