¡TENGO VACAS DETRÁS DE MI CASA!
¡Tengo vacas detrás de mi casa!, con razón cuando en estos días me pase a vivir a mi nueva residencia en un barrio suburbano de mi ciudad, escuchaba en las noches el mugido típico de esas rumiantes al cantarle a la luna y durante las tardes, mientras me sentaba a romperme el “coco” a ver qué musa me hacía cosquillas en el corazón para que brotara algún que otro poema al amor y una que otra de mis extrañas historias que se rehusaba a salir de mi tintero...¡o mejor dicho de mi monitor! , un olor a excremento excitaba mi nariz con la herbácea mezcla verde del pasto consumido el día anterior, por aquellas rechonchas reses.
Y es que lo único que veía detrás de mi casa era un gigantesco precipicio bordeado apenas por cercas vivas de poró y árboles de targuá.Me preguntaba entonces… ¿de dónde provenían aquellos olores y sonidos tan peculiares de las que aclaraban con su blanca esencia, el humeante café de las tardes?. Lo cierto es que hasta que me atreví una mañana a cumplir con el simple acto de doblar la esquina, descubrí la respuesta a mi interrogante. Al bajar una cuesta de nuestra rural Latinoamérica mis pies me llevaron a una pequeña estancia sembrada de ganado. Yo que estoy acostumbrado al bullicio, la contaminación y el desenfreno del tráfico, me encontraba en medio de potreros cubiertos por paches de santa lucias en flor, con un sol recién nacido asomándose por entre naranjos y gotas de rocío sudando sobre las “barbas de viejo” de los troncos.
Es sorprendente como la visión de mundo cambia de repente, si uno sencillamente se deja llevar por sus pasos y decide girar en ángulo; no importa si sea recto u obtuso; al fin y al cabo la vida no está determinada por la exactitud de los grados dados. Al bajar la cuesta y adentrarme en ese mundo de gente sencilla, trabajadores de sol a sol, humaredas saliendo por entre las tenchumbres improvisadas de los ranchos olor a boñiga y colinas verduscas combinadas con el ocre y blanco color de la piel de ganado, recordé que me había introducido en un sitio que no me correspondía…me sentí un intruso entre tanta cotidianidad. Estaba transgrediendo la vida misma, no pertenecía a ese lugar. Creía realizar un sacrilegio a ese bello paisaje. Como observador me quede mirando cada actitud, cada gesto salido de las frentes arrugadas de aquellos hombres y mujeres, y las sonrisas universales de aquellos hermosos niños que asomaban su caritas por entre las ventanas atrevidas de sus ranchos. Me alegré de que ese día decidiera girar mis pasos en busca de una respuesta. Solo me quedó fotografiar ese cuadro digno de un pintor para regresar minutos después a mi hogar y deslizar mis dedos por el teclado de mi computadora con el fin de plasmar en las mentes de los que leyeran más tarde los girones de pixeles convertidas en letras, aquellas que describirían lo que mis ojos descubrieron esa mañana… que tengo vacas detrás de mi casa.
¡Que hermosa y sencilla es la vida!
Y es que lo único que veía detrás de mi casa era un gigantesco precipicio bordeado apenas por cercas vivas de poró y árboles de targuá.Me preguntaba entonces… ¿de dónde provenían aquellos olores y sonidos tan peculiares de las que aclaraban con su blanca esencia, el humeante café de las tardes?. Lo cierto es que hasta que me atreví una mañana a cumplir con el simple acto de doblar la esquina, descubrí la respuesta a mi interrogante. Al bajar una cuesta de nuestra rural Latinoamérica mis pies me llevaron a una pequeña estancia sembrada de ganado. Yo que estoy acostumbrado al bullicio, la contaminación y el desenfreno del tráfico, me encontraba en medio de potreros cubiertos por paches de santa lucias en flor, con un sol recién nacido asomándose por entre naranjos y gotas de rocío sudando sobre las “barbas de viejo” de los troncos.
Es sorprendente como la visión de mundo cambia de repente, si uno sencillamente se deja llevar por sus pasos y decide girar en ángulo; no importa si sea recto u obtuso; al fin y al cabo la vida no está determinada por la exactitud de los grados dados. Al bajar la cuesta y adentrarme en ese mundo de gente sencilla, trabajadores de sol a sol, humaredas saliendo por entre las tenchumbres improvisadas de los ranchos olor a boñiga y colinas verduscas combinadas con el ocre y blanco color de la piel de ganado, recordé que me había introducido en un sitio que no me correspondía…me sentí un intruso entre tanta cotidianidad. Estaba transgrediendo la vida misma, no pertenecía a ese lugar. Creía realizar un sacrilegio a ese bello paisaje. Como observador me quede mirando cada actitud, cada gesto salido de las frentes arrugadas de aquellos hombres y mujeres, y las sonrisas universales de aquellos hermosos niños que asomaban su caritas por entre las ventanas atrevidas de sus ranchos. Me alegré de que ese día decidiera girar mis pasos en busca de una respuesta. Solo me quedó fotografiar ese cuadro digno de un pintor para regresar minutos después a mi hogar y deslizar mis dedos por el teclado de mi computadora con el fin de plasmar en las mentes de los que leyeran más tarde los girones de pixeles convertidas en letras, aquellas que describirían lo que mis ojos descubrieron esa mañana… que tengo vacas detrás de mi casa.
¡Que hermosa y sencilla es la vida!
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