sábado, 4 de febrero de 2012



EL SAUCE LLORÓN

Sobre las negras aguas caen las ramas del sauce mientras se desprenden las diminutas hojas arrancadas por las filosas aristas de botellas plásticas partidas, que flotan en el caldo negro que por corriente semeja un río. El viento se encarga entonces de llevar el lamento de aquel encorvado árbol a los oídos de las mujeres que miran a través de las improvisadas ventanas de latón. Todas lloran al igual que él a algún ser querido que ya no pisa el suelo húmedo de sus improvisados ranchos. El sol apenas escaso, intenta salir por entre el oscuro cortinaje de las chimeneas de las fábricas vecinas. Cuelga entonces el astro rey algunas monedas de oro sobre las verduscas hojas de aquel solitario árbol hasta dorar la tarde con la crepuscular penumbra luminosa de la serranía. Llora de nuevo lluvia sobre el follaje de aquel atalaya, conteniendo entre sus folios, lágrimas que luego se confunden con la liquides oscura del remanso que roza sus exteriores raíces. Llora el sauce, porque ya no escucha al carpintero picotear su fuste, ni a las golondrinas revolotear sobre su desordenada cabellera. Su ramas que otrora acariciaban las cristalinas aguas del bello riachuelo que le vio crecer ya no juguetean con el pez bobo, ni con las sardinillas inquietas que en las orillas se aglomeraban a provocar a los insectos que por ahí pasaban. Ya ni al sapo dormilón volvió a escuchar como solía croar en las cálidas noches de verano. Quizás el batracio abandono el lugar al igual que los hombres que partieron al sur, dejando a las ya dichas mujeres que lloran sobre las ventanas de latón. Llora el sauce el ulular del búho, a la madreselva que era su compañera de al lado, al gran roble que solía divisar en la otra orilla, y a las ardillas que saltaban sobre la enramada vecina. Llora por cada tronco caído, cada tañir sobre las rocas de los envases de aluminio, cada papel flotando en las oscuras aguas, cada mortal líquido derramado desde las cloacas vecinas. Llora hasta inclinarse cada vez más, como queriendo terminar sus días en las profundidades de aquel putrefacto lugar. Sin embargo y como un sueño que no acaba, como la esperanza misma que se refleja al final de una película, el observador que escribe estas torpes letras descubre que aún sobre la abundante cabellera de aquel vetusto sauce, sobrevuelan mariposas y libélulas que recuerdan que aún hay vida en aquel paraje de latas viejas, muebles desechados, llantas usadas y defecaciones humanas...

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