lunes, 27 de febrero de 2012


ESCALONES A NINGÚN LADO

Subo lentamente la escalera y no me conduce a ningún lado. En la oscuridad de mi mente, no logro mirar mis pasos. Choco entre paredes y de repente me doy cuenta que me encuentro de nuevo en el primer piso. Vuelvo a intentar subir, pero esta vez vuela sobre mí un elefante alado, aunque en realidad descubro que es un Pegaso desplegando sus alas hacia la oscuridad de la habitación.

Luego mis ojos descubren que no era otra cosa que una mariposa nocturna atrapada entre los cristales de un frasco de mayonesa.

Al final de aquellas gradas se abre de repente una puerta desde donde la luz se congela en pequeños cubos de hielo de sabores y colores diferentes.

Mis sentidos se despiertan a una nueva dimensión de frutas multicolores, estrellas titilantes y planetas sin su órbita. Todo en un mar de
experiencias alucinógenas.

Continúo en mi intento de subir las gradas y ya soy personaje de videojuego, subiendo y subiendo sin llegar a ningún lado.

Todo da vueltas y me devuelvo al primer piso montado en una serpiente color naranja que confundiéndose con las arañas verdes de las paredes me introduzco al ojo del abismo, para aparecer luego en forma de margarita que la mano triste de un amante arranca sus pétalos, preguntándole a la suerte si aún lo quiere.

Mis pies se convirten en aletas de pez y nado entre los escalones de nuevo, para toparme con que la puerta ya no está y en su lugar la boca de un pez mayor me traga, hasta que soy expulsado por el aspersor de una ballena.

Luego una de las paredes se cuadricula en dos colores y de la lámpara que cuelga del techo crecen zarcillos y ramas de uva que caen al suelo hasta inundar la habitación entera con hojas de parra.

En aquel lapso que nunca identifiqué si fue corto o largo, subí y bajé escalones tantas veces como a mi mente se le ocurría. Lo cierto es que me di cuenta que cuando abrimos los ojos, el mundo deja de reinventarse para dar paso a una realidad más tangible y hasta a veces más aburrida.

ZARZAMORAS EN PRIMER PLANO

Sus ramas llenas de espinas y frutos morados caían en gravedad sobre las aguas de una fuente. cristalina. Algunos gorriones aprovechaban la cercanía de las moras para picotear sus diminutas esferillas brillantes llenas de líquido . A contra sol las púrpuras frutillas contrastaban con el verde claro de sus hojas que con el viento bailaban agradecidas de existir en el reino vegetal. Unas manos tibias acariciaban los frutos desprendiéndolas delicadamente de las blanquecinas ramas, para luego depositarlas en pequeños canastos de mimbre y así evitar que se maltrataran en el intento. En Lontananza la tarde comenzaba a difuminarse entre las serranías azul esmeralda, mientras farallones de caliza alzaban hercúleas sus estructuras entre el límite de la costa y la mar misma. En un segundo y tercer plano, campos cubiertos de trigo amarillaban la vista con sus espigas al viento mientras un faro alternaba el blanco y rojo de su superfice sobre desnudas rocas que luego precipitan su mole hacia las profundidades del océano. Las sombras y luces jugaban con la vista de aquel paisaje que era vida misma, revuelo de gaviotas en el cielo y flores silvestres en todo lugar, olor a naranjo y zarzamora en el aire, a mujeres de campo y niños en juego. Así percibía el espectante el cuadro, que con sus manos mismas quería tocar lo que su embelezada mirada le mostraba.
Todo era vida en aquel hermoso retrato creado por el ingenio de ese pintor de "Zarzamoras en primer plano" y que la pluma torpe de un poeta intentó describir.
EL HOMBRE DE LA ESCOBA

El talán de la campana dejó de escucharse tres minutos antes de comenzar la misa. Eran las cinco de la tarde; lo supe porque el sol se ocultaba detrás de los edificios de enfrente. Entré silenciosamente a la iglesia, evitando producir ruido alguno. Recorrí el ala central y me detuve a observar cómo las velas encendidas en honor a San Pancracio brillaban en la oscura bóveda del altar izquierdo.

Antes de mirar como la luz tenue del ocaso se filtraba lentamente sobre los vitrales en forma de arco de medio punto, me percaté de que el sacerdote entró, y como es de costumbre, después de besar el altar, inició la Santa Misa con un canto antiguo que recordaba a las viejas iglesias medievales. Me picaba una oreja, así que decidí rascármela. Como no lograba saber si se trataba de una pulga, intenté hacer caso omiso a la cuestión. Con el tiempo el malestar se esfumó. Creo que debió haberse tratado de ciertas bacterias que surgen después de que uno no ha podido bañarse en varios días; no porque no quisiera, sino porque no pueda. ¿Qué hacer los que ni siquiera tenemos un hogar para vivir?. Bajo estas condiciones las razones por las que la comezón surge, dejan de tener importancia.

Me sentí muy cerca de una señora con cara de muchos bienes; recuerdo que en su mano izquierda ostentaba un anillo de diamante fino. No sé si fue por mi olor, o por mi aspecto desarrapado que no le agradé, pues, sin más se levantó y se dirigió tres bancas más adelante. Avergonzado me fuí detrás del confesionario, a seguir escuchando la misa.

Ya iba el padre bien adelante en su homilía cuando una niña de bellos cabellos color oro se acercó y tocó mi frente Después me regaló una sonrisa y salió corriendo alegremente donde estaba su mamá. Yo la seguí queriendo responder a sus mimos, pero su progenitora creyendo que le iba a hacer algún daño tomó a la niña entre sus brazos y con su desprecio me mandó de nuevo a un rincón.

Con la cabeza abajo volví al confesionario, dejando atrás a la niña que lloraba suplicando a su madre la dejara jugar conmigo.

Mucho alboroto debí haber causado en el tiempo que estube dentro de la iglesia, pues no hubo feligrés alguno que me mirara con asombro, y si se quiere con desprecio. Yo sólo quería jugar con la niña, nunca estorbar, ni molestar a nadie. Además esta vez no venía a pedir comida. Sólo quería meditar un rato y pasarla bien con aquel que se fijara en mí.

Tras la ceremonia en la que el padre consagra el cáliz, el silencio del acto fue interrumpido por el ruido de un florero al caer al suelo. No me había dado cuenta que al intentar salir del confesionario y dar la vuelta para poder incarme, mi miembro derecho tropezó con el pedestal que sostenía un bello florero de porcelana, haciéndose añicos e interrumpiendo la ceremonia.

El padre enfurecido mandó a llamar al sacristán para que me sacara de prisa. Corrí desenfrenadamente a ocultarme detrás de las escaleras del campanario, donde nadie me viera. Después de una intensa búsqueda, el sacristán no logró hayarme, pues para fortuna mía, ningún feligrés logró ver dónde me había ocultado. Sólo escucharon el estruendo que el trasto hizo al caer.

Eran las seis, y sólo se escuchaba el último paso de un cristiano al abandonar el templo. Las velas encendidas en el marco de la oscuridad producían un efecto de serenidad y paz. El padre se había retirado a sus habitaciones y yo me disponía a abandonar el Santuario, de pronto un señor de tez morena, más bien negra y que tenía una escoba de espigas; de esas que son escazas en estos días, se dirigió a mí y me llamó por mi nombre:
-¡Tom! ¿Quiéres pan y leche?. Un silencio.
-¡Supe que te portaste un poco mal hoy en misa! No lo vuelvas a hacer. Recogeré los añicos que hiciste y los pegaré con cola, luego entraremos a la cocina a cenar juntos. ¿Te parece?. ¡Anda pues, siéntate en aquella banca mientras trabajo!. ¡Pasarás esta noche aquí, pues afuera hace mucho frío!.
Sus ojos eran dulces y su voz tranquilizaba mi agitado corazón que todavía no salía del susto del florero. Era muy diferente a las voces de reprensión que estaba acostumbrado a escuchar.

Esa noche la pasé con él felizmente.

A la mañana muy temprano, el sacerdote al abrir las puertas de la iglesia me encontró durmiendo a los pies de un altarcillo que en un rincón apenas sobresalía. Enfurecido me sacó a la calle sin antes echarme mil conjuros y retahilas. Después se dispuso a sacudir el polvo del lugar y debajo del santo roto y despintado que sostenia el altarcillo donde había pasado la noche, se leía apenas la leyenda: "San Martín de Porres".

Continuó sacudiendo los demás altares, el confesionario, las bancas, las alcancías y al llegar al pedestal que ayer había derribado con mi pie, el cura se detuvo asombrado, estupefacto, como una de tantas estatuas que ahí habían.
El florero ayer roto, hoy estaba intacto y en su lugar. Se persignó dos veces,mientras su boca se abría lentamente, se había quedado mudo. Cuando logró salir de aquel trance, abandonó la iglesia gritando: ¡Milagro!, ¡Milagro!

Ya en la calle, la mañana me sorprendió con las bocinas de los autos, el ruido de la gente y el despertar de un nuevo día que debía enfrentar. Era hora de proporcionarme el desayuno, por lo que ladrando crucé la avenida principal hasta llegar a los botes de basura de un lujoso restaurante que se erguía trés cuadras después...

domingo, 26 de febrero de 2012






LA DANTA Y EL CUSUCO


Cierto día la danta y el cusuco decidieron viajar juntos

Al rato de andar y andar se toparon con un caudaloso río, cuyas únicas formas de cruzarlo eran unas ramas caídas y un puente que se enconraba más lejos.

Viendo esto, la danta señaló las ramas y exclamó:

-¡Vamos por aquí, qué pereza caminar hasta el puente!.

Y dicho esto, se dispuso a cruzar el río, hasta que el cusuco lo detuvo y le dijo:

-¡No!, no ves que con tu peso quebrarías las ramas y caerías a las turbulentas aguas sin remedio. Mejor tomemos el puente, aunque queda lejos, es más seguro.

Entonces la danta y el cusuco caminaron hasta el puente que quedaba lejos y cruzaron hasta la otra orilla del río.

ANTES DE ACTUAR, HAY QUE REFLEXIONAR.

LA CULPA DE PEDRO GARCÍA

"¿Cuál es tu secreto?"
- Los secretos no se rebelan, los míos me avergüenzan .
"¿A quién prefieres?"
A tí, por que no me señalas y no me reprochas nada.

Pedro García, un niño de escasos 5 años, acostumbraba tirarse en el pasto a observar el movimiento de las nubes. Tanto gustaba de hacerlo que a veces se quedaba dormido y despertaba empapado por la lluviecilla ligera que bajaba de la montaña.
Solía vagar por en medio de girasoles y campos de arroz. Perdido en cavilaciones sin sentido atrapaba mariposas con una bolsa atada a un leño. Luego las colocaba en frascos de vidrio y las dejaba morir de inanición.

"¿Qué hiciste ayer?"
- Soplar flores de dientes de león para ver los plumones planear en el viento. Sabes, yo también puedo volar.

En el riachuelo se sentaba horas a observar los renacuajos con movimientos de serpiente. Era entonces cuando el pez bobo se salía del agua y se lo tragaba con todo y pantaloncillos cortos. Así navegaba a través de la corriente y llegaba a la otra orilla, donde el pez lo soltaba en el playón del río cubierto de guijarros.

"Por cierto, ¿qué hiciste las piedrecillas que te regalé?"
-Las coloqué en una lata y la enterré en un lugar secreto que ni siquiera tu sabes.

En la otra orilla se detuvo a jugar en el viejo árbol de higuerón. Se metió en la cueva que formaba sus raíces y desde adentro le hizo cosquillas al "Barrigón del bosque", tanto que comenzó el gigante a llorar sus hojas de las carcajadas que se daba.

"¿Cómo se encuentra tu hermano?"
- El doctor me dijo que cicatrizaría muy pronto su herida en el costado y la quimioterapia se encargaría de borrar todo indicio del "extraterrestre" que ataca sus pulmones. Además ayer su mamás le dio el brebaje mágico que le da fuerzas para regenerarse como "Voltron X" el titán de la televisión que vimos ayer. ¿Te acuerdas?

Cansado García de tanto andar, se detuvo frente a una barda de espinos y arrancó unos cuantos de ellos.

"¿Y dónde está tu papá?"

Dicen que lo han visto como cazador atrapando carbunclos y luciérnagas, para regalárselos a mamá. Luego los encierra en una botella y los vende en el mercado a buen precio. Algunos pagan millones por sólo ver la luz intensa de esas hadas del bosque.

"No me has contestado la primera pregunta. ¿Cuál es tu secreto?"
-Ya te lo dije, el mío me avergüenza.
"¿Por qué ?, si tu y yo somos niños y aún no te has decidido por el camino de la adultes. Sigues empeñado en castigarte. No cometiste pecado, simplemente fue una travesura, una equivocación".
-Pero no debí haberlo hecho.

Atravesó por el hueco de un rincón la barda de espinas y se adentró al patio de su casa. Yacía postrado en una cama un niño de cadavérica figura, Francisco el hermano de Pedro; otro de los García al que se le había diagnosticado un extraño cáncer pulmonar apenas unos meses atrás y que presentaba dificultades para retener el aire en sus diminutos bronquios.

"¿Y por qué lo hiciste?"
-Papá estaba quemando hierba seca y me pareció interesante extraer del rescoldo algunos carbones encendidos y con ellos poder jugar.

Un pecho amarillo cruzó raudo el cielo y se posó en las ramas de un guarumo, entonando una melodía.

"¿Pero no crees que el humo que provocaste al incendiar el establo dañó los pulmones de tu hermano?"
-No me lo recuerdes que me avergüenzo.
¡Soy culpable!
¡Soy culpable!.

El auto se detuvo frente a la residencia de los García y un hombre vestido de blanco, con estetoscopio en mano saludó de prisa a Pedro y entró presuroso a la vivienda.

"¿Cuántos has atrapado hoy?"

Cinco pajarillos y tres cometas que vi volar en el potrero, solo tuve que alzar mis manos y los atrapé en vuelo. Las avecillas las solté y las cometas las tuve que devolver a sus dueños que a kilómetros halaban las cuerdas y me rompían las manos.

En esa ocasión el doctor no venía a visitar a Francisco. La madre del enfermo estaba bien preocupada por Pedro quien lo había visto muy absorto en sí y temía que la enfermedad de su hermano le estuviera afectando.
"Hable con él Doctor, últimamente lo veo vagar por los campos, murmurando sólo y preocupado!. Temo también por su salud".

La tarde dejó escapar sus últimos rayos de un sol de verano, llena de anaranjadas luces. Las siluetas de los árboles mostraban su humanas formas.

"Amigo, ¿has hablado con él?"
- Todavía no. Me parece que está enojado por lo que le hice. Yo le provoqué la enfermedad.

El astro rey se ocultó tras las colinas y el doctor se acercó a Pedro dirigiéndole las siguientes palabras:

"Te aseguro que Francisco está recuperándose y no morirá. El cáncer ha cedido y ya lleva varios meses sin indicios de esa enfermedad. No creas que el humo de aquel incendio fue la causa que provocó su enfermedad. Él padecía de ella desde muy pequeño. Por eso no te tortures y te culpes".

Pedro sólo bajó su cabecita y haciendo pucheros se soltó a llorar un río entero de angustias que le apretaban su diminuto pecho, la culpa se había alejado de él , eran meses que guardaba en su corazón ese dolor , pero hoy era liberado. El doctor lo sostuvo entre sus brazos y sólo se resignó a callar.

Al día siguiente el sol despuntó de nuevo sobre el horizonte, y la avecillas trinaron en los juncales del riachuelo.

"¿De qué color vas a pintarlo?"

De rojo, como el que vi en el calendario que cuelga en la pared de la cocina. Vieras cómo me costó construir este aeroplano con los trozos de madera que mi padre desechó del taller. Se lo pienso regalar a Francisco. Cuando se recupere del todo salgamos al campo a volarlo.

Sacó del bote de pintura un líquido rojo y espeso que se resbalaba por las paredes del recipiente, mientras con una brocha cubría la superficie de la madera mal lijada y con clavos mal puestos.

"¿Y ya no tienes secretos?"
- Tengo muchos, pero ya no me avergüenzan. Por cierto un día de estos te revelaré uno, por ahora siéntate y ayúdame a pintar el avioncito.

Pedro miró sobre el respaldar de la silla vacía que tenía de frente, los árboles que susurraban una canción al viento y depositó sobre ella la otra brocha para que su amigo le ayudara en su tarea de pintar el avioncillo.

La madre de Pedro, recostada entre los dinteles de la puerta se alegró de verlo jugar frente a la silla vacía, deseando que algún día de nuevo su hermano la ocupara.







viernes, 24 de febrero de 2012


LOS NIÑOS DE LA LLUVIA
Camino y la lluvia empapa el ruedo de mis pantalones a pesar de que mi paraguas es de carpa grande, pero las aguas se ensañan en mojar mi ropa.


Miro a tres niños de muy corta edad, descalzos y con jirones en sus vestidos, entregándose a la tarea de vender dulces a los transeúntes. En sus rostros la humedad se les pega, mientras sus cuerpecitos tiemblan de frío. Sus miradas parecieran acusar a los transeúntes de su desafortunada condición, pero la lluvia se vuelve a ensañar de mis ropas, esta vez una ráfaga se adueña de mi espalda quien me pone en igual condición de esos infantes, tiemblo igual que ellos, pero ni eso cambia el destino de aquellos pequeños seres de la calle.

Ahora corren por la plaza y se guarecen en un alero del costado sur del Teatro principal de la ciudad cada vez más en penumbra; son ya las seis de la tarde y la lluvia no cesa. Acurrucan sus cuerpecitos entre ellos y el hambre comienza a accionar los mecanismos de alarma sobre sus estómagos, pero saben que deben llevar dinero a sus ranchos, sino recibirán palizas esta noche.

Deseo no ver aquella imagen de ciudad, una que a veces me devuelve el espejo marcado de razones tan cotidianas, las de un transeúnte cargado de prisas, lleno de la indiferencia propia de las urbes.

No cesa el aguacero y ahora vuelven a empaparse, a continuar siendo niños de la lluvia para regresar pronto a sus remedos de hogar. Entre el cortinaje traslúcido de las gotas contra los faroles de la calle me parece reconocer la figura de un Jesús en cuclillas abrazando a aquellos niños, pero no era más que una ansiada pasada de mi mente. Detrás de aquella visión aparece la de una mujer con los brazos abiertos en actitud de espera, deseando por todos los medios que fuera la Madre del que de hinojos se me presentaba, pero pronto desistí al desviar mi atención las luces de los autos que se me abalanzaban. Corro de prisa para cruzar la calle, ponerme a salvo y continuar mi camino.

Sigue el aguacero, ya no los veo, ni en mi mente se acuna la visión de Jesús y aquella mujer, pero sé que por las calles seguirán caminando aquellos niños de la lluvia, con sus almas rotas y en sus espaldas la frialdad de una ciudad cada vez más indiferente ... y sigo siendo un simple espectador.



TU VOLUNTAD

Aún cuando mi naturaleza humana pide a gritos hacer lo que quiero,
te suplico mi Señor, se haga tu Santa Voluntad.
Aún cuando mi corazón se inquiete por cosas banales,
asuntos terrenos, te suplico mi Señor,
se haga tu Santa Voluntad.
A fuerza de templar mi espíritu te pido mi Señor suavices mi alma.
¡Hazme bueno!, no permitas que me hunda en la desesperación.
Enséñame a amar y a perdonar, a no guardar rencor contra el que sin querer me perjudica,
por el contrario muéstrame en los ojos de mi prójimo tu Misericordia Divina.
Me entrego en tus manos.
Déjame recostarme en tu hombro, hasta que la mañana ilumine mi frente,
se disipen las brumas y el resplandor en la hierba
me haga de nuevo sentirme vivo.

EL MURO

"Los muros los hacen los hombres para demostrar que son los dueños de una propiedad, una región, o de un país incluso. Los muros son la negación de la libertad, la síntesis del egoísmo, la antítesis de la amistad"

Si alguna vez hubo un muro de piedra en este sitio, hoy ya no lo está. Antaño servía de límite entre dos propiedades vecinas. El viento y el sol horadaban su superficie poco a poco, mientras entre las rocas crecían helechos y líquenes que le adornaban con complejas manchas de verde y blanco haciéndolo más enigmático y exótico. Era bello verlo al atardecer creando siluetas en la colina, porque más allá de los límites de estas propiedades, el muro se extendía creando un corral donde las vaquillas pastaban serenamente. Pero a pesar de su belleza, ese muro de piedra no era más que la discordia de dos familias que se negaba a compartir terreno, campos de cultivo, pasto para el ganado, pero sobre todo, espacio donde sus hijos crecieran juntos, jugaran juntos, existieran juntos. Ambas familias vivían una al lado de la otra, pero siempre andaban discutiendo, algunas veces porque los de un lado se robaban las naranjas de las ramas que caían en su propiedad, o porque algún atrevido novillo se saltaba la cerca y entraba al terreno del otro a pastar. El muro, aún de piedra no detenía la invasión de una familia sobre otra, pues incluso los chiquillos en su inocencia más de una vez se saltaban la barda para jugar con los otros niños que de sangre eran primos. Ya ni se acordaban porqué se habían separado y de dónde provino la primera discusión. Lo cierto es que el tiempo erosiona la piedra, marca nuevos rumbos y cambia el curso de los ríos. Una noche, en el lecho de muerte, un anciano abuelo reunió a ambas familias para despedirse de este mundo, no sin antes rogarles que abandonaran de una vez por todas la discusión que por años las mantuvo separadas, limaran asperezas y volvieran a compartir la alegría de ser una sola familia.
No faltó más de uno que con argumentos centrados en la necesidad de mantener privacidad y criar a sus hijos a su mejor manera, optara por seguir viviendo como hasta ahora lo hacía. Lo cierto es que casi toda la noche debatieron sobre la necesidad de continuar separados porque de lo contrario terminarían en un pandemónium con consecuencias trágicas. Cada quién se despidió del abuelo con un beso en la frente y con la promesa de que aunque siguieran separados, ya no discutirían más, cosa que no convenció al anciano moribundo quien tuvo que llevarse ese sentimiento a la tumba. Se dice que a las dos de la madrugada el pobre hombre murió con una gesto de preocupación en su frente. Cuando, después de haber velado el cuerpo, en la mañana del segundo día, vestidos todos de negro y con una lluvia arreciando en sus cabezas , colocaron el féretro dentro de una tumba sencilla de tierra. Ambas familias eran de escasos recursos y no podían construirle un mausoleo al viejo. Estando el sacerdote dando las últimas honras fúnebre, a uno de los chiquillos de manera repentina y como inspirado por una gracia divina se le ocurrió ir hacia donde estaba el muro y extraer una de las rocas sueltas que por ahí estaba , la depositó al lado del féretro y continuó luego en silencio con su manitos cruzadas en actitud de oración. A él lo secundaron los otros niños y cada quien extrajo a como pudo una piedrecilla que fue colocándola encima del féretro . Los mayores al ver la actitud de sus hijos y sobrinos apuraron el entierro, colocaron la tierra en la fosa, que sobre un montículo se hallaba cerca y continuaron el ejemplo de los chiquillos. Con picos y palas arrancaron de cuajo las piedras más grandes de aquel muro y poco a poco fueron elevando una pila de rocas sobre la tumba. Con cemento que alguno proporcionó readecuaron las piedras para darle más sentido geométrico y finalmente levantaron un hermosísimo mausoleo que remataron con una cruz de hierro que uno de los familiares había guardado en su establo y que alguna vez había pertenecido a la primera ermita del lugar.
Regresaron todos a sus casas con la satisfacción de haber hecho algo bueno por el abuelo, tal vez así acallarían sus conciencias por no convivir armoniosamente en familia, mientras él estaba vivo.
A la mañana siguiente en el gran espacio que quedó como entrada que comunicaban los dos terrenos, los chiquillos de ambas familias jugaban plácidamente a la pelota. Los adultos decidieron entonces derribar por completo el muro y acabar con años de discordia y egoísmo.
Ya no se ve el hermoso muro de piedra, ni los helechos, ni los líquenes en su superficie y las tardes ya no siluetean su figura sobre la colina, pero a cambio se extiende ahora un solo terreno y una sola familia.

jueves, 23 de febrero de 2012


RADIOGRAFIA DE UN PODER
El cielo mismo se volcó en esta parte del planeta sobre las agujas y cúpulas de las iglesias cercanas. Rayos cayeron sobre las cruces de metal que coronaban los templos, mientras la energía bajaba hasta los feligreses en forma de luz, como mismas lenguas de fuego de un Pentecostés eterno. Todos empezaron a cantar extrañas canciones en idiomas inentendibles.

Sobre la silueta del horizonte un hombre fue testigo de esa fuerza, al divisar un rayo caer por la metálica techumbre roja en forma de obelisco de su vieja iglesia. Mujeres y hombres adentro adoraban de diversas formas, aplaudiendo, danzando o simplemente cerrando sus ojos. El mismo Espíritu de Dios se desataba de diversas formas, mientras el sacerdote elevaba la hostia en actitud de sacrificio.

A unos cuantos kilómetros, un pastor predicaba sobre la muerte y resurrección del Cristo de Nazaret, mientras una anciana caía en éxtasis, mientras la multitud ahí presente alzaba las manos al Cielo como pidiendo se acercara.

Al otro lado del mundo, en una mezquita rodeada de desiertos, Alá se regocijaba sobre sus fieles que sincronizados, al mismo tiempo recitaban versículos del Corán, mientras un relámpago iluminaba los minaretes cercanos. A poca distancia un rabino desplegaba pergaminos de la Torá, a la vez que hombres con la kipá sobre sus cabezas recordaban a los antiguos profetas del Pentateuco. Centellas rodearon el recito sagrado y luces celestiales inundaron la estancia.

Mas hacia oriente luminiscencias caían sobre valles cubiertos de bruma, mientras de los arrozales y cerezos en flor surgían perfumes que se mezclaban con el incienso de los templos en honor a Buda. Niños y madres de ojos razgados se inclinaban en su honor, pidiendo que las cosechas fueran abundantes ese año.

Esa misma claridad sobre el Ganges la observó el peregrino que limpió sus pecados e impurezas sumergiéndose en sus ancestrales aguas.

Tales luces se extendieron incluso más allá del mar hasta las mismas costas de América del Sur, hasta subir a las alturas mismas del antiplano andino, donde un anciano aymará observó la tarde, pidiendo a Pachamama que luche contra el hombre moderno para que no muera en sus destructivas manos. Al mismo instante un Aguá de Talamanca, pide a Cibú cure al niño de la aldea que fue mordido por una serpiente, Esa noche sobre las cumbres del Chirripó luces extrañas reflejaron su brillo sobre las frías aguas de los lagos glaciares.

Todo esto vió en sueños uno que aún cree que las fuerzas de lo alto se hacen presentes aún entre los humanos.

kipá: sombrerito en forma de cúpula empleado por los hombres judíos para separar su ser del Dios que está sobre sus cabezas.

Aguá: médico naturista, entre las tribus Borucas y Bribris de la Cordillera de Talamanca, la más alta de Costa Rica.

Cibú: dios principal de estas tribus.

Chirripó: mayor altura de Costa Rica, 3820 mts. sobre el nivel del mar.




MOLINOS DE VIENTO PARA ETIENNE

"¡Subamos a verlos!"

El chiquillo subió la colina y se recostó sobre los soportes que sostenían las aspas de uno de los molinos de viento que abundaban en el lugar. Desde lejos parecían enormes hélices que sugerían gigantes aviones enterrados, dispuestos a salir a surcar los cielos.
Después de recoger alguna que otra florecilla silvestre, Etienne se tiró sobre el pasto a contemplar las nubes sobre el recortado cielo azul de esa hermosa tarde de verano.
Yo estaba apenas en la base de la colina calculando cómo iba a empezar el ascenso, pues con mi rodilla lesionada dudaba que pudiera hacerlo. Para dicha mía el promontorio no era tan alto, por lo que aproveché el angosto camino de lastre que comunicaba la base con la cúspide para subir lentamente. En pocos minutos pude encontrarme con mi hijo que permanecía yacente sobre la hierba. Jadeando hasta no más poder lo secundé en su observación de las nubes, no sin antes frotarme la rodilla que aún resentía el esfuerzo físico realizado. Después de unos minutos de permanecer con mis ojos cerrados, de repente y sin mediar conversación alguna, mi hijo se viró hacia mí y me disparó a quemarropa la siguiente pregunta:
- "¿Papá algún día podré volar como ese avión...?"
Abrí mis ojos y lo primero que llegó a mi mente fue el razonamiento de que Etienne se refería a las aspas del molino como si fueran las hélices mismas de un avión, y el cielo las nubes que contemplaba.
Suspiré por un instante y con una lágrima que nunca salió de mis ojos, me quedé en silencio, mientras pensaba qué le respondería. En ese momento recordé que desde el instante mismo en que nacemos comenzamos a morir y sabía que Etienne al igual que yo y la humanidad entera habíamos comenzado; algunos antes, otros después a atravesar ese camino inexorable hacia la muerte. Volaríamos todos algún día hacia el encuentro con el Dios que de distintas formas los humanos concebimos, pero que finalmente todos o al menos una mayoría compartimos.
La tarde era tan bella, las aspas del molino giraban rechinando en los oídos como si cantara una canción, el pasto mecido por el viento simulaba una alfombra de colores por el atardecer que comenzaba a teñir de amarillo, rosa y naranja las espigas. Era tan hermoso el paisaje en compañía de mi hijo que el sólo pensamiento de perderlo no tenía sentido alguno. Di entonces gracias a Dios por estar junto a él y me prometí que mientras viviera, lo amaría por siempre.
Una hoja cayó en mi frente y me hizo volver en mí. Me dí vuelta hacia Etienne y le devolví como respuesta un simple..."Sí, cuando seas grande vas a poder volar como ese avión y surcarás las inmensidades del cielo".
El chiquillo se incorporó y haciendo el gesto típico de todos los niños al creerse un aeroplano, extendió sus brazos y comenzó a zigzaguear mientras bajaba presuroso la colina. Yo simplemente lo miré y me eché a reír...


SI BUSCAN HALLARÁN

Si buscan en el desierto una caña movida por el viento,
no la hallarán.

Si buscan jaulas rotas y palomas al vuelo,
en el templo, lo encontrarán

Si buscan vestidos blancos, casi inmaculados
anillos de oro y sandalias finas,
se equivocaron de hombre.

Si buscan inclinado en una piedra a un solitario, sudando sangre,
de seguro es Él.

Si entre prostitutas y ladrones un hombre sonríe,
no lo duden es el que buscaban.

Si les devuelve la vista y a sus gargantas palabras regresan,
den gracias a Dios lo han encontrado.

Si en lo alto de un monte un hombre grita:
¡Bienaventurados los pobres de corazón!,
pueden estar seguros, bajaran ese monte más
ricos que nunca.

Si al caminar por la Dolorosa Vía hallan
gotas de sangre en el camino,
no se preocupen nos son las suyas, Él las
derramó por ustedes.

Si el velo del Templo se parte en dos
y una fuerte lluvia arrecia,
es que Él lo entregó todo.

Si una mañana florida, cuando el perfume
de los jazmines inunde el aire
y las avecillas del campo alegren
el espacio con bellos cantos.
Cuando entre los montes encuentren una tumba vacía,
no se sorprendan. ¡La historia comienza aquí...!

martes, 21 de febrero de 2012


ZAPATOS ROTOS PARA CONTINUAR

Se sentó en el tocón de lo que alguna vez fue un alto roble a mirar sus depreciadas botas, llenas de huecos en su suela, cargadas de polvo y jirones de cuero guindando de su lengüeta que en realidad daba lástima, pero aquel hombre las apreció ese día más que nunca; según él había llegado al final de su viaje. Había recorrido miles de kilómetros sin rumbo fijo, por el simple placer de conocer el amplio mundo que se extendía a sus pies, oler las flores de las serranías, bajar a los valles cargados de meandros donde las garzas se señoreaban entre los yoliyales , ocultarse días enteros debajo del dosel del bosque aguardando a la taltuza salir de su madriguera , y atravesar las resecas llanuras donde el viento del este mueve el alto pasto asustando a las tímidas codornices.
Esa tarde aquel hombre creyó haber terminado su jornada, acabado su travesía, finalizado el camino. Sentado en aquel tronco y mirando sus raídos zapatos sintió la satisfacción de haber cumplido la tarea porque aquel calzado le demostraba que ningún obstáculo lo había detenido; por el contrario, todos los había logrado sortear.
Rememoró entonces aquel dia cuando había entrado a una tienda en su natal capital y prenderse de aquellas bellas botas de cuero y lona, todas lustrosas y muy bien cosidas; sabía que ellas lo llevarían por innumerables lugares y que nunca le fallarían.
Lo cierto es que antes de decidir abandonar el recorrido dado lo maltrecho que se encontraban esos zapatos, respiró profundamente, continuo mascando las espigas de hierba que recientemente había arrancado del camino y mirando al cielo en actitud de agradecimiento, le guiño el ojo a un gorrioncillo y con una disimulada sonrisa se incorporo de nuevo y sin volver a ver los pasos dados, continuo la marcha, se dio cuenta de que no había terminado su viaje. Desde entonces a ese hombre no se le volvió a ver nunca por esos lares, o al menos jamás descansar a la orilla de ningún camino. Era un hombre caminante…



CON ALAS DE ÁNGELES

Trastabillando por caminos a ningún lugar conocidos, la vida difumina formas de niños agrietados en concreto.
Y una ancestral furia ser aferra a sus cinturas de hambre y el olor a derrota se les impregna en sus indigentes miradas .
Como espantos alados vuelan en la noche y sus reproches se convierten en ideas perdidas .
Sus huesos no son más que armazones deformes.
Sus manos quebradas por puños de hombre retratan recuerdos con cara de hijos y en su labios la ausencia de brillo nos dice; ¡No hay sonrisas hoy!.
Quizás mañana se presenten vestidos, con rubor en las mejillas, con muñecas en las sillas y balones en el suelo.
Quizás las pupilas se nos llenen de lagrimas porque sus pasos ya no están.
Volarán entonces con alas de ángeles y caritas etéreas.
Abandonarán esta absurda ciudad y dormirán el sueño eterno.
Serán simples recuerdos...

Dedicado a los niños indigentes de nuestras ciudades.
12 de Mayo de 2009.

domingo, 19 de febrero de 2012



EL MILAGRO

Sólo se veían decenas de paraguas negros bajar de la colina; una lluvia necia no dejaba de caer y la misa apenas había terminado. Todos los feligreses que durante ya varios días habían presenciado el milagro del cristo que lloraba sangre se habían congregado esa tarde para participar de la Eucaristía. Algunos llegaron con la intención de ser sanados de algún padecimiento o enfermedad, otros para curarse de las enfermedades del alma, aquellas que son más perdurables y más daño hacen. Lo cierto es que todos tenían alguna intención personal, alguna razón para subir la colina y encontrarse con la estatua del Cristo redentor cuyo granito se manchaba con una sangre roja que rodaba desde sus ojos hasta el pedestal que lo sostenía. Siempre que sucedía el milagro, se completaba con una fuerte lluvia que borraba cualquier indicio de lo sucedido. Esa tarde mientras el sacerdote levantaba el cáliz al cielo, la estatua igualmente repitió el milagro. Todos los presentes quedaron extasiados hasta el punto de que algunos se desmayaron y otros lloraron sin parar. Al despejarse las nubes y las hojas de los madroños contener las últimas gotitas de la reciente lluvia que pasó, la muchedumbre fue abandonando poco a poco el paraje. Sólo el sonido del viento silbando en las agujas de los pinos se lograba escuchar, acompañado de una que otra avecilla que anunciaba la llegada de las sombras. Comenzaba a oscurecer.
Quedó sólo un niño de escasos diez años, él acostumbraba caminar por esos lares recogiendo florecillas del campo o guijarros de la quebrada que bajaba de esas serranías.
Él no pertenecía al grupo de feligreses que habían llenado la colina , era un simple lugareño que todos los días acostumbraba pasear por las colinas. Se acercó a la estatuilla del Cristo Redentor y como siempre le daba vueltas, haciendo "avioncillo", luego hablaba a la imagen sobre cosas de niños. Por cierto que en esta ocasión el Cristo le preguntó:
-¿A qué vienes hoy?
-Sólo a jugar contigo.
-¿Qué milagro quieres que haga en ti?
-Ninguno, ya lo hiciste.
-¿Cuál?-
-Estar contigo.

Esa tarde los feligreses que horas atrás habían colmado la colina regresaron a su casa con una serie de preguntas en su mente, el niño que acostumbraba rondar por esos parajes regresó a casa con una sonrisa en sus labios y la alegría de ser testigo del milagro de una buena compañía...

"La gente de este tiempo, pide una señal milagrosa, pero no va a dársele más señal que la de Jonás". Lucas, 11-29.

EL MUSGO

Repta el musgo en el suelo, donde antaño las veredas se cubrían con la cuaternaria blanca nieve de lo que hoy es el páramo, acosando con su verde las desnudas rocas milenarias. Salta entonces arroyuelos y rodea arrayanes en flor, hasta besar con sus superficiales raíces los líquenes y gramíneas. Es refugio de florecencia e insectos que a los primeros rayos del sol saltan de vida. Resisten bajas temperaturas y al llegar el termómetro a cero grados, la escarcha los cubre con perlitas de hielo que se difuminan a la luz del alba.
Luego abrazan colinas y se detienen en los circos glaciares hasta tocar la orilla de los lagos para después bajar sobre pendientes silenciosas.
Me gusta pensar que Mi Señor creó el musgo como lecho donde dormir y soñar el Universo, recostado a inventar su Creación.



DESPERTAR

De nuevo la vida decidió vivir y el amanecer despertar.
No hubo ser en este mundo que estando vivo, no decidiera continuar; alargar una milla más su existencia, una hora más de energía. Hasta el asfalto de la calle anoche durmiente, decidió mostrarse vivo, con movimientos de serpiente. Y sobre ella transcurrían artefactos inertes, llevando en sus entrañas corazones que palpitan, mentes que sueñan y esperanzas sin acabar.
No fue necesario despertar al mundo con una campana; el mundo se despertó por sí sólo desde que hace eones el polvo interplanetario se fraguara en estructuras conocidas. No fue necesario abrir las ventanas para que el sol brillara. Éste lo había hecho mucho antes de que el hombre construyera las paredes que hoy le aisla y separa de su entorno. Ni siquiera la tinta que escribe estos silencios tuvo que ser despierta; pues el alma de la pluma permanece aún viva en los tejados, el rocío de la manaña, el concreto en la ciudad y el beso en el parque.
Y es que a pesar de todo, estamos vivos y queremos seguir estándolo. Amamos y queremos seguir amando.

viernes, 17 de febrero de 2012


LA BOTELLA AZUL

Con sus pupilas azules observó contra el cristal la hermosa botella también de un hermoso color azul profundo. Tan profundo como el mismos mar que apenas un año atrás había conocido en un viaje familiar hacia el sur del país. Deseaba tenerla entre sus manos, así que se acercó al mostrador de la vieja tienda y con una tímida vocecilla interpeló a Don Juan el tendero que se encontraba en labor de empacar granos de arroz en sendas bolsas plásticas hasta acumular los dos kilos que sugería la cámara de comerciantes detallistas. El niño presuroso le pidió le vendiera esa hermosa botella a cambio de las pocas monedas que guardaba celoso en los raídos bolsillos de sus pantalones.
-"¿Cuántas monedas tienes?".
-"Apenas dos de cincuenta colones cada una".
- Esas no son suficientes.
Y como preparándose para contar sus ya conocidas historias fantásticas, Don Juan apoyó sus gruesos brazos sobre el mostrador y con un guiño de malicia y una frotada de sus plateados bigotes abrió sus labios para pronunciar la sorprendente historia. Según él la botella fue adquirida en un bazar de la misma Arabia, misma que había sido encontrada a merced del viento y el sol en pleno desierto. Unos beduinos la hallaron, mientras sus caravanas se dirigían hacia el norte La botella era mágica ya que poseía un brebaje para enamorar a las mujeres más bellas de Oriente. Él mismo había tomado de las pocas gotas que contenía el recipiente y con ello había logrado enamorar a su esposa, la misma que hoy en día compartía su habitación detrás de la tienda. Dicen que cuando era joven, era la mujer más bella del barrio y la envidia de muchos. Ahora con los años había subido de peso y ya presentaba en su rostro las marcas que solo dan los años, pero el anciano tendero la seguía amando como el primer día que la conoció, según él por los embrujos de la mencionada botella.
-"Bueno muchacho , y te preguntarás ¿cómo llego esta reliquia a mis manos?", preguntó Don Juan al niño.
Ésta fue adquirida por el capitán de un barco que después de navegar por cientos de mares, llegó a unos de los puertos del Atlántico del país por ahí de 1857 , quien al tocar suelo se la vendió de inmediato a mi tatarabuelo paterno por unas cuantas monedas como las que me quieres ofrecer . El capitán le había contado la historia de la botella y la magia para adquirir pareja con solo unos cuantos sorbos del contenido. Así mi familia , fue pasando de generación en generación la hermosa botella azul , siempre guardando un poquito del líquido maravilloso hasta construir nuestro árbol genealógico que ha llegado hasta nuestros días".

La historia se suspendió cuando sonó la campana de la entrada al llegar unos clientes que venían a comprar aceite para sus lámparas de mano. Después de atenderlos y despacharlos, Don Juan se dispuso a encender su pipa y con un aire de orgullo aspiró una bocanada de humo, después del cual se dirigió al niño con estas palabras:

-"No muchacho, por nada del mundo me desharía de esta botella, es una reliquia familiar"

El niño, con sus ojitos azules y con una lágrima asomándosele por el rabillo, le suplicó se la vendiera o al menos le diera unas cuantas gotitas del contenido para según él, enamorar a la linda niña de cabellos dorados como el mismo sol que sentadita en su sillita de madera de palo de rosa acostumbraba asomarse por entre las amapolas del jardín de la casa de al lado.

El bonachón gordo de Don Juan con una sonrisa maliciosa asomándosele por entre los pómulos , en silencio se acercó a la ventana y extrajo de la urna la ansiada botella color azul como los mismos ojos del infante. En un frasco pequeño de una de las alacenas derramó unas cuantas gotas del extraño líquido y con torpeza se las colocó en las manitos del inocente. Feliz el niño y después de agradecerle, salió corriendo hacia la puerta con el anhelado tesoro . Don Juan lo detuvo con un: "¡Espera jovencito!. Se te olvida que este es un gran secreto que cuesta dinero, no es gratis, dame una moneda de las tuyas y te llevarás a parte del brebaje una paleta para que te la comas en el camino". Después del intercambio, el niño salió con una carita de felicidad que pocas veces se vio por ese lugar, mientras que detrás del mostrador el Gordo de Don Juan mostró una gran satisfacción por el negocio recién hecho.
1 + 1= ?

LA SUMA ES PERFECTA

Un día los números decidieron no más restarse. Creían que con ello llegaría el momento en que serían cada vez menos y hasta desaparecerían. En un arrebato de euforia decidieron más bien multiplicarse, pero consideraron que este mundo ya estaba sobrepoblado de números y que uno más no cabría. Pensaron entonces que dividirse era una buena idea pero cayeron en la razón de que si lo hacían, su enemigo el conjunto vacío les ganaría. Cansados de discutir cual sería la operación matemática con que se quedarían, se sentaron a esperar pegaditos uno a la par del otro en el pizarrón. El profesor no borró esa noche la tabula verde y apagó la luz al cerrar la puerta. Al día siguiente los números continuaron allí., de la misma forma en que los estudiantes los observaron ayer. Entonces entró al salón de clase el primer estudiante del día, un niño flacucho y con anteojos, parecía el más inteligente y capaz, siempre se le consideró un optimista de nacimiento. Tomó la tiza y entre número y número trazó el símbolo de la suma. Él creía que uniendo esfuerzos, sumando vidas, este mundo sería mejor. Pensó que adicionando paso a paso las luchas diarias traerían un resultado positivo. El saldo total sería el Triunfo. Él siempre creyó que 1+1 no necesariamente daría 2, sino siempre un algo más, sin importar cual sea la respuesta correcta.. Los números como si adquirieran vida comenzaron a bailar y estuvieron de acuerdo con el niño; se quedarían definitivamente con la suma, ya no serían dígitos aislados, ahora todos serían una familia trabajando hombro con hombro.
Cuando llegó el profesor vio al niño frente al pizarrón y antes de que el pequeño se excusara por haber escrito en él, se dirigió al infante con las siguientes palabras: "la suma es perfecta"

EL DUELO

Ciudad de Cartago, Costa Rica , 1870.

Sobre las calles adoquinadas, la sombra de un carruaje se proyectó sobre la bruma que poco a poco se fue discipando para dar paso a una llovizna apenas ligera. Los caballos dirigían el coche a todo galope a la plaza principal. En su interior un elegante hombre de avanzada edad observaba detrás de la ventanilla, la hermosa iglesia de San Nicolás en cuya fachada resaltaba un bello vitral , que había sido traido en barco desde España. Al paso del carruaje el frío viento congelaba su mirada inquisidora que en conjunto con su fruncido seño le daban aspecto de un furioso dios mitológico . Era necesario, según él acabar con aquella aventura desbocada, restaurar el orden natural, limpiar el honor mancillado. Se batiría en duelo con el amante de su mujer.

Ella al lado suyo lloraba desconsoladamente, deteniendo las lágrimas que rodaban en su mejilla con un pañuelo de seda bordado con finos encajes y pedrería. Pertenecían ambos a familias del más alto abolengo de la ciudad. Por muchos años fueron felices uno al lado del otro, hasta que por órdenes del gobernador de Cartago, el marido fue enviado en misiones diplomáticas a Chile relacionadas con el comercio del café e intercambio de bienes suntuarios con aquel lejano país. Ella pasaba meses enteros sumida en soledad en su elegante mansión cercana a la plaza mayor de la ciudad, hasta que un día un amor secreto entró como viento tempestuoso en su corazón, aquel que le daría un nuevo motivo para alegrar sus mañanas y provocarle hermosos sueños al anochecer. Pero aquella felicidad prohibida acabaría pronto al ser sorprendidos besándose en el solar de la residencia por su propio marido que acababa de llegar de uno de los viajes por el cono sur.

Al terminar la calle, un candil a medio iluminar sirvió de punto de referencia final para anunciar a los viajantes de que el destino había llegado. La plaza de artillería sería el escenario del duelo. Luego todo serían trajes empapados, lanzamiento de improperios, lluvia sobre los rostros, sombreros al aire, sangre en el suelo, pechos abiertos y llanto en el único rostro que se vio llorar por esos solitarios lugares, el de aquella mujer que vió morir a dos hombres. Uno que le dio prestigio y al menos una felicidad construida según las normas de una sociedad basada en el honor, el recato y las buenas costumbres y el otro al que no importó romper esas absurdas reglas para estar con él porque para el verdadero amor, según ella, las reglas no existían.

Al final de esa tarde en la llamada "Ciudad de las Brumas", mientras la neblina comenzaba a disiparse y convertirse en una lluvia ligera y las campanas de la Iglesia de San Nicolás daban las cinco en punto, dos gatillos habían sido accionados, dos balas salieron del cañón y dos pechos al mismo tiempo fueron perforados. Ambos murieron en el acto.

miércoles, 15 de febrero de 2012

SOY ALGUIEN
Y estoy de nuevo aquí deambulando como prófugo en noche negra; oscura como el trepidar de unas voces que apenas percibo, como sirenas de niebla.
Como aleteos de nocturno animal.

Me cobijo entonces de bóvedas amarillas, para
aquietar los murmullos de mi mente.
Y dejo mi templanza de hombre viejo y me rescato
de suplicios que aún no terminan y me apiado de mis
defectos para no abrazar la desdicha de alguien que
ya no tiene otra forma de decir lo entiendo.

Y me doy cuenta que soy alguien, y me salta el ser
único, indivisible, imborrable, impredecible.
Y hasta podría jurarlo: ¡SOY ALGUIEN!.


YO
La palabra que más abunda en el ser humano es el YO
Yo hice esto, yo soy así, Yo ideé aquello, yo tengo esto.

Aunque mil bombas atómicas borraran de la faz de la Tierra
al hombre; un YO seguiría flotando en el humo de un último

edificio caído. YO destruí esto...

UNA LUZ EN LA VENTANA

Esa tarde bajé la cuesta, con la esperanza de encontrarme con la vida que se me presentaba en el frío de la briza de un diciembre que aún no llegaba, el sol ocultándose detrás de las copas de los árboles y el sonido de los grillos que ya empezaban a perturbar mi alma. Me preguntaba entonces que historias acompañaban las luces que de las ventanas de mis vecinos se colaban hasta llegar a mis retinas ya desgastadas por los años. Me extrañaba en particular la luz flameante que de una de las ventanas sin cristales de la sencilla casucha de mi anciana vecina se desprendía hacia la calle. Nunca me había atrevido a hablar con ella porque me parecía una mujer tosca y malhumorada. Bastaba con los gestos que se asomaban por su arrugado rostro para saber que era la vecina menos apreciada del lugar. Sin embargo desde que llegué a esa región contradictoria en su toponimia: "El llano de San Miguel", un pueblito enclavado entre montañas, me propuse mantener buenas relaciones con los lugareños.
Me intrigaba que todas las tardes antes que el crepúsculo convirtiera las laderas de la cerranía en gigantescas gabardinas oscuras, como si cíclopes renacieran cada noche, mi anciana vecina colocaba una velita encendida, esas de agua y aceite en el descanso de la ventana. En más de una ocasión vi el ritual sucederse todos los días, en el momento preciso en que bajaba la cuesta para confundirme con la nocturnidad y acabar el día en alguna venta de comida
Pero esa tarde al volver a internarme en la calle y mis retinas captar la repetida luz de esa velita no me contuve y fuí a preguntarle a la anciana, con algún pretexto que improvisaria en el camino sobre mis razones sospechadas. Al llegar a la puerta. y tras observar discretamente por la oquedad de la ventana, observé que la anciana se arrullaba en una mecedora y de sus manos pendían las cuentas de un rosario. Como no quise interrumpirla me senté en una banca del corredor a esperar. Mis oidos captaron murmullos de salves y letanías en curso, hasta que escuché por último un amén que hizo eco en el silencio final de largos minutos de espera. Me levanté y al acercarme a la puerta que estaba entreabierta, toqué y con un tímido saludo logré que la mujer abriera sus ojos, unos tan grandes y bellos ojos color cielo que me enternecieron, aunque su voz ronca y fuerte me provocó un sobresalto que casi me hizo retroceder. Sin embargo un "¡Pase adelante!", hizo volver mi calma.
"¿Qué se le ofrece?" me interpeló la anciana.
Después de inventar absurdas excusas y explicar la razón de mi presencia, logré, me contara su historia. Una tan posible, que hasta se podría subestimar, pero que en la mente de esa mujer se hacía realidad. Todas las tardes antes de que se diera el cambio del día a la noche, encendía una velita en la ventana para que su marido que había muerto al despeñarse por la ladera de una de tantas montañas del lugar, regresara en alguna de esas noches y como faro en la oscuridad se guiara hacia la vieja casucha de madera.
Extrañado me aseguré a través de preguntas capciosas de que no estuviera delirando por la locura senil que muchos ancianos padecen a esa edad, pero se veía que estaba totalmente en sus cabales. Según ella rezaba el rosario en ofrecimiento a su ánima, pero estaba convencida que algún día lo volvería a ver en cuerpo y alma regresar por el mismo camino que yo había andado. Terminé creyendo que la pobre mujer en sus largos años de soledad extrañaba a su marido tanto que guardaba la esperanza de volverlo a ver. Sin embargo ojeando entre sus cosas me confortó la idea de que ella era una gran creyente, pues a la par de su mecedora, en una mesita pequeña se encontraba una biblia amarillada por el tiempo. Entre sus páginas logré medio ver entre sus páginas una estampa de un Jesús resucitado. De seguro que ella esperaba lo mismo para su marido. Fue extraño ese encuentro, pero esa tarde al volver mis pies hacia el empedrado, confirmé que las historias de los que habitan detrás de las ventanas, traslucen con un brillo particular que los hace únicos. Todos tenemos luces que colocar en las ventanas.

Amor cósmico
Cuando mengua la luna su face y su rostro al amor espera,
la noche transparenta entonces un cortinaje de planetas,
que en la pálida desnudez eterna de tu sonrisa ingenua,
me provoca dormnir quisiera en tu superficie serena
y absorver tus galaxias y fundirme en tu estrella.


Locura Planetaria.

Sembré naranjos en la luna y los lunáticos me dijeron: ¡Estás loco!
Me subí a la cumbre más alta de Marte para ver mi hogar desde ahí y un marciano me recomendó tomar agua de los casquetes a ver si con ello me refrescaba la mente. Entonces me puse un anillo de saturno en mi dedo y me quedó tan pequeño que lo cambié por uno de Júpiter. Pero en uno de sus satélites lo jupiternianos me recomendaron engarzarme los cometas que pasaran.
Al fin y al cabo el tiempo me sobra para esperar el próximo en cinco mil años...

lunes, 13 de febrero de 2012




UN PASEO POR LA VIDA

Salgo a la calle a recorrer la vida y me encuentro que se encontraba ella ocupada, colgada toda, de una florcilla de diente de león.

Doblo la esquina y una niña se me acerca a pedir limosna, me siento con ella a platicar, le digo entonces: "¡vete a casa, si quieres me quedo en lugar tuyo!".

El cielo me regala entonces horas enteras para estar sentado y pedirle al mundo lo que le falta de amor.

Continúo mi camino a paso lento y me topo a un indigente bebiendo alcohol. Le entrego mi mano, me quito el abrigo y con cariño se lo coloco. Lo invito a un café, todo es sonrisas, alegrías ocultas, miradas preguntas, muchas sin responder.

Miro por la ventana, ya estoy en el parque, pesco una trucha que hay en el lago, la suelto luego, hay muchas hoy.

Me interno presuroso en la "jungla de concreto" y entre la gente descubro mujeres en prisa, autos y ruidos que me son familiares, hombres de oficina, vendedores de sueños, ancianos silentes.

Observo entonces silvestres aves colgadas de las cornisas de los edificios y las invito entonces a cantar conmigo, pero ellas mismas me cuentan: "Igual que ustedes, que van de prisa nosotras tenemos tareas hoy".

Las dejo con sus bulliciosas tonadas y mis pasos me llevan por las calles, ahí un grupo de jóvenes cuentan historias de batallas cibernéticas y converso con ellos de historias verdaderas, de vida y de muerte, de lo que son las luchas internas, de los valientes que sobrevivieron a ellas. Algunos me hacen caso, otros no, lo cierto es que sigo mis pasos, camino y "¡Adiós!". "¡Mañana los veo chicos para que me cuenten más de sus batallas, hoy cansado ya estoy!".

Me siento en un parque a mirar los árboles, algunos me lloran y lanzan sus hojas como lágrimas al sol, recojo una de ellas y observo que la vida no muere. Aunque caigan las hojas, la vida concentra su esencia en la savia que sube por ellos y se enreda en el tiempo, hasta precederme.

Mañana habrá otros hombres que se sienten en las bancas de los parques a observar los árboles y llorarán sus hojas sobre sus cabellos.

Luego llego a la casa de la niña que mendigaba en las calles y le devuelvo lo recogido entre mis manos. Ella me regala una sonrisa y una caricia en mi barbilla. Me voy feliz, con aquel regalo que me dió hoy.

Finalmente respiro hondo y cierro los ojos, he caminado mucho, he descansado poco, en mi mente acumulo miradas, sonrisas, angustias, tristezas, preocupaciones, pero medito entonces: "¡Esa es la vida, desbordándose en cada paso que doy!".

Ya tomé aliento, debo seguir... No me detengo.

MISIÓN AL AMANECER

Ezequías había comprado ese gallo movido por aquel sentimiento de protección que lo caracterizaba desde niño. El ave cojeaba y su mirada era triste. Parecía que con el constante ir y venir de un pueblo a otro, el comerciante no reparaba en asegurar bien las jaulas en que encaramadas al camello viajaban la infortunadas aves.

En repetidas ocasiones algunas de ellas con todo y contenido rodaban por el suelo lastimando sus pobres patas o quebrando incluso alguna desventurada ala.

A Samuel, como Ezequías bautizó al gallo, se le había quebrado su pata izquierda, misma que el tiempo encargó de soldar, pero que desgraciadamente deformó su espolón, haciéndole cojear cada vez que intentaba dar un paso; Además extrañamente no podía cantar, pues la naturaleza le había negado ese privilegio que sus demás parientes tenían. A pesar de ello, Ezequías no dejaba de alegrarse por su reciente adquisición, mientras los vecinos murmurban por tan extraña compra:
¡Pero es que ni siquiera tiene criadero de gallinas!. ¿Para qué querrá ese viejo gallo que ni cantar puede?. Se oía entre las tiendas del pueblo.
¡Será que piensa cocinarlo?. De todas maneras se sabe que él vive sólo en la casa de la loma y algunos aseguran que hasta está loco. ¡Dios lo cuide de sus actos!, terminó de exclamar una matrona. ¡Dios lo guarde!, la secundó otra.

Ezequías con el gallo bajo el brazo, dobló en la esquina del mercado y se introdujo en un huerto para continuar orillado a una barda, hasta el predio que conducía a su hogar. Él sabía que todo el pueblo lo tachaba de loco y que algunos le temían. Además, afirmaban incluso que le oían pronunciar conjuros mágicos. Y no habrá habido alguno que hasta haya creído que ese gallo lo utilizaría para preparar alguna pócima secreta para quién sabe que mal.

Lo cierto es que Ezequías era un simple romano de lejana descendencia judía,que en sus años mozos fue un centurión que vió muchas guerras venir y muchas conquistas pasar, fiel al emperador y presto a servir en el ejército. Pero los azares del destino lo habían convertido en un harapiento anciano, olvidado por el imperio; como todos aquellos que al llegar a cierta edad son considerados el estorbo de un hogar, de una empresa o de la misma patria. Sólo y sumido en la más terrible pobreza, vivía el anciano en aquella casita de la loma. Únicamente tenía su gallo, aquel que ese día había comprado y que atesoraría como su más preciada joya.

Samuel vivía feliz en aquellas estancias, al lado de su amo Ezequías. Todas las mañanas se le acercaba y le picoteaba la nariz y la frente, por lo que Ezequías sabía que ya había amanecido y era hora de levantarse. Así transcurrieron seis largos veranos y seis crudos inviernos, hasta que su amo tras una larga agonía murió en vísperas de la Pascua Judía. Samuel, ante este infortunio quedó sólo; por lo que no le quedó más que vagar por los campos en busca de alimento y sin rumbo fijo. Se preguntaba entonces, cuál había sido su propósito en esta vida, pues el Altísimo no le había dado cuerdas vocales o al menos estaban atrofiadas para cantar, además tenía una pata coja y poco podía caminar. Debía hacer algo importante, algo que el tiempo y la historia lo recordara como un acontecimiento de vital importancia.
¿Pero qué?, se dijo.

Una noche en que las estrellas e adueñaban del oscuro cortinaje divisó a lo lejos, más allá del arroyo de Cedrón, en el Huerto de los Olivos unos hombres que portaban antorchas. Era una tropa de soldados romanos y algunos guardianes del templo que enfurecidos parecían querer atrapar a un delincuente.
No entendió Samuel porqué uno de ellos besó las mejillas del condenado; parecía que era un sortilegio o una señal para los guardias. Lo cierto es que no le dio importancia a esa acción; de todas maneras entendía poco de las relaciones y extrañas formas de vivir de los humanos.

Estando en estas cavilaciones, no percibió que una de las estrellas que en el firmamento más brillaba, comenzó a acercarse cada vez más a él y cuando ya casi tocaba tierra, se transformó en un ángel, un enviado de Dios. Asustado, el pobre gallo se envolvió en sus propias alas y acurrucado se dispuso a esperar lo peor. La luz que desprendía el Ser Celestial lo cegaba y obligaba a entrecerrar sus ojos.

¡No temas Samuel, soy un enviado de Dios!. Sé que nunca has encontrado razón para vivir y siempre te has considerado inferior a los de tu clase; pero hoy se te encomienda la misión más importante de tu vida. Hoy mi Señor te devuelve tu voz y con ella cantarás lo más alto que puedas. Este hecho le recordará por siglos a generaciones enteras, las bajezas humanas y la traición de los hombres.

Dicha esta sentencia el Ángel se alejó como vino y la oscuridad dio paso a las primeras luces del alba. Samuel aún sorprendido, poco entendió las palabras que minutos antes le dijera el Enviado, así que desplegando sus alas en señal de alivio se dispuso a continuar su camino. Aún no salía del asombro por tal aparición y ya en su mente se gestaba la idea de hacer realidad las palabras del mensajero de esa noche. ¿Sería posible que yo cantara como el resto de los gallos del mundo?. Sólo había una forma de averiguarlo así que, subiéndose a una peña, la más alta de ese paraje, afinó su garganta y como nunguna otra ave jamás lo había hecho, entonó su primer canto, tan fuerte y afinado que toda la comarca lo escuchó. Su voz llevaba un acento de tristeza, quizás la que había acumulado él y su amo a lo largo de los años, o simplemente presagiaba el fin y el inicio de una historia.

Se dice que antes que el sol mostrara completamente su rostro detrás del perfil de las montañas, el gallo Samuel canto por segunda vez, exhalando así su último aliento . Su misión en la vida estaba completa.
Abajo muy cerca de los muros de Jerusalem, un hombre de aspecto nervioso negaba por tercera vez ser discípulo del que escasas horas atrás, había sido arrestado en el Huerto de los Olivos.