(Libro de vida)
PRÓLOGO
Ahora que estoy a escasos años de llegar a la mediana edad, me doy cuenta de que
Dios se me ha manifestado a lo largo de mi vida de diversas formas. No en vano
su mano todavía toca mi frente para sanar mis heridas físicas y espirituales. Se
arrodilla- sin que yo lo merezca- a lavar mis pies cansados y me susurra al oído
que aún puedo contar con su presencia.
Sé que también existen seres alados que sin ser ángeles actúan como enviados del cielo para contar sus historias. Criaturas que constantemente vemos en los parques y plazas; en las cornisas de los edificios antiguos o en las techumbres herrumbradas de los suburbios. Ellos tratan de decirnos algo, marcan el tiempo de las ciudades, estrellan su presencia en nuestras pupilas con el taciturno andar descuidado de sus diminutos miembros y nos recuerdan que aún tenemos una misión encomendada por el Arquitecto del Universo: resguardar su creación.
En relación con lo anterior; los eventos que narraré a continuación sucedieron alrededor de Fénix, un pichón de paloma de castilla que en 2010 accidentalmente calló en mis manos. Tal encuentro significará toda una escuela de vida que guardaré siempre en mi mente y en el corazón.
De esta ave, pude extraer siete enseñanzas principales y que a continuación expongo en este pequeño libro. Cada capítulo va acompañado de una cita bíblica que respalda lo narrado.
Sé que también existen seres alados que sin ser ángeles actúan como enviados del cielo para contar sus historias. Criaturas que constantemente vemos en los parques y plazas; en las cornisas de los edificios antiguos o en las techumbres herrumbradas de los suburbios. Ellos tratan de decirnos algo, marcan el tiempo de las ciudades, estrellan su presencia en nuestras pupilas con el taciturno andar descuidado de sus diminutos miembros y nos recuerdan que aún tenemos una misión encomendada por el Arquitecto del Universo: resguardar su creación.
En relación con lo anterior; los eventos que narraré a continuación sucedieron alrededor de Fénix, un pichón de paloma de castilla que en 2010 accidentalmente calló en mis manos. Tal encuentro significará toda una escuela de vida que guardaré siempre en mi mente y en el corazón.
De esta ave, pude extraer siete enseñanzas principales y que a continuación expongo en este pequeño libro. Cada capítulo va acompañado de una cita bíblica que respalda lo narrado.
Capítulo I
ABANDONARSE EN SUS MANOS
"Pon tu vida en las manos del Señor; confía en
Él y Él vendrá en tu ayuda"?
Salmo 37.
Salmo 37.
Aquellos que han
experimentado la pérdida de un ser querido en manos de la muerte, los que han
entregado todo por un amor y éste simplemente decide de la noche a la mañana
abandonarles. Aquel soldado cansado y herido que regresa a casa después de la
guerra y encuentra su hogar destruido, o el humilde obrero que no tiene nada que
llevar a la mesa para cenar, es probablemente el ser más digno de compasión y
misericordia del mundo.
Es cuando al sentirnos totalmente solos, no nos queda más salida que refugiarnos en las cálidas manos de Aquel que nos dio la vida.
Supongo que aunque mis manos nunca podrán compararse con las del Omnipresente, las mías significaron para ese pichón de paloma que había perdido su mullido nido y que mi familia y yo encontramos en una descuidada acera de mi barrio, su único refugio y salvación en aquel momento de vacuidad de su temprana existencia. Aquella infortunada avecilla había caído de algún alero y se vio totalmente indefensa y perdida en medio del ruido de los autos y el transitar de las indiferentes personas. Si hay algo que nos llamó la atención fue ver a la que suponíamos su madre, alejarse de él, mientras el pichoncillo desesperado la seguía con un piar que demostraba angustia. Finalmente otra de las cosas que nos sorprendió fue que no se hizo necesario correr tras de él para atraparlo, simplemente se quedó rendido ante mis miembros que lo apretaban con firmeza. Pudo huir en ese instante, pero al igual que los humanos en situaciones de abandono depositan su confianza en la Providencia Divina aquella paloma sabía que podía confiar en aquellas manos que indignamente simulaban las de Dios.En esa tarde soleada de verano la causalidad (*) se interpuso a la casualidad y fuimos testigos de que Dios nos habla de diversas formas. En ese instante aquel pichón me enseñó el valor de la compasión y que cuando nos sentimos totalmente solos e indefensos basta apenas con rendirse ante su presencia.
(*) Los que confiamos en Dios creemos que todo en la vida tiene una causa divina y nada es por casualidad
Es cuando al sentirnos totalmente solos, no nos queda más salida que refugiarnos en las cálidas manos de Aquel que nos dio la vida.
Supongo que aunque mis manos nunca podrán compararse con las del Omnipresente, las mías significaron para ese pichón de paloma que había perdido su mullido nido y que mi familia y yo encontramos en una descuidada acera de mi barrio, su único refugio y salvación en aquel momento de vacuidad de su temprana existencia. Aquella infortunada avecilla había caído de algún alero y se vio totalmente indefensa y perdida en medio del ruido de los autos y el transitar de las indiferentes personas. Si hay algo que nos llamó la atención fue ver a la que suponíamos su madre, alejarse de él, mientras el pichoncillo desesperado la seguía con un piar que demostraba angustia. Finalmente otra de las cosas que nos sorprendió fue que no se hizo necesario correr tras de él para atraparlo, simplemente se quedó rendido ante mis miembros que lo apretaban con firmeza. Pudo huir en ese instante, pero al igual que los humanos en situaciones de abandono depositan su confianza en la Providencia Divina aquella paloma sabía que podía confiar en aquellas manos que indignamente simulaban las de Dios.En esa tarde soleada de verano la causalidad (*) se interpuso a la casualidad y fuimos testigos de que Dios nos habla de diversas formas. En ese instante aquel pichón me enseñó el valor de la compasión y que cuando nos sentimos totalmente solos e indefensos basta apenas con rendirse ante su presencia.
(*) Los que confiamos en Dios creemos que todo en la vida tiene una causa divina y nada es por casualidad
Capítulo II
CUANDO EL HAMBRE LLEGA
"Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que
cree en mí nunca tendrá sed." Juan 6, 35
Si alguna vez nuestros
estómagos resuenan de hambre y hay poco o nada de comer, empezamos a
desesperarnos. Nuestros jugos gástricos comienzan a hacer estragos en nuestro
carácter y en escasos minutos perdemos el buen humor. De inmediato comenzamos a
preparar la cena o desayuno según sea la hora, o simplemente abrimos un paquete
de galletas o bolsa de papas fritas; debido a que nuestro instinto, es llenar
aquel vacío energético con cualquier tipo de alimento, sin que medie la
contabilidad de calorías o sin reparar si son nutritivas o no. Por lo menos así
reaccionamos la mayoría de las personas que aún contamos con los recursos que
brinda la sociedad moderna, aunque se sabe que hay regiones del planeta donde
las hambrunas se apoderan de poblaciones enteras, llegando incluso a niveles
catastrófico. En estas circunstancias es imposible, pensar en satisfacer las
necesidades de alimento
Tomando en cuenta lo anterior; una vez que llevamos aquel pichón a nuestro hogar, y que mis hijos lo bautizaran con el acertado nombre de FENIX ( aquel animal mitológico que había resurgido de las mismas cenizas), inmediatamente le dimos de comer migajas de pan empapadas en agua. No dejaba de picotear nuestras manos en busca de más alimento. Al final decidimos darle de comer hojuelas de avena; alimento que gustó mucho y que constantemente pedía.
Reflexiono entonces que cuando adquirimos conciencia del infinito amor que Dios nos tiene, empezamos a experimentar la necesidad de su presencia. Es cuando en una simple ráfaga de viento moviendo algún matorral, las difuminadas luces del crepúsculo, o un simple aroma a flor silvestre reconocemos que el Creador existe. Sentimos que somos seres indefensos, "hambrientos constantes de Él" y nada logra saciar ese hambre, porque el Señor quiere que sea así; que le busquemos siempre. No debemos preocuparnos entonces, porque ese alimento espiritual se acabe. "¡Estoy completamente seguro de que nunca se terminará!", pues Dios nos brinda la ración necesaria para llevar a cuesta las cargas de cada día, en espera del "Gran banquete" que de seguro nos tiene preparado cuando lleguemos a su presencia.
Fénix me enseñó que en su necesidad de alimento siempre depositó la confianza en sus cuidadores, los que al igual que el Dador de Vida, en todo momento está dispuesto a saciar nuestra hambre espiritual, sólo falta que invoquemos su nombre.
Tomando en cuenta lo anterior; una vez que llevamos aquel pichón a nuestro hogar, y que mis hijos lo bautizaran con el acertado nombre de FENIX ( aquel animal mitológico que había resurgido de las mismas cenizas), inmediatamente le dimos de comer migajas de pan empapadas en agua. No dejaba de picotear nuestras manos en busca de más alimento. Al final decidimos darle de comer hojuelas de avena; alimento que gustó mucho y que constantemente pedía.
Reflexiono entonces que cuando adquirimos conciencia del infinito amor que Dios nos tiene, empezamos a experimentar la necesidad de su presencia. Es cuando en una simple ráfaga de viento moviendo algún matorral, las difuminadas luces del crepúsculo, o un simple aroma a flor silvestre reconocemos que el Creador existe. Sentimos que somos seres indefensos, "hambrientos constantes de Él" y nada logra saciar ese hambre, porque el Señor quiere que sea así; que le busquemos siempre. No debemos preocuparnos entonces, porque ese alimento espiritual se acabe. "¡Estoy completamente seguro de que nunca se terminará!", pues Dios nos brinda la ración necesaria para llevar a cuesta las cargas de cada día, en espera del "Gran banquete" que de seguro nos tiene preparado cuando lleguemos a su presencia.
Fénix me enseñó que en su necesidad de alimento siempre depositó la confianza en sus cuidadores, los que al igual que el Dador de Vida, en todo momento está dispuesto a saciar nuestra hambre espiritual, sólo falta que invoquemos su nombre.
Capítulo III
UNA MUESTRA DE AGRADECIMIENTO

"No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle y denle gracias también. Así Dios les dará su paz que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esa paz cuidará sus corazones y sus pensamientos, porque ustedes están unidos a Cristo Jesús". Filipenses 3,4.
Los humanos solemos utilizar el lenguaje gestual para demostrar afecto, enojo, alegría o incluso agradecimiento. En los animales domésticos, como el perro; el mover la cola intempestivamente o en los gatos el acercarse al amo rozando su pelaje suavemente contra sus piernas, son muestras de cariño y afecto bastante comunes.
En las aves esas muestras de afectos son más sutiles y poco percibidas por los humanos; es por eso que lo primero que llamó mi atención a la llegada de Fénix a mi hogar fue el aleteo constante que aquella ave hacía cada vez que nos acercábamos para darle de comer. Pero lo que más me sorprendió fue verle revolotear por toda la casa y posarse frecuentemente en nuestros hombros. A menudo me picoteaba la oreja como diciendo: "gracias por cuidar de mí".
A lo largo de esta historia quiero creer que al igual que los humanos agradecemos por medio de la oración, todas las bendiciones que provienen de Dios, las palomas también agradecen a su Creador por medio de su canto que no es otra cosa que una oración al mismo Cielo. Una vez más considero que los animales son criaturas agradecidas con cualquier gesto de protección que los humanos les otorguen los cuales consideran una extensión de los favores que el mismo Padre les da. Concluyo que deberíamos aprender de ellos el valor de agradecer por todo lo pequeño, lo grande, lo bello, lo feo, las dificultades y las alegrías, lo escondido y revelado que Dios nos brinda todos los días.
Capítulo IV.
EL ETERNO RETORNO AL HOGAR
…" El hijo le dijo: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo. Pero el padre ordenó a sus criados: Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; póngale también un anillo en el dedo y sandalias en los pies.”
Lucas 15, 11-32
De todos es conocido el pasaje del nuevo testamento relacionado con el hijo que regresa al hogar, después de que su insensatez lo llevó a malgastar su dinero en juergas y desventuras. Pobre, cansado y hambriento, su padre lo recibe con un fuerte abrazo, le prepara un opíparo banquete y le viste con el mejor de los trajes, situación que provoca la envidia de su propio hermano.
De esa misma manera Fénix me recordó ese texto bíblico, el día que por fin había regresado después de una semana de ausencia. El día que sin más y más decidió huir por un resquicio del patio y abandonar el hogar que le habíamos proporcionado.
Por “causalidad” aquella extraña paloma apareció sobre la vitrina de un establecimiento de baterías de autos que se encuentra a escasos metros de nuestra casa. Etienne, mi hijo mayor iba de la mano de su madre dispuesto a cruzar la calle, cuando de pronto divisó al animal que extrañamente se había posado sobre la vidriera del lugar. El dueño de aquel local estaba haciendo lo posible para atraparlo, pero ella revoloteaba de un lugar a otro. Mi hijo con su carita iluminada por la emoción logró asirlo en sus manos y corrió de prisa donde estaba su madre. Después de dar explicaciones de cómo se había perdido aquella paloma, aquel sorprendido señor sólo se dignó sonreírle al chiquillo, abandonando la idea de quedarse con el animalejo.
Madre e hijo regresaron contentos a casa y después de colocarle un recipiente con agua, aquella ave limpió su plumaje a como pudo, aceptando como si nada hubiese sucedido la ayuda pronta que mi esposa le ofreció para extraerle los restos de cuita y polvo que cubrían el hermoso plumaje de adulto que ya asomaba por sus canutos.
Se había escapado durante una semana y en ese corto espacio de tiempo aquella ave ya había cambiado de plumaje y su voz se había transformado de un tosco gorjeo, al arrullo dulce y melancólico de todas las palomas del mundo.
En la tarde de ese singular día que ya ni recuerdo de qué mes correspondía, Daysi mi esposa me llamó eufórica al trabajo lanzándome la sorpresiva pregunta de…”¿adivina quién regresó?. Yo inmediatamente intuí la respuesta y con el corazón henchido de alegría sólo acaté a responder con otra pregunta…”no me digas… ¿Fénix?”.
Al regreso de mi trabajo mi alegría fue tal que reconocí en aquella huidiza ave, la dicha que trae el regreso de nuestros seres queridos al hogar, los cuales queremos colmarlos de atenciones y cariño. Me recordó además las palabras que alguna vez leí en el Nuevo Testamento y que versan sobre la alegría que hay en el Cielo por un pecador convertido y la del pastor por hallar su oveja extraviada…
Capítulo V
LA PACIENCIA Y EL AMOR
"Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien críenlos con disciplina e instrúyanlos en el amor al Señor" Efesios 6, 4.
Cada vez que veía a Fénix como era de su naturaleza, esparcir por toda la casa las semillas de arroz, avena o alpiste cuando le daba de comer, o lanzar contra el suelo en su aleteo alguno que otro objeto cualquiera; me recordaba las travesuras de mis hijos Nigel y Etienne. Por eso al hacer un paralelismos entre aquella inquieta criatura y mis pupilos no me queda otra conclusión que aceptar que todos aquellos que tenemos la dicha de ser progenitores debemos revestirnos con la armadura del amor y la paciencia para no maltratar de palabra y mucho menos de obra a nuestros traviesos infantes.
Cualquier altercado o travesura que cometan la debemos colocar en el lugar justo y en la medida exacta que corresponde. Al final, ¿qué niño no ha quebrado un florero o adorno de mesa, ha derramado la sal o algún líquido en el suelo, o ha rayado las paredes con el primer crayón que aparezca en sus manos?. Seguro que lo que ha mediado en esto, es un simple asunto lúdico o la torpeza de sus movimientos que demuestra que aún no controla su espacio.
Lo importante es plantearnos la idea de que a través del juego y experimentación fallida - que muchas veces consideramos travesuras-, los niños aprenden y se apropian de su entorno y es parte de la etapa de desarrollo que están viviendo. La paciencia y el amor deben ser la consigna que todo ser que se considera adulto debe tener hacia criaturas tan inocentes y cándidas como son los niños y porqué no, hacia mascotas tan frágiles como Fénix.
Termino como en los otros capítulos expresando que Dios en su infinita misericordia desborda amor y paciencia entre las "Grandes Travesuras" - y lo escribo en mayúscula - que hacemos los humanos por las que tenemos a este mundo de cabeza: contaminamos el aire, el agua y el suelo, asesinamos a sangre fría a nuestros semejantes en cruentas guerras, cortamos en forma desmedida los árboles del bosque y por todos los medios ruines y crueles minimizamos a nuestros semejantes, como si deseáramos estar solos y que el resto de la humanidad no existiera. Se impone entonces el Yo, sobre el Nosotros.
Como Padre amoroso que es, Dios nos sigue amando y perdonando nuestras iniquidades y nos sigue teniendo paciencia, ¿pero hasta cuando?
Sólo espero que ésta nunca se le acabe.
Capítulo VI
EJEMPLO DE HUMILDAD
" No se preocupen por lo que han de comer para vivir, ni por la ropa que han de ponerse. La vida vale más que la comida, y el cuerpo más que la ropa"
Lucas 12, 22-29
Me hago ahora esta larga pregunta: "¿Los seres que a menudo consideramos menos inteligentes que nosotros, no serán los que más cercanos y ligados están de Dios, por la condición misma de que dependen en un cien por ciento de lo que Él les provee, incluyendo la vida misma?"
Ellos aceptan su condición tal como vinieron al mundo, sin las mezquindades y construcciones mentales que los seres humanos solemos elaborar. Los animales no necesitan acumular riquezas, cambiar de auto cada cierto tiempo para ponerse al día con la moda, o mucho menos envidiar el traje que el "Gran Sastre" creó para cada una de las especies. Nunca he oído hablar de que una simple paloma quisiera engalanarse con el colorido plumaje del maravilloso quetzal o que el cervatillo envidiara la frondosa melena del León. En cambio los humanos gastamos millones al año en cosméticos y cirugías complicadas y peligrosas para cambiar nuestra apariencia y retrasar las marcas que los años dejan en nuestra piel. En esa fragilidad desinteresada y humilde de los animales que no esperan de la vida más de lo necesario para existir, está el secreto de la anhelada felicidad de los humanos. Ellos se aceptan a sí mismos, sin debatirse en discusiones acerca del papel que juegan en la naturaleza. Sólo dan por un hecho de que existen y punto.
Si aprendiéramos de ellos el valor de la humildad, el de aceptarnos tal como somos, pequeños, altos, flacos, gordos, adinerados o pobres, nos despojaríamos de grandes pesos o lastres que a la larga impiden alcanzar nuestra paz interna. Viviríamos entonces con una constante sonrisa en el rostro, como si fuese una navidad eterna.
Capítulo VII
FORTALEZA EN LA ADVERSIDAD
"Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable.
Y pueden confiar en Dios, que no les dejará sufrir pruebas más duras de lo que
pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Él les dará también
la manera de salir de ella, para que puedan soportarla". I corintios, 10,
13.
Quizás de todas las enseñanzas que en su corta existencia Fénix nos legó, fue la fortaleza y resignación que digo yo sólo los seres celestiales o que están en íntima comunión con Dios pueden lograr, cuando las nubes de la adversidad les alcanzan. Digo que en el caso de aquella frágil paloma de seguro su candidez y fortaleza, sólo provenía de la mano misma de su propio Creador. Y es que después del regreso a nuestra casa, aquella ave comenzó a presentar síntomas de una enfermedad extraña; de esas que el humano poco o nada comprende. De la base de su pico le empezó a crecer un extraño tumor infeccioso que provocó que se le fuese desprendiendo partes de la piel del buche, hasta imposibilitarlo en su etapa terminal, poder tragar los alimentos.
Recuerdo las tantas veces que entre mi esposa y yo tuvimos que extraerle de su pico, piel muerta llena de una masa purulenta, con el fin de que al menos un día más pudiera ingerir las migas de pan en agua u hojuelas de avena, que con tanta dificultad intentaba tragar.
Nosotros como familia creíamos que la avechucha se había salvado de contraer enfermedades, al estar aislada de sus parientes y probablemente en el lapso que se escapó, estableció contacto con alguna otra ave contagiada, tuvo algún tipo de accidente o infortunio o incluso ingirió algo que le dañó sus órganos digestores.
Lo cierto es que ella sufría en silencio y a pesar de que la maltratábamos cada vez que le introducíamos un hisopo para hacerle limpieza en el buche, nunca mostró desprecio por nosotros, al contrario, seguía brindándonos la alegría de sus aleteos cada vez que llegábamos y mientras tuvo fuerzas, continuó posándose sobre mi hombro, en señal de afecto y gratitud.
En tal circunstancia, aquella sufriente criatura me enseñó que en las peores circunstancias, cuando alguna enfermedad crítica llega a nuestro hogar y el dolor es tan grande; la paciencia, gratitud y lucha por sobrevivir se deben imponer ante todo.
Debo agradecer que no he vivido; por lo menos aún, una enfermedad terminal en mi familia, pero reconozco y admiro la valentía de muchos casos que conozco y he leído sobre padecimientos de cáncer y cómo por medio de la fortaleza, la paciencia y un asiduo sentimiento de lucha, muchos han salido victoriosos y los que no, han tenido una muerte digna, al aceptar su condición de abandonarse serenamente en manos del que le dio la vida y ahora su muerte.
Este fue el caso de aquella hermosa ave, que en sus últimos días, con el rostro casi deforme por aquella extraña úlcera le tocó finalmente resignarse a morir.
Una mañana y tras catorce horas de agonía, finalmente dejamos de escuchar su arrullo. Habíamos decidido desde la tarde anterior resguardarla en un cajón con retazos de tela para mantenerla caliente. Nuestros corazones presentían que esas serían sus últimas horas y que los esfuerzos por indagar en internet sobre su condición y recurrir incluso al veterinario habían sido inútiles.
Tengo en mi mente el recuerdo de sus brillantes ojos clavándose sobre los míos con la serenidad y ternura que siempre le caracterizó. Definitivamente aquella tan singular y a la vez tan común ave había removido mi desgastado corazón que se negaba a recordar la importancia de convivir con otros seres que no fueran humanos.
Creo que el tiempo diluye a veces la inocencia de los primeros años, cuando un gatito, un ave canora o un cachorro nos despertaba sentimientos de amor y compasión por los inocentes animales.
Aún en esos momentos de dolor, agradezco a Fénix, sus enseñanzas, quizás su muerte fue la principal de ellas.
Quizás de todas las enseñanzas que en su corta existencia Fénix nos legó, fue la fortaleza y resignación que digo yo sólo los seres celestiales o que están en íntima comunión con Dios pueden lograr, cuando las nubes de la adversidad les alcanzan. Digo que en el caso de aquella frágil paloma de seguro su candidez y fortaleza, sólo provenía de la mano misma de su propio Creador. Y es que después del regreso a nuestra casa, aquella ave comenzó a presentar síntomas de una enfermedad extraña; de esas que el humano poco o nada comprende. De la base de su pico le empezó a crecer un extraño tumor infeccioso que provocó que se le fuese desprendiendo partes de la piel del buche, hasta imposibilitarlo en su etapa terminal, poder tragar los alimentos.
Recuerdo las tantas veces que entre mi esposa y yo tuvimos que extraerle de su pico, piel muerta llena de una masa purulenta, con el fin de que al menos un día más pudiera ingerir las migas de pan en agua u hojuelas de avena, que con tanta dificultad intentaba tragar.
Nosotros como familia creíamos que la avechucha se había salvado de contraer enfermedades, al estar aislada de sus parientes y probablemente en el lapso que se escapó, estableció contacto con alguna otra ave contagiada, tuvo algún tipo de accidente o infortunio o incluso ingirió algo que le dañó sus órganos digestores.
Lo cierto es que ella sufría en silencio y a pesar de que la maltratábamos cada vez que le introducíamos un hisopo para hacerle limpieza en el buche, nunca mostró desprecio por nosotros, al contrario, seguía brindándonos la alegría de sus aleteos cada vez que llegábamos y mientras tuvo fuerzas, continuó posándose sobre mi hombro, en señal de afecto y gratitud.
En tal circunstancia, aquella sufriente criatura me enseñó que en las peores circunstancias, cuando alguna enfermedad crítica llega a nuestro hogar y el dolor es tan grande; la paciencia, gratitud y lucha por sobrevivir se deben imponer ante todo.
Debo agradecer que no he vivido; por lo menos aún, una enfermedad terminal en mi familia, pero reconozco y admiro la valentía de muchos casos que conozco y he leído sobre padecimientos de cáncer y cómo por medio de la fortaleza, la paciencia y un asiduo sentimiento de lucha, muchos han salido victoriosos y los que no, han tenido una muerte digna, al aceptar su condición de abandonarse serenamente en manos del que le dio la vida y ahora su muerte.
Este fue el caso de aquella hermosa ave, que en sus últimos días, con el rostro casi deforme por aquella extraña úlcera le tocó finalmente resignarse a morir.
Una mañana y tras catorce horas de agonía, finalmente dejamos de escuchar su arrullo. Habíamos decidido desde la tarde anterior resguardarla en un cajón con retazos de tela para mantenerla caliente. Nuestros corazones presentían que esas serían sus últimas horas y que los esfuerzos por indagar en internet sobre su condición y recurrir incluso al veterinario habían sido inútiles.
Tengo en mi mente el recuerdo de sus brillantes ojos clavándose sobre los míos con la serenidad y ternura que siempre le caracterizó. Definitivamente aquella tan singular y a la vez tan común ave había removido mi desgastado corazón que se negaba a recordar la importancia de convivir con otros seres que no fueran humanos.
Creo que el tiempo diluye a veces la inocencia de los primeros años, cuando un gatito, un ave canora o un cachorro nos despertaba sentimientos de amor y compasión por los inocentes animales.
Aún en esos momentos de dolor, agradezco a Fénix, sus enseñanzas, quizás su muerte fue la principal de ellas.
Camino de prisa, mis pies me conducen por cualquier calle de la ciudad, hasta desembocar en un parque de frondosos árboles de pino. Ensimismado en la cotidianidad inútil de los mortales no reparo en que a mis oídos llega un sonido alguna vez conocido. Me percato entonces que esa melodía siempre me había acompañado desde pequeño; cuando mirando a través de los ventanales de mi escuela me abstraía de las lecciones de gramática, mientras escuchaba atento el arrullo de alguna solitaria paloma que de seguro permanecía posada en el tendido eléctrico o en las ramas del viejo sauce que daba al patio interior.
Ahora cada vez que transito por alguna plaza o me confundo en el conglomerado de esta ciudad, escucho a menudo esa eterna onomatopeya, que ahora sí logro entender.
Enero de 2011
Onomatopeya: figura literaria que se refiere al sonido que producen los animales en la naturaleza. El de la paloma es el arruyo.
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