domingo, 29 de abril de 2012


CAMINO AL CEMENTERIO

Un hombre de blancas barbas, endeble y encorvado por el tiempo bajaba a un cementerio desde la ladera de una colina. Por el camino encontrose clavado en el suelo una vieja cruz de madera, formada con dos leños amarrados por un trozo de tela roída por el viento y el sol. Parecía tratarse de la tumba de un pobre hombre que por fatalidad del destino no pudo llegar a ser enterrado con todos los honores en el campo santo más cercano; que distaba de ahí algunas leguas adelante.

Eran las cinco de la tarde y el viejo se sentía muy cansado. Decidióse descansar sobre una roca muy cómoda que junto a la cruz se encontraba.
¡Pobre infeliz; exclamó, mientras se secaba el sudor de la frente con sus propias manos. ¡Si te hubieras esperado un poco a morir, hoy tendrías tal vez una santa sepultura en aquel cementerio!. ¡Desdichado el hombre que por andar a prisa en esta vida, ni reparar en su muerte puede!.

Y la prisa ¿Por qué se inventó?. ¿Es que acaso con apurar la vida tendremos tiempo para descansar y meditar lo bueno o malo que hemos sido?. Cuanta gente por apurar el paso ha caído sin reparo en el pecado de la indiferencia. Cuantos llenos de prisa ni siquiera fijan su mirada en aquel harapiento que con manos sucias una limosna pide. Cuántos incautos por vivir a prisa pierden el derecho a apreciar lo bello que es la vida y lo mucho que nos brinda el Señor. Si aprendiéramos a detenernos un instante, y dar gracias a Él nuestra existencia tendría tal vez más sentido, seríamos más felices. He visto muchos casos que por andar a prisa, ni un instante tienen los padres para hablar con sus hijos, para jugar con ellos y amarles hasta el cansancio. ¡Qué desdichados somos aquellos que dependemos de las agujas de un reloj y hemos convertido el tiempo en un dios? ¡Y más desdichado eres tú! -señalando la cruz-, que ni siquiera pudiste esperar a morir con todas las honras bajo una tumba de aquel cementerio, muriendo aquí como un pobre animal!.

Y el viejo terminó diciendo: ¡Sólo a Dios Todo Poderoso pido te de la paz eterna que mereces, al fin y al cabo no tienes la culpa; la prisa es un mal que nos ataca a todos y no soy yo quien tiene que juzgarte. Me voy, pues hablando de prisa, tengo que llegar al cementerio antes de que empiece a llover, quizá mañana venga de nuevo a hablar contigo, por ahora Márgaret me espera.

Y el anciano, con paso cansado continuó su camino, mientras sus manos temblorosas cortaban las flores que a su paso encontraba.

17 de julio de 1985

CAMPANAS LEJANAS
(Apenas una imagen sensorial)


"A veces un olor particular o un sonido específico nos hace evocar recuerdos vividos. Los sicólogos hablan de que en el hipotálamo se activan químicos que permiten conectar los nervios que dominan los sentidos con esas experiencias sensoriales, de tal forma que como una computadora rescata información almacenada desde hace tiempo y la devuelve al sistema operativo, a mi me sucede a menudo, casi como un dejavu..."

Mientras bajo la cuesta escucho a lo lejos las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo donde está, lo que sí es que cada vez que las oía se agolpaban en mi mente recuerdos de sombras de trenes por mi ventana en noches de verano, calles de lastre en ventosas tardes, casas de adobe de mi vieja Heredia y viajes al cementerio, a la tumba de mi madre. Muchas veces las oía repicar desde la sala de mis primas, aquella donde abundaban figuras de nigüentas,santos de yeso, alfombras de la Santa Cena en la pared, y retratos de "Ninfas" navegando en una barca por un misterioso lago, sin faltar por supuesto un "Sagrado Corazón", iluminado por una velita de aceite y agua. No se si lo que provocaba un nudo en mis entrañas cuando oía esas campanas era la nostalgia de tiempos idos o un futuro aún incierto. Tenía la edad en que apenas el mundo comenzaba a abrirse campo entre peluches y juegos de acera y mis primeras experiencias de socialización entre la escuela y el colegio. La edad precisa en que nos enamoramos de nuestras primas y jugamos con ellas detras de algún arbusto. La edad en que caminanos sobre los rieles creyendo que al día siguiente llegaremos al mar. Cuando no había preocupaciones de trabajo porque no lo necesitábamos. Días de fuentes en el parque, pateando latas en la acera, comiendo helados en invierno, soplando, hojas secas en verano. Momentos en que la muerte era parte de nuestras vidas: pasos entre tumbas, hierba seca en los senderos, faroles quebrados, blancas cruces señoreándose entre gladiolas, y una ausencia que se me pegaba a la camisa y que no dejaba de martirizarme. Bajando la cuesta escuchaba las campanas de una iglesia que ya ni recuerdo, y mis entrañas se hacían nudo como si todo mi pasado se hiciera presente y palpable, quizás en una realidad alternativa o en un futuro por vivir.
Todavía guardo esa sensación cada vez que las oigo. Me alteran la mente y me evocan recuerdos, los más recónditos y sublimes de un pasado
entre risas y llantos, entre flores y espinos.


ANTE EL PELIGRO

Aquellos niños agarraditos de la mano cruzaban el puente con aquel miedo que sólo da una noche de tormenta y rayería. Los tablones rotos les provocaba retrocederse para luego a punto de templanza y motivados más por alcanzar la otra orilla que por el simple hecho de sobrevivir, sus pasos los llevaron entre dudas por seguir o quedarse quietecitos en espera de que alguna fuerza celestial llegara en su auxilio. La noche era negra y los relámpagos iluminaban el horizonte tras una borrasca que movía más el puente. Casi se adivinaba escuchar lo que el de pantaloncillos cortos decía a su hermana de bellos cabellos dorados, "¿Dónde estará mamá?". "Mejor habría sido no salir de casa". "Hermana tengo frío", "Y yo hambre..."
¿Qué iban hacer esos niños ahora que estaban perdidos en medio del bosque? .

De repente fijo mi mirada sobre aquella figura etérea, divina, que como queriendo abrazar a los infantes, detrás de ellos los protege de caer al vacío en aquel profundo cañón de río que se yergue debajo de aquel destartalado puente. Luego le doy vuelta a la estampita y una leyenda me recuerda una vieja oración de mi infancia: "Angel de la Guarda, Dulce compañía..."

ANIMALILLOS DE FICCIÓN

Encerrado entre paredes, no me queda otra forma de evasión que mirar a través de la ventana las ramas de los árboles moverse al compás del viento y hojas caer de las alturas; mientras el sonido de la quebrada saturada de inmundicia corre por el horadado lecho.

Adentro de esta habitación, me acompaña el gato montés, con su mirada expectante fija contra la pared, el búho nival de manchas grises que observa la lámpara del techo como diciendo: "¡prefiero la obscuridad!", mientras la tortuga de porcelana fría, ataviada de naranjas flores sonríe con su singular boquilla. Estoy seguro que se encuentra feliz de estar ahí. Por su parte el viejo alce de felpa que ya no rima como adorno de la navidad recién pasada se señorea entre los estantes. Es cuando creo entonces que el hombre recrea en miniatura los animales que alguna vez abundaron en la Tierra, por el simple hecho de confesar la culpa de ser el responsable de que éstos sean cada vez menos o simplemente ya no estén entre nosotros.
9 de enero de 2011.


AMOR PURO

Arropando delirios
por pronunciar tu nombre
encuentro que no encuentro
más pretextos que escribir

Se me arrincona el alma
en la clara faz de la
luna y se me escurren las ansias
entre el hueco de mis manos,
por entregar mi aliento, al ansiado
beso que pronto arrebataré.

De tus labios quisiera arrancar
mis miedos hasta depositarlos pronto
en el nido de tu pecho.
Es cuando creo que la vida misma,
dibujó en el cielo, una pequeña estrella
y lo colocó en tu pelo.

Eres amor puro, eres decir: ¡Te quiero!



AMOR EN SILENCIO
Todavía se te pega el celaje en tu blusa y te alumbra apenas la nostalgia.

Todavía la tierra te sabe a pies descalzos a sonrisas llenas. A una voz que se quiebra cual cristal en el suelo. A un llanto pequeño como un sonido quedo.

Todavía me recuerdas y me buscas inquieta. Todavía me abrigas y yo que estoy lejos.

Todavía me odias y te mueres de celos.

Todavia te duermes en noches sin tregua, de galaxias azules y blancas estrellas.

Todavía cantamos los dos solos un verso:
¡Eres amor en silencio, eres decir hasta luego!.

AMIGO

Donde todo era frío, aquella visita entivió el momento de partir.
Y transcurrió un minuto y hasta dos sin que estuviéramos solos.
Tres, cuatro hasta cinco absortos en un discurso sin podio.
De ratos de tedio, momentos de ocio.
Todo se volvió color y la esperanza arrinconó en los sillones pedazos de alegría para ofrecerla a manos llenas entre los presentes.
Mi casa se convirtió en templo y aquel invitado en un dios griego.
Todos queríamos oírle, adorarle, creerle, él mostrar su presencia
y poder hablar


ALEGRÍA

Henchido mi corazón está

de una alegría fresca.

De una paciencia de eperar la vida

equilibrarse en una cuerda,

sin saber si al siguiente paso

me llenaré de nada

o me vaciaré del todo.

AL AMPARO DE UNA VELA

Sólo bastaba descender las gradas para mirar cómo las paredes de la catacumba se iluminaban entre las sombras de los cristianos.
Juan, que no dejaba de mirar la llama moverse por la brisa que se colaba por la abertura que había en la pared parecía absorto en pensamientos traicioneros, era según él más fácil abandonar ese lugar y olvidarse de la comunidad, confesar que no era cristiano y entregarse a la voluntad de las autoridades romanas.
Seguía en esos pensamientos, sino fuera por los cantos que comenzaron a llenar la bóveda de melancólicos sonidos.
Había entre el grupo un anciano de cabello gris y luengas barbas que no dejaba de mirarlo. Parecía adivinar lo que estaba sufriendo por dentro aquel muchacho. Quiso acercársele, pero era tanta la gente conglomerada que casi se asfixiaban. Tomó entonces su bastón, lo alargó hasta la vela y de un solo golpe la apagó. El lugar quedó en tinieblas y los creyentes empezaron a gritar. Conforme se abrazaban unos con otros, el anciano logró acercarse hasta donde Juan estaba y encender de nuevo la vela. Se escucharon suspiros de aliento cuando de nuevo se iluminó la estancia.
Entre murmullos y oraciones, el anciano se dirigió a Juan con estas palabras: "mientras no había luz, todo estaba en tinieblas, quizás hasta tú temblaste, pero a penas todo se iluminó, la calma volvió a nuestros corazones. ¡Recuerda!, Jesús es la luz del mundo, del cual brota toda esperanza. Él ilumina nuestro sendero, pues LAMPARA ES A NUESTROS PIES SU PALABRA Y LUMBRERA A NUESTRO CAMINO. No desprecies la Luz que Él nos brinda, aunque afuera parezca estar todo en tinieblas".
Aquellas palabras hicieron eco en la mente de Juan, quien sólo se limitó a presentarle al anciano una tímida sonrisa; luego con un trozo de carbón encontrado en el piso dibujó en la pared la figura de un pez...

¡AHÍ ESTOY YO!

Donde confluyen los sentimientos.
Aquellos que se enredan en complicados lazos.
En lugares de reiteradas revueltas,
donde los transeúntes detienen su marcha a armar de nuevo sus vidas y las sirenas llaman a partir.
Ahí donde los sentimientos se cruzan y revuelan
y se mezclan las aguas del río y el mar.
Ahí muy dentro del corazón humano,
el de un inútil inválido de amor.
Ahí donde se perdió la idea de continuar
y no se sabe ya que hacer.
Ahí donde se perdió el murmullo del alma
y se secó en desierto la flor.
Ahí donde se ahogó la paz y se tragó el brillo, el sol.
Ahí donde las almas penan y las tumbas se levantan.
Ahí donde nada está hecho y deshecho está el amor.
¡Ahí estoy yo!
¡Ahí estoy yo!.


AUN BUSCÁNDOTE

Entre las esquinas
simulo trasnochar
mis encuentros furtivos
con tus palabras de
amor ,para no creer
que aún estás ahí.

Y de tus largos cabellos
salto al soneto de tus
labios, rebuscando la
metáfora perfecta para
describir tus formas,
aquellas que ya ni recuerdo.

Entregarme a la idea de
tus desfiguradas notas,
apuntadas sobre papeles
dormidos en lunas perennes

Tal vez te alcance en la
próxima estación, sosteniéndote
de una hoja de viento,
o de las agujas de un reloj que se me colgó de la pared.

Tal vez se me agolpen tus
latidos en las cuerdas de
mi guitarra y escuche taciturnas
melodías a mi espalda,
como diciéndome ya no estás.

Inexorable como la muerte.

Insondable como la vida.

Tarde como un amor de puertas cerradas.

Aire en los bolsillos de ventanas abiertas.

Pañuelos en blanco sobre los rieles.
Despedidas agotadas de pretextos no dichos.

Como buscar verdades en el profundo abismo de una larga excusa
para no decir que aún te quiero,
aunque sea recostado en la blanca superficie de un poema

viernes, 27 de abril de 2012


A TI MUJER

De tu vientre provino el amor,
el que ahora cuido como tesoro,
y en la circular manía de repetir la historia,
de mi tesoro la vida misma continúa
ahora en dos varones,
hijos de mi sangre y la de tu estirpe,
de mujeres fuertes, luchadoras,
de olor a selva y a sal, de temporales eternos
y húmedas frentes, de piel moldeada a sol de Caribe.
Madre de dos generaciones,
a ti mujer valiente gracias te doy,
por darme la gracia de engendrar a tu hija
para acompañar mis soledades,
perpetuarme en ella,
alegrarme en ella.

¡PARA CUANDO YA NO ESTEMOS!

Hace años al despedirme de mis estudiantes en un cierre de curso se me ocurrió escribirles el siguiente mensaje. Nunca me atreví a leérselos. Hoy muchos  años después decidí sacar a la luz este escrito y lo comparto con mis lectores. Creo aún en los jóvenes y su capacidad de cambiar el mundo. A todos los estudiantes que han pasado por mis manos se los dedico con amor.

¡Compañeros!, los entiendo. Comprendo sus impulsos vitales, sus maneras de ver la vida; sus ganas de ser mejor.

Respiro su propio aire, comulgo con sus propias angustias, suspiro igual que ustedes por aquellos amores que no fueron y aquellos otros que vendrán.

Experimento a veces la misma soledad que les embarga a todos. Aquella que impulsa a caminar por las calles y sentarse en las bancas de un parque a contemplar lo vacío de la existencia, si no existiera nadie a quien recurrir, a quién amar, a quien sonreir. Pero también sé que alguien me espera cuando me levanto de esa banca, mis padres, mis hermanos, mis seres queridos, ¡Mi Dios!

En ellos confío y sé que ustedes también lo hacen.

Esperen la mejor parte. Disfruten el mejor momento. Saboreen a cada paso lo que la vida les entrega; mas no dejen de ser eso: ¡Jóvenes!, aquellos que luchan por superarse, por alcanzar un ideal. Por arrancar de sus corazones todo aquello que los aleja de lo Eterno, lo sublime, lo divino.

Busquen su primavera escondida y háganla florecer en el campo de la dicha. Entierren su otoño gris y refúgiense en su verano ardiente; pero sobre todo busquen ser día con día lumbreras que iluminen el paso de los que vienen detrás... ¡Sean felices!.

Su profe de Estudios Sociales.
23 de noviembre de 1993.
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ÁNGEL PARA UN OLVIDO...


Un ángel bajó del cielo y se posó en la cima más alta del mundo. Desde ahí observó los cuatro puntos cardinales y meditó:

¡El hombre en su egoismo olvidó...

saludar!
contemplar!
dar!
recibir!
perdonar!
esperar!.

Una rosa en la mano,
un árbol caído,
un ave extinta,
el petróleo en la playa,
las guerras del mundo,
la capa de ozono.

El pan para el hambriento,
creer en un sueño,
atrapar una estrella,
el color en sudáfrica,
un Dios único en Tierra Santa,
una sola sonrisa.

El transeunte que pasa,
Santa Claus en Navidad,
Qutezalcoatl por llegar,
el borracho de la esquina,
la prostituta del barrio,
el rancho de José.

Los harapos de María,
los pies descalsos de los niños,
los...

Y al llegar a este último pensamiento el ángel se detuvo y
exclamó:

¡Lo que verdaderamente olvidó el hombre fue la palabra amor...!
Y derramando una lágrima en tierra, desplegó sus alas al cielo para no
volver su mirada atrás.

CREER

En algún rincón de mi mente,
proyecto imágenes de días festivos.
Emociones que cabalgan mis sentidos,
sobre montañas azules.
Empotradas en el resguardo de alargar
millas a mi existencia,
y esperar en el resquicio de la idolatría,
la necesidad perenne de creer aún
en la difusa idea de un
Superior Ser.



SÚPLICA

Señor, perdóname para
poder perdonar.

Guíame con la luz de tu rostro
y podré caminar.

Limpia toda mi alma de pecados
y podré así trabajar.

Más dame de comer tu cuerpo
que borra todo el mal,
y de beber tu sangre
que nuevas fuerzas da.

Pero tómame de tu mano
y no me dejes escapar
hacia este mundo impío
hacia este mundo falaz.

Y recuerda que soy humano
y muchas veces he de pecar
mas perdona todas mis faltas
y échalas a la mar.

Acuérdate de mi familia,
de mis amigos y demás,
que como yo queremos algún día,
llegar a tu reino morar.

Mas quiero agradecerte
lo que estás haciendo ya
por todo lo que he pedido
por lo que me has dado ya.

Y sé que eres bueno
y este poema leerás
que por medio de los ángeles envío,
a tus pies llegará.


Para un amigo que nunca me fallará...




MISÁNTROPO DISCURSO

Como propalar lo dicho
 y navegar en cubierta de galeras antiguas
sobre mar de tritones,
se encarna el adalid intruso
de esta guerra ingente;
que en la mente de todos penetra de pronto
y saca del arcano pensamientos perdidos.

Así es la vida de este bardo insulso
que nada escribe bueno,
sin que medie lo absurdo.
Sólo un decir te espero,
para este misántropo discurso.

Es un experimento, tomé un diccionario y decidí escribir usando sinónimos con palabras extrañas y el resultado es esto. Vamos a ver quue pasa.




MUÑECA DE TRAPO

"¡Estúpida niña, te measte en los calzones!".

Fueron las palabras que rondaban la cabeza de aquella pobre mujer que en penumbra en un rincón de la cocina lloraba apretando una vieja muñeca de trapo, el único juguete que atesoraba de su infancia y que heredó a su hija en los cortos años que tenía . Ésta se encontraba durmiendo plácidamente en su camita hecha de madera de cenízaro laqueada y con grabados de flores y estrellas. El frío apenas entraba en la ventana y la mujer que permanecía en la cocina seguía llorando. Su marido, padre de la criatura que dormía cándidamente, había llegado escasos minutos borracho y a punto de puñetazos había maquillado su rostro con el color púrpura de la muerte. Tras improperios y luchando porque una navaja no atravesara su corazón, la mujer forcejeó un buen rato para que el despiadado hombre la soltara. Al final lo hizo y se alejó vociferando y chocando contra las paredes como abejón que busca la luz. Sólo un sepulcral silencio acompañado por el trémulo sollozo de la que en el rincón de la cocina permanecía, sirvió de marco para los acontecimientos que acababan de ocurrir.

"¡Eres un niña fea, con esas trenzas mal hechas..!".

Seguían las frases inundando su cerebro. Frases que desde niña le acompañaron toda su vida, producto de años de maltrato y abandono de sus padres. Maldecía el día que había jurado romper el círculo y ahora su pasado volvía a través de los puños en su cara y las ofensas revoloteando como golondrinas en sus oídos; buscando un pretexto para marcharse y no volver jamás. Ahora sola entre la penumbra de la noche, acompañada apenas con su muñeca de trapo se sentía derrotada.
No se sabe si por el frío que se había adueñado de la casa o por el miedo a la oscuridad es que su hija se levantó entre lágrimas y temblores buscando el calor de su madre, una que hasta en eso se sentía derrotada. Como el guiñapo que sostenía en su pecho. Le había fallado.
La niña anduvo por toda la casa a tientas y en su último intento la encontró en la cocina con la barbilla recostada sobre sus propias rodillas. Corrió hacia su madre y la progenitora la tomó entre sus brazos, cálidos como la paja del granero, como los rayos tibios de una mañana estival. Procedió a acurrucarla y le cantó una canción de cuna, una que su memoria trajo de los pocos recuerdos buenos de infancia. Pronto la niña se volvió a dormir.
Las dos , en medio de la soledad y una inmensa tristeza flotando en el aire, absorbieron la poca luminiscencia de la luna, que apenas menguante se apresuraba a ocultar tras el horizonte.
Al alba, con un fuerte dolor de cabeza, su rostro destrozado por la furia de unos puños que nunca apreciaron la dicha de tener una buena mujer a su lado y con las esperanzas rotas en los bolsillos, la madre se levantó con su hija en brazos, abrió la puerta y corrió, corrió hasta el cansancio. Nunca más se les volvió a ver ahí.
Años después, la niña le contó a su madre que esa noche no se despertó por el frío, ni la oscuridad, ni el miedo a un fantasma, sino por no sentir entre sus brazos la cálida presencia de su muñeca de trapo.

jueves, 26 de abril de 2012



NAVIDADES ETERNAS

Tócame para no olvidar que estoy vivo.
Mírame para saber que soy alguien.
Bésame para contarle al mundo que soy amado.

Abrázame y te contaré mi secreto.
Calza mis pies y en tu lugar me pondré.
Cántame una canción de cuna y soñaré despierto.

Regálame un jirón de tu alegría y subiré raudo la colina.
Arrópame en invierno y no pasaré más frío.
Hazte niño otra vez y jugaremos juntos.

Eso te pido humano adulto.
Andaremos luego alegres en las calles,
silabeando villancicos.
Como un día de pascua,
en navidades eternas.


RECONOCIENDO SU IMPORTANCIA

Un día un árbol de navidad decidió quitarse los adornos que le colgaban de sus ramas. Según él le pesaban mucho y lo hacían verse ridículo. Que campanitas doradas, esferas multicolores y luces que le mareaban de tanto parpadeo, que guirnaldas plateadas y bastones simulando dulces en sus puntas y para colmo una gran estrella dorada rematando su testa. Cuando logró liberarse de tal suplicio se sintió árbol libre de bosque. Pero de repente cuando se miró solo, sin aquellos guindajos en la amplia sala de aquella casa se sintió desnudo y definitivamente pensó que a veces un poquito de abalorios por aquí y maquillaje por acá son necesarios en alguna ocasiones para ponerse a tono con la moda y las costumbres de aquella época tan esperada por los niños. Ese es el sacrificio de la fama y la gloria. Si hay objeto más representativo de la navidad, son los árboles de navidad y según él no era la excepción.

SALMO 152
Te fallé mi Señor,
no merezco siquiera me mires.
Despedázame, consúmeme en el
fuego de tu ira.
No te apiades de mí.
Entiérrame en lo alto de la
colina, donde los gusanos
consuman mis carnes.
Luego el viento se encargará de
secar mis huesos, como si no
existiera.
Como si no hubiera nacido.
¡No merezco tu piedad!,
tu Misericordia.
Húndeme en las oscuras aguas
de un lago con una piedra de
molino atado al cuello.
Que sea alimento de hienas,
apetito de buitres,
carroña de escarabajos.
Hazme morir para volver a
vivir.
Morir a lo que no quise ser.
Resusítame Señor.
Llévame a tu morada.
Seré tu siervo eternamente.

SALMO 151

No me expongas al silencio de esta bóveda.
Integra mis sentidos al resto de este mundo.
Comúlgame con el resto de la creación y rellena mis
espacios vacíos con lo que te sobre de paz.
No te guardes ni un poco de tu valor.
Regálame lo que no necesitas y apiádate de mis
Iniquidades.
Vuelve a mí tus ojos llenos de luz y no escondas tu
Mirada a este siervo.
Hazme creer aún que el trigo crece a orillas de la estepa fría.
Caliéntame con el sol de tu esperanza.
Hazme diáfano como el vidrio, blanco como el armiño,
valiente como el león, cándido como la paloma, bueno
entre los hombres, hijo de tu descendencia, profeta entre las
naciones, pero humilde en tu rebaño.
Hazme se simplemente un discípulo que pisa tus mismas
huellas y habita la misma casa que tú habitas.

¡SI, ERA ELLA...!

El viejo dormía en su lecho mientras el reloj de pared marcaba las tres de la tarde. En la ventana que estaba a un lado de la habitación entraban unos pocos rayos de un sol pálido por las lluvias del invierno que acababa de pasar. El cuarto era pequeño con apenas tres sillas, una mesa de noche, un ropero carcomido por las termitas y la cama de acero forjado donde el viejo aún dormía. Ya son las tres y treinta y Elizabeth, la vecina del segundo piso como de costumbre entraba a esa hora para darle sus medicamentos y su vaso de leche con un pan tan viejo como todo lo que había ahí. Lo despierta.

-¡Don Francisco, don Francisco!, despierte que ya es hora de tomar sus medicinas para el corazón y la alergia de su piel.
-¡Cuantas veces te he dicho que no me menciones mis pestes y enfermedades!.
-¡Perdone señor, no fue mi intención...!

Hubo un momento de silencio y sólo las ratas en la pared se oían como si estuvieran jugando al escondite.

-¡Al menos tómese este vaso de leche y este pan que le compré!.
-¿Qué crees que soy yo?. ¿Un basurero donde hechar porquerías?.
¡Llévate esa leche bautizada y la piedra que por pan me has traído!.
¡Véte, no quiero nada!.
-Pero...
-¡Lárgate y déjame sólo...!.

El viejo dejó escapar un suspiro largo y sonoro para luego envolverse entre las sábanas.
Tomándo la bandeja con las medicinas, el vaso de leche y el pan despreciado, la vecina del segundo piso salió de la habitación, cerrando la puerta lentamente para no molestar al enfermo, sin lograrlo, pues las visagras herrumbradas producían el característico ruido de todas las viejas puertas de las casas de ese barrio.
Volvió el silencio y el tic tac del reloj siguió marcando el tiempo, el señor tiempo, el que corroe las silla, el ropero, la mesa de noche, la cama y hasta el viejo que aún dormía en su lecho. El tiempo que una vez los unió, el tiempo que los hizo felices, el tiempo que los separó...
Son las cuatro de la tarde, el anciano continúa en la cama. Está despierto y piensa escribir en su diario. El dolor en su pecho le impide sentarse por completo por lo que recostado hacia la derecha de la cama abre su diario y comienza a escribir.

9 de octubre de 1988.

Hoy hace cuatro años que no he vuelto a ver a Márgaret y aún la tengo en mi mente. Recuerdo cuando nos despedimos por última vez en el tren. El día era frío, había neblina y la atmósfera estaba cargada de malos augurios. Lo sabía la iba a perder, la iba a perder para siempre.
En efecto tres meses después recibí un telegrama que comunicaba el fallecimiento de Márgaret Sonia Gallardo en un hospital de la capital....

Deja de escribir, pues un extraño dolor en su pecho no se lo permite. Afuera la vida seguía su curso adentro el tiempo se detuvo. Sólo el viejo continuaba escribiendo:
...La recuerdo con su linda cabellera y sus ojos de niña, pero hoy ya no la tengo. Se fue, se fue para siempre...

10 de octubre de 1988.

¡Qué extraño...!. No, talvez no lo era. ¿Porqué iba a ser raro que el día estuviera gris y con neblina en el mes de octubre?. Pero sí, algo raro presentía el viejo que de nuevo en su cama pensaba en su amada.
Decide de nuevo escribir en su diario. Las últimas palabras que apuntó sobre el papel fueron:
-¡Hoy llegará por mí, lo sé...!. ¡Ven pronto!.

11 de octubre de 1988.

Nadie escribe ya sobre las amarillentas hojas del viejo diario.
Muere, el anciano muere y nadie lo puede remediar. ¿Qué hacer?.
Elizabeth busca presurosa a un doctor pero no contesta su teléfono.
Ante su desesperación grita:
¡Muere!
Ya está en la calle y corre.
¡Muere!.
Toca una puerta. ¡El doctor no se encuentra, regrese más tarde!.
En vano muere, es como un ladrón que le arrebata la vida, pero él no lucha. Al contrario desea morir. Alguien pronuncia su nombre, lo llama, alguien que le dice ¡ven! y él así lo quiere...
¡Muere!
¿Será posible que el hombre llegue a amar tanto que hasta desee morir para volver con un ser amado?.
Sorprendente es saber que casos como éste son más comunes de lo que se podría pensar.
¡Y quién lo está llamando en sus últimos momentos?.
La Señora Muerte con su azadón en la mano y su cadavérico rostro?.
¿O el remordimiento de una culpa pasada que debía pagar?.
Será el mismo Dios llamándolo a su reino?.
¿Sera Márgaret, que aún después de muerte lo sigue amando?

Sólo el viento moviendo las cortinas y la sonrisa serena del viejo que yacía sobre la cama lo afirma. ¡Sí era ella!, de seguro era ella.



UNA CUCHARA PARA NIGEL

Ese día me encontraba muy entretenido cocinando una rica sopa de verduras con carne. Muchas veces me dedico a esas labores culinarias porque siempre he sido conciente de que las mujeres trabajan demasiado en el hogar y porqué no , una manito de vez en cuando aligera su carga. Ese día, después de picar la cebolla, el chile y demás especias, calentar el agua y picar las verduras, se me acercó mi hijo Nigel, el más pequeño, con una cuchara sopera que consiguió de no sé qué lugar y sobre una silla que estaba cerca de la estufa se dispuso a revolver el contenido de la olla que estaba a punto de hervir. No se si por mi instinto protector de padre o por mi egoísta forma de ver las cosas, pues a mí no me gusta que nadie intervenga en mis labores caseras que lo aparté bruscamente, no sin antes vociferarle unas cuantas palabras de desaprobación. El pobre, salió de la cocina con la cuchara todavía embarrada del contenido de la olla y con la cabeza baja. Casi inmediatamente que lo vi salir, me consideré el peor de los monstruos que existen, en este planeta. Dejé lo que estaba haciendo y me acerqué a él que sentadito en el sillón de la sala permanecía callado. Me acerqué y lo abracé fuertemente. Después lo besé y comencé a tener una larga conversación que redundó en las medidas preventivas que todo padre debe tener con sus hijos para evitar accidentes en el hogar, sobre el respeto de los espacios de acción que debemos guardar entre los miembros de la familia y otras sandeces que de seguro un niño de escasos cinco años ni siquiera comprendía. Cuando después de unos minutos de esa inútil conversación empezó a aburrir a mi pequeño interlocutor, me encontré escuchándome yo sólo diciendo prácticamente estupideces. Me quedé en silencio por unos instantes y después de un largo suspiro sólo me quedó sonreírle y pronunciar la única palabra inteligente que debía decir: "¡perdón!". Lo abracé de nuevo y permanecimos callados por un largo rato. Al final de ese conciliador espacio de tiempo mi pequeño Nigel me expresó que sólo quería ayudarme.
-"Está bien hijo, trae la cuchara, vamos a revolver la sopa pero esta vez con mucho cuidado".
Al recuento de esta historia, no se si mi hijo llegará a ser un chef profesional, o si finalmente se inclinará por cualquier otra profesión. En realidad no me importa si logra ocupar un puesto muy alto en alguna compañía, o si en un futuro será un prominente abogado, médico o ingeniero, lo único que sí desearía es que sea un buen padre y cuando cometa algún error con alguno de sus hijos tenga la capacidad de abrazarlos y pedirles perdón, pero sobre todo que esté dispuesto a involucrarlos en todas las áreas de su vida.


UNA MUÑECA PARA MELANNIE

"La distancia no es pretexto,
Mi corazón es tuyo,
Mis lágrimas las seca el viento,
El sentimiento queda..."

Esa noche recibí una inesperada llamada de mi hija Melannie. Recuerdo que detrás del auricular una vocecilla tímida y compungida apenas podía coordinar palabras tras una lluvia de lágrimas que imaginaba inundar la fibra óptica del tendido. Con mucho costo pude comprender lo que mi desesperada niña quería decirme. Acababa apenas escasos segundos de terminar su corta relación con uno de los fugaces novios que casi toda adolescente a su edad tenía. Por cierto sumaba ella ya las quince primaveras.

Deseaba estar cerca para abrazarla y tranquilizarla, pero sobre todo para recordarle que contaba con un padre que la amaba y siempre se preocupaba de ella a pesar de la distancia que nos separaba.

No fue necesario ni imaginar siquiera una máquina de teletransportación para estar cerca de mi hija, siempre nuestros corazones se conectaban a distancia y desde la tarde sabía que tenía que llamarla, pues presentía que me necesitaba.

Cuando terminó de desahogarse y en forma más clara pudo hablar, le sugerí fuera a su habitación, abriera el viejo baúl que desde pequeña le había comprado para que guardara sus objetos preferidos y sacara la muñeca de trapo que le había regalado en su séptimo cumpleaños, la abrazara fuertemente y le diera un beso.

Aún con su teléfono móvil en mano siguió mis indicaciones y aunque no pude ver su carita, estoy seguro que me dedicó la más bella sonrisa del día. La oí suspirar y aunque la pregunta sobraba le dije:
-"¿Cómo te sientes?"; a lo que me respondió con un:
-"Muy bien papi..."

Yo nada más terminé diciéndole antes de que colgáramos al mismo tiempo:
"Todo esto pasará hija".






UNA SONRISA PARA ANA

No le sonrei, ni siquiera alcé la vista para mirar sus harapos sucios, su rostro manchado, sus manos temblorosas. Le fuí indiferente cmo a las hierbas del campo que se asemejan todas. Quise alejarme de ella sin recordarle, hasta que me interé en el Sagrario donde mis sentimientos convirtieron el vacío en figuras irreconocibles. Entonces estaba Él observándome, señalándome,haciéndome más humano, más canalla, más inútil.
Y no le sonreí, ni siquiera alcé la voz para reprocharle por qué estaba ahí. De todas maneras ya no tenia caso remover las nieblas del invierno que había transcurrido sin dejar huellas. Y es que ella ya no estaba. Sólo la ganas de mirarle, de sonreírle, de perdonarle. Aquella ciudad muerta se difuminaba en avenidas llenas de gente, cotidianas maneras de vivir. Y aquel deseo de sonreírle continuaba,pero era ya muy tarde, la urbe se había tragado a la doncella de la noche, la deambulante, la de horas perdidas, la de estómagos vacíos y de niños a medio llenar. Ese día había olvidado sonreir. Bastaba con sólo mirarle y mover mis labios hacia el punto que confluyeran como luna en cuarto menguante. Pero ese día lo olvidé. Sólo suspiro para que alguien en cualquier rincón del tiempo tenga una sonrisa para Ana, aquella a la que había olvidado sonreir y a la que debí sonreir para olvidar.

miércoles, 25 de abril de 2012



LA ESTRELLA DE MAR

Miró que al desvanecerse la espuma, aquella estrella de mar había quedado atrapada entre la arena y cientos de piedrecillas blancas
que no eran otra cosa que astillas de coral, redondeadas por el abrasivo vaivén de las olas. La tomó entre sus manos y sintió en sus dedos la vida de ese animal marino, condensado en los miles de filamentos que se movían acompasados al ritmo de las vibraciones del planeta. Después el rojo intenso de la tarde se concentró sobre aquella sinuosa estructura y pensó entonces en la virtud de acercarse a esa primigenia forma. Creyó entonces que el cielo eclosionaba en minúsculos fragmentos y lo que tenía en sus manos no era más que una de sus estrellas, materializada en esa idea. Pensó entonces que él era apenas una minúscula criatura que en el vasto universo poco significaba. Devolvería a las aguas lo que el Cielo le había regalado. ¡Continuó existiendo!.

MAÑANA DE NAVIDAD

Con la felicidad colgando de sus alas, aquellos niños solían vestirse de ángeles en las mañanas de navidad para realizar su acostumbrada caminata campestre, subir las colinas cercanas y recoger frutillas que luego en tejidos cestos de mimbre llevaban a su hacendosa madre, quien se esforzaba por colocar la húmeda leña dentro de la vieja cocina de metal forjado. Ese día el desayuno sería abundante; panecillos horneados, huevos con jamón, galletitas de jengibre y un humeante café que cortaba la atmósfera con el vapor que se condensaba por entre el frío aire de esa mañana. Con las frutillas recolectadas haría un hermoso pastel, que más tarde sería la delicia de todos en aquella familia.

Daba gusto mirar el rostro iluminado de los niños al encontrar ocultos entre las hierbas y zarzales, decenas de púrpuras esferillas que la obra del Creador les entregaba a manos llenas.

Vistos de desde la base de esos collados y resplandecientes al sol aquellos infantes me recordaron la ancestral noche fría en que unos pastores fueron visitados por seres celestiales cantando glorias al que en la afueras de los muros de Jerusalém, en la pequeña ciudad de Belén nacería en un humilde establo cobijado apenas por un mullido heno, el que cambiaría la historia de la humanidad, el Emanuel, el "Dios con nosotros".

LUCES EN LOS CIPRESALES

Sobre las alturas de aquel húmedo bosque una neblina comenzaba a disiparse y a mostrar las estructuras conocidas del ciprés, con sus tupidas y minúsculas hojas siempre verdes y sus pequeñas piñuelas redondas, que al secarse sueltan al viento las simientes que pronto caerán al suelo; perpetuando la vida de aquellos hermosos árboles, cuyo olor tan particularmente propio de las navidades, inunda las narices de cuantos pasaban por el lugar.

Se dice que desde 1950, en aquellos parajes remotos de las montañas de Heredia, cada inicio de diciembre una miriada de luces surcaban los cielos y se posaban sobre las ramas de esos retorcidos árboles cuyos troncos sinuosos se modelaron a lo largo de los años por el vaiven del viento.

Algunos afirman que eran miles de luciérnagas que migraban desde las partes bajas del país y se colocaban sobre las copas creando un verdadero espectáculo de luces, cientos de árboles de navidad iluminados por la mano divina de Dios. Otros han querido dar explicaciones sobrenaturales que redundaban en pequeñas naves espaciales y hasta estrellas que caían del cielo.

Lo cierto es que Francisco un viejo ermitaño del lugar quiso hacer negocio del fenómeno instalando una pequeña posada para recibir a cuanto peregrino deseara ver de cerca el evento. El hostal iba muy bien, pues llegaban familias enteras a pernoctar en las noches frías solo para observar las extrañas luces posarse sobre los cipresales.

Resulta ser que para diciembre de 2007 y 2008, las luciérnagas que llegaron al lugar fueron disminuyendo en cantidad y luminiscencia, así que su negocio comenzó a declinar, al punto que prácticamente tuvo que cerrar sus puertas.

Decidido a emprender una nueva forma de vida, empacó sus pocas pertenencias y enrumbó su camino hacia la ciudad. Esa noche, con el frío a sus espaldas y sus esperanzas rotas, comenzó a descender las altas montañas. Llevaba en su mente la preocupación de qué iba a ser de su vida.

Al bordear un pequeño riachuelo y adentrarse en un campo de fresas silvestres observó a lo lejos una luz en la ventana de una vieja cabaña. Al acercarse notó que se trataba precisamente de un árbol de ciprés iluminado por una extensión de luces todas blanquecinas que se prendían y apagaban al mismo tiempo. Ignorando lo visto detrás de esa ventana, el viajero continuó su camino, hasta que en una alameda de esos centenarios bosques se detuvo de repente, movido por una idea que le asaltó de repente en su cabeza. Rápidamente corrió, sino es que saltó lo más que pudo entre matorrales y caminos empedrados. Quería llegar lo más pronto hacia la ciudad.

Al encontrarse muy cerca de la base de la montaña, una sensación de euforia le inundó, que mezclado con la fría brisa de esa noche le hizo dibujar una sonrisa en su rostro. Algo celestial se había adueñado de él. Ahora le devolvería a su gente la esperanza que habían perdido. Finalmente al llegar al principal almacén de la ciudad comenzó a buscar entre los artículos de ferretería cientos de extensiones de luces navideñas, todas de colores blanquecinas. Las compró y se cercioró de agregar más clables eléctricos y suficientes enchufes y tomacorrientes. Con dicha carga y el poco dinero que le quedaba arrendó un auto y se dispuso a emprender su viaje de regreso a sus adoradas montañas.

Inmediatamente que llegó comenzó a crear una larga tira de bombillitos luminiscentes que fué colocando a lo largo de cientos de metros sobre las copas de los árboles de ciprés. El viento arreciaba a esas horas de la noche, pero Francisco no dejaba de trabajar en su empeño de devolver la luz a esas soledades. Tardó cuatro día y cuatro noches en esa dificultosa tarea.

En el último de esos días, cuando los primeros rayos de sol se interpusieron a la oscuridad, todo aquel bello bosque en las cumbres de aquellas montañas se encontraron cubiertos de bombillitos que con la presencia de díal brillaban a contraluz.

Para cerciorarse de que funcionaban, en las noches iba haciendo ensayos por secciones hasta que finalmente lo logró. Después pensó que para simular las luciérnagas revoloteando por los aires, quemaría leña, y con el viento las chispas se disgregarían por doquier, proporcionando un ambiente de regocijo y paz. Ya la gente no llegaría a observar el fenómeno natural de la llegada de las luciérnagas, pero al menos vería otro espectáculo maravilloso, no sólo un árbol de navidad iluminado, sino cientos de ellos rodeando las colinas y bajando hasta el mismo valle. A partir de ese momento, el hotel se volvió a llenar y durante todas las noches de aquella y otras navidades siguientes, cientos de curiosos se agruparon sobre la fría hierba a contemplar los bosques de ciprés iluminados. No se si será cierta esta historia, lo que sé es que Francisco con su ingenio devolvió la alegría a esas montañas...y de paso hizo negocio.


GUAYABAS AL SOL

Aquel niño tuvo la maravillosa idea de decorar aquel árbol de guayabas. Lo había descubierto al subir aquella colina repleta de basura. Desde pequeño había vivido rodeado de cajas de cartón, restos de comida, botellas plásticas y cientos de desechos que los humanos tendemos a deshacernos y que a algún lugar van a parar.     Esos lugares en que una miríada de familias acostumbran a separar lo servible de lo inservible y que a costa de años logran acumular algo de dinero para transformar sus miserables vidas, en el que en alguna olvidada esquina del tiempo, el alcohol, las drogas y una eterna pobreza los integran también al resto de la basura, convirtiéndolos en desechos mismos de la sociedad.

Llegaban los vientos alisios del norte ese año más fríos que de costumbre, pero en las viejas casuchas alrededor del botadero, el humo de las chimeneas se doblaba hacia el sur. Como siempre los alimentos eran frugales y no habrían regalos esa navidad, mucho menos un arbolito que decorar. Pero esa tarde, aquel niño quiso regalar a toda su familia y a la comunidad entera un hermoso regalo.

Inmediatamente se dio a la tarea de recolectar botellas plásticas, y cajas de cartón. Con algunos tarros de pintura que había recolectado del mismo botadero pintó de verde, rojo , azul y dorado las cajas y botellas. Con algunos abalorios y listones que pudo extraer de una descuidada caja que algún sastre mandó al estañón de la basura, decoró bellamente los adornos recién hechos.

Siguiendo su ejemplo, los demás niños de esa pobre y olvidada comunidad comenzaron a recolectar cuantos desechos sirvieran para formar los hermosos adornos navideños.

El crepúsculo los encontró sobre aquella desolada colina llena de basura colgando aquellos accesorios sobre las ramas de aquel guayabo que extendía sus ramas a las primeras estrellas que asomaban sobre la bóveda celeste.

Como nunca habían trabajado en equipo para realizar una obra tan maravillosa. Todos estaban orgullosos de la labor concluida, aunque lamentaban no poder iluminar el árbol, pues no contaban con extensiones de luces navideñas y de todas maneras las pocas que habían encontrado entre las montañas de basura estaban inservibles, y además, ¿de dónde tomarían la electricidad que ni siquiera tenían?.

Lo cierto es que esa noche todos los niños de la comunidad durmieron plácidamente hasta el otro día, hasta la mañana de navidad, despertados únicamente por una multitud que se aglomeró frente a aquel hermoso árbol de guayaba cuyas figurillas de cartón de caja y botellas colgaban de las frondosas ramas, pero sobre todo ante el asombro de la gente al mirar el regalo que en recompensa por los bellos adornos puestos , la naturaleza les entregaba a la vista, decenas de hermosas guayabas maduras que de la noche a la mañana brotaron y que a la luz del sol brillaron como lucecitas mismas de navidad. Ese día fue de fiesta para toda esa comunidad

FLOR DE NOCHE BUENA

Las gotas de rocío se condensaron sobre las hojas de los arrayanes cercanos, esperando a que la luna apareciera sobre las peñas que obstaculizaban el difícil ascenso.

El cierzo comenzó a colarse por entre las mantas que apenas tapaban su debilitado cuerpo. Padecía de lupus pero eso no le sería impedimento para escalar aquellos remotos parajes en busca de la Flor de Noche Buena, aquella que entre breñales crecía rebosante y en abundancia, conocida también como la Flor de Navidad.

Sus pies descalzos sentían la humedad atrapada de los musgos, así como las incómodas espinas de los zarzales cercanos, pero eso no resultaba más tedioso que la debilidad padecida de su enfermedad, la que por muchos años le había impedido realizar una vida normal.

La luna estaba ahora más alta, pegada al cortinaje azul de la noche y el viento golpeaba cada vez más fuerte, como un puño certero sobre su rostro. Se detuvo por un instante a inhalar el aire frío, para sentir luego que aún estaba viva, mientras su corazón buscaba la forma de expandir sus paredes lo más que pudiera para dejar pasar la sangre caliente que se dispersaría una vez más a lo largo de su cansado cuerpo.

Las pupilas de aquel perfilado rostro se dilataron al pasar por un bosquecillo de encinos para así lograr atrapar la escasa luz de la luna que se diluía por entre las ramas y que se perdían en la oquedad de la noche.

Al virar en el último recoveco de aquella colina observó a su izquierda las diminutas luces de una ciudad que se le antojaba cada vez más inhumana, aquella que había dejado ya horas atrás. Le parecían ahora esos puntos brillantes, pequeñas luciérnagas pintadas sobre un lienzo negro de un impresionista pintor.

Sólo faltaban unos cuantos metros para alcanzar la cumbre de ese inhóspito lugar y así observar el milagro que se avecinaba ante sus maravillados ojos.

Sus pies maltratados ya por tan escabrosa caminata la llevaron por último a colocarse frente a la pradera saturada de la más hermosa e intensa armonía de rojos de diversas tonalidades que la luz de una luna llena pudiera mostrar.

No era necesario que fuera de día para que los rayos de sol iluminaran tal espectáculo. La nocturnidad se encargaba todos los años de brindar tan hermoso regalo. Y es que a medianoche de todo los días de diciembre de todos los años, un milagro bajaba del cielo y cubría aquel pequeño valle enclavado entre colinas. Las diáfanas gotas de rocío combinadas con el intenso escarlata de las Flores de Noche Buena a contraluz de la luna, hacían valer la pena tan infranqueable ascenso. El sólo ver aquel paisaje rompía con todo esquema humano, con la cotidianidad que significa vivir rodeada del llamado "Progreso".

Ahí estaba ella, sola con aquel milagro ante sus ojos, respirando el frío aire de la montaña, con su enfermedad a cuestas, sus ropas húmedas y la dicha de una paz interior nunca experimentada, colgando de una lágrima.



EL ÁNGEL DEL ALA ROTA

Permanecía en aquel cajón, oculto entre las demás piezas del nacimiento, el ángel del ala rota.

Sólo una vez al año veía la luz asomarse al levantar alguien la tapa, para descubrir las caritas felices de los niños que con regocijo tomaban las piezas que formarían parte de la representación del portal de Belén, con las figuras de la Sagrada Familia, la mula, el buey, los reyes magos y pastorcillos. Sólo él faltaba en el conjunto y ese año según él no sería la excepción.
Esa sería otra noche buena que permanecería solito entre la paja que protegía el yeso de su cuerpo de posibles fracturas.

Él ya había experimentado tan desafortunada suerte desde el día en que Carlitos, el menor de los niños de aquel orfanato sin intención alguna se le había resbalado de sus manos y se había fracturado una de sus alas.
Tal avatar del destino lo condenó a permanecer años escondido en aquel viejo cajón.

Al momento en que se fracturó nadie puedo encontrar el ala, porque de ser así se la hubieran colocado con pegamento y de nuevo remataría el nacimiento con su "Gloria in excelsis deo".

Resignado permaneció hasta la fecha, excluido del elenco.

Esa noche una carita nueva apareció al levantar la tapa, era Jorgito, un minusválido que en silla de ruedas había llegado recientemente al hospicio y hacía lo imposible para congeniar con el resto de sus compañeritos, pero que por su condición no podía participar en casi todos los eventos que organizaban entre ellos.

A veces se quedaba en un rincón observando a los más grandes jugar a la pelota o saltar a la cuerda. Él también quería hacer lo mismo, pero sus paralizadas piernas se lo impedían.

Esa noche; como era costumbre todos los años, las manitos de aquellos niños arrebataron del cajón las figuritas del portal, quedando sólo en la mano de Jorgito el viejo angelito del ala rota. Se le quedó mirando con ternura y notó la ausencia de su alita derecha, por lo que inmediatamente le pidió a una de las encargadas del orfanato un poco de harina, papel y engrudo y con sus habilidosas manos logró amasar una pasta con la que moldeó el fragmento que le faltaba. Él ya conocía el procedimiento, pues en más de una ocasión tuvo la oportunidad de ver hacer esa tarea a su madre. Una vez que moldeó el ala, la dejó secar al sol del día siguiente y en la noche, precisamente en la víspera de la navidad, logró retocar la figurilla con pintura, hasta darle un bello acabado color blanco y dorado.

Una vez listo y con algo de dificultad, aquel niño en su silla de ruedas colocó el angelito en el remate de la casita que daba cobijo a las figuras de la Sagrada Familia.

Los demás niños alrededor suyo le aplaudieron y esa noche cantaron villancicos. Todos los que admiraban ese bello portal, creían ver a aquella figura de yeso y ahora de harina sonreír, como agradecida de haber sido rescatada del olvido.

Aquel angelito ya nunca más tendría su ala rota, aunque el que narra este cuento cree que muchas personas andan con el corazón roto, esperado que alguien llegue pronto a repararlo
AQUELLA NOCHE

Mientras en lo que hoy es Afganistán una niña veía en la ventana una hermosa estrella en el firmamento, en la India un paria mendigaba por las calles de lo que sería Madras ; entre tanto su corazón le decía que un gran acontecimiento estaba por llegar.

En Roma, un centurión pasó frente a la estatua de Júpiter, con pensamientos que le inquietaban, como si le avergonzara continuar la tradición que sus padres le habían inculcado de adorar dicha imagen de mármol.

Un viento extraño atravesó el desierto de Arabia y de la copa de las palmas, dátiles rodaron al suelo, mientras que un pastor nómada calló de rodillas llorando por una felicidad que ni él mismo se podía explicar.

En las selvas de lo que más tarde se conocería como el trópico americano, bosques enteros florecerían de repente en una sola noche, transformando el abundante verde en una paleta de colores propios de un pintor.

Perfume de jazmín, rosas y azahar se mezclaron todos en uno de los jardines del palacio del Emperador de China, relajando sus sentidos. Esa noche durmió apaciblemente, y soñó con unas huellas sobre las arenas de un desierto que desconocía y un hombre tropezando en un empedrado.

De repente las aguas del Jordán se volvieron de un bello color turquesa, como nunca se había visto antes, y en el Mediterráneo cientos de aves marinas revolotearon en perfecta sincronía hacia el Este.

En el cielo nocturnal, auroras boreales circundaron de oriente a occidente, y hasta la luna en Turquía se vio más cercana a la Tierra, tanto que hasta se podían ver sus cráteres casi al alcance de las manos.

Todo esto sucedió la noche en que unos pastores pasaban frío en un escampado en las afueras de la pequeña aldea de Belén, unos extranjeros venidos de oriente seguían la ruta perdida de una estrella y una mujer con apenas un viejo establo por cobijo y un pequeño pesebre por cuna, daba luz a aquel que cambiaría por siempre la historia de todas esas personas y la humanidad entera. Al menos así lo soñó un habitante cualquiera de un continente aún sin nombre.


AMOR DE SERVILLETA

En una tarde de restaurante, vivió el amor escondido en una servilleta.

Unos labios estamparon la suave textura del papel, y una lágrima saló el café que nunca se bebió, en el instante sublime de una despedida ajena. Aquella tan lejana que a la mente jugó una pasada.

Una de tan triste figura como la del manchego.

Una tan cruel como un muerto sin alma.

Como si el humo de aquel café se escapara hacia una atmósfera cargada de ira y espanto.

Como si las ventanas rotas dejaran entrar los ruidos de la calle.

Como si aquel trozo de labios en el puño de aquel hombre se aferrara aún a la vida, aunque sea en la inútil idea de un amor de servilleta.

PUNTITAS LA ESTRELLITA DESOBEDIENTE
El siguiente cuento lo escribí  como una asignación del Kinder de mi hijo Etienne. Los padres debíamos escribir un cuento que enseñara sobre un valor: yo escogí el de la obediencia. Mélannie es mi hija y ese personaje al igual que puntitas los eligió él. En realidad entre los dos lo hicimos y este es el resultado. Yo sólo le di forma. La idea original es de Etienne".
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PUNTITAS LA ESTRELLITA DESOBEDIENTE

A Mélannie le gustaba mirar las estrellas detrás de la ventana de su cuarto, sobre todo cuando las noches eran cálidas y serenas. Un día vio en el cielo una estrella que se hacía cada vez más grande. El astro en realidad no era tan grande cómo lo creía Mélannie, lo que pasaba es que la distancia entre ellas era cada vez menor. Después de un rato la estrella, en realidad diminuta, quedó suspendida detrás de la ventana y abriendo un par de ojitos titilantes y con voz tímida se dirigió a la niña.
-¡Hola!, me llamo Puntitas; ¿y tú como te llamas?
-Me llamo Mélannie, pero dime: ¿Qué andas haciendo por aquí?
-Paseábamos mi mamá y yo por la galaxia y por perseguir un cometa muy brillante me alejé sin permiso de ella y me perdí. ¿Sábes tú qué puedo hacer?
Mélannie, respirando hondo después del tremendo susto que le dio la tan inesperada visita respondió a continuación con tan sabias palabras:
- Estrellita, sabes que una vez yo hice lo mismo; desobedecer a mi mamita, me alejé y me perdí en el bosque que está detrás de mi casa. El susto fue tan grande que corría la noche y nadie me encontraba. De repente comencé a escuchar el canto del búho en lo alto de una rama y el aullido del coyote que creía me iba a comer. Sólo recuerdo que tenía tanto frío que supuse me iba a congelar, hasta que unos fuertes y cálidos brazos ,sólo los que las madres con su amor tienen, me sostuvieron y lograron rescatar de esa espantosa noche.
Mi corazón se arrepintió tanto en ese momento que estallé en llanto y le prometí a mi mamá nunca más volver a desobedecerle.
Te recomiendo que al igual que yo la esperes, porque estoy seguro que tu mamita vendrá y te rescatará. Eso sí no vuelvas a escaparte y prometeme obedecerle en todo lo que ella te pida.
Entonces Puntitas con lágrimas en sus ojos y muy arrepentida dijo en voz alta, que nunca más lo volvería a hacer.
Y lloró tanto que su quejido llegó hasta los oídos de la Gran Estrella, su mamá, quién presurosa voló a rescatarla.
Y dicho y hecho, como si la noche se convirtiera en día, una fuerte luz invadió el cielo y con una bella cola plateada apareció una hermosa estrella, más grande que el mismo sol y al divisar a su retoño perdido, la abrazó con tanta fuerza y amor que se fundieron en una sola nube de gases y polvo cósmico. De repente las dos se fueron alejando hasta convertirse apenas en un puntito allá en el cielo.

Mélannie sólo recuerda a la visitante de esa noche despidiéndose con una gran sonrisa y dejando una estela de rayitos luminosos como diciendo: ¡aquí te dejo un caminito, por si quieres seguirme!

Finalmente Mélannie se acurrucó hacia la derecha de la cama, pues la noche estaba muy fría y todavía faltaba mucho para que amaneciera.

martes, 24 de abril de 2012


MIGRACIÓN

Sostenido de la cornisa de un acantilado, un albatros amaneció con sus plumas empapadas por la bruma de la noche anterior. Sabía que debía esperar los primeros rayos de sol para que lograra secar su húmedo cuerpo antes de continuar su vuelo hacia el sur.

Ya había andado por misteriosos mares, soportado grandes tempestades y sorteado cientos de peñones que retrazaban su tiempo de vuelo.

Sólo la noche lo detenía apenas para que lograra descansar sus adoloridas alas. Así le quedaban todavía kilómetros que recorrer, pero nada le hacía desertar de su objetivo, siempre avanzar, nunca quedar atrás.

Esperó a que el sol provocara termales que lo elevaran a las alturas del cielo para luego enrumbarse hacia tierras inexploradas.

Tenía su ruta trazada, era sólo continuar. Su entereza y decisión sirvió de ejemplo a miles de otras aves que acompañaron su vuelo. No estaba sólo, su actitud era el norte que otros necesitaban para concluir feliz el trayecto.

Allá va el albatros, con sus plumas al viento, llevando un sueño de mejores tiempos, avanzando las horas, recordándonos que detrás de altos peñones, un ancho horizonte se expande a nuestra vista. Descubrir lo insondable de la vida.



MI ESPACIO
(poema breve)

Llénase mi espacio con el candor de tu sonrisa,
mi vacuidad con tu presencia.
Mis reproches con tu amor


NO QUISE DECIRLO

No quise decir lo que siento.
Era sólo el intento
de saltar la tristeza
y toparme con la alegría.
Esa que aún no acaba,
aunque con ella escribiera
en los muros
de diez calles vacías.

No quise expresar el deseo,
sólo robarle a la vida
un instante de miedo,
para extraer de su sabia
el elíxir del bien.

Sólo quise escuchar mis bajezas
Y creerme un niño pequeño,
Que espera el calor de una madre
Que ya hace tiempo ni recuerda.

Sólo quise decir lo siento.
Sólo quise decir te quiero

lunes, 23 de abril de 2012


ALAS A MEDIA TARDE, ALAS A MEDIA NOCHE

Alas a media noche
Posado sobre los olivares cercanos aquellos ojos avizores atravesaron el huerto hacia la
roca, en que de la frente del Humillado brotaron gotas de sangre por los pecados del mundo entero; mientras llena, la luna plateaba los contornos de las figuras reconocidas. Miró a través de los muros de piedra las antorchas de los centuriones, a un hombre que besaba la mejillas del sentenciado, confusión, enfrentamientos y un lóbulo cortado. Las alas de media noche sobrevolaron la escena y yo con ella, aunque fuese impregnada en la imagen que sólo mi mente pudo proyectar como testigo de un evento que alguna vez viví...

Alas a media tarde
En sigilo, su mirada se posó sobre aquella tumba cuya entrada apenas era cubierta por una lápida rodante.
Sobrevoló el huerto, entre peñascos y arbustos secos, en aquel paraje que años atrás sirvió de morada durante apenas tres días para dar reposo al cuerpo del Rabí. Después de haber cortado el aire con sus parduscas alas el cascajo del sendero, bajó hasta un minúsculo surco de agua, que cantarina corría entre guijarros y juncos. El sol de la hora nona calentaba más de la cuenta ese día y aquella rapaz no debía estar activa en ese momento. Solía vérsele sobrevolar los campos durante el crepúsculo o a media noche, pero a esa extraña hora no. El peregrino que le miraba desde lejos sabía que aquella ave alguna vez fue testigo del milagro sucedido en esa hermosa mañana de pascua cuando aquella lápida fue removida y ángeles sobre las colinas cercanas le recordaron a un puñado de asustadizas mujeres que no buscaran entre las piedras a un muerto si no la vida misma hecha resurrección. Sabía que quizás los zarzales que cubrían la peña sirvieron de corona para cubrir las sienes de aquel hombre sufriente, que sobre el enlozado del vía crucis sostenía un pesado madero hacia el monte de la calavera y que sobre los caminos de Emaus un caminante mostraría su rostro resplandeciente a aquellos quienes desconocieron su presencia. Sus alas a media tarde sobrevolaron de nuevo aquel sitio como queriendo decir ahí estuve, aunque siguiese siendo un divague de la mente.

domingo, 22 de abril de 2012


MIRA HIJO
Mira que la vida se agiganta a cada paso que das.
En cada resquicio del tiempo puedes quedar sujeto a una nube
o atarte a una hoja de encino y volar sobre termales como las
rapaces de alas negras, aquellas que llegan a las fronteras
del cielo.

Mira que también puedes tropezar con tus propios cordones y
sujetarte de aquellos zapatos que no te corresponden, caminar
arrastrando jirones de tus ruedos y caer en los caños de agua
de lluvia.

Mira que las mañanas te pueden llegar con el sol sobre tu cara
o con la luz a tus espaldas, mientras decides de qué lado quieres que te alumbre el Astro Rey.
Y hasta la noche se puede camuflar con la luna en el sendero, o a centímetros no ver nada y palpar el vacío.

Puedes hacer caso a las palabras escritas y pronunciadas por este
bardo insulso, o por la simplicidad de un padre que quiso contarte historias bonitas, alegres tonadas de la vida , u omitir el significado oculto de este mensaje que poco o mucho puede aportar a tu mente hijo mío y que ahora rebelo en la extensión sagrada del papel.