jueves, 2 de febrero de 2012




EL ROBOT DE HOJALATA

Permanecía en un rincón el pequeño robot de hojalata esperando a que alguien lo cargara con baterías que al menos por un par de horas le permitiera permanecer caminando y hacer malabares que tanto a los niños como a los adultos hacen reír. Pero al igual que le pasa a los humanos que de vez en cuando el tedio de la vida los deprime y los arrincona contra la pared y se sienten impotentes para avanzar, aquel robot de hojalata permanecía aún sin energía para movilizarse.

En la penumbra de la habitación, sus ojos saltones apenas eran iluminados por la tenue luz de la tarde que atravesaba las raídas cortinas de aquella casa.

Sus brazos mecánicos colocados en posición de avance aguardaban como antaño a que se activaran para generar el movimiento típico de todos los robots del mundo.

Ahora desplazado por los modernos juegos de video, aquel hombrecillo mecánico pasó a formar parte de los juguetes coleccionables, aquellos que sólo sirven para decorar los estantes, hasta que el destino dobla las calles y se cuela por entre las rendijas de las puertas y abre las manos de algún ansioso niño para que la cárcel de la inutilidad se abra. Coloca entonces seis baterías en su espalda, y aquel inerte robot de hojalata enciende sus grandes ojos, mueve sus brazos y gira su tronco trecientos sesenta grados para luego dar el primer paso y después otros más, hasta que el niño en su prisa es llamado por su hermano a jugar con otro nuevo juego de video recientemente comprado por su padre.
Es cuando al igual que los humanos aprovechan cualquier oportunidad para escapar, abrir las puertas y alcanzar la libertad, la que muchos buscan.

Avanza entonces aquel robot de hojalata por entre la estancia, atraviesa los dinteles y el crepúsculo le avisa que abandona el oscuro cuarto. Por lo menos durante dos horas camina sin rumbo fijo, como muchos cuya vida fluye por entre las venas y sangre. Es como cualquier otro ser andante, al menos hasta que la energía se le acabe...



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