CAMINO AL CEMENTERIO
Un hombre de blancas barbas, endeble y encorvado por el tiempo bajaba a un
cementerio desde la ladera de una colina. Por el camino encontrose clavado en el
suelo una vieja cruz de madera, formada con dos leños amarrados por un trozo de
tela roída por el viento y el sol. Parecía tratarse de la tumba de un pobre
hombre que por fatalidad del destino no pudo llegar a ser enterrado con todos
los honores en el campo santo más cercano; que distaba de ahí algunas leguas
adelante.
Eran las cinco de la tarde y el viejo se sentía muy cansado. Decidióse descansar sobre una roca muy cómoda que junto a la cruz se encontraba.
¡Pobre infeliz; exclamó, mientras se secaba el sudor de la frente con sus propias manos. ¡Si te hubieras esperado un poco a morir, hoy tendrías tal vez una santa sepultura en aquel cementerio!. ¡Desdichado el hombre que por andar a prisa en esta vida, ni reparar en su muerte puede!.
Y la prisa ¿Por qué se inventó?. ¿Es que acaso con apurar la vida tendremos tiempo para descansar y meditar lo bueno o malo que hemos sido?. Cuanta gente por apurar el paso ha caído sin reparo en el pecado de la indiferencia. Cuantos llenos de prisa ni siquiera fijan su mirada en aquel harapiento que con manos sucias una limosna pide. Cuántos incautos por vivir a prisa pierden el derecho a apreciar lo bello que es la vida y lo mucho que nos brinda el Señor. Si aprendiéramos a detenernos un instante, y dar gracias a Él nuestra existencia tendría tal vez más sentido, seríamos más felices. He visto muchos casos que por andar a prisa, ni un instante tienen los padres para hablar con sus hijos, para jugar con ellos y amarles hasta el cansancio. ¡Qué desdichados somos aquellos que dependemos de las agujas de un reloj y hemos convertido el tiempo en un dios? ¡Y más desdichado eres tú! -señalando la cruz-, que ni siquiera pudiste esperar a morir con todas las honras bajo una tumba de aquel cementerio, muriendo aquí como un pobre animal!.
Y el viejo terminó diciendo: ¡Sólo a Dios Todo Poderoso pido te de la paz eterna que mereces, al fin y al cabo no tienes la culpa; la prisa es un mal que nos ataca a todos y no soy yo quien tiene que juzgarte. Me voy, pues hablando de prisa, tengo que llegar al cementerio antes de que empiece a llover, quizá mañana venga de nuevo a hablar contigo, por ahora Márgaret me espera.
Y el anciano, con paso cansado continuó su camino, mientras sus manos temblorosas cortaban las flores que a su paso encontraba.
Eran las cinco de la tarde y el viejo se sentía muy cansado. Decidióse descansar sobre una roca muy cómoda que junto a la cruz se encontraba.
¡Pobre infeliz; exclamó, mientras se secaba el sudor de la frente con sus propias manos. ¡Si te hubieras esperado un poco a morir, hoy tendrías tal vez una santa sepultura en aquel cementerio!. ¡Desdichado el hombre que por andar a prisa en esta vida, ni reparar en su muerte puede!.
Y la prisa ¿Por qué se inventó?. ¿Es que acaso con apurar la vida tendremos tiempo para descansar y meditar lo bueno o malo que hemos sido?. Cuanta gente por apurar el paso ha caído sin reparo en el pecado de la indiferencia. Cuantos llenos de prisa ni siquiera fijan su mirada en aquel harapiento que con manos sucias una limosna pide. Cuántos incautos por vivir a prisa pierden el derecho a apreciar lo bello que es la vida y lo mucho que nos brinda el Señor. Si aprendiéramos a detenernos un instante, y dar gracias a Él nuestra existencia tendría tal vez más sentido, seríamos más felices. He visto muchos casos que por andar a prisa, ni un instante tienen los padres para hablar con sus hijos, para jugar con ellos y amarles hasta el cansancio. ¡Qué desdichados somos aquellos que dependemos de las agujas de un reloj y hemos convertido el tiempo en un dios? ¡Y más desdichado eres tú! -señalando la cruz-, que ni siquiera pudiste esperar a morir con todas las honras bajo una tumba de aquel cementerio, muriendo aquí como un pobre animal!.
Y el viejo terminó diciendo: ¡Sólo a Dios Todo Poderoso pido te de la paz eterna que mereces, al fin y al cabo no tienes la culpa; la prisa es un mal que nos ataca a todos y no soy yo quien tiene que juzgarte. Me voy, pues hablando de prisa, tengo que llegar al cementerio antes de que empiece a llover, quizá mañana venga de nuevo a hablar contigo, por ahora Márgaret me espera.
Y el anciano, con paso cansado continuó su camino, mientras sus manos temblorosas cortaban las flores que a su paso encontraba.
17 de julio de 1985