domingo, 20 de mayo de 2012


LA UVA DE PLAYA

Me encantaba escuchar de pequeño a mi tía hablar sobre las historias de su natal pueblo de Nandayure, enclavado en la Península de Nicoya, donde el calor se adueña de las espaldas de los arrieros y el ganado de las extensas sabanas.

De todas esas historias entre las que más me gustaba era cómo en su infancia vivió en una finca cuyas llanuras resguardaban cientos de árboles de exóticos frutos, de los que hoy ya casi han desaparecido.

De todos ellos el que me llamaba más la atención era la llamada "Uva de playa". No sé qué ideas excitó mi imaginación de entonces, pero siempre me quedé con la duda de qué se trataba esa extraña fruta. Me la imaginaba como una verdadera parra de uva, propia de los climas templados pero sembradas en plena playa, bajo el calor del sol tropical.

Lo cierto es que de grande quise saber de qué se trataba la exótica fruta que aquella hoy anciana mujer cultivó mi mente de sabores y olores particulares; así que, cuando llegué a mi vida independiente, recuerdo haber tomado un autobús hacia la costa pacífica, atravesar una extensa sabana arbolada y acercarme a una zona de dunas cerca del litoral. Me habían dicho los lugareños que esa playa estaba plagada del frondoso arbusto de uva. Entre mis pies descalzos pude sentir la arena seca, tibia por el calor del sol de aquella mañana. El aire salobre introducirse por entre mis fosas nasales y un mar tan azul que parecía continuarse hasta el mismo cielo.

Después de resbalar por entre un montículo me encontré de frente con aquel bello arbusto de cuyas ramas colgaban racimos de amarillentas frutillas, no era precisamente como me las imaginaba, pero su dulce sabor en mi boca y su fuerte aroma me recordaron por qué estaba ahí. Fueron años recreando en mi mente los posibles contornos de la planta, saboreando las jugosas frutas con el único punto de comparación que tenía, las tradicionales uvas del norte y sur del planeta y un fuerte olor que pensé se combinaba con el olor salino del mar.

Aunque sabía que no eran las mismas que las tradicionales, me quedé con los ojos cerrados saboreando aquel manjar dulce en mi paladar, el viento corriendo en mi rostro y la dicha de haber logrado cumplir un simple pero ansiado sueño.

Ahora frente al ordenador, me enteré a través de la gracia de la internet que se trata de un fruto tropical propio de la región Caribe y de Centro América, pero que se ha dispersado incluso a algunas regiones del pacífico del continente. Aprendí además que los primeros conquistadores quedaron asombrados de su sabor y aroma. También aprendí que en El Salvador le llaman "Papaturro" y en Cuba "Uva Caleta" y que en República Dominicana es un manjar del que preparan mermeladas e incluso vinos.

El árbol alcanza hasta los ocho metros de altura, de hojas duras y redondeadas y fruto color púrpura cuando está maduro. Su tronco es retorcido y nace entre las rocas y la arena suelta, no sobrevive a heladas o temperaturas menores a cero grados. Su nombre científico es "Coccoloba uvífera".

Concluyo diciendo que en nuestra infancia nos creamos mundos llenos de olores y sabores particulares y que cuando crecemos estos se diluyen por la rutina diaria y deberes que cumplir. Creo también que debemos cerrar ciclos y que aquellas dudas que tuvimos de pequeños, debemos despejarlas algún día, por más sencillas y absurdas que algunos crean, de lo contrario una parte de nuestra existencia quedará siempre con la pregunta eterna ¿Por qué nunca me atreví a...?

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