viernes, 3 de febrero de 2012



FLORES DE SANTA LUCIA

Acostumbraba salir en las tardes de invierno a subir la colina que detrás de su casa se alzaba en el momento en que la lluvia se ocultaba en el horizonte y el arco iris salía a engalanar los cielos.

Era entonces cuando la chiquilla con su vestidito de algodón y sus grandes trenzas acariciaba el pasto con sus desnudos pies e iba recogiendo las flores de Santa Lucía que sobre la ladera crecía, colocándolas en una pequeña canastita. El color lila intenso de los copos se desprendía de las plantas y un delicado olor a hierba fresca transmutaba el espacio hasta convertirse en golondrinas en fuga, sentimientos de libertad inmensa que no podía contener más en su pecho.
Era entonces que de su espalda brotaban como oruga en trance, un para de alas de mariposa que al son del viento agitaba y la invitaban a volar.
Volaba entonces sobre verdes montes y surcaba valles coloridos. Tocaba apenas con la punta de su nariz las nacientes de agua y jugaba con los hojas en vuelo del algún robledal.
Se detenía sobre una nube y la agitaba con sus manitas para hacerla llover. Luego regresaba a la colina a seguir recogiendo sus flores, las adoradas flores de Santa Lucía, las que con su perfume alegraban las tardes y en las noches suspendidas en un frasco inundaba la habitación, haciéndola soñar.

"Cuando muera quiero que me entierres con ellas en la colina"

En el lecho la anciana recordaba su imagen reflejada en los charquitos que sobre el húmedo y frío pasto dejaban las huellas del ganado cubiertas la noche anterior por la lluvia. Sobre su mesa de noche un florero con sendos ramilletes de Santa Lucía aguardaba como testigo la partida de la octogenaria. A un costado , una mujer pasada de cincuenta años lloraba desconsolada, orillada a la cama de la anciana.
A las tres y cincuenta de la tarde, su madre murió. De repente el florero sin razón alguna cayó al suelo y las flores comenzaron a revolotear en medio de la habitación. Un viento huracanado inundó la estancia y la anciana que yacía muerta en la cama fue poco a poco cubriéndose con los pétalos diminutos de las moradas flores, hasta llenarle todo su cuerpo de silvestres plantas.
Como capullo fue envuelta cual oruga y levitando sobre su lecho comenzó a agitarse hasta que en una explosión de colores lila y verde musgo se impregnaron las paredes de la habitación con imágenes de manos pequeñas recogiendo flores, cuerpito de niña rodando en el pasto, vuelos sublimes sobre las colinas y tardes de lluvia junto al robledal
Entre el cerrar y abrir de ojos de la mujer que escasos minutos lloraba la muerte de su madre, un silencio se apoderó de repente de la habitación, mientras el delicado perfume que provenía de aquel florero que hacía poco se había quebrado, saturó las fosas nasales de la que no dejaba de asombrarse por la visión vivida.
Optó por ponerse de pie y dirigirse a la ventana. Detrás de ella la tarde caía a prisa en un rojo intenso reflejado en las blancas nubes. Miró al cielo y con raudo vuelo, una hermosa mariposa color lila cruzó su campo visual. Una paz inmensa se apoderó de su corazón, se volvió hacia el lecho donde permanecía su madre con una sonrisa serena sembrada en su rostro, caminó hacia ella y la besó. Sabía que se encontraba ahora en un mejor lugar.

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