HISTORIAS DE VIDA Y MUERTE
(LIBRO)
PROLOGO: A traves de estos cinco relatos cortos, pretendo presentar la cotidianidad que significa vivir o morir; al fin y al cabo, las historias humanas se irvanan entre esos dos ejes. Todos somos de la vida, todos somos de la muerte...
LA MANO EXTENDIDA: (Vida) Extendió la mano como esperando que la
gente depositara puñados de aliento en su palma. No esperaba dinero, nada más
sentir el calor de una mano fraterna entregando parte de sí, sin importar si
unos cuantos centavos o algún billete que sobrase de los bolsillos de una
caritativa alma supliera la necesidad de sentirse acompañado.
Esa tarde
llovió y la mano seguía extendida, aguardando una respuesta, vislumbrando una
pregunta ¿hasta cuándo?.
Y la respuesta siguió esperando. Nadie se atrevía
colmar esa mano con el calor de una caricia, mucho menos proporcionar el frío
metal, tan frío como la ciudad que servía de marco a la escena. Las calles se
inundaron de gente que aprisa buscaba refugio en los aleros de los edificios,
mientras como hongos de colores se llenaban de sombrillas las avenidas para
guarecerse del temporal. Esta vez, la mano del mendigo se ocultó entre los
pliegues de su abrigo buscando la manera de guardar calor. Ya no pedía nada, se
había resignado a olvidar que era alguien, sólo quería confundirse con las
paredes , el asfalto de la calle y el humo de los autos, para no creer que
existía y simplemente resignarse a ser como las cornisas de los edificios, que
no tenían alma y eran simples estructuras inanimadas que no sentía ni vivían.
Era más fácil pensar así.
Es tarde, a lo lejos se escucharon los últimos
truenos y de la ventana de una nube descendió un rayo de luz que iluminó la
convulsa ciudad, la lluvia había cesado y apenas goteaba de las hojas de la
vieja araucaria del parque unos cuantos chorrillos de agua. De nuevo la tímida
mano se extendió como pétalos al sol después de una lluviecilla de mayo. Nadie
entregó una moneda, nadie ofreció su calor, sólo el rayo que provenía del cielo
iluminó la ennegrecida palma mientras que en un gesto de asombro los ojos del
anciano mendigo se llenaron de lágrimas . Esa tarde ya no sintió frío.

EL ACCIDENTE
(Muerte)
De repente se detuvo el
tráfico y las calles se llenaron de sonidos de ambulancias y radiopatrullas. Los
pasajeros del autobús exigían al chofer la devolución de sus pasajes, mientras
lanzaban improperios a los causantes de su demora, muchos de ellos llegarían
tarde a sus lugares de trabajo. Era un caos, algunos niños de pecho comenzaron a
llorar mientras las madres buscaban presurosas chupetas y chupones para acallar
sus gritos. Algunos asomaban sus cabezas por entre las ventanas y en sus
morbosas mentes ansiaban ver la sangre correr por entre las alcantarillas y
distinguir miembros mutilados por todo el asfalto, con la decepción de
encontrarse con la escena de una mujer atropellada quien murió en el acto sólo
por el certero golpe de un automóvil que venía a alta velocidad, pero que no
presentaba lesiones visibles. Llegó entonces el ángel de la muerte quien se le
vio no con el tradicional traje oscuro, sino de blanco y con unas elegantes alas
transparentes. Al menos así lo percibieron algunos transeúntes. Se dirigió en
forma reverente al cuerpo de la recién fallecida y la tomó delicadamente entre
sus brazos, extrajo de ella su último aliento y lo depositó cuidadosamente en
una hermosa urna de oro rematada con pedrería de diamantes. Antes de remontar
vuelo y llevarse consigo el alma de la desdichada mujer se subió al autobús y
preguntó : ¿Alguno de ustedes bajó a socorrerla?. El murmullo y los insultos
hacia el chofer y los policías de tránsito fueron la única respuesta.

MATERNIDAD
(Vida)
En la cama de un hospital una mujer recientemente dio a luz el hijo que pudo
no haber nacido. Mira entonces desde su ventana y se da cuenta de la verdad que
acababa de descubrir...
La sala de maternidad se llenó de un ambiente de alegría, aquella mujer que
llevaba ya catorce horas de labor de parto logró finalmente dar a luz a un bello
bebé de escasas cuatro libras. Después de haberlo limpiado y dado los primeros
auxilios para enfrentarlo a la frialdad de esta vida, la enfermera lo depositó
en los cálidos pechos de la madre para que en fallidos intentos lograra extraer
el líquido vital que le permitiera alcanzar el peso necesario para salir de la
zona de mortandad infantil. Más tranquila y con la dicha de tener entre sus
brazos a su pequeño hijo, María recordó la fatídica escena, cuando su pareja en
un arrebato de cólera le pegó por haberse negado a abortar la criatura que ya
llevaba cuatro semanas en su vientre y ella estuvo a punto de hacerlo al tomar
unas pastillas que casi desgarra el saco amniótico y destroza al bebé. Para
dicha del mundo la criatura fue rescatada a tiempo por los paramédicos
Después de haber absorbido unos pequeños tragos de calostro le arrebataron
el bebé a María para mantenerlo en observación. Ella quedó rendida por las
largas horas de lucha tratando de parir la criatura. La noche la sorprendió con
la ventana del salón abierta permitiendo que una tenue brisa refrescara su
sudorosa frente. Se dispuso a descansar y antes de que sus párpados se cerraran
observó sobre el tejado del edificio de al lado la hermosa silueta de una gata
que a contraluz de la luna era acompañada por tres pequeños felinos. Esa noche
se sintió por primera vez una madre.

EL ENTIERRO
(Muerte)
La ventaja de ser niños es que sin importar lo trágico de la vida, todo lo
olvidan fácilmente. Si hubieran sabido esa tarde quién los espiaba , no
olvidarían tan fácilmente ese incidente...
Hicieron una caravana con ramos de violetas, margaritas y geranios que en
actitud de reverencia portaban entre sus manos. Caminaban despacio y uno de
ellos llevaba el féretro, que no era más que una vieja caja de zapatos con
algodón adentro. Contenía un pajarillo muerto que aún la corrupción no le había
afectado; no presentaba mal olor y sus plumas seguían siendo brillantes. Antes
de bordear las bancas de madera y adentrarse por la barda de cipreses pasaron
por el cobertizo para sacar la pequeña pala con que cavarían la fosa.
Su
papá les había regalado el pajarillo con el fin de colmar la casa con los
sonidos mañaneros de esta canora criatura, y ahora por problemas de
envenenamiento, la infortunada avecilla estaba a punto de ser enterrada en el
patio a los pies del viejo Roble. Los inocentes niños se detuvieron frente al
árbol y cavando un hoyo que casi rompe una de sus gruesas raíces enterraron la
vieja caja de zapatos con todo y ave, luego de depositar suficiente tierra en el
hueco y finalmente colocar una cruz hecha con ramas secas. Terminada las honras
fúnebres y después de haberse arrodillado frente a la tumba a rezar por el alma
del difunto, los hermanos Sequeira se alejaron de prisa del lugar a entretenerse
como siempre con sus juegos preferidos. Fácilmente borraron de su memoria el
incidente y volvieron a la rutina de ser niños esas criaturas que rápidamente
olvidan la tristeza y no consideran la muerte un problema para seguir viviendo,
No sospechaban que su padre desde la cama de su dormitorio los observaba en
actitud silenciosa. Acababa escasas tres horas de volver de la clínica donde se
le había diagnosticado un cancer terminal.

LA HORA CRUCIAL
(Vida)
Tirado en una trinchera, en la hora crucial de su muerte, un rayo de
esperanza le acompaño y le provocó una última sonrisa...
El cabo yacía agonizante entre los charcos de aquella trinchera que tanto
protegió su vida durante los últimos dos meses. De su pecho salían a borbollones
ríos de sangre que se confundían con los colores del crepúsculo de esa nefasta
tarde. A lo lejos se oían morteros expedir sus municiones al aire mientras el
ruido de metrallas ensordecía el campo. Entre la bruma y la pólvora que llenaba
la atmósfera con su particular olor acre apareció la figura del soldado
compañero que presuroso se lanzó sobre el cuerpo del herido tratando con sus
propias manos de detener la hemorragia, sin lograr nada. Inevitablemente estaba
muriendo. El solado amigo, en un intento de darle ánimo comenzó una plática sin
sentido ni tema especial, divagando entre los recuerdos de infancia, la promesa
de jugar de nuevo póker cuando se recuperara y volver a escalar juntos los
montes y serranías de su natal población. De repente recordó el único medio que
podría confortar a su ya casi difunto amigo, leerle la carta que escasas horas
atrás había recibido de su comandante y que por órdenes del mismo le exigía
guardar en el más hermético sigilo para evitar que su mente divagara en esa hora
crucial de la batalla.
Rápidamente la sacó de su bolsillo y comenzó de prisa
a leérsela. Cuando ya faltaban las últimas líneas que así versaban :
..."mi
amor espero tenerte de nuevo a mi lado para presentarte a tu hijo que llevo en
mis entrañas"., una lluvia ligera comenzó a bajar de entre las bajas colinas
circundantes. A esa hora el cabo murió. Su rostro estaba lleno de sangre y lodo,
pero detrás de esa mugre se asomaba una leve sonrisa.
Segunda batalla
del Marne, verano de 1918.