El viento se colaba por entre las rendijas de aquel cobertizo, y aquellos pequeños temblaban de frío. Su madre no estaba cerca , pues en su pobreza, salió a buscar lo que a otros les sobraba de comida. Finalmente trajo un puñado de tortillas de maíz y un mendrugo que apenas se podía comer.
Se acercó a ellos y como sólo las madres en su sabia justicia hacen, se dio a la tarea de repartir equitativamente las frugales viandas. Los pequeños ansiosos, abrían sus bocas para ingerir la escasa comida del día.
El viento continuaba enfriando los cuerpecitos y ella con una mirada de angustia notó lo despiadado que se había convertido aquel recinto llenos de huecos y humedad. Debía hacer algo, pues no habían mantas con qué cubrirlos, por lo que extendiendo sus extremidades sobre ellos, los abrazó tan fuerte que poco a poco se fueron durmiendo uno a uno con el afable calor que de ella manaba
Pero antes de que el último de aquellos infantes se durmiera, una tonada salida de la garganta de aquella abnegada madre la describiría a ella misma y a sus hijitos, y se convertiría en una de las canciones de cuna más conocidas del mundo:
"Los pollitos dicen,
pio, pio , pio,
cuando tienen hambre,
cuando tienen frío..."
Esa noche en aquella granja, lo que menos hubo fue hambre y frío.
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