jueves, 12 de abril de 2012


LA HERRADURA

Sobre un clavo herrumbrado aquella herradura colgó por años hasta que la telaraña y el moho la cubrió casi totalmente. Permaneció en aquel establo hasta que todos los miembros de la familia fueron dejando este mundo.

Cuando un joven recién llegado de la ciudad apartó las tablas que servían de puerta, aquel maltrecho sitio se iluminó con el sol de aquella hermosa mañana, mientras un viejo búho revoloteaba por entre el pajar, hasta colocarse en una viga donde comenzó a balancearse y ulular asustado por la nueva presencia.

Se detuvo a mirar el viejo arado de madera y metal, de esos que se cuelgan a un caballo, las viejas sillas de montar y un sinfín de herramientas que para él le eran inútiles. No pensaba quedarse con la propiedad, simplemente la vendería al mejor postor, tal como él mismo la había adquirido, con todo y la cabaña que alguna vez albergó a la familia, los cientos de hectáreas de pastizales y por supuesto el destartalado establo.

Cuando por último iba a cerrar el cobertizo con las mismas tablas que servían de puerta, un rayo de luz iluminó una columna de la pared derecha, sobre ella colgaba la vieja herradura cubierta de telarañas. Se acercó y con ayuda de un manojo de paja, logró limpiarla del moho y de los hilos de arácnidos que la cubrían. Era una bella herradura, perteneciente a algún tipo de caballo de trote, de aquellos con casco grande y pelambre abundante. En realidad él sabía poco del cuido de equinos y mucho menos del manejo de una finca. Era él el único sobreviviente de aquella gran familia de criadores de caballos de raza; pues de pequeño, decidió probar suerte en la ciudad y a base de trabajo y estudio logró colocarse en una prestigiosa firma de abogados. Con familia y dinero había logrado alcanzar un buen nivel de vida, sólo que ahora le estorbaba su pasado y quería deshacerse lo más pronto de aquella propiedad abandonada y todo lo que esta significaba.

Al revisar bien aquella herrumbrada herradura, notó que en uno de los extremos, estaban grabadas dos iniciales, unas que reconoció inmediatamente y que provocaron en él un impulso por salir de aquel lugar y dirigirse hacia la vieja cabaña, la que había heredado de sus abuelos.

Corrió tan de prisa que tropezó con unas enormes llantas de tractor, lo que hizo que se detuviera y las vadeara, atravesó un seto de girasoles y por un pequeño camino de lastre se condujo hasta la puerta de la vieja cabaña, entró e inmediatamente subió las gradas. Su corazón palpitaba a mil, aquellas iniciales le recordaban algo, pero aún no confirmaba sus sospechas, hasta que finalmente entró en la habitación del abuelo y del viejo buró que empotrado sobre la pared se encontraba, extrajo de sus gavetas unos viejos papeles y periódicos. Ahí estaba una foto de él cuando era pequeño a la par de un potrillo de hermoso pelaje. Lo que más atraía su atención era su larga y voluminosa cola. Aquella vieja foto amarillenta por el tiempo le recordó que alguna vez perteneció a esa familia, criadora de caballos de paso. Bastó girar la foto para encontrar al dorso una leyenda escrita con plumilla y dos iniciales:
"A mi nieto con amor, en su cumpleaños nº 7". H N.

Hernán Nielsen, era el nombre de su abuelo, precisamente el mismo que le había regalado aquel potrillo y que ahora sostenía en sus manos una de sus herraduras. Ahora llevaba colgado de su cédula de identidad aquel mismo nombre con que fue bautizado, el mismo con el que su amada esposa lo llamaba, al que recurrían cada vez que necesitaban consultar algún dato en su trabajo y el mismo que ahora hacía eco en su mente.

Sobre aquella vieja herradura, dos siglas marcaban toda una vida de esfuerzo y trabajo, de luchas por sobrevivir y sacar adelante una tradición de años. Recordó que aún quedaban dos bellos ejemplares de ambos géneros de aquellos hermosos caballos en manos de un cuidador, vecino del lugar. Aunque poco o nada sabía del oficio decidió volver a comenzar. Llevaría esas iniciales grabadas con orgullo en su pecho y continuaría la labor de su abuelo. Esa tarde fueron despedidos del lugar, muchos potenciales compradores de aquella hermosa finca.

Inmediatamente decidió instruirse de todo lo que tuviera que ver con la cría de caballos, contrató personal y restauró los viejos edificios. Haría honor a su apellido.

En el transcurrir del calendario, una reluciente herradura colgaría de un retablo que apropósito, aquel abogado de ciudad colocaría sobre la pared, mientras una vieja foto restaurada de un niño con un hermoso potrillo haría gala en su escritorio.

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