jueves, 10 de mayo de 2012


EL RESPLANDOR EN LA HIERBA

"A veces me pregunto si el resplandor en la hierba no es más que el reflejo del sol proyectándose sobre las serenas aguas de un lago, o la gracia de Dios frente a nuestros ojos, después de borrascosas noches de tormenta".
Esa tarde mirándose de frente, a orillas de ese espejo de agua, todo el tiempo se había detenido. Habían transcurrido varios meses de internamiento, noches de insomnio y delirio, amaneceres de pesimismo constante, agonía de horas en vela.
Ella moría a su realidad. Él ya no existía para ella, su pasado se había arrinconado en un cajón. Estaba sola, aunque nunca como en ese largo mes había estado tan acompañada de familiares y amigos.
Se había abstraído de este mundo, olvidado de ser madre, esposa y amiga. Se había convertido en una sombra que vagaba como espectro nocturno a lo largo de los pabellones de ese hospital psiquiátrico. No era nadie y lo era todo para él. Era poco y mucho a la vez. Pilar de su existencia, alegría de las caritas de ángel, luz de una mañana que cada vez se le alargaba más.
Recuerda como tras la maya metálica a las cinco en punto debía despedirse de ella con un nudo en la garganta, para regresar a su casa a esperar de nuevo que llegara el día siguiente y volverla a ver.
Repetir entonces, el ciclo de alegría en los ojos a medio día y nudos en la garganta al atardecer.
Sentarse bajo el tronco de un almendro y soñar, que nada había pasado, que ella estaba ahí y aún le quería.
La pregunta le asaltaba siempre : ¿que lleva a una persona en su sano juicio tomar la decisión de desconectarse como si fuera un aparato eléctrico y no querer más luchar, darse por vencida y simplemente vegetar, vivir, si no es depender de lo que las demás personas hagan con ella? Siempre fue una mujer alegre, trabajadora y muy entregada a sus hijos, amaba a su esposo y tenía los sueños de toda joven de ser feliz en este mundo, pero de repente y producto quizá de traumas de niñez, o el hastío que esta sociedad de consumo y la frialdad de una ciudad que cada vez le estorbaba, provoca en las almas buenas, es que decidió dejar de ser. Se encerró en sí y hasta intentó acabar con su vida. Fueron muchas las terapias y medicamentos que debió ingerir para lograr estabilizarse, hasta que con esfuerzo lo logró. Por eso, ese ansiado día cuando le dieron de alta y cruzaron los portones que separaban ese extraño mundo de hombres y mujeres autómatas, y se adueñaban de nuevo del viento, el ruido de la calle y las golondrinas en el cielo, el tiempo se encapsuló en un instante, sólo cortado por una pregunta:
"¿Dónde quieres ir?"
"Llévame al lago"
Transcurrieron entonces unos pocos minutos tras un tráfico muy fluido para estar frente al espejo de agua y mirarse de frente.
Ya todo había pasado, solos se bastaban para que la paz regresara a los corazones atormentados por días de desasosiego de esas dos almas en comunión. La tarde caía sobre el lago, los rayos de sol jugaban con las ondas que piedras lanzadas por niños traviesos perturbaban la calma del agua. El trino de las aves inundaba la atmósfera con nuevas melodías y el perfume de las flores les recordaban que estaban juntos y que ya nada más los separaría. Dios se les había acercado y les susurraba palabras conocidas en el oído: "Venid a mí los que estén cansados"... Sólo bastó mirar la orilla del lago para saber que el Creador se hacía presente en la diáfana luz de esa tarde, en la alegría ante sus ojos de aquel resplandor en la hierba

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