
EL DESCUIDO DE LA MUERTE
A veces creo que la muerte se distrae cuando conversa con el moribundo sobre cosas banales y le permite sobrevivir. No se percata en que debe llamarle al más allá; por eso es que de repente despiertan de un largo coma personas que han sufrido aparatosos accidentes.
Por algo se dice que los gatos tienen siete vidas. Estoy seguro que al menos en seis de ellas la Señora Muerte se descuidó, preocupada más porque el ratón que se comía el cereal de la alacena cayera en los fierros de alguna trampa puesta por el dueño de la casa.
Me río entonces de las veces que la distraída muerte se aleja en el momento preciso en que intento matar una cucaracha y en el intento, parezco que estoy bailando San Vito al correr tras de ella y tratar fallidamente de aplastarla.
Con el sudor en mi frente agradezco a Dios las veces que me salva al cruzar la calle y algún temerario conductor se abalanza sobre mí.
Creo que en esos momentos la muerte pasa de largo, concentrada en ver si atrapa a algún cristiano peatón con su amenazante azadón y lo envía a la cuneta de un solo zarpazo, por el frenesí del alocado tráfico del día. Como que ese día no tuvo suerte.
Lo cierto es que a lo largo de la vida la muerte se señorea entre los seres humanos, a veces teniendo éxito, a veces no. Yo sólo espero que cuando ella toque a mi puerta con su mortecino rostro, ataviada con sus raídas vestiduras y me muestre su escalofriante sonrisa, yo también le sonría, la invite a tomar café y le pueda decir:
-"¡Ya estoy preparado!", o al menos pueda distraerla un día más con un... "¡Tome asiento, mientras tanto lea una revista de Selecciones del Rider'Digest o si desea vea televisión, aquí tiene el control!. ¡Ya vengo que tengo que vestirme para la ocasión...!", mientras me escapo por la ventana trasera.
Por algo se dice que los gatos tienen siete vidas. Estoy seguro que al menos en seis de ellas la Señora Muerte se descuidó, preocupada más porque el ratón que se comía el cereal de la alacena cayera en los fierros de alguna trampa puesta por el dueño de la casa.
Me río entonces de las veces que la distraída muerte se aleja en el momento preciso en que intento matar una cucaracha y en el intento, parezco que estoy bailando San Vito al correr tras de ella y tratar fallidamente de aplastarla.
Con el sudor en mi frente agradezco a Dios las veces que me salva al cruzar la calle y algún temerario conductor se abalanza sobre mí.
Creo que en esos momentos la muerte pasa de largo, concentrada en ver si atrapa a algún cristiano peatón con su amenazante azadón y lo envía a la cuneta de un solo zarpazo, por el frenesí del alocado tráfico del día. Como que ese día no tuvo suerte.
Lo cierto es que a lo largo de la vida la muerte se señorea entre los seres humanos, a veces teniendo éxito, a veces no. Yo sólo espero que cuando ella toque a mi puerta con su mortecino rostro, ataviada con sus raídas vestiduras y me muestre su escalofriante sonrisa, yo también le sonría, la invite a tomar café y le pueda decir:
-"¡Ya estoy preparado!", o al menos pueda distraerla un día más con un... "¡Tome asiento, mientras tanto lea una revista de Selecciones del Rider'Digest o si desea vea televisión, aquí tiene el control!. ¡Ya vengo que tengo que vestirme para la ocasión...!", mientras me escapo por la ventana trasera.
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