EL SILENCIO DE LA MONTAÑA
Extraño fenómeno es el que
los escaladores viven cuando de repente el viento, el sonido de las aves, los
grillos y los mismos pies sobre la hierba al pisar, dejan de producir sonido
alguno.
Todo queda en calma; hasta los oídos zumban, como cuando con nuestras manos separamos el ruido externo y nos sumergimos en un mar de serenidad.
Pero esa tarde a Rymond el silencio de esa montaña lo aterró. Desde la cumbre comenzó una nube oscura a descender en forma muy extraña, cubriendo la ladera con un frío que le erizó hasta los vellos de sus brazos. El sol se ocultó tras esa cortina, el ocaso dio paso en pocos minutos a una temible noche negra. A kilómetros de distancia, las luces de la ciudad parecían miles de estrellas posadas en el valle. De repente esas luces se apagaron y una grisácea neblina envolvió las azoteas de los edificios. La luna en cuarto menguante asomó por entre el perfil de las colinas . Estaba completamente solo, circundado por un silencio sepulcral, casi de ultratumba, uno que si se extendía unos minutos más, de seguro lo desquiciaría. Él alguna vez había visto en alguna revista científica especializada fotografías de rostros de hombres y mujeres que habían sufrido experiencias terriblemente aterradoras y que murieron con expresiones totalmente deformadas por el fuerte impacto de las impresiones. Rymond no quería morir sólo, con el temor fluyéndole por su garganta y el sudor de su frente resbalándole por el mismo cuerpo. Tenía hijos y esposa y no quería abandonarlos a merced de la vida.
Con el corazón palpitando a mil comenzó a descender la montaña, acelerando el paso cada vez más, sin reparar si las piedras o arbustos se le atravesaban; simplemente las vadeaba o saltaba como un galgo corriendo en una pista tras el conejo. Y el silencio le seguía, ni siquiera sus pasos se escuchaban cuando alguna rama quebraba. Al tiempo de correr y tras el cruce del camino que iba hacia el oeste, una extraña luz que inició siendo como una lejana estrella en el cielo se fue acercado al asustadizo hombre hasta enfocarlo en un solo punto. Sintió que de repente una fuerza sobrenatural lo abducía hacia el cielo mismo. No tuvo tiempo siquiera de luchar, se dejó tragar por las extensiones de la noche, por aquel objeto en forma de plato que giraba a miles de revoluciones por minuto. Mientras iba subiendo su cuerpo se iba transformando en energía pura, sus miembros se iban fraccionando y su rostro se diluía en líquidas partículas que finalmente como un embudo se tragó al infeliz humano. La nave dió un giro hacia el norte y a la velocidad de la luz se volcó hacia el espacio mismo. Un silencio implacable se adueño del lugar para siempre. Nunca más se volvió a escuchar el sonido de las aves, los pequeños mamíferos, el cantar de los grillos y ni siquiera el escurrir del agua por entre los arroyuelos cercanos.
Se dice que a la mañana siguiente los noticieros mencionaron los comentarios de varios testigos que afirmaron observar el avistamiento de varios ovnis en esa región. Detrás de un alto roble un cuerpo sin vida y con un rostro terriblemente lacerado, ojos extremadamente abiertos y una mueca torcida de espanto, fue hallada por un humilde campesino de la región. Desde ese día quienes atraviesan esos parajes no escuchan sonido alguno en el aire.
Algunos creen y otos no en los objetos voladores no identificados pero lo cierto es que el silencio de la montaña quedó como testigo de que algo extraño había sucedió horas atrás.
Todo queda en calma; hasta los oídos zumban, como cuando con nuestras manos separamos el ruido externo y nos sumergimos en un mar de serenidad.
Pero esa tarde a Rymond el silencio de esa montaña lo aterró. Desde la cumbre comenzó una nube oscura a descender en forma muy extraña, cubriendo la ladera con un frío que le erizó hasta los vellos de sus brazos. El sol se ocultó tras esa cortina, el ocaso dio paso en pocos minutos a una temible noche negra. A kilómetros de distancia, las luces de la ciudad parecían miles de estrellas posadas en el valle. De repente esas luces se apagaron y una grisácea neblina envolvió las azoteas de los edificios. La luna en cuarto menguante asomó por entre el perfil de las colinas . Estaba completamente solo, circundado por un silencio sepulcral, casi de ultratumba, uno que si se extendía unos minutos más, de seguro lo desquiciaría. Él alguna vez había visto en alguna revista científica especializada fotografías de rostros de hombres y mujeres que habían sufrido experiencias terriblemente aterradoras y que murieron con expresiones totalmente deformadas por el fuerte impacto de las impresiones. Rymond no quería morir sólo, con el temor fluyéndole por su garganta y el sudor de su frente resbalándole por el mismo cuerpo. Tenía hijos y esposa y no quería abandonarlos a merced de la vida.
Con el corazón palpitando a mil comenzó a descender la montaña, acelerando el paso cada vez más, sin reparar si las piedras o arbustos se le atravesaban; simplemente las vadeaba o saltaba como un galgo corriendo en una pista tras el conejo. Y el silencio le seguía, ni siquiera sus pasos se escuchaban cuando alguna rama quebraba. Al tiempo de correr y tras el cruce del camino que iba hacia el oeste, una extraña luz que inició siendo como una lejana estrella en el cielo se fue acercado al asustadizo hombre hasta enfocarlo en un solo punto. Sintió que de repente una fuerza sobrenatural lo abducía hacia el cielo mismo. No tuvo tiempo siquiera de luchar, se dejó tragar por las extensiones de la noche, por aquel objeto en forma de plato que giraba a miles de revoluciones por minuto. Mientras iba subiendo su cuerpo se iba transformando en energía pura, sus miembros se iban fraccionando y su rostro se diluía en líquidas partículas que finalmente como un embudo se tragó al infeliz humano. La nave dió un giro hacia el norte y a la velocidad de la luz se volcó hacia el espacio mismo. Un silencio implacable se adueño del lugar para siempre. Nunca más se volvió a escuchar el sonido de las aves, los pequeños mamíferos, el cantar de los grillos y ni siquiera el escurrir del agua por entre los arroyuelos cercanos.
Se dice que a la mañana siguiente los noticieros mencionaron los comentarios de varios testigos que afirmaron observar el avistamiento de varios ovnis en esa región. Detrás de un alto roble un cuerpo sin vida y con un rostro terriblemente lacerado, ojos extremadamente abiertos y una mueca torcida de espanto, fue hallada por un humilde campesino de la región. Desde ese día quienes atraviesan esos parajes no escuchan sonido alguno en el aire.
Algunos creen y otos no en los objetos voladores no identificados pero lo cierto es que el silencio de la montaña quedó como testigo de que algo extraño había sucedió horas atrás.
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