domingo, 12 de febrero de 2012


VITRALES AL SOL

Los últimos rayos de sol atravesaron los cristales de la basílica produciendo una lluvia de caleidoscópicas figuras hexagonales que se dispersaron por toda la nave central.
Emanuelle permanecía de hinojos entrelazando sus manos en actitud de oración. Hacía dos semanas atrás su hermanita de escasos siete años había muerto en un accidente automovilístico y él había quedado destrozado. Quería morir también
De su cerrado ojo derecho comenzó descubrirse una perlita de agua que por la gravedad cayó al suelo, mientras en el aire iba haciendo cabriolas con los colores del arcoiris, como un prisma afectado por la luz.
Emanuelle empezó a sentirse incómodo, no con el lugar, sino con el finísimo rayo que de una fisura del vitral se proyectaba sobre precisamente el ojo que escasos segundos contenía la lágrima que se precipitó al suelo.
La dilatación de sus pupilas lo hizo mover su cabeza para buscar una sombra donde resguardarse de la diáfana luminiscencia. Al no lograrlo, abrió sus ojos y se dirigió dos bancas atrás; pero, antes de que se arrodillara de nuevo, antes de que la oscuridad le envolviera y se dispusiera a orar, no pudo contener la dicha al mirar el vitral que mostraba al Jesús Redentor que tanto gustaba a su hermanita. Recordó las tardes que pasaban juntos contemplando las ovejas pastando junto a grandes fieras sobre una pradera cubierta de flores, mientras el rostro del Mesías con esos grandes ojos los observaba con su serena mirada. Era el vitral preferido de la niña y siempre que cruzaba el umbral de la basílica, inmediatamente corría hacia ese ventanal y de pie y con la boca abierta se quedaba absorta contemplando la maravillosa escena cargada de luces y colores.
Emanuelle , en su dicha de observar de nuevo el vitral que tanto amaba su hermana no pudo más que levantar sus brazos, caer de rodillas y llorar, llorar toda la pérdida y agradecer al Altísimo el mensaje tan claro que el vitral le ofrecía.
La tarde fue poco a poco abandonando los cristales de la silenciosa basílica y el sol se fue difuminando tras la cúpula del santuario. Emanuelle con el semblante sereno y una sonrisa que tímidamente comenzaba a asomarse en su rostro se dispuso a abandonar el templo, no sin antes detenerse a leer las letras al pie del vitral que rememoraban las palabras pronunciadas por el Maestro:

"Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá".

Juan 11,25

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