EL CIEGO
Se encontraba un ciego a
orillas de un manantial restregándose los ojos con el agua que manaba del mismo,
cuando pasó por ahí un cuidador de ganado, quien se dispuso a darle de beber a
las reses.
-"Siempre lo he visto a usted lavarse sus ojos en este lugar", -inrrumpió el cuidador-.
-"¿Cómo?", exclamó sobresaltado el ciego, quien no se había percatado de la presencia de aquel hombre.
- "No se asuste buen hombre, soy el cuidador de ganado. Yo siempre vengo todas las tardes por aquí y en más de una ocasión me quedo silenciosamente observándolo. Me llama la atención encontrarlo siempre restregándose los ojos con el agua de este manantial. ¿Es que acaso tiene alguna sustancia curativa para la vista?. Me he enterado que es ciego."
-"A no señor, -dijo el invidente-. No es que tenga alguna sustancia curativa, yo sólo me lavo la cara y los ojos con el agua, pues como trabajo en una carbonera que queda aquí cerca, me lleno del molesto hollín. ¿Sabe?, es muy molesto, por eso cuando termino mis labores me lo vengo a quitar. Además, soy ciego de nacimiento y sé que nunca podría llegar a ver. De todos modos no me gustaría, pues me he enterado que la historia de la humanidad no es tan bella como lo describen algunos. Figúrese que tengo una hija mayor que me lee siempre el periódico de los domingos. Por cierto que está ya muy caro y ya casi hasta me es imposible pagarlo. Según su versión todo en este mundo anda muy bien. Hay paz en el Medio Oriente, en África el hambre ya se ha erradicado, en América Latina todos los países viven una verdadera democracia, donde no existe las atrocidades de una dictadura y que aquí en nuestro país no se viven hambrunas, ni miseria extrema.
Y continuó en su discurso: ¡Claro!, mi hija no me quiere alarmar, pues siempre guarda la esperanza de que algún día volveré a ver y me hace entender que todo marcha muy bien, que cuando vuelva a ver, brillará un arco iris en el cielo, las nubes estarán más azules que nunca y los campos se llenarán de flores. Una idea muy utópica pero que comprendo, proviene de una alma buena. Ella piensa que cuando Dios me devuelva la vista, ya no habrán niños esqueléticos, ni noticias de guerra en los periódicos; por eso es que en mi casa no hay un radiotransistor, ni mucho menos un televisor. Teme que yo me de cuenta por medio de esos medios, de la tragedia que está viviendo la humanidad del presente. ¡Pobrecita!, la comprendo, ella teme por mi corazón, pues lo tengo algo débil y no me quiere preocupar. Pero no sabe que yo me escapo donde unos vecinos que tienen un televisor y radio, y que además me leen en forma sincera el periódico. Ahí me he dado cuenta de toda la cruda realidad. De las horrorosas guerras, donde los niños son los que más sufren. De la explotación de los más inocentes cuya dignidad queda reducida a la nada. De la injusticia que los gobernantes cometen con sus pueblos y los negocios que hacen con las armas y la salud de la humanidad entera.
No señor, -terminó diciendo el ciego-, no me voy a sanar con esta agua; como ya le dije, soy ciego de nacimiento y sólo un milagro podría devolverme la vista, pero además ni lo deseo. Hay tantas cosas que no quisiera ver, prefiero seguir siendo un simple ciego que oculta lo que por sus oídos escucha.
-"Siempre lo he visto a usted lavarse sus ojos en este lugar", -inrrumpió el cuidador-.
-"¿Cómo?", exclamó sobresaltado el ciego, quien no se había percatado de la presencia de aquel hombre.
- "No se asuste buen hombre, soy el cuidador de ganado. Yo siempre vengo todas las tardes por aquí y en más de una ocasión me quedo silenciosamente observándolo. Me llama la atención encontrarlo siempre restregándose los ojos con el agua de este manantial. ¿Es que acaso tiene alguna sustancia curativa para la vista?. Me he enterado que es ciego."
-"A no señor, -dijo el invidente-. No es que tenga alguna sustancia curativa, yo sólo me lavo la cara y los ojos con el agua, pues como trabajo en una carbonera que queda aquí cerca, me lleno del molesto hollín. ¿Sabe?, es muy molesto, por eso cuando termino mis labores me lo vengo a quitar. Además, soy ciego de nacimiento y sé que nunca podría llegar a ver. De todos modos no me gustaría, pues me he enterado que la historia de la humanidad no es tan bella como lo describen algunos. Figúrese que tengo una hija mayor que me lee siempre el periódico de los domingos. Por cierto que está ya muy caro y ya casi hasta me es imposible pagarlo. Según su versión todo en este mundo anda muy bien. Hay paz en el Medio Oriente, en África el hambre ya se ha erradicado, en América Latina todos los países viven una verdadera democracia, donde no existe las atrocidades de una dictadura y que aquí en nuestro país no se viven hambrunas, ni miseria extrema.
Y continuó en su discurso: ¡Claro!, mi hija no me quiere alarmar, pues siempre guarda la esperanza de que algún día volveré a ver y me hace entender que todo marcha muy bien, que cuando vuelva a ver, brillará un arco iris en el cielo, las nubes estarán más azules que nunca y los campos se llenarán de flores. Una idea muy utópica pero que comprendo, proviene de una alma buena. Ella piensa que cuando Dios me devuelva la vista, ya no habrán niños esqueléticos, ni noticias de guerra en los periódicos; por eso es que en mi casa no hay un radiotransistor, ni mucho menos un televisor. Teme que yo me de cuenta por medio de esos medios, de la tragedia que está viviendo la humanidad del presente. ¡Pobrecita!, la comprendo, ella teme por mi corazón, pues lo tengo algo débil y no me quiere preocupar. Pero no sabe que yo me escapo donde unos vecinos que tienen un televisor y radio, y que además me leen en forma sincera el periódico. Ahí me he dado cuenta de toda la cruda realidad. De las horrorosas guerras, donde los niños son los que más sufren. De la explotación de los más inocentes cuya dignidad queda reducida a la nada. De la injusticia que los gobernantes cometen con sus pueblos y los negocios que hacen con las armas y la salud de la humanidad entera.
No señor, -terminó diciendo el ciego-, no me voy a sanar con esta agua; como ya le dije, soy ciego de nacimiento y sólo un milagro podría devolverme la vista, pero además ni lo deseo. Hay tantas cosas que no quisiera ver, prefiero seguir siendo un simple ciego que oculta lo que por sus oídos escucha.
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