LA ÚLTIMA GOTA DE AGUA
Se levantó temprano con la única idea fija de beber agua. Abrió la llave y sólo
logró escuchar el silbido del aire salir del agujero de la boquilla del tubo.
En muchas partes del planeta ya se repetía esta historia. Las últimas gotas del líquido vital se estaban acabando, mientras la atmósfera se cargaba cada vez más de monóxido de carbono y otros gases contaminantes, producto del escape de los automóviles y el humo de las chimeneas de las fábricas.
Seguía teniendo sed y recordó que en la refrigeradora había dejado el día anterior una bebida gaseosa a medio terminar. No aplacó del todo sus ansias pero al menos le quitó de su lengua la mala sensación de sequedad. Encendió la televisión y las noticias retrataron el panorama oscuro que la humanidad entera comenzaba a vivir. Los medios informaron que a partir de ese día, las reservas de agua potable terminarían de existir y el mundo empezaría a experimentar la debacle ecológica más grande de todos los tiempos: "la lucha por acaparar las últimas reservas de líquido del Planeta". ¡La guerra había comenzado!. Estado Unidos desde hacía años se estaba preparando para hacer frente a esta crisis, colocando tuberías que llevaban el líquido vital desde las selvas tropicales de Centro y Suramérica hacia las regiones áridas de su costa Pacífica y tenía proyectos para extender la red hacia el Atlántico. Además a través del negocio de la "venta de aire", a cambio de la condonación de la deuda externa había logrado someter a los pequeños países de América Latina prácticamente a la esclavitud. Ya los bosques milenarios habían desaparecido prácticamente del planeta y los pocos que quedaban estaban en manos de las grandes compañías madereras internacionales.
Se sentía sucio y pensó en un momento ir a bañarse, pero recordó inmediatamente que ya no había agua. ¿Qué hacer?, se preguntó. Lo mejor sería esperar. Guardaba la esperanza que de nuevo, de la cañería brotara el agua. ¡La muy esperada y ansiada agua!. Aguzó su oído para escuchar atentamente si volvía al menos un chorrillo del líquido. Como no logró captar nada, con el control bajó el volumen al televisor para ver si escuchaba mejor, pero la llave de la cañería permanecía silenciosa. Se dirigió a la cocina y una sensación de devastación lo envolvió en una nube de incertidumbre y desesperación. ¿Ahora qué hago?. Deseaba una taza de café y no tenía cómo hacerlo. Decidió descongelar unos cubos de hielo de la nevera. Así lo hizo y con el agua hervida que sabía a gas de congelador, diluyó el café en el percolador. Servida una taza se sentó de nuevo frente al televisor. Se seguían dando noticias sobre la catástrofe ecológica y cómo estaba afectando a los países ya de por sí más pobres del planeta, en la franja suroriental de África y cómo se observaban parches de desiertos en lo que antiguamente era la extensa selva del Amazonas.
Se terminó la taza de café y volvió a la cocina a servirse más pero recordó que los cubos de hielo apenas dieron para una sola ración. Pensó utilizar el resto del hielo como reserva para más tarde. Regresó a su asiento a esperar.
Se rascó la cabeza y se desabotonó la camisa del pijama. Hacía calor y el termómetro marcaba 36 grados Celsius en un lugar que desde siempre se mantenía en un promedio de 22 grados. De todas maneras era verano y se decía que esos días eran los más calientes del año. Su hijo menor se levantó y corriendo se acurrucó entre los brazos del padre y acercándose al oído le susurró que quería un vaso de agua. El progenitor se le quedó viendo a los ojos y decidió volver a la cocina a derretir otro cubo de hielo. Estaba por sacar la bandeja del congelador cuando de pronto escuchó el sonido del aire al escapar de la boquilla del tubo lo que le provocó la dicha que tanto estaba esperando, comenzó a salir agua de la cañería en un chorrillo apenas delgado. Se apresuró a rescatar tan preciado regalo del día y de repente la dicha se esfumó. Apenas logró recoger medio vaso del líquido. Se volvió a donde su hijo y con los ojos casi llorosos comenzó a derretir el cubo de hielo, él supo que todo cambiaría a partir de ese momento...
En muchas partes del planeta ya se repetía esta historia. Las últimas gotas del líquido vital se estaban acabando, mientras la atmósfera se cargaba cada vez más de monóxido de carbono y otros gases contaminantes, producto del escape de los automóviles y el humo de las chimeneas de las fábricas.
Seguía teniendo sed y recordó que en la refrigeradora había dejado el día anterior una bebida gaseosa a medio terminar. No aplacó del todo sus ansias pero al menos le quitó de su lengua la mala sensación de sequedad. Encendió la televisión y las noticias retrataron el panorama oscuro que la humanidad entera comenzaba a vivir. Los medios informaron que a partir de ese día, las reservas de agua potable terminarían de existir y el mundo empezaría a experimentar la debacle ecológica más grande de todos los tiempos: "la lucha por acaparar las últimas reservas de líquido del Planeta". ¡La guerra había comenzado!. Estado Unidos desde hacía años se estaba preparando para hacer frente a esta crisis, colocando tuberías que llevaban el líquido vital desde las selvas tropicales de Centro y Suramérica hacia las regiones áridas de su costa Pacífica y tenía proyectos para extender la red hacia el Atlántico. Además a través del negocio de la "venta de aire", a cambio de la condonación de la deuda externa había logrado someter a los pequeños países de América Latina prácticamente a la esclavitud. Ya los bosques milenarios habían desaparecido prácticamente del planeta y los pocos que quedaban estaban en manos de las grandes compañías madereras internacionales.
Se sentía sucio y pensó en un momento ir a bañarse, pero recordó inmediatamente que ya no había agua. ¿Qué hacer?, se preguntó. Lo mejor sería esperar. Guardaba la esperanza que de nuevo, de la cañería brotara el agua. ¡La muy esperada y ansiada agua!. Aguzó su oído para escuchar atentamente si volvía al menos un chorrillo del líquido. Como no logró captar nada, con el control bajó el volumen al televisor para ver si escuchaba mejor, pero la llave de la cañería permanecía silenciosa. Se dirigió a la cocina y una sensación de devastación lo envolvió en una nube de incertidumbre y desesperación. ¿Ahora qué hago?. Deseaba una taza de café y no tenía cómo hacerlo. Decidió descongelar unos cubos de hielo de la nevera. Así lo hizo y con el agua hervida que sabía a gas de congelador, diluyó el café en el percolador. Servida una taza se sentó de nuevo frente al televisor. Se seguían dando noticias sobre la catástrofe ecológica y cómo estaba afectando a los países ya de por sí más pobres del planeta, en la franja suroriental de África y cómo se observaban parches de desiertos en lo que antiguamente era la extensa selva del Amazonas.
Se terminó la taza de café y volvió a la cocina a servirse más pero recordó que los cubos de hielo apenas dieron para una sola ración. Pensó utilizar el resto del hielo como reserva para más tarde. Regresó a su asiento a esperar.
Se rascó la cabeza y se desabotonó la camisa del pijama. Hacía calor y el termómetro marcaba 36 grados Celsius en un lugar que desde siempre se mantenía en un promedio de 22 grados. De todas maneras era verano y se decía que esos días eran los más calientes del año. Su hijo menor se levantó y corriendo se acurrucó entre los brazos del padre y acercándose al oído le susurró que quería un vaso de agua. El progenitor se le quedó viendo a los ojos y decidió volver a la cocina a derretir otro cubo de hielo. Estaba por sacar la bandeja del congelador cuando de pronto escuchó el sonido del aire al escapar de la boquilla del tubo lo que le provocó la dicha que tanto estaba esperando, comenzó a salir agua de la cañería en un chorrillo apenas delgado. Se apresuró a rescatar tan preciado regalo del día y de repente la dicha se esfumó. Apenas logró recoger medio vaso del líquido. Se volvió a donde su hijo y con los ojos casi llorosos comenzó a derretir el cubo de hielo, él supo que todo cambiaría a partir de ese momento...
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