LA MUJER EN EL BROCAL
Desde un balcón, mirando
la hiedra invadir el viejo pozo, el anciano juglar buscaba cualquier pretexto
para escribir de nuevo. Hacía años que había abandonado su laúd y de los viejos
papeles amarillos arrinconados en un estante no brotaban ya nuevos escritos. Se
acercaba la hora de abandonarlo todo, recordar que su Señor le había encomendado
escribir canciones bonitas, narrar hermosas historias, rescatar con su tinta
bellas doncellas.
Sus torpes pupilas captaron entonces en la mampara de la noche la luz de la luna, reflejada en las serenas aguas de aquel pozo. Tomó su vieja pluma de halcón; presuroso desenrolló un pergamino y con mano temblorosa escribió el siguiente poema en prosa:
"Solía permanecer desnuda en el brocal de aquel pozo lavando su larga cabellera con las serenas aguas de la luna que llena se posaba en la bóveda celeste. De cada cabello se desprendían entonces pequeñas chispas de cometa que al caer al suelo pululaban como mariposas nocturnas que en un batir de alas al infinito lanzaban miles de luces como ancestral polvo de estrellas.
Así el amante la veía desde lejos e imaginaba entrelazar su cuerpo también desnudo en ella. Las fuerzas del fuego fundiendo el hielo dieron paso a la incandescencia de gases como en una marea de vida y muerte. A cada instante los dos cuerpos celestes se acercaban más y más hasta que de un beso la gravedad fundió la masa en energía cósmica y una órbita de universos paralelos dejaron de existir. Ahora serían uno sólo. El gozo de la Creación entera transformó ese instante en figuras irreconocibles, aún no acabadas. Del hueco de aquel pozo, la vida misma surgía y cual agujero negro, los astros buscaban su equilibrio penetrando hacia dimensiones aún desconocidas. Luego todo fue luz, recuerdos, silencio, mareas de serenidad y calma.
No había razón para no dejar de mirar esa mujer en el brocal, hermosa, desnuda, silente, etérea, ausente".
El anciano juglar tomó su viejo laúd y de sus cuerdas, aquel escrito lo convirtió en canción...
Sus torpes pupilas captaron entonces en la mampara de la noche la luz de la luna, reflejada en las serenas aguas de aquel pozo. Tomó su vieja pluma de halcón; presuroso desenrolló un pergamino y con mano temblorosa escribió el siguiente poema en prosa:
"Solía permanecer desnuda en el brocal de aquel pozo lavando su larga cabellera con las serenas aguas de la luna que llena se posaba en la bóveda celeste. De cada cabello se desprendían entonces pequeñas chispas de cometa que al caer al suelo pululaban como mariposas nocturnas que en un batir de alas al infinito lanzaban miles de luces como ancestral polvo de estrellas.
Así el amante la veía desde lejos e imaginaba entrelazar su cuerpo también desnudo en ella. Las fuerzas del fuego fundiendo el hielo dieron paso a la incandescencia de gases como en una marea de vida y muerte. A cada instante los dos cuerpos celestes se acercaban más y más hasta que de un beso la gravedad fundió la masa en energía cósmica y una órbita de universos paralelos dejaron de existir. Ahora serían uno sólo. El gozo de la Creación entera transformó ese instante en figuras irreconocibles, aún no acabadas. Del hueco de aquel pozo, la vida misma surgía y cual agujero negro, los astros buscaban su equilibrio penetrando hacia dimensiones aún desconocidas. Luego todo fue luz, recuerdos, silencio, mareas de serenidad y calma.
No había razón para no dejar de mirar esa mujer en el brocal, hermosa, desnuda, silente, etérea, ausente".
El anciano juglar tomó su viejo laúd y de sus cuerdas, aquel escrito lo convirtió en canción...
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