MOLINOS DE VIENTO PARA ETIENNE
"¡Subamos a verlos!"
El chiquillo subió la colina y se recostó sobre los soportes que sostenían las aspas de uno de los molinos de viento que abundaban en el lugar. Desde lejos parecían enormes hélices que sugerían gigantes aviones enterrados, dispuestos a salir a surcar los cielos.
Después de recoger alguna que otra florecilla silvestre, Etienne se tiró sobre el pasto a contemplar las nubes sobre el recortado cielo azul de esa hermosa tarde de verano.
Yo estaba apenas en la base de la colina calculando cómo iba a empezar el ascenso, pues con mi rodilla lesionada dudaba que pudiera hacerlo. Para dicha mía el promontorio no era tan alto, por lo que aproveché el angosto camino de lastre que comunicaba la base con la cúspide para subir lentamente. En pocos minutos pude encontrarme con mi hijo que permanecía yacente sobre la hierba. Jadeando hasta no más poder lo secundé en su observación de las nubes, no sin antes frotarme la rodilla que aún resentía el esfuerzo físico realizado. Después de unos minutos de permanecer con mis ojos cerrados, de repente y sin mediar conversación alguna, mi hijo se viró hacia mí y me disparó a quemarropa la siguiente pregunta:
- "¿Papá algún día podré volar como ese avión...?"
Abrí mis ojos y lo primero que llegó a mi mente fue el razonamiento de que Etienne se refería a las aspas del molino como si fueran las hélices mismas de un avión, y el cielo las nubes que contemplaba.
Suspiré por un instante y con una lágrima que nunca salió de mis ojos, me quedé en silencio, mientras pensaba qué le respondería. En ese momento recordé que desde el instante mismo en que nacemos comenzamos a morir y sabía que Etienne al igual que yo y la humanidad entera habíamos comenzado; algunos antes, otros después a atravesar ese camino inexorable hacia la muerte. Volaríamos todos algún día hacia el encuentro con el Dios que de distintas formas los humanos concebimos, pero que finalmente todos o al menos una mayoría compartimos.
La tarde era tan bella, las aspas del molino giraban rechinando en los oídos como si cantara una canción, el pasto mecido por el viento simulaba una alfombra de colores por el atardecer que comenzaba a teñir de amarillo, rosa y naranja las espigas. Era tan hermoso el paisaje en compañía de mi hijo que el sólo pensamiento de perderlo no tenía sentido alguno. Di entonces gracias a Dios por estar junto a él y me prometí que mientras viviera, lo amaría por siempre.
Una hoja cayó en mi frente y me hizo volver en mí. Me dí vuelta hacia Etienne y le devolví como respuesta un simple..."Sí, cuando seas grande vas a poder volar como ese avión y surcarás las inmensidades del cielo".
El chiquillo se incorporó y haciendo el gesto típico de todos los niños al creerse un aeroplano, extendió sus brazos y comenzó a zigzaguear mientras bajaba presuroso la colina. Yo simplemente lo miré y me eché a reír...
El chiquillo subió la colina y se recostó sobre los soportes que sostenían las aspas de uno de los molinos de viento que abundaban en el lugar. Desde lejos parecían enormes hélices que sugerían gigantes aviones enterrados, dispuestos a salir a surcar los cielos.
Después de recoger alguna que otra florecilla silvestre, Etienne se tiró sobre el pasto a contemplar las nubes sobre el recortado cielo azul de esa hermosa tarde de verano.
Yo estaba apenas en la base de la colina calculando cómo iba a empezar el ascenso, pues con mi rodilla lesionada dudaba que pudiera hacerlo. Para dicha mía el promontorio no era tan alto, por lo que aproveché el angosto camino de lastre que comunicaba la base con la cúspide para subir lentamente. En pocos minutos pude encontrarme con mi hijo que permanecía yacente sobre la hierba. Jadeando hasta no más poder lo secundé en su observación de las nubes, no sin antes frotarme la rodilla que aún resentía el esfuerzo físico realizado. Después de unos minutos de permanecer con mis ojos cerrados, de repente y sin mediar conversación alguna, mi hijo se viró hacia mí y me disparó a quemarropa la siguiente pregunta:
- "¿Papá algún día podré volar como ese avión...?"
Abrí mis ojos y lo primero que llegó a mi mente fue el razonamiento de que Etienne se refería a las aspas del molino como si fueran las hélices mismas de un avión, y el cielo las nubes que contemplaba.
Suspiré por un instante y con una lágrima que nunca salió de mis ojos, me quedé en silencio, mientras pensaba qué le respondería. En ese momento recordé que desde el instante mismo en que nacemos comenzamos a morir y sabía que Etienne al igual que yo y la humanidad entera habíamos comenzado; algunos antes, otros después a atravesar ese camino inexorable hacia la muerte. Volaríamos todos algún día hacia el encuentro con el Dios que de distintas formas los humanos concebimos, pero que finalmente todos o al menos una mayoría compartimos.
La tarde era tan bella, las aspas del molino giraban rechinando en los oídos como si cantara una canción, el pasto mecido por el viento simulaba una alfombra de colores por el atardecer que comenzaba a teñir de amarillo, rosa y naranja las espigas. Era tan hermoso el paisaje en compañía de mi hijo que el sólo pensamiento de perderlo no tenía sentido alguno. Di entonces gracias a Dios por estar junto a él y me prometí que mientras viviera, lo amaría por siempre.
Una hoja cayó en mi frente y me hizo volver en mí. Me dí vuelta hacia Etienne y le devolví como respuesta un simple..."Sí, cuando seas grande vas a poder volar como ese avión y surcarás las inmensidades del cielo".
El chiquillo se incorporó y haciendo el gesto típico de todos los niños al creerse un aeroplano, extendió sus brazos y comenzó a zigzaguear mientras bajaba presuroso la colina. Yo simplemente lo miré y me eché a reír...
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