ESCALONES A NINGÚN LADO
Subo lentamente la
escalera y no me conduce a ningún lado. En la oscuridad de mi mente, no logro
mirar mis pasos. Choco entre paredes y de repente me doy cuenta que me encuentro
de nuevo en el primer piso. Vuelvo a intentar subir, pero esta vez vuela sobre
mí un elefante alado, aunque en realidad descubro que es un Pegaso desplegando
sus alas hacia la oscuridad de la habitación.
Luego mis ojos descubren que no era otra cosa que una mariposa nocturna atrapada entre los cristales de un frasco de mayonesa.
Al final de aquellas gradas se abre de repente una puerta desde donde la luz se congela en pequeños cubos de hielo de sabores y colores diferentes.
Mis sentidos se despiertan a una nueva dimensión de frutas multicolores, estrellas titilantes y planetas sin su órbita. Todo en un mar de
experiencias alucinógenas.
Continúo en mi intento de subir las gradas y ya soy personaje de videojuego, subiendo y subiendo sin llegar a ningún lado.
Todo da vueltas y me devuelvo al primer piso montado en una serpiente color naranja que confundiéndose con las arañas verdes de las paredes me introduzco al ojo del abismo, para aparecer luego en forma de margarita que la mano triste de un amante arranca sus pétalos, preguntándole a la suerte si aún lo quiere.
Mis pies se convirten en aletas de pez y nado entre los escalones de nuevo, para toparme con que la puerta ya no está y en su lugar la boca de un pez mayor me traga, hasta que soy expulsado por el aspersor de una ballena.
Luego una de las paredes se cuadricula en dos colores y de la lámpara que cuelga del techo crecen zarcillos y ramas de uva que caen al suelo hasta inundar la habitación entera con hojas de parra.
En aquel lapso que nunca identifiqué si fue corto o largo, subí y bajé escalones tantas veces como a mi mente se le ocurría. Lo cierto es que me di cuenta que cuando abrimos los ojos, el mundo deja de reinventarse para dar paso a una realidad más tangible y hasta a veces más aburrida.
Luego mis ojos descubren que no era otra cosa que una mariposa nocturna atrapada entre los cristales de un frasco de mayonesa.
Al final de aquellas gradas se abre de repente una puerta desde donde la luz se congela en pequeños cubos de hielo de sabores y colores diferentes.
Mis sentidos se despiertan a una nueva dimensión de frutas multicolores, estrellas titilantes y planetas sin su órbita. Todo en un mar de
experiencias alucinógenas.
Continúo en mi intento de subir las gradas y ya soy personaje de videojuego, subiendo y subiendo sin llegar a ningún lado.
Todo da vueltas y me devuelvo al primer piso montado en una serpiente color naranja que confundiéndose con las arañas verdes de las paredes me introduzco al ojo del abismo, para aparecer luego en forma de margarita que la mano triste de un amante arranca sus pétalos, preguntándole a la suerte si aún lo quiere.
Mis pies se convirten en aletas de pez y nado entre los escalones de nuevo, para toparme con que la puerta ya no está y en su lugar la boca de un pez mayor me traga, hasta que soy expulsado por el aspersor de una ballena.
Luego una de las paredes se cuadricula en dos colores y de la lámpara que cuelga del techo crecen zarcillos y ramas de uva que caen al suelo hasta inundar la habitación entera con hojas de parra.
En aquel lapso que nunca identifiqué si fue corto o largo, subí y bajé escalones tantas veces como a mi mente se le ocurría. Lo cierto es que me di cuenta que cuando abrimos los ojos, el mundo deja de reinventarse para dar paso a una realidad más tangible y hasta a veces más aburrida.