EL RETRATO
Entró en la galería,
contaminado de smog y los ruidos de la calle. Lo hizo por la simple intención de
resguardarse del frío de la tarde y para matar los minutos que le separaban del
encuentro con su novia. Ya llevaba diez fragmentos del reloj y ella que no
aparecía. Quedaron de verse en la esquina de la vieja Galería de Arte, pero él
no pudo contener sus deseos de entrar y observar la última colección de unos de
los grabadistas de moda y que presentaba sus más recientes obras. Repasó algunas
esculturas de otro autor y sin perder tiempo se dirigió al recinto que contenía
las obras del artista. Las luces fluorecentes le herían sus ojos, pero aún así
hizo el esfuerzo por admirar los retratos. Se trataba de una colección dedicada
a la naturaleza. Bellos bosques, marismas y retratos de azuladas montañas,
convertían el ambiente en un verdadero paraíso, poco visto en una ciudad que
cada vez se le parecía más fría e inhumana. De repente y en un lugar especial le
llamó la atención un pequeño cuadro que el autor le llamó con el título de "Ya
no". Se trataba de un hombre reposando debajo de un seco árbol sobre una llanura
desértica, denotaba el cansancio de los seres humanos y la lucha por sobrevivir
en un mundo que se encuentra entre la vida y la muerte por la debacle ecológica.
Debajo del mismo una leyenda que no era otra cosa que un fragmento de un libro
hacía referencia al cuadro del grabadista. No conocía al poeta pero le pareció
interesante leerlo. Luchando con su corta vista y la luz de los reflectores, sus
ojos captaron estas palabras:
"Sacude el viento los zarzales
y sin tregua contra el jilguero
levanta sus plumas y le hace detener
su trino.
Convierte las gargantas de los ríos
en sollozos de espanto que en la soledad
del sotobosque me recuerda una melancólica
melodía. Atrapa los sonidos de minúsculos
animales y contra la cárcava estrella sus
murmullos que se confunden con las voces
de los muertos manantiales. Luego todo es
silencio.
No hay viento.
No hay jilguero.
No hay ríos.
No hay bosque.
Todo es yermo.
Es un desierto.
A lo lejos un hombre grita:
¡Aquí hay agua! y se sienta debajo
del único árbol...
Del libro: "Infinito", Nadeo.
No terminó de leer los créditos del poema, cuando una vocecilla detrás de sus orejas lo abstrajo de su lectura. Era su novia que con un fuerte abrazo lo tomó por la cintura y lo obligó a virarse. Después de un apasionado beso lo dos salieron de la galería. Tenían prisa y debían llegar a tiempo a donde se dirigían. Esa tarde en la mente de aquel joven quedaron haciendo eco, la imagen del hombre debajo del árbol y las palabras del poeta desconocido.
"Sacude el viento los zarzales
y sin tregua contra el jilguero
levanta sus plumas y le hace detener
su trino.
Convierte las gargantas de los ríos
en sollozos de espanto que en la soledad
del sotobosque me recuerda una melancólica
melodía. Atrapa los sonidos de minúsculos
animales y contra la cárcava estrella sus
murmullos que se confunden con las voces
de los muertos manantiales. Luego todo es
silencio.
No hay viento.
No hay jilguero.
No hay ríos.
No hay bosque.
Todo es yermo.
Es un desierto.
A lo lejos un hombre grita:
¡Aquí hay agua! y se sienta debajo
del único árbol...
Del libro: "Infinito", Nadeo.
No terminó de leer los créditos del poema, cuando una vocecilla detrás de sus orejas lo abstrajo de su lectura. Era su novia que con un fuerte abrazo lo tomó por la cintura y lo obligó a virarse. Después de un apasionado beso lo dos salieron de la galería. Tenían prisa y debían llegar a tiempo a donde se dirigían. Esa tarde en la mente de aquel joven quedaron haciendo eco, la imagen del hombre debajo del árbol y las palabras del poeta desconocido.
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