martes, 24 de abril de 2012


MIGRACIÓN

Sostenido de la cornisa de un acantilado, un albatros amaneció con sus plumas empapadas por la bruma de la noche anterior. Sabía que debía esperar los primeros rayos de sol para que lograra secar su húmedo cuerpo antes de continuar su vuelo hacia el sur.

Ya había andado por misteriosos mares, soportado grandes tempestades y sorteado cientos de peñones que retrazaban su tiempo de vuelo.

Sólo la noche lo detenía apenas para que lograra descansar sus adoloridas alas. Así le quedaban todavía kilómetros que recorrer, pero nada le hacía desertar de su objetivo, siempre avanzar, nunca quedar atrás.

Esperó a que el sol provocara termales que lo elevaran a las alturas del cielo para luego enrumbarse hacia tierras inexploradas.

Tenía su ruta trazada, era sólo continuar. Su entereza y decisión sirvió de ejemplo a miles de otras aves que acompañaron su vuelo. No estaba sólo, su actitud era el norte que otros necesitaban para concluir feliz el trayecto.

Allá va el albatros, con sus plumas al viento, llevando un sueño de mejores tiempos, avanzando las horas, recordándonos que detrás de altos peñones, un ancho horizonte se expande a nuestra vista. Descubrir lo insondable de la vida.

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