lunes, 6 de febrero de 2012

Pasajeros del Tiempo II

LA MARCA

Detrás de los cristales de aquel viejo bar llovía a cántaros, adentro , la atmósfera estaba cargada de olor a cerveza, tabaco y ron. Sobre la barra, un grupo de hombres rudos ya pasados de tragos discutían a cerca de quién llevaba las marcas más sobresalientes en su cuerpo.
Algunos presumían de sus heridas de guerra, otros de sus hazañas en diferentes deportes o escaladas de montaña, de sus aventuras en la selva contra fieras terribles o de las obtenidas en rescates heroicos Lo cierto es que en esa tarde cada quien consideraba ser el dueño de la marca más grande, la más profunda, la más visible, o la más extravagante. La lluvia continuaba goteando por el marco de las ventanas y se escurría por las fisuras de la acera. El viento y los truenos se mezclaban con el sonido de los autos al transcurrir por las avenidas. De repente la portezuela del bar se abrió para dar paso al desgarbado indigente que acostumbraba llegar siempre a esa misma hora a tomarse el trago de cortesía que el cantinero ofrecía en un pequeño jarro de metal al mendigo. Éste se sentó al final de la barra , colocó el viejo sombrero de felpa sobre la mesa, se sacudió las gotas que resbalaban de su corta cabellera y en un gesto silencioso de agradecimiento alzaba el pequeño recipiente y brindaba frente al filántropo tendero. Después de eso acostumbraba quedarse absorto, escuchando a la clientela del viejo bar. Pasados cinco o seis minutos simplemente abandonaba el lugar en la forma más escurridiza , casi sin que nadie percibiera su salida. Estando en esta escena, escuchó de la competencia de las marcas en el cuerpo y antes de que dejara el bar sorbió las últimas gotillas que quedaban del quebrado vaso que minutos atrás contenía unos cuantos mililitros de coñac. Después de soltar una bocanada de aliento como de satisfacción por haberse terminado el trago se le oyó pronunciar las siguientes palabras: "Estas marcas en mis manos son las que dejan las colillas de cigarro al quemar la carne. Fueron hechas por mi padre cuando apenas era un infante motivado por la simple razón de que mis calificaciones en la escuela no llenaban sus expectativas. Estas otras, levantándose los ruedos del pantalón, quedaron marcadas en mis pantorrillas como una bitácora de viaje por los años que llevé volteando montañas cuando la compañía bananera decidió que el mejor lugar para sembrar la fruta se encontraba en la zona atlántica del país. Esta otra , rozándose la cara con sus callosas manos es la de una pelea cuerpo a cuerpo y con cuchillo en mano que mantuve con un asaltante en pleno centro de la ciudad y que gracias a la Misericordia Divina, salí librado pero que me dejó una profunda fisura en el pómulo derecho. Por último , si lo notan renqueo de mi pie izquierdo y eso es por la polio que me dio a los diez años de edad. Desde entonces se me dificulta mucho el caminar". Y así sucesivamente se fueron descubriendo cada una de las heridas y marcas que los años como mapa en su cuerpo le habían dejado.
Decidió entonces callar y terminar la conversación.
Con dificultad se bajó de la alta banqueta y se colocó de nuevo el sucio sombrero de felpa en su ceniza cabeza, caminó parsimoniosamente por el pasillo, mostrando un extraño balanceo hacia la izquierda y ya estaba por empujar la portezuela que le conduciría a la calle, cuando alguien le preguntó con una voz profunda y grave , pero con el dejo propio de los pasados de copas.
"Pero no has respondido: ¿cuál de todas esas heridas es para usted la más profunda y le quedó más marcada?".

El mendigo simplemente viró y con una mueca de sonrisa apenas iluminada en su craquelado rostro le respondió: "ninguna de ellas, sólo las humillantes palabras de aquel monstruo que años atrás me quemó la palma de la mano con una colilla de cigarro..."

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