LA CULPA DE PEDRO GARCÍA
"¿Cuál es tu secreto?"
- Los secretos no se rebelan, los míos me avergüenzan .
"¿A quién prefieres?"
A tí, por que no me señalas y no me reprochas nada.
Pedro García, un niño de escasos 5 años, acostumbraba tirarse en el pasto a observar el movimiento de las nubes. Tanto gustaba de hacerlo que a veces se quedaba dormido y despertaba empapado por la lluviecilla ligera que bajaba de la montaña.
Solía vagar por en medio de girasoles y campos de arroz. Perdido en cavilaciones sin sentido atrapaba mariposas con una bolsa atada a un leño. Luego las colocaba en frascos de vidrio y las dejaba morir de inanición.
"¿Qué hiciste ayer?"
- Soplar flores de dientes de león para ver los plumones planear en el viento. Sabes, yo también puedo volar.
En el riachuelo se sentaba horas a observar los renacuajos con movimientos de serpiente. Era entonces cuando el pez bobo se salía del agua y se lo tragaba con todo y pantaloncillos cortos. Así navegaba a través de la corriente y llegaba a la otra orilla, donde el pez lo soltaba en el playón del río cubierto de guijarros.
"Por cierto, ¿qué hiciste las piedrecillas que te regalé?"
-Las coloqué en una lata y la enterré en un lugar secreto que ni siquiera tu sabes.
En la otra orilla se detuvo a jugar en el viejo árbol de higuerón. Se metió en la cueva que formaba sus raíces y desde adentro le hizo cosquillas al "Barrigón del bosque", tanto que comenzó el gigante a llorar sus hojas de las carcajadas que se daba.
"¿Cómo se encuentra tu hermano?"
- El doctor me dijo que cicatrizaría muy pronto su herida en el costado y la quimioterapia se encargaría de borrar todo indicio del "extraterrestre" que ataca sus pulmones. Además ayer su mamás le dio el brebaje mágico que le da fuerzas para regenerarse como "Voltron X" el titán de la televisión que vimos ayer. ¿Te acuerdas?
Cansado García de tanto andar, se detuvo frente a una barda de espinos y arrancó unos cuantos de ellos.
"¿Y dónde está tu papá?"
Dicen que lo han visto como cazador atrapando carbunclos y luciérnagas, para regalárselos a mamá. Luego los encierra en una botella y los vende en el mercado a buen precio. Algunos pagan millones por sólo ver la luz intensa de esas hadas del bosque.
"No me has contestado la primera pregunta. ¿Cuál es tu secreto?"
-Ya te lo dije, el mío me avergüenza.
"¿Por qué ?, si tu y yo somos niños y aún no te has decidido por el camino de la adultes. Sigues empeñado en castigarte. No cometiste pecado, simplemente fue una travesura, una equivocación".
-Pero no debí haberlo hecho.
Atravesó por el hueco de un rincón la barda de espinas y se adentró al patio de su casa. Yacía postrado en una cama un niño de cadavérica figura, Francisco el hermano de Pedro; otro de los García al que se le había diagnosticado un extraño cáncer pulmonar apenas unos meses atrás y que presentaba dificultades para retener el aire en sus diminutos bronquios.
"¿Y por qué lo hiciste?"
-Papá estaba quemando hierba seca y me pareció interesante extraer del rescoldo algunos carbones encendidos y con ellos poder jugar.
Un pecho amarillo cruzó raudo el cielo y se posó en las ramas de un guarumo, entonando una melodía.
"¿Pero no crees que el humo que provocaste al incendiar el establo dañó los pulmones de tu hermano?"
-No me lo recuerdes que me avergüenzo.
¡Soy culpable!
¡Soy culpable!.
El auto se detuvo frente a la residencia de los García y un hombre vestido de blanco, con estetoscopio en mano saludó de prisa a Pedro y entró presuroso a la vivienda.
"¿Cuántos has atrapado hoy?"
Cinco pajarillos y tres cometas que vi volar en el potrero, solo tuve que alzar mis manos y los atrapé en vuelo. Las avecillas las solté y las cometas las tuve que devolver a sus dueños que a kilómetros halaban las cuerdas y me rompían las manos.
En esa ocasión el doctor no venía a visitar a Francisco. La madre del enfermo estaba bien preocupada por Pedro quien lo había visto muy absorto en sí y temía que la enfermedad de su hermano le estuviera afectando.
"Hable con él Doctor, últimamente lo veo vagar por los campos, murmurando sólo y preocupado!. Temo también por su salud".
La tarde dejó escapar sus últimos rayos de un sol de verano, llena de anaranjadas luces. Las siluetas de los árboles mostraban su humanas formas.
"Amigo, ¿has hablado con él?"
- Todavía no. Me parece que está enojado por lo que le hice. Yo le provoqué la enfermedad.
El astro rey se ocultó tras las colinas y el doctor se acercó a Pedro dirigiéndole las siguientes palabras:
"Te aseguro que Francisco está recuperándose y no morirá. El cáncer ha cedido y ya lleva varios meses sin indicios de esa enfermedad. No creas que el humo de aquel incendio fue la causa que provocó su enfermedad. Él padecía de ella desde muy pequeño. Por eso no te tortures y te culpes".
Pedro sólo bajó su cabecita y haciendo pucheros se soltó a llorar un río entero de angustias que le apretaban su diminuto pecho, la culpa se había alejado de él , eran meses que guardaba en su corazón ese dolor , pero hoy era liberado. El doctor lo sostuvo entre sus brazos y sólo se resignó a callar.
Al día siguiente el sol despuntó de nuevo sobre el horizonte, y la avecillas trinaron en los juncales del riachuelo.
"¿De qué color vas a pintarlo?"
De rojo, como el que vi en el calendario que cuelga en la pared de la cocina. Vieras cómo me costó construir este aeroplano con los trozos de madera que mi padre desechó del taller. Se lo pienso regalar a Francisco. Cuando se recupere del todo salgamos al campo a volarlo.
Sacó del bote de pintura un líquido rojo y espeso que se resbalaba por las paredes del recipiente, mientras con una brocha cubría la superficie de la madera mal lijada y con clavos mal puestos.
"¿Y ya no tienes secretos?"
- Tengo muchos, pero ya no me avergüenzan. Por cierto un día de estos te revelaré uno, por ahora siéntate y ayúdame a pintar el avioncito.
Pedro miró sobre el respaldar de la silla vacía que tenía de frente, los árboles que susurraban una canción al viento y depositó sobre ella la otra brocha para que su amigo le ayudara en su tarea de pintar el avioncillo.
La madre de Pedro, recostada entre los dinteles de la puerta se alegró de verlo jugar frente a la silla vacía, deseando que algún día de nuevo su hermano la ocupara.
- Los secretos no se rebelan, los míos me avergüenzan .
"¿A quién prefieres?"
A tí, por que no me señalas y no me reprochas nada.
Pedro García, un niño de escasos 5 años, acostumbraba tirarse en el pasto a observar el movimiento de las nubes. Tanto gustaba de hacerlo que a veces se quedaba dormido y despertaba empapado por la lluviecilla ligera que bajaba de la montaña.
Solía vagar por en medio de girasoles y campos de arroz. Perdido en cavilaciones sin sentido atrapaba mariposas con una bolsa atada a un leño. Luego las colocaba en frascos de vidrio y las dejaba morir de inanición.
"¿Qué hiciste ayer?"
- Soplar flores de dientes de león para ver los plumones planear en el viento. Sabes, yo también puedo volar.
En el riachuelo se sentaba horas a observar los renacuajos con movimientos de serpiente. Era entonces cuando el pez bobo se salía del agua y se lo tragaba con todo y pantaloncillos cortos. Así navegaba a través de la corriente y llegaba a la otra orilla, donde el pez lo soltaba en el playón del río cubierto de guijarros.
"Por cierto, ¿qué hiciste las piedrecillas que te regalé?"
-Las coloqué en una lata y la enterré en un lugar secreto que ni siquiera tu sabes.
En la otra orilla se detuvo a jugar en el viejo árbol de higuerón. Se metió en la cueva que formaba sus raíces y desde adentro le hizo cosquillas al "Barrigón del bosque", tanto que comenzó el gigante a llorar sus hojas de las carcajadas que se daba.
"¿Cómo se encuentra tu hermano?"
- El doctor me dijo que cicatrizaría muy pronto su herida en el costado y la quimioterapia se encargaría de borrar todo indicio del "extraterrestre" que ataca sus pulmones. Además ayer su mamás le dio el brebaje mágico que le da fuerzas para regenerarse como "Voltron X" el titán de la televisión que vimos ayer. ¿Te acuerdas?
Cansado García de tanto andar, se detuvo frente a una barda de espinos y arrancó unos cuantos de ellos.
"¿Y dónde está tu papá?"
Dicen que lo han visto como cazador atrapando carbunclos y luciérnagas, para regalárselos a mamá. Luego los encierra en una botella y los vende en el mercado a buen precio. Algunos pagan millones por sólo ver la luz intensa de esas hadas del bosque.
"No me has contestado la primera pregunta. ¿Cuál es tu secreto?"
-Ya te lo dije, el mío me avergüenza.
"¿Por qué ?, si tu y yo somos niños y aún no te has decidido por el camino de la adultes. Sigues empeñado en castigarte. No cometiste pecado, simplemente fue una travesura, una equivocación".
-Pero no debí haberlo hecho.
Atravesó por el hueco de un rincón la barda de espinas y se adentró al patio de su casa. Yacía postrado en una cama un niño de cadavérica figura, Francisco el hermano de Pedro; otro de los García al que se le había diagnosticado un extraño cáncer pulmonar apenas unos meses atrás y que presentaba dificultades para retener el aire en sus diminutos bronquios.
"¿Y por qué lo hiciste?"
-Papá estaba quemando hierba seca y me pareció interesante extraer del rescoldo algunos carbones encendidos y con ellos poder jugar.
Un pecho amarillo cruzó raudo el cielo y se posó en las ramas de un guarumo, entonando una melodía.
"¿Pero no crees que el humo que provocaste al incendiar el establo dañó los pulmones de tu hermano?"
-No me lo recuerdes que me avergüenzo.
¡Soy culpable!
¡Soy culpable!.
El auto se detuvo frente a la residencia de los García y un hombre vestido de blanco, con estetoscopio en mano saludó de prisa a Pedro y entró presuroso a la vivienda.
"¿Cuántos has atrapado hoy?"
Cinco pajarillos y tres cometas que vi volar en el potrero, solo tuve que alzar mis manos y los atrapé en vuelo. Las avecillas las solté y las cometas las tuve que devolver a sus dueños que a kilómetros halaban las cuerdas y me rompían las manos.
En esa ocasión el doctor no venía a visitar a Francisco. La madre del enfermo estaba bien preocupada por Pedro quien lo había visto muy absorto en sí y temía que la enfermedad de su hermano le estuviera afectando.
"Hable con él Doctor, últimamente lo veo vagar por los campos, murmurando sólo y preocupado!. Temo también por su salud".
La tarde dejó escapar sus últimos rayos de un sol de verano, llena de anaranjadas luces. Las siluetas de los árboles mostraban su humanas formas.
"Amigo, ¿has hablado con él?"
- Todavía no. Me parece que está enojado por lo que le hice. Yo le provoqué la enfermedad.
El astro rey se ocultó tras las colinas y el doctor se acercó a Pedro dirigiéndole las siguientes palabras:
"Te aseguro que Francisco está recuperándose y no morirá. El cáncer ha cedido y ya lleva varios meses sin indicios de esa enfermedad. No creas que el humo de aquel incendio fue la causa que provocó su enfermedad. Él padecía de ella desde muy pequeño. Por eso no te tortures y te culpes".
Pedro sólo bajó su cabecita y haciendo pucheros se soltó a llorar un río entero de angustias que le apretaban su diminuto pecho, la culpa se había alejado de él , eran meses que guardaba en su corazón ese dolor , pero hoy era liberado. El doctor lo sostuvo entre sus brazos y sólo se resignó a callar.
Al día siguiente el sol despuntó de nuevo sobre el horizonte, y la avecillas trinaron en los juncales del riachuelo.
"¿De qué color vas a pintarlo?"
De rojo, como el que vi en el calendario que cuelga en la pared de la cocina. Vieras cómo me costó construir este aeroplano con los trozos de madera que mi padre desechó del taller. Se lo pienso regalar a Francisco. Cuando se recupere del todo salgamos al campo a volarlo.
Sacó del bote de pintura un líquido rojo y espeso que se resbalaba por las paredes del recipiente, mientras con una brocha cubría la superficie de la madera mal lijada y con clavos mal puestos.
"¿Y ya no tienes secretos?"
- Tengo muchos, pero ya no me avergüenzan. Por cierto un día de estos te revelaré uno, por ahora siéntate y ayúdame a pintar el avioncito.
Pedro miró sobre el respaldar de la silla vacía que tenía de frente, los árboles que susurraban una canción al viento y depositó sobre ella la otra brocha para que su amigo le ayudara en su tarea de pintar el avioncillo.
La madre de Pedro, recostada entre los dinteles de la puerta se alegró de verlo jugar frente a la silla vacía, deseando que algún día de nuevo su hermano la ocupara.
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