
ZAPATOS ROTOS PARA CONTINUAR
Se sentó en el
tocón de lo que alguna vez fue un alto roble a mirar sus depreciadas botas,
llenas de huecos en su suela, cargadas de polvo y jirones de cuero guindando de
su lengüeta que en realidad daba lástima, pero aquel hombre las apreció ese día
más que nunca; según él había llegado al final de su viaje. Había recorrido
miles de kilómetros sin rumbo fijo, por el simple placer de conocer el amplio
mundo que se extendía a sus pies, oler las flores de las serranías, bajar a los
valles cargados de meandros donde las garzas se señoreaban entre los yoliyales ,
ocultarse días enteros debajo del dosel del bosque aguardando a la taltuza salir
de su madriguera , y atravesar las resecas llanuras donde el viento del este
mueve el alto pasto asustando a las tímidas codornices.
Esa tarde aquel hombre creyó haber terminado su jornada, acabado su travesía, finalizado el camino. Sentado en aquel tronco y mirando sus raídos zapatos sintió la satisfacción de haber cumplido la tarea porque aquel calzado le demostraba que ningún obstáculo lo había detenido; por el contrario, todos los había logrado sortear.
Rememoró entonces aquel dia cuando había entrado a una tienda en su natal capital y prenderse de aquellas bellas botas de cuero y lona, todas lustrosas y muy bien cosidas; sabía que ellas lo llevarían por innumerables lugares y que nunca le fallarían.
Lo cierto es que antes de decidir abandonar el recorrido dado lo maltrecho que se encontraban esos zapatos, respiró profundamente, continuo mascando las espigas de hierba que recientemente había arrancado del camino y mirando al cielo en actitud de agradecimiento, le guiño el ojo a un gorrioncillo y con una disimulada sonrisa se incorporo de nuevo y sin volver a ver los pasos dados, continuo la marcha, se dio cuenta de que no había terminado su viaje. Desde entonces a ese hombre no se le volvió a ver nunca por esos lares, o al menos jamás descansar a la orilla de ningún camino. Era un hombre caminante…
Esa tarde aquel hombre creyó haber terminado su jornada, acabado su travesía, finalizado el camino. Sentado en aquel tronco y mirando sus raídos zapatos sintió la satisfacción de haber cumplido la tarea porque aquel calzado le demostraba que ningún obstáculo lo había detenido; por el contrario, todos los había logrado sortear.
Rememoró entonces aquel dia cuando había entrado a una tienda en su natal capital y prenderse de aquellas bellas botas de cuero y lona, todas lustrosas y muy bien cosidas; sabía que ellas lo llevarían por innumerables lugares y que nunca le fallarían.
Lo cierto es que antes de decidir abandonar el recorrido dado lo maltrecho que se encontraban esos zapatos, respiró profundamente, continuo mascando las espigas de hierba que recientemente había arrancado del camino y mirando al cielo en actitud de agradecimiento, le guiño el ojo a un gorrioncillo y con una disimulada sonrisa se incorporo de nuevo y sin volver a ver los pasos dados, continuo la marcha, se dio cuenta de que no había terminado su viaje. Desde entonces a ese hombre no se le volvió a ver nunca por esos lares, o al menos jamás descansar a la orilla de ningún camino. Era un hombre caminante…
No hay comentarios:
Publicar un comentario