lunes, 23 de enero de 2012



AL ENCUENTRO CON SU PASADO

Con la convicción de que el aire puro lo sanaría, aquel hombre subió la montaña, esperanzado de que sus bronquios volvieran a funcionar como hacía años.

Aquella tuberculosis lo había postrado en cama durante meses enteros y ahora a la mitad de su vida deseaba sobrepasar sus ya cerca de cincuenta años de edad.

Agotado en sus primeros cuatrocientos metros de ascenso, trataba de absorber bocanadas de aire que el viento fuerte de la tarde le facilitaba introducir en su garganta.

De vez en cuando se sentaba sobre un tronco o una piedra a esper
ar que su corazón mermara su acelerado ritmo para continuar su marcha.

A su derecha y con el milagro que sólo da la vista, un arcoíris  en lontananza se circunscribía sobre las colinas cercanas, mientras una pareja de azulejos sobrevolaban las praderas que a través de la cerca de púas que separaban los terrenos vecinos se divisaban.


Poco le faltaba para alcanzar la cumbre mientras a penas podía sostenerse sobre sus raquíticos pies.

De repente  se le vio fijando su mirada sobre una gigantesca  peña, que recortada sobre el perfil del cielo parecía alzarse como hercúleo titán.

Anonadado se paralizó de pies a cabeza cuando sobre la superficie su nombre estaba grabado.  Recordó entonces voces de infancia, olores a hierba fresca y el mundo girando a su alrededor en  los cálidos brazos del abuelo que le sostenía mientras hacía cabriolas en el aire.  Recordó también cómo aquel hombre de pelo cano, padre de su padre, pronunció aquellas palabras casi proféticas al calor de una fogata o a la vera de un camino que en su memora ya no está: “ Subiré la montaña a recordar quién soy, lo que fui y ahora seré.   A  sanar mis heridas, buscar el camino andado  y restaurar mi vida,  volver a ser un niño, respirar inocencia…”

Al leer esas palabras algo en su mente disparó recuerdos, reconoció entonces  aquel lugar que un día su abuelo le hizo ver, aquel  que en el transcurrir del tiempo su memoria  ocultó tras un  manto de nubes, le acortaron la vista y ensombrecieron su lucidez.  Ahora solo frente a aquella alta y solitaria peña, supo que finalmente no era tan importante subir aquella montaña en busca de fortalecer sus pulmones, sanar su fastidiosa enfermedad y continuar su existencia.  Lo verdaderamente importante era traer a su vida de nuevo los recuerdos de quién fue y la memoria de que los mejores momentos de su vida se encuentran junto a las personas que le aman, incluso si éstas  ya no están.

 El último recuerdo que le asaltó esa tarde fueron las manos del abuelo tallando sobre la dura roca  aquellas máximas  palabras;  unas que apenas creía ver de nuevo, después de casi ya cuatro décadas de no visitar aquellos parajes.
 


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