viernes, 24 de febrero de 2012


EL MURO

"Los muros los hacen los hombres para demostrar que son los dueños de una propiedad, una región, o de un país incluso. Los muros son la negación de la libertad, la síntesis del egoísmo, la antítesis de la amistad"

Si alguna vez hubo un muro de piedra en este sitio, hoy ya no lo está. Antaño servía de límite entre dos propiedades vecinas. El viento y el sol horadaban su superficie poco a poco, mientras entre las rocas crecían helechos y líquenes que le adornaban con complejas manchas de verde y blanco haciéndolo más enigmático y exótico. Era bello verlo al atardecer creando siluetas en la colina, porque más allá de los límites de estas propiedades, el muro se extendía creando un corral donde las vaquillas pastaban serenamente. Pero a pesar de su belleza, ese muro de piedra no era más que la discordia de dos familias que se negaba a compartir terreno, campos de cultivo, pasto para el ganado, pero sobre todo, espacio donde sus hijos crecieran juntos, jugaran juntos, existieran juntos. Ambas familias vivían una al lado de la otra, pero siempre andaban discutiendo, algunas veces porque los de un lado se robaban las naranjas de las ramas que caían en su propiedad, o porque algún atrevido novillo se saltaba la cerca y entraba al terreno del otro a pastar. El muro, aún de piedra no detenía la invasión de una familia sobre otra, pues incluso los chiquillos en su inocencia más de una vez se saltaban la barda para jugar con los otros niños que de sangre eran primos. Ya ni se acordaban porqué se habían separado y de dónde provino la primera discusión. Lo cierto es que el tiempo erosiona la piedra, marca nuevos rumbos y cambia el curso de los ríos. Una noche, en el lecho de muerte, un anciano abuelo reunió a ambas familias para despedirse de este mundo, no sin antes rogarles que abandonaran de una vez por todas la discusión que por años las mantuvo separadas, limaran asperezas y volvieran a compartir la alegría de ser una sola familia.
No faltó más de uno que con argumentos centrados en la necesidad de mantener privacidad y criar a sus hijos a su mejor manera, optara por seguir viviendo como hasta ahora lo hacía. Lo cierto es que casi toda la noche debatieron sobre la necesidad de continuar separados porque de lo contrario terminarían en un pandemónium con consecuencias trágicas. Cada quién se despidió del abuelo con un beso en la frente y con la promesa de que aunque siguieran separados, ya no discutirían más, cosa que no convenció al anciano moribundo quien tuvo que llevarse ese sentimiento a la tumba. Se dice que a las dos de la madrugada el pobre hombre murió con una gesto de preocupación en su frente. Cuando, después de haber velado el cuerpo, en la mañana del segundo día, vestidos todos de negro y con una lluvia arreciando en sus cabezas , colocaron el féretro dentro de una tumba sencilla de tierra. Ambas familias eran de escasos recursos y no podían construirle un mausoleo al viejo. Estando el sacerdote dando las últimas honras fúnebre, a uno de los chiquillos de manera repentina y como inspirado por una gracia divina se le ocurrió ir hacia donde estaba el muro y extraer una de las rocas sueltas que por ahí estaba , la depositó al lado del féretro y continuó luego en silencio con su manitos cruzadas en actitud de oración. A él lo secundaron los otros niños y cada quien extrajo a como pudo una piedrecilla que fue colocándola encima del féretro . Los mayores al ver la actitud de sus hijos y sobrinos apuraron el entierro, colocaron la tierra en la fosa, que sobre un montículo se hallaba cerca y continuaron el ejemplo de los chiquillos. Con picos y palas arrancaron de cuajo las piedras más grandes de aquel muro y poco a poco fueron elevando una pila de rocas sobre la tumba. Con cemento que alguno proporcionó readecuaron las piedras para darle más sentido geométrico y finalmente levantaron un hermosísimo mausoleo que remataron con una cruz de hierro que uno de los familiares había guardado en su establo y que alguna vez había pertenecido a la primera ermita del lugar.
Regresaron todos a sus casas con la satisfacción de haber hecho algo bueno por el abuelo, tal vez así acallarían sus conciencias por no convivir armoniosamente en familia, mientras él estaba vivo.
A la mañana siguiente en el gran espacio que quedó como entrada que comunicaban los dos terrenos, los chiquillos de ambas familias jugaban plácidamente a la pelota. Los adultos decidieron entonces derribar por completo el muro y acabar con años de discordia y egoísmo.
Ya no se ve el hermoso muro de piedra, ni los helechos, ni los líquenes en su superficie y las tardes ya no siluetean su figura sobre la colina, pero a cambio se extiende ahora un solo terreno y una sola familia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario