LA VACA QUE LE CAYÓ UN RAYO
Detrás de la erosionada colina y rematada por un árbol de guanacaste, los relámpagos y truenos se perfilaban en el cortinaje de una tormenta que no terminaba de desarrollarse.
El viento soplaba tan fuerte que en la llanura, los pocos arbustos de acacias, los cedros y madroños se doblaban a barlovento y se volvían a enderezar a sotavento. El ganado buscaba refugio debajo de las copas de los árboles y los arrieros hacían lo posible para mantenerlos en calma. A lo lejos una pobre vaca había quedado detrás del rebaño y en el preciso momento en que se iba a unir a la manada, un rayo fulminante la atravesó y toda la descarga pasó de su grueso lomo, por los pies hasta el mismo suelo. Cayó desvanecida y casi sin vida. Los sabaneros que estaban cerca quedaron encandilados por el fuerte impacto luminoso que cayó del cielo. El rayo hizo que se le desprendiera el cuerno derecho y de repente, quizás por la acción de las fuerzas provenientes del cielo comenzó a salir de él abundantes alimentos, uvas, manzanas, miel, y cantidades inmensas de pan que inundaron el valle. Los ríos se llenaron de un blanco color, pues la pobre vaca desmembrada conforme se ponía temblorosamente de pie iba haciéndose cada vez más grande y brotaba de sus inmensas ubres rica leche caliente, que al derramarse por la sabana se convertían en sabrosas cuajadas y queso maduro. Del cuerno que se había desprendido seguían saliendo alimentos inimaginables: galletas de todos los tipos y formas, rosquillas de maíz, pastas, buñuelos, y sabrosas cajetas.
-"Se lo juro, Doctor, todo eso sucedió cuando viví en el campo, yo mismo comí de las uvas que salían de ese prodigioso cuerno y bebí leche del mismo riachuelo que quedaba por mi casa. ¡Se lo juro doctor!. ¡Se lo juro!...".
El psiquiatra sólo se limitó a mirarle perplejo por encima de sus gruesos anteojos; mientras anotaba garabatos en su libreta, después les dio instrucciones a los enfermeros para que se llevaran al paciente a su pabellón.
Era el último de la tarde. Apagó la luz y cerró la puerta de su consultorio. Se quedó afuera de pie riéndose y cavilando sobre el extraño caso que acababa de atender. De repente un impulso lo hizo abrir de nuevo la puerta del consultorio, prendió la luz y descubrió la fuente de tan increíble historia. En la pared que quedaba a espaldas de su escritorio el calendario presentaba la figura mitológica del "Cuerno de la Abundancia". Él no había reparado en éste, porque apenas en la mañana su secretaria le había dado vuelta a las hojas. Apenas era primero de julio.
El viento soplaba tan fuerte que en la llanura, los pocos arbustos de acacias, los cedros y madroños se doblaban a barlovento y se volvían a enderezar a sotavento. El ganado buscaba refugio debajo de las copas de los árboles y los arrieros hacían lo posible para mantenerlos en calma. A lo lejos una pobre vaca había quedado detrás del rebaño y en el preciso momento en que se iba a unir a la manada, un rayo fulminante la atravesó y toda la descarga pasó de su grueso lomo, por los pies hasta el mismo suelo. Cayó desvanecida y casi sin vida. Los sabaneros que estaban cerca quedaron encandilados por el fuerte impacto luminoso que cayó del cielo. El rayo hizo que se le desprendiera el cuerno derecho y de repente, quizás por la acción de las fuerzas provenientes del cielo comenzó a salir de él abundantes alimentos, uvas, manzanas, miel, y cantidades inmensas de pan que inundaron el valle. Los ríos se llenaron de un blanco color, pues la pobre vaca desmembrada conforme se ponía temblorosamente de pie iba haciéndose cada vez más grande y brotaba de sus inmensas ubres rica leche caliente, que al derramarse por la sabana se convertían en sabrosas cuajadas y queso maduro. Del cuerno que se había desprendido seguían saliendo alimentos inimaginables: galletas de todos los tipos y formas, rosquillas de maíz, pastas, buñuelos, y sabrosas cajetas.
-"Se lo juro, Doctor, todo eso sucedió cuando viví en el campo, yo mismo comí de las uvas que salían de ese prodigioso cuerno y bebí leche del mismo riachuelo que quedaba por mi casa. ¡Se lo juro doctor!. ¡Se lo juro!...".
El psiquiatra sólo se limitó a mirarle perplejo por encima de sus gruesos anteojos; mientras anotaba garabatos en su libreta, después les dio instrucciones a los enfermeros para que se llevaran al paciente a su pabellón.
Era el último de la tarde. Apagó la luz y cerró la puerta de su consultorio. Se quedó afuera de pie riéndose y cavilando sobre el extraño caso que acababa de atender. De repente un impulso lo hizo abrir de nuevo la puerta del consultorio, prendió la luz y descubrió la fuente de tan increíble historia. En la pared que quedaba a espaldas de su escritorio el calendario presentaba la figura mitológica del "Cuerno de la Abundancia". Él no había reparado en éste, porque apenas en la mañana su secretaria le había dado vuelta a las hojas. Apenas era primero de julio.
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