domingo, 19 de febrero de 2012



EL MILAGRO

Sólo se veían decenas de paraguas negros bajar de la colina; una lluvia necia no dejaba de caer y la misa apenas había terminado. Todos los feligreses que durante ya varios días habían presenciado el milagro del cristo que lloraba sangre se habían congregado esa tarde para participar de la Eucaristía. Algunos llegaron con la intención de ser sanados de algún padecimiento o enfermedad, otros para curarse de las enfermedades del alma, aquellas que son más perdurables y más daño hacen. Lo cierto es que todos tenían alguna intención personal, alguna razón para subir la colina y encontrarse con la estatua del Cristo redentor cuyo granito se manchaba con una sangre roja que rodaba desde sus ojos hasta el pedestal que lo sostenía. Siempre que sucedía el milagro, se completaba con una fuerte lluvia que borraba cualquier indicio de lo sucedido. Esa tarde mientras el sacerdote levantaba el cáliz al cielo, la estatua igualmente repitió el milagro. Todos los presentes quedaron extasiados hasta el punto de que algunos se desmayaron y otros lloraron sin parar. Al despejarse las nubes y las hojas de los madroños contener las últimas gotitas de la reciente lluvia que pasó, la muchedumbre fue abandonando poco a poco el paraje. Sólo el sonido del viento silbando en las agujas de los pinos se lograba escuchar, acompañado de una que otra avecilla que anunciaba la llegada de las sombras. Comenzaba a oscurecer.
Quedó sólo un niño de escasos diez años, él acostumbraba caminar por esos lares recogiendo florecillas del campo o guijarros de la quebrada que bajaba de esas serranías.
Él no pertenecía al grupo de feligreses que habían llenado la colina , era un simple lugareño que todos los días acostumbraba pasear por las colinas. Se acercó a la estatuilla del Cristo Redentor y como siempre le daba vueltas, haciendo "avioncillo", luego hablaba a la imagen sobre cosas de niños. Por cierto que en esta ocasión el Cristo le preguntó:
-¿A qué vienes hoy?
-Sólo a jugar contigo.
-¿Qué milagro quieres que haga en ti?
-Ninguno, ya lo hiciste.
-¿Cuál?-
-Estar contigo.

Esa tarde los feligreses que horas atrás habían colmado la colina regresaron a su casa con una serie de preguntas en su mente, el niño que acostumbraba rondar por esos parajes regresó a casa con una sonrisa en sus labios y la alegría de ser testigo del milagro de una buena compañía...

"La gente de este tiempo, pide una señal milagrosa, pero no va a dársele más señal que la de Jonás". Lucas, 11-29.

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