MARIPOSA EN VUELO
Sólo a través de los únicos barrotes, casi a dos metros de distancia del suelo, aquel hombre podía observar la escasa luz de la mañana iluminar la celda, lo que le predecía otro día de tedio y desesperación.
No le quedaba otro remedio que dedicarse a dar vuelta alrededor de las frías paredes que limitaban su existencia, su único mundo, o sentarse a leer por décima quinta vez los pasajes del nuevo testamento. Cada vez que lo hacía descubría una nueva palabra, una nueva forma de interpretar el mensaje divino y hasta parecía que Dios le regalaba en su angustia, nuevas escrituras reveladas. No se cansaba de hacerlo. Era un lector muy ávido y cuándo en otros tiempos se dedicó a la labor docente, la lectura le apasionaba, al punto que literalmente se tragaba libros enteros en pocas horas.
Estando en esa prisión lo que más le incomodaba era defecar en un rincón de la celda, pues los ratones tendían a subirse a morder sus piernas desnudas. Ya había olvidado la diferencia entre el olor de los lirios en flor de sus natales llanos y la inmundicia que cada vez más se acumulaba a su alrededor.
La única frugal comida que llegaba a diferentes horas del día, porque parte de la tortura consistía en demorar el tiempo de alimentos, no sustentaba el hambre que se le pegaba a su vientre, un hambre que devoraba su estómago mismo y que le hacía disminuir su metabolismo, al punto que cada movimiento dado era toda una hazaña, difícil de llevar hora a hora.
Así pasaban las hojas del calendario, acumulando semanas, meses y años enteros.
Sólo cada cierto tiempo que en los divagues de la mente no se puede definir, algunos guardas llegaban a hacer limpieza, lanzándole a los presos un chorro de agua con una larga maguera y sacaban los desperdicios con una pala, no sin antes fumigar con un aspersor los cadavéricos cuerpos de aquellos remedos humanos, para eliminar cuanto hongo, garrapata o piojo tuvieran. Luego les daban a beber un medicamento desparasitante que les provocaban diarreas terribles, sólo detenidas por horas y horas de defecar, después del cual volvían los guardas a hacer limpieza del lugar.
Todo esto era apenas una parte ínfima de la miserable vida que llevaban aquellos pobres hombres que vivían en los ocultos calabozos dentro de aquella inhumana dictadura.
En la mente de aquel solitario preso, sólo una idea lo mantenía vivo, volver a correr por las praderas, oler la hierba en primavera y sentarse debajo de un árbol a mirar dormir la tarde.
Y es que en un día, de esos en que la rutina no hacía diferencia entre estar dormido o despierto, una bella mariposa de alas blanquecinas se introdujo por la pequeña abertura que servía de ventana y se posó a contraluz sobre una de las oscuras paredes del calabozo. Permaneció ahí oculta durante toda una semana, a merced del frío y humedad del recinto.
Aquel hombre no había notado su presencia, sólo en el preciso momento en que las fuerzas armadas liberaron aquel campo de concentración y derrotado al desalmado "Hombre fuerte", es que fueron abiertas las celdas y aquella piltrafa de ser humano que durante años vivió en su pequeño mundo de tres metros por tres, se sostuvo sobre la pared para incorporar su maltratado cuerpo. En ese preciso instante y sin querer, tocó con sus manos las alas de la durmiente mariposa, inmediatamente revoloteó por la habitación buscando la luz , pero igual que aquel debilitado hombre, el insecto apenas pudo distinguir la puerta que se abrió de par en par para dar salida al infortunado preso. El ahora libre sintió en su cuello la ráfaga de viento que provocaban las alas al batirse, por lo que se devolvió a buscar a la desesperada mariposa que yacía de espalda sobre el frío suelo y casi muerta. Con las pocas fuerzas que le quedaban, se agachó a tomar a aquella indefensa mariposa entre sus manos y renqueando la condujo por un largo pasillo , al final del cual se abría a un enorme patio. Enceguecido por la tibia luz del sol, pero feliz de estar ahí, con el viento soplando en su rostro y las hojas de los árboles agitándose, extendió sus manos y dejó volar a la hermosa criatura de alas blanquecinas que confundiéndose con las nubes desapareció de su vista.
Pensó entonces que después de años de tortura y abandono, su vida no valía más que la de esa frágil mariposa, la única que lo acompañó, en sus últimos días de prisión, pero que de ese momento en adelante se convertiría en el símbolo de su propia libertad.
Dedicado a todos los torturados y desaparecidos producto de las cruentas dictaduras latinoamericanas y del mundo.
No le quedaba otro remedio que dedicarse a dar vuelta alrededor de las frías paredes que limitaban su existencia, su único mundo, o sentarse a leer por décima quinta vez los pasajes del nuevo testamento. Cada vez que lo hacía descubría una nueva palabra, una nueva forma de interpretar el mensaje divino y hasta parecía que Dios le regalaba en su angustia, nuevas escrituras reveladas. No se cansaba de hacerlo. Era un lector muy ávido y cuándo en otros tiempos se dedicó a la labor docente, la lectura le apasionaba, al punto que literalmente se tragaba libros enteros en pocas horas.
Estando en esa prisión lo que más le incomodaba era defecar en un rincón de la celda, pues los ratones tendían a subirse a morder sus piernas desnudas. Ya había olvidado la diferencia entre el olor de los lirios en flor de sus natales llanos y la inmundicia que cada vez más se acumulaba a su alrededor.
La única frugal comida que llegaba a diferentes horas del día, porque parte de la tortura consistía en demorar el tiempo de alimentos, no sustentaba el hambre que se le pegaba a su vientre, un hambre que devoraba su estómago mismo y que le hacía disminuir su metabolismo, al punto que cada movimiento dado era toda una hazaña, difícil de llevar hora a hora.
Así pasaban las hojas del calendario, acumulando semanas, meses y años enteros.
Sólo cada cierto tiempo que en los divagues de la mente no se puede definir, algunos guardas llegaban a hacer limpieza, lanzándole a los presos un chorro de agua con una larga maguera y sacaban los desperdicios con una pala, no sin antes fumigar con un aspersor los cadavéricos cuerpos de aquellos remedos humanos, para eliminar cuanto hongo, garrapata o piojo tuvieran. Luego les daban a beber un medicamento desparasitante que les provocaban diarreas terribles, sólo detenidas por horas y horas de defecar, después del cual volvían los guardas a hacer limpieza del lugar.
Todo esto era apenas una parte ínfima de la miserable vida que llevaban aquellos pobres hombres que vivían en los ocultos calabozos dentro de aquella inhumana dictadura.
En la mente de aquel solitario preso, sólo una idea lo mantenía vivo, volver a correr por las praderas, oler la hierba en primavera y sentarse debajo de un árbol a mirar dormir la tarde.
Y es que en un día, de esos en que la rutina no hacía diferencia entre estar dormido o despierto, una bella mariposa de alas blanquecinas se introdujo por la pequeña abertura que servía de ventana y se posó a contraluz sobre una de las oscuras paredes del calabozo. Permaneció ahí oculta durante toda una semana, a merced del frío y humedad del recinto.
Aquel hombre no había notado su presencia, sólo en el preciso momento en que las fuerzas armadas liberaron aquel campo de concentración y derrotado al desalmado "Hombre fuerte", es que fueron abiertas las celdas y aquella piltrafa de ser humano que durante años vivió en su pequeño mundo de tres metros por tres, se sostuvo sobre la pared para incorporar su maltratado cuerpo. En ese preciso instante y sin querer, tocó con sus manos las alas de la durmiente mariposa, inmediatamente revoloteó por la habitación buscando la luz , pero igual que aquel debilitado hombre, el insecto apenas pudo distinguir la puerta que se abrió de par en par para dar salida al infortunado preso. El ahora libre sintió en su cuello la ráfaga de viento que provocaban las alas al batirse, por lo que se devolvió a buscar a la desesperada mariposa que yacía de espalda sobre el frío suelo y casi muerta. Con las pocas fuerzas que le quedaban, se agachó a tomar a aquella indefensa mariposa entre sus manos y renqueando la condujo por un largo pasillo , al final del cual se abría a un enorme patio. Enceguecido por la tibia luz del sol, pero feliz de estar ahí, con el viento soplando en su rostro y las hojas de los árboles agitándose, extendió sus manos y dejó volar a la hermosa criatura de alas blanquecinas que confundiéndose con las nubes desapareció de su vista.
Pensó entonces que después de años de tortura y abandono, su vida no valía más que la de esa frágil mariposa, la única que lo acompañó, en sus últimos días de prisión, pero que de ese momento en adelante se convertiría en el símbolo de su propia libertad.
Dedicado a todos los torturados y desaparecidos producto de las cruentas dictaduras latinoamericanas y del mundo.
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