miércoles, 16 de mayo de 2012


INVOCANDO ESPÍRITUS

A la luz de una vela invoco los espíritus de mi pasado y como fuego fatuo explotan de la llama cientos de chispas que se exparsen en mi habitación.
Es martes 13 y según los entendidos en ocultismo en este día todo puede suceder.
De una de las chispas aparece primero la cadavérica presencia de mis años de infancia cuando la inocencia reinaba en mi corazón. Sólo bastaba contenplar su cándida sonrisa para percatarse de que aquel niño que era yo disfrutaba de los pequeños regalos que le brindaba la vida: una tarde ventosa de verano, una mariposa al vuelo, una bateríade jueguetes en el suelo y una mirada perdida en el azul del cielo.
Del extremo de la habitación y en solapado silencio se acercó a mí la adolescencia, llena de fuerza y esperanza, a la vez que se escondía en su túnica de mansa timidez y de temores añejos, y es que lloraba como el espíritu infante que añoraba regresar a ser, pero como un deber casi ciego continuaba avanzando. Envejecer era su reto, con una mirada serena, con firmeza, como si aún en la más caótica de las guerras el sobreviviente debía vencer cada trinchera, cada obstáculo, cada espera.
Y aunque la vela seguía encendida, las sombras de la noche trajeron a mi presencia a mi espíritu adulto, algo cansado y mal trecho por los avatares de la vida, una que a veces sin sentido me esfuerzo por vivir. Doliente como enfermo en cama, sigo adentrándome en este absurdo, buscando razones para no desfallecer, continuando un centímetro más delante de aquellos que se dieron por vencido, acabando lo inconcluso. Sólo al abrir mi puerta tras un breve sonido de puños que tocan la madera me sorprendo ante la presencia de mi vejez y me doy cuenta que su rostro no es definido y no logro descifrar sus contornos; lo que me serena entonces es observar que tras esa masa informe, amorfa, se presenta otro rostro; más brillante que la llama de mi vela, más blanca y pura, como esperando que le sonría y eso no es necesario porque me es fácil hacerlo. Mi vejez la veo entonces con descanzada alegría, como si ya hubiera concluido lo inconcluso. Y es que el rostro más allá del mío me invitó a llorar como a un niño que sentencia se acabe esta noche oscura. Y como si se lo pidiera, un viento fuerte entró en mi ventana y apagó la vela inundando la estancia de una dulce paz. Y mi espera se escondió en el permanente abismo de sus regazos.

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