lunes, 13 de febrero de 2012


MISIÓN AL AMANECER

Ezequías había comprado ese gallo movido por aquel sentimiento de protección que lo caracterizaba desde niño. El ave cojeaba y su mirada era triste. Parecía que con el constante ir y venir de un pueblo a otro, el comerciante no reparaba en asegurar bien las jaulas en que encaramadas al camello viajaban la infortunadas aves.

En repetidas ocasiones algunas de ellas con todo y contenido rodaban por el suelo lastimando sus pobres patas o quebrando incluso alguna desventurada ala.

A Samuel, como Ezequías bautizó al gallo, se le había quebrado su pata izquierda, misma que el tiempo encargó de soldar, pero que desgraciadamente deformó su espolón, haciéndole cojear cada vez que intentaba dar un paso; Además extrañamente no podía cantar, pues la naturaleza le había negado ese privilegio que sus demás parientes tenían. A pesar de ello, Ezequías no dejaba de alegrarse por su reciente adquisición, mientras los vecinos murmurban por tan extraña compra:
¡Pero es que ni siquiera tiene criadero de gallinas!. ¿Para qué querrá ese viejo gallo que ni cantar puede?. Se oía entre las tiendas del pueblo.
¡Será que piensa cocinarlo?. De todas maneras se sabe que él vive sólo en la casa de la loma y algunos aseguran que hasta está loco. ¡Dios lo cuide de sus actos!, terminó de exclamar una matrona. ¡Dios lo guarde!, la secundó otra.

Ezequías con el gallo bajo el brazo, dobló en la esquina del mercado y se introdujo en un huerto para continuar orillado a una barda, hasta el predio que conducía a su hogar. Él sabía que todo el pueblo lo tachaba de loco y que algunos le temían. Además, afirmaban incluso que le oían pronunciar conjuros mágicos. Y no habrá habido alguno que hasta haya creído que ese gallo lo utilizaría para preparar alguna pócima secreta para quién sabe que mal.

Lo cierto es que Ezequías era un simple romano de lejana descendencia judía,que en sus años mozos fue un centurión que vió muchas guerras venir y muchas conquistas pasar, fiel al emperador y presto a servir en el ejército. Pero los azares del destino lo habían convertido en un harapiento anciano, olvidado por el imperio; como todos aquellos que al llegar a cierta edad son considerados el estorbo de un hogar, de una empresa o de la misma patria. Sólo y sumido en la más terrible pobreza, vivía el anciano en aquella casita de la loma. Únicamente tenía su gallo, aquel que ese día había comprado y que atesoraría como su más preciada joya.

Samuel vivía feliz en aquellas estancias, al lado de su amo Ezequías. Todas las mañanas se le acercaba y le picoteaba la nariz y la frente, por lo que Ezequías sabía que ya había amanecido y era hora de levantarse. Así transcurrieron seis largos veranos y seis crudos inviernos, hasta que su amo tras una larga agonía murió en vísperas de la Pascua Judía. Samuel, ante este infortunio quedó sólo; por lo que no le quedó más que vagar por los campos en busca de alimento y sin rumbo fijo. Se preguntaba entonces, cuál había sido su propósito en esta vida, pues el Altísimo no le había dado cuerdas vocales o al menos estaban atrofiadas para cantar, además tenía una pata coja y poco podía caminar. Debía hacer algo importante, algo que el tiempo y la historia lo recordara como un acontecimiento de vital importancia.
¿Pero qué?, se dijo.

Una noche en que las estrellas e adueñaban del oscuro cortinaje divisó a lo lejos, más allá del arroyo de Cedrón, en el Huerto de los Olivos unos hombres que portaban antorchas. Era una tropa de soldados romanos y algunos guardianes del templo que enfurecidos parecían querer atrapar a un delincuente.
No entendió Samuel porqué uno de ellos besó las mejillas del condenado; parecía que era un sortilegio o una señal para los guardias. Lo cierto es que no le dio importancia a esa acción; de todas maneras entendía poco de las relaciones y extrañas formas de vivir de los humanos.

Estando en estas cavilaciones, no percibió que una de las estrellas que en el firmamento más brillaba, comenzó a acercarse cada vez más a él y cuando ya casi tocaba tierra, se transformó en un ángel, un enviado de Dios. Asustado, el pobre gallo se envolvió en sus propias alas y acurrucado se dispuso a esperar lo peor. La luz que desprendía el Ser Celestial lo cegaba y obligaba a entrecerrar sus ojos.

¡No temas Samuel, soy un enviado de Dios!. Sé que nunca has encontrado razón para vivir y siempre te has considerado inferior a los de tu clase; pero hoy se te encomienda la misión más importante de tu vida. Hoy mi Señor te devuelve tu voz y con ella cantarás lo más alto que puedas. Este hecho le recordará por siglos a generaciones enteras, las bajezas humanas y la traición de los hombres.

Dicha esta sentencia el Ángel se alejó como vino y la oscuridad dio paso a las primeras luces del alba. Samuel aún sorprendido, poco entendió las palabras que minutos antes le dijera el Enviado, así que desplegando sus alas en señal de alivio se dispuso a continuar su camino. Aún no salía del asombro por tal aparición y ya en su mente se gestaba la idea de hacer realidad las palabras del mensajero de esa noche. ¿Sería posible que yo cantara como el resto de los gallos del mundo?. Sólo había una forma de averiguarlo así que, subiéndose a una peña, la más alta de ese paraje, afinó su garganta y como nunguna otra ave jamás lo había hecho, entonó su primer canto, tan fuerte y afinado que toda la comarca lo escuchó. Su voz llevaba un acento de tristeza, quizás la que había acumulado él y su amo a lo largo de los años, o simplemente presagiaba el fin y el inicio de una historia.

Se dice que antes que el sol mostrara completamente su rostro detrás del perfil de las montañas, el gallo Samuel canto por segunda vez, exhalando así su último aliento . Su misión en la vida estaba completa.
Abajo muy cerca de los muros de Jerusalem, un hombre de aspecto nervioso negaba por tercera vez ser discípulo del que escasas horas atrás, había sido arrestado en el Huerto de los Olivos.

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