domingo, 29 de enero de 2012



LA FIESTA CELESTIAL

¡Atrápenlo!, ¡atrápenlo!, se no va...

Un querubín se salió del altar y por toda la iglesia comenzó a revolotear, tirando los jarrones llenos de flores que los feligreses colocaban a la Virgen Patrona del lugar.
Se subió hasta la cúpula del templo a observar "La Creación", hecha pintura de un autor italiano desconocido, exclusivamente contratado para decorar el friso de la Iglesia.
Miró tras los vitrales las angostas callejuelas y casuchas del pueblo y en sus adentros deseaba estar ahí. Pasó entre la muchedumbre que alzaba las manos para ver si el condenado chiquillo con alas se dejaba atrapar. Quedó suspendido tras la estatua de San Judas Tadeo y con picardía de infante, le guiñó un ojo, no después de brindarle una cándida sonrisa.
Tras meterse en el confesionario y sentarse en el sillón del cura, le dieron ganas de orinar y en la fuente bautismal se posó como estatuilla griega a soltar un chorrillo cristalino y luminiscente.
Volando por encima de las cabezas de los feligreses lanzó un polvillo dorado como de estrellas que brilló a la luz de las lámparas que colgaban del mismo techo. Surcando los aires se agarró de una columna y bordeándola con sus manitas se impulsó hasta el gigante crucifijo que sobre el altar se alzaba y con ojillos de lástima besó el ensangrentado rostro de Jesús, no sin antes limpiarle la sangre con sus alitas que quedaron teñidas de un bello color rosado.
De repente una de las estatuas que en penumbra se ubicaba en el ala derecha de la iglesia, muy arrinconada y casi imperceptible comenzó a moverse. Era San Pedro que bostezando de un sueño eterno y profundo se despertó. Haciendo los ademanes típicos de quienes se estiran en la mañana para levantarse, Don San Pedro se tiró del altar que distaba unos cuantos metros del suelo y se acercó al pequeño travieso alado .
-¡Jorge!, - un nombre muy latino como los autores de estas latitudes emplean-. ¡Ven acá inmediatamente!
El querubín que suspendido tras el marco de la puerta de entrada al presbiterio no dejaba de revolotear, se quedó paralizado ante el vozarrón del Señor dueño de las llaves del Reino. Presuroso y con su carita de asustado no supo más que presentarle una amplia sonrisa que iluminó por un instante toda la estancia.
-¿Por qué te saliste del altar?
-Es que...
-¡Nada, regresa de inmediato y quédate quedito!
- Pero es que Señor...
Permaneció esperando otro reproche y entrecerrando sus ojitos creyó sentir el golpe del báculo del Señor Pilar de la Iglesia; sin embargo, sólo observó el rostro enfurecido de Don San Pedro que sólo esperaba en silencio la respuesta del chiquillo.
-Señor, es que ya llevo varios siglos empotrado en ese viejo altar de mármol y los huesos se me estaban entumeciendo, además quería conocer los rincones de este maravilloso templo y por qué no buscar la salida y conocer qué había más allá de los muros.
-Suspirando con más tranquilidad y tomando la situación como una travesura más de todo infante, Don San Pedro sonrió al chiquillo con alas y le dijo.
-Pero hijo tu sabes que no puedes hacer eso, aunque tienes un alma divina, tu cuerpo es de mármol y los hombres fueron los que te hicieron. No puedes ir de ahí para allá haciendo alboroto y asustando a la gente. ¡Vamos! Regresa a tu lugar y te prometo que si te portas bien, en las noches, cuando no haya nadie y el templo esté totalmente cerrado, despertaremos a todos los santos, ángeles y tus compañeritos querubines y haremos una fiesta celestial bien buena. ¿Te parece?
- Muy bien , trato hecho dijo el querubín.
Y como chiquillo recién regañado, Jorgito volando con sus pequeñitas alas regresó al altar, colocándose exactamente donde le correspondía.
La gente que observó el milagro lo atribuyó a su imaginación y al éxtasis que habían vivido tras la hermosa ceremonia en honor a la Virgen Patrona.
Pero la historia no termina ahí, dicen que desde ese momento, alguno que otro feligrés que logra ingresar de noche a la iglesia sin hacer ruido, observa revolotear por todo el templo seres celestiales entre ángeles, arcángeles y querubines, y sentados en las bancas, decenas de santos conversando a lo lindo, mientras Jesús reparte la hostia y el vino entre los comensales. Hasta Dios mismo ven de cuclillas en el altar mayor cantando alguna canción divina, mientras los que revolotean los aires le hacen coro. Todo pareciera un jolgorio.

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