miércoles, 16 de mayo de 2012



JIHAD

El sol absorbe la blancura de las mezquitas y las convierte en un intenso rojo que se derrama silencioso por entre las almenas, mientras de la linternilla de un atalaya un hombre de amarilla túnica, con potente voz canta oraciones a Alá, para que miles de fieles realicen la oración puntual que transforme el cielo de colores cobrizos a la purpúrea penumbra del fin del día.
Se detienen entonces los quehaceres como sucedió horas atrás.
En lo alto de una buhardilla un hombre en solitario repasa nervioso las cuentas de un rosario en busca de una respuesta, a la que la frente traiciona con gruesas gotas de sudor.
Su valentía será puesta a prueba, apenas comerá un último bocado esa noche, besará la frente de su mujer y abrazará a sus hijos. Quizás ni ellos lo sepan; el pretexto es una simple salida. La puerta se cerrará; tras de ella y en pocas horas, las carnes de aquel hombre se desgarraran en cruenta explosión. Cumplirá su Jihad para que el orden establecido desde siglos continúe.
Habrá un hombre menos en la ciudad y un redimido atravesando el paraíso.

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