jueves, 19 de enero de 2012

TODOS PASAMOS POR LO MISMO

Hubo un hombre que creía haber perdido la fe porque un día al pedir un kilo de carne le entregaron una bolsa llena de clavos, eso si, al menos el carnicero, -o no sé si decir ferretero- fue justo al asegurarse venderle el kilo que pedía. Otro día tomando café tranquilamente sentado en su recién comprada silla de plástico barato, pero de la que se sentía muy orgulloso, porque era suya y a nadie se la debía, perdió la fe porque leyendo el matutino se dio cuenta que el Amazonas hacia tiempo se estaba repartiendo entre los que manejaban grandes sumas de dinero, como si fueran pedazos de pizza. Por cierto se percató de que ahora está de moda bautizar a los trozos pedazos o tajadas, con el agringado nombre de “Slices” esa palabra le sonó extraña y fuera de su contexto, pero ni modo la aceptó como un “modernismo” común . Esa mañana el desayuno le cayó mal y hasta paso todo el día con un fuerte dolor de estómago.
Cuando ya se sintió mejor y después de descansar en su viejo colchón porque hacía tiempo no dormía en una mullida cama, debido a los precios exorbitantes de estos útiles muebles, decidió dar una vuelta a la manzana. Siempre se preguntó por qué le habían dado el nombre de esa singular fruta a esa porción de terreno, lo cierto es que en el camino no encontró ni una de ellas, recordó entonces que era lógico, porque en esta parte del trópico terrestre, solo limones, zapotes, naces y caimitos es lo que crece. Igualmente no encontró ninguna de ellas, porque se percató que éstas solo crecían en el campo y no en plena ciudad. Eso también le hizo perder la fe, al igual que los anteriores acontecimientos narrados. Al rato de caminar, pasó por una barriada donde vio a unos chicos jugando a la pelota. Se quedó contemplando cómo se pasaban el balón con magistral destreza, sin embargo le sorprendió ver en un rincón de la plaza a un niño llorando, porque por ser tan pequeño, no lo dejaban disfrutar del juego. Se le acercó y lo tomó de la mano para intentar integrarlo al grupo, pero los demás niños más bien empezaron a tirarle al pobre hombre piedras y lanzarle improperios. Se dió cuenta de lo mal que está el mundo, si ni siquiera los infantes ya saben compartir entre sus iguales. Eso le hizo perder más la fe. Después de salir de la reyerta y sacudirse el polvo de sus pantalones subió la acostumbrada loma, donde como siempre en las tardes tocaba a las dormilonas para que cerraran sus hojas y se quedaba en silencio a escuchar el viento que traía el trino del jilguero que colgado de las ramas de pochote alegraban sus oídos. Se quedó paralizado al ver a trabajadores cortar los árboles de aquel promontorio y convertido el pasto en calles de cemento para crear una nueva urbanización en esta cruenta ciudad. Cayo en razón de que el hombre en su afán de encontrar lugares dónde residir destruían las madrigueras y residencias de los otros seres con que compartía el planeta. ¡Más fe perdió aquel hombre!.




Cansado de tanta carga sobre sus hombros, decidió regresar a su apartamento, cuando en el camino vio a una pareja discutir; conocía de ellos porque eran vecinos que por años eran considerados la “pareja perfecta”, pero al parecer el amor se había esfumado de la noche a la mañana. Pensó que en esta vida nada es para siempre y se deprimió aún más. Así anduvo todo aquel largo día acumulando imágenes negativas, accidentes de tránsito, olores nauseabundos de acequias contaminadas, basura en los lotes baldíos y gente malhumorada mostrando sus horribles gestos por la calle. Cargado con tantas noticias malas, le llegó la noche, entre el transitar de su taciturna ciudad. Solo en su apartamento reflexiono sobre todo lo observado durante todo aquel largo día y llegó a la conclusión de que había perdido la fe en los hombres, porque según él eran seres muy frágiles y sus bajezas los hacían seres crueles e insensibles, pero también concluyó de que Dios de vez en cuando permitía que las personas perdieran la fe en las cosas de este mundo, para que volcaran su mirada a Él y todo lo relacionado con lo inmortal, lo, eterno, lo divino. De seguro esa noche, aquellas imágenes en la mente de aquel hombre observador habían afectado su paz y habían provocado sentimientos de abandono, debilidad y pérdida de fe, pero reencontró en sueños el Rostro de quien es el dador y fuente perpetua de la esperanza. Al día siguiente al develar sus cortinas, la brisa cálida del verano transformó a aquel incrédulo hombre en uno de consolidada fe. Para sus adentros pensó que ésta se renueva todos los días y mientras se veía al espejo para arrancarse una nueva cana que recién salía de su barba, hizo una mueca en sus labios, a la vez que pronunciaba en voz baja: “¡Definitivamente todos pasamos por lo mismo!”.


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