sábado, 21 de enero de 2012

LAGRIMAS DE SAN PEDRO

Siempre su madre le decía que no trajera a casa esas semillas que según la tradición daban mala suerte.
A contra viento esas gramíneas que según el lenguaje popular llama con el nombre de "Lágrimas de San Pedro" se movían produciendo el sonido típico de los pastizales cuando chocan las plantas una contra otra. Un sonido que le acompañó durante sus años de infancia , y que ahora le recordaba que su suerte verdaderamente había cambiado.

Esta planta era muy común en los charrales *, y orilla de los caminos. Y hasta en las aceras de las ciudades y pueblos se le veía sobresalir entre otras plantas de menor tamaño. Sus semillas eran ramilletes de perlitas blancas, difuminadas con pequeñas tonalidades negras. Algunas eran totalmente blancas y cuando la planta se secaba, eran fácilmente desprendibles de la espiga. Con sólo tomarlas en la mano, quedaban en la palma de cinco a seis brillantes perlitas.

Mientras volvían a su mente esas imágenes de recuerdo, se dedicó a entrelazar precisamente las Lágrimas de San Pedro que había conseguido del patio, hasta formar el sétimo collar del día.

Recordaba que después de jugar a la pelota o cansarse de andar en bicicleta se quedaba un buen rato a la orilla de un lote baldío extrayendo de los matorrales las semillas preciadas para llevarlas a casa y guardarlas en una lata de galletas, para luego jugar con ellas a hacerse rosarios y pulseras que en seguida regalaba a su novia, una niña de bellos ojos color miel y ensortijados cabellos castaños. En otras ocasiones acostumbraba jugar con las semillas a las canicas o simplemente hacía cuadros de barquitos o aviones, pegando las semillas en un cartón de cereal o caja de zapatos, decorándolos luego con botones de colores o chapas de refresco.
Esa tarde mientras ensartaba las lágrimas y formaba los collares, pensó cómo fue a parar a ese lugar. Había comenzado su historial delictivo robando dulces en las tiendas del marcado, luego se introdujo en el mundo del consumo de drogas y terminó en el tráfico de estupefacientes, no sin antes haber sido apresado por asalto a mano armada y robo agravado con intento de homicidio. Permanecía ya más de cinco años en prisión y le faltaban cinco más para purgar su condena. No es que las semillas de San Pedro le habían provocado tan desventurada suerte, era que según él la vida lo había tratado mal. Hoy, muchos años después volvían a su mente las palabras de su madre diciéndole que no llevara a casa esas endemoniadas semillas, que su suerte estaría hechada si jugaba con ellas. Los abalorios que esa tarde estaba ensartando serían vendidos como artesanías en la feria que los encargados del penitenciario acostumbraban realizar durante el "Veranillo de San Juan" *. Después de acomodar las herramientas en los cajones y a una hora de que comenzara la actividad, colocó los collares en el exhibidor y dispuso ubicarse en el puesto que le correspondería en la exposición. Al pasar por una de las ventanas del pabellón B, se detuvo a observar como el viento movía los matorrales de uno de los patios más descuidados del penitenciario , pero de donde sobresalían las plantas de Lágrimas de San Pedro, las que nunca fueron su mala suerte, la suerte se la había construido él mismo. Esas semillas eran simples recuerdos de infancia.

Nota del autor: las semillas de lágrimas de San Pedro eran hasta hace algún tiempo muy comunes; el concreto de la ciudad se ha encargado de acabar casi en su totalidad con esta maravillosa planta, que para muchos es considerada aún una de mala suerte.  A esta altura de mi vida no creo que sean semillas de mala suerte, al igual que mi relato, creo que nosotros somos dueños de nuestra propia suerte y Dios de nuestra propia vida.






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