martes, 31 de enero de 2012


LA LATA DE FRIJOLES

Se introdujo en el estañón que por basureo servía para recolectar los sobros de comida de aquel concurrido barrio capitalino. Andrajoso de pies a cabeza, aquel pobre hombre de cuarenta y tres años tenía ya más de un mes de no asearse. Sus fétidas ropas olían a todos los líquidos que el cuerpo expulsa, y su pie izquierdo cogeaba por una artritis que comenzaba a degenerar sus cartílagos y huesos. La falta de alimento y el frío terminarían tarde o temprano con su vida.
Rebuscó entre papeles viejos, sorbió los sobros de refresco de los envases desechables y uno que otro muslo de pollo a medio terminar. Al introducir su brazo derecho entre toda la basura y llegar al fondo sintió de repente un dolor intenso en su dedo meñique, se había cortado con una lata de frijoles cuya tapa fungió como navaja creándole una amplia herida que lo hizo sangrar copiosamente. Sin embargo pensó que heridas más grandes había sufrido en su vida, y una tan pequeña como ésta no lo detendría en su intención de buscar su sustento diario. Con el dedo aún sangrando sacó la lata del basurero y con el mismo, extrajo el unto de lo que quedaba de frijoles molidos, que ya empezaban a descomponerse. Al introducirlo en su boca, un sabor al hierro propio de la sangre, combinado con un rancio sabor a frijoles le provocó una desgradable sensación que lo hizo casi vomitar, pero de la que se contuvo. Según él dijo, "¡quien soy yo para desperdiciar tal comida". Entonces recordó el tiempo en que todos los días se sentaba a la mesa a degustar un sabroso guisado de cerdo, una sustanciosa sopa de pollo con verduras o un rico postre de helado con gelatina. Recordó además las causas por las que ahora mendigaba en las calles, las drogas, el alcohol y la irresponsabilidad en su trabajo, así como el maltrato hacia sus familiares que lo llevaron a ese extremo. Su dedo embarrado aún con aquella sustancia negra seguía derramando cantidades de líquido rojo. De repente echó su cuerpo hacia atrás y sobre un ventanal se miró de cuerpo entero. Él evitaba verse a los espejos y vidrieras de la ciudad, pues en su vergüenza no quería reconocer en lo que se había convertido, pero en esa ocasión, en aquella precisa ocasion en que la vida como un retrato suspendido en el tiempo da a todos los humanos para que detengan su paso y miren su interior, la vidriera se le presentaba de frente y lo cuestionaba: ¿Quién era él, o al menos la imagen proyectada en el vidrio?. Su corazón se sacudió, y cayó de rodillas, llorando como un niño que se había perdido en una tienda. La tienda de este hombre era toda la ciudad, todo su pasado, todo aquello que había perdido, y ahora estaba sólo contra el reflejo que le devolvía aquel espejo que era su realidad misma. Mientras tanto la ciudad continuaba con el bullicio de los autos, las prisas de la gente, los vendedores ambulantes y una indiferencia por aquel hombre que en posición fetal lloraba como un crío. Deseó dormir un sueño eterno, volver a sus mejores días, cuando tenía trabajo, familia y una vida llena de gozo.
En ese momento comenzó a llover pero a él no le importaba, su cuerpo se fue anegando poco a poco con el agua que empezaba a salirse de los caños y con las lágrimas que corrían por sus mejillas. Todo esa tarde durmió y la noche lo sorprendió con sus harapos mojados, cartones y bolsas plásticas envolviéndolo y una tristeza que se le pegaba al alma, soñó hasta el cansancio.
A la mañana siguiente y con el sol colándose por los hoyos de su tienda improvisada, aquel hombre despertó. Su dedo había dejado de sangrar y su estómago hacía ruidos de hambre, aquella que le había acompañado siempre, desde que se tiró a las calles a mendigar la vida misma. Se incorporó y como siempre se dirigió a los acostumbrados basureros a rebuscar de nuevo los sobros de la ciudad. Al llegar al estañón que ayer le habia proporcinado la escaza comida, halló la solitaria lata de frijoles colocada sobre la acera, aún con residuos de alimento descompuesto, y con una gran mancha roja sobre su superficie, aquella sangre que salió de su dedo y que ahora le apuntaba su realidad. Con la fuerza que sólo la ira acumulada de años da, pateó fuertemente aquella lata que terminó por estrellarse contra la pared del frente, provocando el ruido típico del metal al chocar contra el granito. Respirando hondo y mirando al cielo, decidió abandonar el lugar. Sus pasos lo llevaron a una casa de caridad para indigentes. Seguro que tendría suerte ese día y lograría al menos un turno de baño para asearse, algo de alimento caliente y la esperanza de que al estrellar esa lata en la pared, estaría dando fin a sus años de indigencia por las calles. Buscaría trabajo, al menos lo intentaría.

ENCUENTRO

EL ALMA DESNUDA

Desnudé mi alma
de carros y calles,
de voces y gente.
Me revestí con armadura de silencio,
para no mirar atrás,
para no mirar al frente,
para no mirar el cielo,
ni para mirar mis pies.
Me bebí mis furias,
me tragué mi fe.
Encontré en el silencio,
la vastedad de la vida
y la soberbia de un hombre.
Mastiqué mi tristeza,
hasta dejarla como melaza.
Me hundí en mí.


SOLEDAD

Rasqué mi cabeza
y la alegría no salió.
Me encontré con que ya
no era el mismo.
Estaba solo.
Mi alma estaba desnuda,
y el frío la traspasaba.
No vestía trajes,
ni portaba oro.
Como niño de pecho lloraba.
Estaba perdida.
Olor a barro traía la noche.
Olor a incienso portaba la brisa.
Mi alma estaba desnuda
y no quería vestir.
No quería olfatear barros inmundos.
Quería respirar olores de aliento.


COMUNIÓN

Pero no estaba completamente sola.
Encontró a otras almas.
Unas con hambre,
otras con cena.
Unas con paz.
Otras con guerra.
Encontró todo tipo de almas,
blancas,
negras,
verdes y amarillas.
Grandes y bonitas,
pequeñas y feas.
Gordas y felices,
flacas y tristes.
Pero todas eran iguales,
¡Eran almas!.
Mientras unas reían,
otras lloraban
Mientras unas oraban,
otras maldecían.

Al fin la mía comulgó con ellas.
Era parte de ellas...

ENTRADA

Trac, trac suena en los charcos.
Trac, trac en las calles.
Trac, trac en el valle.
Corre y corre el alma tras de sí.
Corre y no encuentra la puerta.
¿Por dónde entrar?, ¿Por donde seguir?.
¡Por ahí!, ¡por ahí!, dijo la Voz.
¡Por ahí!.
¡Ustedes también pasen!.
Pasen las blancas y negras,
las verdes y amarillas.
Una por una, pasen, pasen...

VUELVO

Abrí mis ojos
y sólo era yo.
No estaba sólo,
encontré mi alma.
Ya no vagaba,
estaba conmigo,
me sonrío.
Nadie ocupaba
aquella dualidad.
Sólo era mi alma
y yo.

TRIADA

No, ya no eramos dos.
La naturaleza no gusta de las parejas,
siempre interfiere un tercero, un cuarto
o hasta un quinto.

Dos banderas y un armamento
forman una guerra.
Dos naciones y una barda,
una frontera.
Éramos tres ahora,
y éramos uno a la vez.
Cuando le sonreíamos,
Él nos sonreía.
Cuando llorábamos,
Él también lo hacía.
Éramos tres, pero éramos uno.
No tenía miedo,
pues Él no era guerra.
No sentí barreras,
pues no era frontera.
Era todo amor,
todo comprensión.
Me brindó su mano,
y me invitó a caminar.

Hay algunos que lo llaman Luz.
Hay otros que lo llaman Redentor.
Mi voz úncamente lo llamó amigo.
Mi amigo.

lunes, 30 de enero de 2012



EL SECRETO DE LA BOLSITA AZUL

Solía ver muy a menudo a un viejecito harapiento y sucio que apretaba fuertemente contra su pecho una bolsita de tela azul, la cual estaba amarrada a su roída camisa con un trozo de cuerda.

Todos los días lo veía pasar delante de mi casa y me preguntaba ¿qué contendría tan misteriosa bolsita? Una mañana muy fría y lluviosa, el acostumbrado anciano ceremoniosamente volvió a pasar frente a la ventana que daba a mi habitación. Sin más miramientos, salté de la cama, interrumpiendo el sueño de mi esposa; la que apenas me miró, se volvió a acurrucar entre las mantas. Me abrigué lo más que pude y tomando un paraguas, salí a la calle al encuentro del anciano.

Caminaba muy lentamente y la lluvia se resbalaba entre las mejillas, las cuales se le descolorearon al mezclarse el agua con el hollín que traía. Lo tapé con mi paraguas sin que perturbara ni en lo más mínimo el andar taciturno de aquel septuagenario.

Con voz dudosa y temblando más por la expectativa que del frío de la mañana, intenté cruzar con el viejo unas cuantas palabras, sin ningún resultado.

Doblamos la esquina que nos conducía a una bocacalle en donde el asfalto se interrumpía y daba paso a una calzada de piedra suelta y arena. Trataba de seguirle su mismo paso, pero caminaba yo más rápido que él, así que intenté coordinar mi andar de tal forma que pudiera sincronizarme con sus lentos movimientos. Al fin lo logre; para entonces ya habíamos cruzado el pedregal y no introducíamos a un terreno baldío lleno de cardos y otras malas hierbas. Recuerdo que por cierto me pinché en repetidas ocasiones y con la humedad de la mañana mis pantalones de dormir quedaron empapados. Molesto en cierta medida de que el anciano no me dirigiera ni una sola palabra, mi subconsciente me recordó porqué estaba allí. Debía preguntarle qué contendría esa misteriosa bolsita, pero a la vez mi mente me cuestionaba: ¿Qué estaba haciendo yo a las seis de la mañana de un domingo, fuera de la cama; y peor en medio de ninguna parte, mojado hasta los ruedos, entre espinas y picado de mosquitos?.

Y el anciano seguía ensimismado y  su caminar se hacía cada vez más rápido. Trató de vadear un arroyo hasta que encontró el punto de apoyo necesario para llegar a la otra orilla. Esquivó una pila de basura acumulada y saltó sobre unos troncos viejos. Finalmente se sentó en una peña que la mano divina de la naturaleza le había dado forma de sillón. Sacó entonces de su bolsillo una vieja pipa y se dispuso a fumar. Yo  que le seguía a unos cuantos pasos no dejaba de maldecir la hora en que se me había ocurrido acompañarlo; hasta que me detuve jadeando y le miré.

Parecía adivinar mis intenciones, y cuando iba a hacerle la pregunta esperada, levantó su frente y se adelantó pronunciado apenas:


-¿Qué contiene adentro?  Unas simples semillas.

Yo que no acababa de abrir mi boca, sólo me quedó exhalar el aire retenido que necesitaba para hacerle la muy ansiada pregunta. Entonces me quedé en silencio.

-Son traídas de Tierra Santa y son de la familia de las moráceas, aquellas mismas que pertenecieron al árbol de higo, el que con sólo mirar, Jesús maldijo y secó.

-¿Me va a decir usted que he despertado tan temprano y he atravesado estas inmensidades sólo para descubrir que en esa sucia bolsa lleva apenas un puñado de semillas de higo?. Debo estar loco al igual que usted por seguirlo hasta aquí sólo por ver unas insignificantes semillas. Mejor hubiera seguido durmiendo toda la mañana.

-¡Bueno!, respondió el anciano. Yo no le dije que me siguiera. Por cierto, muchas gracias por acompañarme hasta aquí con su paraguas, tengo gripe y la lluvia me hace daño. En cuanto a esas insignificantes semillas como usted las califica, representan para mí lo único de valor que poseo, pues me recuerdan a diario que todo árbol puede dar buen fruto si éste se cuida apropiadamente.
Esta simiente pertenece, como le he dicho, al mismo árbol que Jesús, el del Nuevo Testamento, con su poder secó. Lo único que no está escrito es que momentos antes de suceder ese milagro, el árbol en su último esfuerzo por perpetuarse, produjo un pequeño fruto, que al secar cayó al suelo. Unos pastores que estaban ahí cerca, y que fueron testigos de aquel fenómeno lograron rescatar el fruto y extraer sus semillas. A lo largo de siglos, diversos mercaderes guardaron cautelosamente aquel secreto en esta bolsita de tela color azul, aromatizada con sustancias especiales que las han preservado de las faenas del tiempo. Las he tenido en mis manos desde pequeño, desde que mi padre se las compró a un vendedor de hierbas en uno de sus viajes que hizo al medio oriente.
Hoy sólo me quedan unos cuantos días de vida, estoy desahuciado, pues el doctor que me atendía en la Clínica de beneficencia me dio un plazo muy corto de vida. Por eso antes de morir escapé de aquel hospicio y desde entonces he buscado un lugar preciso para morir. Ya lo encontré; es éste: hay suficiente luz, aire y agua, los elementos fundamentales de la vida, para que mis semillas puedan germinar hasta convertirse en grandes higueras que más tarde darán fruto.

Aquella extraña historia perturbó no sé que parte de mi conciencia, recordándome aquellas inconclusas obras que no terminé y aquellas que debía emprender. En esa mañana fría de invierno, frente a aquel anciano mi vida se volcaba en un instante, como cuando mi gato derramaba la leche en el suelo, o como cuando el viento se colaba furioso por las rendijas de la puerta en las noches de mi infancia y me hacía temblar de miedo.

En aquel preciso instante en que todo tomaba sentido, unas cuantas semillas me hablaban con la verdad y me hacían comprender mi papel en esta Tierra, mi deber con los míos y mis proyectos por concluir. Era yo la semilla que no había germinado, era el árbol que no había dado fruto. Era el tronco seco y sin vida que inerte miraba al cielo pidiendo a gritos humedad, descanso, paz.

Me sentí entonces vacío, hueco, sólo.
El viejo no dejaba de mirarme mientras en mi silencio asimilaba todas estas cosas. Éramos dos almas solitarias y compartíamos el mismo secreto. Teníamos el viento a nuestras espaldas y el frío de la mañana en frente. Sólo oíamos el trinar de algún olvidado gorrioncillo y esperábamos a que alguno se decidiera a romper ese silencio.

¡Toma!, - terminó por hablar el anciano-. Ahora que conoces mi secreto, encárgate tu mismo de sembrarlas, yo ya ni tengo fuerzas para ponerme de pie.

Rápidamente tomé la bolsita azul y esparcí lo más que pude aquellas semillas por todo el lugar, recordando a la vez que caían las perlitas, mis años perdidos, mis amigos olvidados y mis horas de aburrimiento en mi adolescencia.
Absorto estaba en esas cavilaciones cuando no reparé en observar que me encontraba completamente sólo. La peña que hasta hacía poco servía de asiento al misterioso viejecillo había desaparecido junto con él. El lugar se tornaba yermo, no había nadie; sólo el viento y la lluviecilla necia seguían siendo el marco de aquella extraña mañana. No dejé de dirigir mi mirada a todos lados en busca de aquel hombre. No lo encontré y ya para entonces la vieja bolsita estaba vacía. Únicamente en el fondo quedaba apenas una última semilla, aquella que dejé ahí mismo y que al igual que aquella misteriosa bolsita color azul guardo hasta hoy. Y les aseguro que el que lee este relato, no me cree pero, desde aquel día mi vida cambió para siempre.

domingo, 29 de enero de 2012



ARTIFICES DE FORMAS
La madera se inunda
de la pálida ausencia de color
y con la agilidad con que
se apresuran las horas,
la dúctil herramienta corpórea
convierte la nada en inconcebibles
mundos.
es cuando la zoológica familia de
seres animados anegan mis ojos
con la candidez lumínica de la
inocencia y el mundo se hace
realidad.

Tus manos divinas artífices de las
Formas.



Dedicado a las manos de mi esposa.
AZUL INCONCLUSO
Entre luz y penumbra.
Entre cardos y lirios
Entre pasado y presente,
esan mis ojos clavados en tí.
Buscándote, mirándote.
Esperando el mejor momento para que dejes
de ser mi sombra, mi mancha oscura,
mis cadenas rotas, mi condena y mi locura,
para que te entierre en lo alto de una loma,
esperando el nuevo día llegar en alas de una
alondra , que nunca más atravezará el azul.
Como acorde inconcluso.
Como amante sin flor.
12 de octubre de 1993.


LA FIESTA CELESTIAL

¡Atrápenlo!, ¡atrápenlo!, se no va...

Un querubín se salió del altar y por toda la iglesia comenzó a revolotear, tirando los jarrones llenos de flores que los feligreses colocaban a la Virgen Patrona del lugar.
Se subió hasta la cúpula del templo a observar "La Creación", hecha pintura de un autor italiano desconocido, exclusivamente contratado para decorar el friso de la Iglesia.
Miró tras los vitrales las angostas callejuelas y casuchas del pueblo y en sus adentros deseaba estar ahí. Pasó entre la muchedumbre que alzaba las manos para ver si el condenado chiquillo con alas se dejaba atrapar. Quedó suspendido tras la estatua de San Judas Tadeo y con picardía de infante, le guiñó un ojo, no después de brindarle una cándida sonrisa.
Tras meterse en el confesionario y sentarse en el sillón del cura, le dieron ganas de orinar y en la fuente bautismal se posó como estatuilla griega a soltar un chorrillo cristalino y luminiscente.
Volando por encima de las cabezas de los feligreses lanzó un polvillo dorado como de estrellas que brilló a la luz de las lámparas que colgaban del mismo techo. Surcando los aires se agarró de una columna y bordeándola con sus manitas se impulsó hasta el gigante crucifijo que sobre el altar se alzaba y con ojillos de lástima besó el ensangrentado rostro de Jesús, no sin antes limpiarle la sangre con sus alitas que quedaron teñidas de un bello color rosado.
De repente una de las estatuas que en penumbra se ubicaba en el ala derecha de la iglesia, muy arrinconada y casi imperceptible comenzó a moverse. Era San Pedro que bostezando de un sueño eterno y profundo se despertó. Haciendo los ademanes típicos de quienes se estiran en la mañana para levantarse, Don San Pedro se tiró del altar que distaba unos cuantos metros del suelo y se acercó al pequeño travieso alado .
-¡Jorge!, - un nombre muy latino como los autores de estas latitudes emplean-. ¡Ven acá inmediatamente!
El querubín que suspendido tras el marco de la puerta de entrada al presbiterio no dejaba de revolotear, se quedó paralizado ante el vozarrón del Señor dueño de las llaves del Reino. Presuroso y con su carita de asustado no supo más que presentarle una amplia sonrisa que iluminó por un instante toda la estancia.
-¿Por qué te saliste del altar?
-Es que...
-¡Nada, regresa de inmediato y quédate quedito!
- Pero es que Señor...
Permaneció esperando otro reproche y entrecerrando sus ojitos creyó sentir el golpe del báculo del Señor Pilar de la Iglesia; sin embargo, sólo observó el rostro enfurecido de Don San Pedro que sólo esperaba en silencio la respuesta del chiquillo.
-Señor, es que ya llevo varios siglos empotrado en ese viejo altar de mármol y los huesos se me estaban entumeciendo, además quería conocer los rincones de este maravilloso templo y por qué no buscar la salida y conocer qué había más allá de los muros.
-Suspirando con más tranquilidad y tomando la situación como una travesura más de todo infante, Don San Pedro sonrió al chiquillo con alas y le dijo.
-Pero hijo tu sabes que no puedes hacer eso, aunque tienes un alma divina, tu cuerpo es de mármol y los hombres fueron los que te hicieron. No puedes ir de ahí para allá haciendo alboroto y asustando a la gente. ¡Vamos! Regresa a tu lugar y te prometo que si te portas bien, en las noches, cuando no haya nadie y el templo esté totalmente cerrado, despertaremos a todos los santos, ángeles y tus compañeritos querubines y haremos una fiesta celestial bien buena. ¿Te parece?
- Muy bien , trato hecho dijo el querubín.
Y como chiquillo recién regañado, Jorgito volando con sus pequeñitas alas regresó al altar, colocándose exactamente donde le correspondía.
La gente que observó el milagro lo atribuyó a su imaginación y al éxtasis que habían vivido tras la hermosa ceremonia en honor a la Virgen Patrona.
Pero la historia no termina ahí, dicen que desde ese momento, alguno que otro feligrés que logra ingresar de noche a la iglesia sin hacer ruido, observa revolotear por todo el templo seres celestiales entre ángeles, arcángeles y querubines, y sentados en las bancas, decenas de santos conversando a lo lindo, mientras Jesús reparte la hostia y el vino entre los comensales. Hasta Dios mismo ven de cuclillas en el altar mayor cantando alguna canción divina, mientras los que revolotean los aires le hacen coro. Todo pareciera un jolgorio.

sábado, 28 de enero de 2012



La quinta hoja del trébol

Salió en busca del trébol de cuatro hojas. Le dijeron que detrás de la quebrada, entre los juncos de la orilla una cepa de tréboles crecía fuerte a los rayos del sol y entre tantos, al menos uno de ellos encontraría. Se dirigió hacia allá con la convicción de que volvería con esa planta y le enseñaría a su madre el tesoro encontrado. Dicen que los de cuatro hojas traen buena suerte, pero para él la suerte misma sería hallar uno de ellos entre los de tres hojas. Después de saltar entre las piedras que servían de puente y atravesar el enmarañado juncal, llegó por fin al sitio. Con sus manitas fue rebuscando en el suelo las diminutas plantas , apartando uno a uno los comunes tréboles hasta que después de un cuarto de hora y cansado de tanto buscar, no halló el esperado número de hojas en la planta. Ya iba a desistir y darse vuelta para regresar cuando sus ojos se posaron sobre una planta aún más especial y extraña que la de cuatro hojas, cerca de una piedra cubierta de musgo, y rodeado de margaritas, un hermoso trébol de cinco hojas crecía solitario muy cerca de ahí. Cuando ya se estaba acercando para cortarlo, decidió cambiar de estrategia y pensó:
"Mejor no lo corto completo, sólo voy a quitarle la quinta hoja y se la llevaré a mamá, así cada vez que regrese le daré tiempo al trébol para que le crezca una nueva ". Así lo pensó y le quitó la hoja que le sobraba al particular trébol.
Contento llegó donde su madre y le enseñó la hojita en forma de corazón verde , y con ese orgullo inocente que sólo tienen los niños le contó lo sucedido. La madre sonriente, se agachó lo miró tiernamente y le beso la frente, luego se dirigió a él :

"Gracias hijo, por este regalo , seguro que sí existen los tréboles de cinco hojas, aquí tengo la prueba, la quinta que faltaba.
¡Vamos muéstrame tu trébol!".

Y poniéndose de pie, los dos fueron en busca de la famosa planta, que de seguro crecía a orillas de la quebrada muy cerca de los juncales.
En efecto, cuando llegaron cerca de la piedra cubierta de musgo y blancas margaritas, ahí estaba solitario el hermoso trébol con sus cuatro hojas, la madre aún llevaba en su palma la quinta en forma de verde corazón. El niño, poniéndose el dedo índice en los labios susurró un fuerte ¡Shsss!, silencio mamá esperemos a que le crezca la hojita que le falta...


La Pluma del Halcón

Yo,  Sr William Nadeous, caballero real de la Casa de las Almenas, escribo con esta pluma de halcón mi epitafio, recordando con ello todo lo que en vida realicé:
De joven escalé las montañas más altas del mundo, pero nunca dejaron de ser tan altas mis ambiciones por proteger la justicia, los valores y las buenas costumbres.

-o0o-

Peleé las peores batallas, donde la sangre corrio por los campos y perdí mis más queridos compañeros. La vida me enseñó que la vida misma es una constante batalla donde sobreviven los más fuertes, pero que no debemos lograr el éxito mancillando la dignidad de los demás.

-o0o-

Obtuve fama y fortuna, pero esas dádivas de la vida no fueron sino lastres que detuvieron mis alas para encontrar lo etereo y sutil que fue haber hallado en las celdas de mi alma la Gracia Divina, por eso al final de mis días abandono mis riquezas materiales, las dono a los aldeanos, para declararme rico pero en espíritu. Soy rico al fin porque encontré el rostro de mi Señor.

-o0o-

Comí de los mejores manjares que puedan existir en este mundo, pero nunca se podrá comparar con el cuerpo y la sangre consagrados en el altar durante todas las misas del mundo.

-o0o-

Tuve momentos de gloria, por mi posición, tuve la fama de ser el mejor escudero del reino, el mejor caballero protector de niños, adultos y ancianos, lo que me convirtió en un héroe. La fama no me interesó nunca, pero sí mis servicios prestados a toda esa gente. Siempre estuve del lado de los más indefensos, los más necesitados.

-o0o-

Fuí dueño de grandes feudos, con campos de cultivos enormes, molinos para procesar el trigo, cotos de caza y hermosos castillos, pero nada de eso me hizo feliz, sólo la alegría de un niño al verlo jugar en mis campos, las flores renaciendo después de una lluvia o las hojas al vuelo en una tarde de verano. Heredo a mis hijos mis feudos así como las riquezas naturales que en ellas encierran, para que sus ojos puedan ver la mano de Dios en cada planta, cada tronco cada arroyuelo de mis terrenos que ahora son suyos.

Muero a esta vida, pero renazco en cada pétalo, cada mariposa y cada ave de mi heredad.
La luz se apaga, mis ojos se cierran, me entrego a los sutiles brazos de mi Señor, espero haber cumplido mi misión en esta tierra, haberla cambiado, mejorado en algo, aunque sea en la idea de perpetuar mi legado en manos de otros que piensan igual que yo...

-o0o-

Después de estampar su rúbrica sobre aquel amarillento papel y envuelto luego en un recipiente de cuero, lo entregó a su hombre de confianza. El caballero tomó la pluma de halcón y se dirigió a la capilla del castillo a orar. Se inclinó frente al altar y la depositó sobre la superficie de mármol. Recordó la promesa que había hecho a Dios, que en sus últimos momentos le devolvería lo que Él le había regalado, aquella tarde tormentosa en que pidió un milagro al cielo, y por gracia divina una pluma de Halcón cayó en sus manos. Era la señal que él pedía. A lo largo de su vida, con ésta firmaría decretos y cartas que lo harían un hombre de bien, siempre dado a entregar sus bienes para el que más los necesitara.

En la mañana, el sol se filtró por entre los vitrales de aquella vieja capilla iluminando un cuerpo ya inerte sobre las gradas del altar y una pluma de halcón sobre su superficie.

AZUCENA
Se me empapa el alma
de voces de niño y taciturnas miradas.
Se me encoge la noche y se me agranda el
alba . Hasta se me quiebran los minutos
en instantes de miedo y aguardo el
momento de esperar el silencio.
Ahogo mi llanto con largos suspiros
y escucho al grillo llorar como a un crío.

¡Quién fuera una nube, ave pasajera, para
Dejar en mi senda una blanca azucena!.
AMOR PEQUEÑO
Naces en las horas tristes de mi vida,
o en las alegres de mi cancióm.
Sonríes al alma de niña,
pequeña madre de amor.

Buscas arrancar a pedazos mi ayer,
y florecer mi esperanza con arrayanes de fe.

Hechizas mi mente con pasitos de miel,
y sonríes pequeña, ladrón de mi ser.

Plumita blanca,
copito de nieve,
azúcar moreno
angelito de guarda.

Vientre blando,
corazón pequeño.
Nadas en mar
de minúsculos sueños.
Amor pequeño
que buscas la vida,
nacer en los ratos
pequeños de dicha.
¡Nace chiquilla
corazón de Dios,
antes que muera
la puesta del sol!

A mi hija, meses antes de nacer.
3 de febrero de 1994


EL ARBUSTO EN LA ROCA

Sobre una peña en medio de la llanura crecía un retorcido arbusto que movía sus ramas al son del viento del este. Todos aquellos que pasaban por ese lugar quedaban admirados de cómo las raíces hacían esfuerzo por sostenerse de la dura piedra y cómo a pesar de las inclemencias del tiempo, la aridez del suelo, la escasa lluvia y el candente sol la planta sobrevivía fuerte y lozana.
Un naturalista que acostumbraba fotografiar singularidades, atravesó esos pastizales hasta llegar y tomar la imagen del arbusto en la roca.
Las fotografías captadas por la cámara eran bellísimas, la luz de la mañana exponía los detalles más ínfimos de su retorcido tronco, sus variados tonos verde y amarillo de sus hojas y la infinidad de insectos y avecillas que inundaban sus prodigiosas ramas.
Las tardes mostraban a su vez imágenes de su silueta, recortadas bajo el color naranja y fuego de hermosos celajes. Eran imágenes de revista, que sin duda se publicarían en la próxima edición del semanario local.
Después de pasar por todo el proceso de edición e impresión la revista fue vendida y poco a poco se fue distribuyendo por toda la región, e incluso algunos ejemplares fueron a parar a la ciudad capital.
Ya en sus manos y en el silencio de la sacristía un sacerdote meditaba sobre la imagen de la revista recién comprada, mientras que entre sus rezos, las paredes escuchaban desde lo profundo de su corazón un: "¡Tu eres mi roca firme!".
Entre los pasillos de una escuela un maestro presuroso mientras caminaba rumbo al aula se detuvo a observar la fotografía del arbusto. Pensó aprovechar la imponencia de la imagen para dar su lección de hoy. Ese día hablaría de la fiereza de la naturaleza y cómo los seres vivos se adaptan a las condiciones adversas del relieve y el clima, pero a la vez la emplearía para enseñar sobre el valor de la perseverancia y la valentía que se deben enfrentar ante los avatares del destino.
Del portafolio de un ingeniero la revista con la imagen de esta historia serviría de introducción para recalcar las bases firmes que todo edificio debe poseer y cómo los cimientos, al igual que las raíces profundas de ese arbusto socavan la roca. Con la fotografía ilustraría su conferencia ante la directiva del nuevo proyecto habitacional que en los próximos meses comenzaría.
Un indigente que solía frecuentar los basureros de la ciudad recortaría de las páginas de la revista el recuadro y lo atesoraría como un regalo preciado, posiblemente esa noche no tendría nada que comer, pero de la pared de su destartalado cuarto colgaría la imagen esperanzadora del arbusto en la roca y soñaría con tiempos mejores.
Finalmente, al filo de la tarde, escondido entre las sábanas, la difundida revista constituiría el único medio que poseería un niño que postrado en un hospital de la capital luchaba contra una cruel enfermedad. Su esperanza la había depositado en esa imagen, que aunque ya arrugada por el constante manipuleo entre el ir y venir de sus exámenes de laboratorio la resguardaba como su boleto a la libertad. Pensó que cuando se recuperara, correría por esos lares y escalaría la peña hasta llegar a la cima. Esa noche soñaría con ese lugar como si fuera su campo de juegos, mientras a cientos de kilómetros, incólume, un arbusto cerraría sus diminutas flores al rocío de la noche hasta esperar las primeras luces del alba.



AMARILLO EL SOL SE OCULTA

Amarillo el sol se oculta
en un verano que aún
calienta los agrietados suelos.

Falta el agua y falta vida,
aunque oculta no deja de existir.

Hojas al viento, sonidos de animal
pequeño, que en la cañada despiertan
al que despierto sueña con las lluvias
que aun no llegan.

Brisas que peinan pastizales, moviéndolos
al compás de lo invisible.

Murmullos de arroyos ya secos,
dejando desnudas las piedras,
aguardando la espera de la humedad
de la selva.

Amarillo el sol se oculta
en un verano que aún perdura,
en las ramas sin hojas,
en los frutos sin pulpa,
en las peñas donde aúlla,
el coyote en las noches,
en las lechuzas que lloran,
en el frío nocturno,
en las semillas que vuelan.

El verano se adueñó de la
comarca , y yo aún con mis
noches en vela.
Robledalnavamuel.png

EL LUGAR DE LOS VIENTOS ETERNOS

El lugar de los vientos eternos era un pueblo enclavado en las montañas donde durante todo el año no hacían tregua las fuertes ráfagas provenientes del norte y que se desaparecían en las lejanas costas que en lontananza daban al pacífico.

Se decía que era un pueblo de mineros y que durante principios de siglo XX, miles de pepitas de oro enriquecieron a los coligalleros que llegaban a probar suerte a ese apartado lugar.

En la época de verano un viento frío proveniente de las regiones boreales bajaba de las alturas y sacudía con fuerza las ramas de los cedros, jiñocuabes y poros que plagaban las laderas cercadas del lugar y dispersaban las semillas de diente de león y roble sabana por todo lado, hasta convertir el aire en una fiesta de plumones blanquecinos en la atmósfera.

Se dice que cuando las compañías mineras abandonaron el sitio, el pueblo quedó totalmente desierto. Sólo unos cuantos ermitaños se quedaron viviendo en cabañas derruidas donde la polilla y el polvo cubrían los escasos cacharros que conservaban.

Este pueblo había adquirido también fama pues en los últimos años cientos de personas llegaban a derramar lágrimas que según algunos, el fuerte viento se las llevaba, después del cual todas las tristezas y males sufridos desaparecían.

Muchos, después de haber sufrido muertes de algún familiar, rupturas amorosas o traumas infantiles, llegaban al pueblo y sobre algunas de sus colinas lloraban amargamente sus penas. Después de que aquel fuerte viento secara sus mejillas se sentían aliviados y regresaban a casa totalmente sanados.

Es por eso que después de conducir por más de 6 horas y atravesar el país desde el extremo sur, aquella mujer de rostro demacrado y mirada triste llegó a los linderos del pueblo donde un endeble letrero clavado sobre un poste de madera cuya leyenda decía: "Lugar de los vientos eternos" le recordaba que el viaje había terminado.

Con el viento corriendo por su cara, sus pies descalzos sintiendo la humedad de la hierba, una sublime paz se adueñó de su corazón, mientras el fuerte viento se llevaba en algún descuidado plumón las últimas lágrimas de su pena.

viernes, 27 de enero de 2012



ANTIPODAS

Como antípodas en un mapa
navego la ruta de mi brega
hacia los mares de lo incógnito.
Atravesando peñones, fui a parar
al océano infinito y mi norte
se perdió en la Constelación de
la Virgen, mientras la Cruz del
Sur dividió el firmamento en
extensos cuadrantes.

Al norte los mares de mi destino
con la pregunta a babor:
¿y ahora qué vendrá?.
Al sur mi pasado. No vale llorar
quimeras la vida es viento
austral que deja en cualquier
playa los despojos que voy dejando.
Al este mi hermano, siempre en la
espera de mi abrazo, la palabra oportuna.
Al oeste el ocaso que muere y resucita
cada mañana. La esperanza de tiempos
mejores.
Mi bitácora está hecha, la ruta está trazada,
el capitán está listo.

jueves, 26 de enero de 2012


CLIMAX
Y me quedé encallado en el ancla de tu cuerpo
y sobre un mar de corales soporte el oleaje de tus deseos hasta resistir la marea.
Y en la quilla de aquel barco descansé mis temores. Me ahogué en tu silencio, y como racimo de algas me dejé llevar por tu corriente.
Luego sólo era mar, atardecer, espuma y una gaviota a medio existir.
Acapulco, 25 de marzo 1997


EL CAMELLO, EL MONO Y EL CARPINTERO
                       (Fabula)

Un camello se encontró en el desierto a un mono.
Como éste iba en la misma dirección decidieron caminar juntos.
Al rato toparon con un carpintero y como éste también iba al mismo lugar se unió a la caravana y los tres siguieron el camino.

Caía la tarde y el ardiente sol los abrazaba, no había agua y estaban muy cansados. De repente y a la distancia vieron un cocotero por lo que el camello casi muerto dijo:

- Yo los puedo llevar hasta la palmera, móntense en mi lomo que los conduciré
hacia ella.

Y así lo hizo.

Luego el mono dijo:

- Soy hábil, subiré y bajaré los cocos.
Y así lo hizo.

Por último el carpintero exclamó:

- Yo puedo abrir los cocos con mi fuerte pico.
Y así podemos beber todos.

Y dicho esto, todos saciaron su sed.


Moraleja:


La amistad es madre de la cooperación.



CORNISAS AL VIENTO

Como si los mismos ojos de Dios miraran sus pies sobre la cornisa, la joven de alas de ángel se precipitó al vacío extendiendo sus brazos al horizonte, como una cruz, que desde abajo simulaba el mismo madero en que el Señor fue clavado.
Por escasos segundos se sumergió en el mar de un aire que alivianó su caída. Su vestido blanco transparentó a contra luz y sus flecos movidos por el viento provocaron tirabuzones al aire que desde el suelo el niño escuchó como canción. Extendió sus brazos y en su palma cupo todo su mundo. Aquella jovencita de alas de ángel cayó serena. Ya no era niña, sino pluma al viento.
El pequeño abrió sus ojos y miró la cornisa vacía. La joven no estaba, la tenía ahora en su mano...




CHARQUITOS DE LUNA EN LA ALAMEDA

El agua llovida comenzaba a empozarse en cada charco de la alameda. A los pasos de aquel hombre, la luna le seguía reflejada en aquellos espejos líquidos, creando un efecto hipnotizador que lo hizo detenerse a contemplar la hermosa luna llena, que inundaba la bóveda púrpura de esa noche que cada vez más alargaba sus horas. El insomnio era la dosis de fantasía que necesitaba aquel ser noctámbulo para soñar que su realidad era un mundo alterno del que no quería escapar. Solía caminar por aquella fila de álamos en las noches calurosas cuando el búho inquieto que solía posarse en su ventana lo despertaba con su nostálgico canto, invitándolo a pasear por aquellos parajes en busca de que las estrellas platearan sus cabellos con la luminiscencia ancestral de las nebulosas.
Sus pasos lo llevaron hacia el "Árbol de la Osa Mayor", llamado así porque de su follaje, una de las ramas apuntaba hacia esa constelación, ahí se detuvo a comer de sus frutos que parpadeaban en la oscuridad, produciendo destellos que le enceguecían pero que no le mermaban el deseo de probarlos. Tomó una entre sus manos y al morderla un dulce sabor a polvo cósmico le provocó una euforia que le hizo correr hacia la cuesta, emprendiendo una carrera hacia la cúspide de la colina donde se detuvo a mirar las luces de la ciudad que contrastaban con las siluetas del bosquecillo de pinos que cercano se proyectaba contra el plato blanco de la luna. Decidió entonces danzar con la "vaquita saltarina", aquella que en las noches de delirio suele brincar los cráteres de nuestro satélite natural, para luego flotar en la aurora boreal de Marte y descansar en Fobos. Bajó luego presuroso la colina hasta encontrarse con que el cometa Haley se le había atravesado en el sendero, por lo que aprovechó para colgarse de su cola y remontar vuelo hacia la Cruz del sur, bordeando los anillos de Saturno y girar trecientos sesenta grados de nuevo a la faja de asteroides, la zona tenebrosa del Sistema . Ahí se detuvo en uno de los meteoros más grandes, donde aprovechó su fuerza de gravedad para colocar su tienda de campaña y tirarse sobre el áspero suelo a mirar las estrellas. Navegó toda la noche montado en aquella gigante roca que en orbita elíptica circundaba el Astro Mayor. Decidió entonces que era hora de regresar a la Tierra y de nuevo colgado de la cola del cometa que había dejado atrás, fue a parar al mismo sitio donde inició su caminata nocturna. Quedose entonces observando taciturno cómo las primeras luces del Alba, terminaban con esa visión nocturna. Se recostó entonces en la cama a recordar el reciente viaje hecho al reino mágico de los sueños, a esperar despierto que el mundo de la realidad se le presentara ante sus ojos, aunque esta vez no fuera sobre los charquitos de luna llena proyectados en el sendero de la alameda.



EL ÚLTIMO MENDRUGO

Quedaban pocos metros para que la banda corrediza condujera a los turistas hasta la sala de exhibición de objetos del siglo XXI. Manfred y Harrison amigos inseparables de la infancia se salieron del grupo y llevados por su instinto de exploradores se adentraron por un pasillo algo lúgubre y frío, hasta que se vieron imposibilitados de continuar por el obstáculo que resultaba la pared final del museo. A la derecha del recinto e iluminado por unas holográficas luces láser se hallaba una urna de cristal en cuyo centro se observaba una extraña pieza, parecida a una roca o fósil. Si leían la información impresa en el costado inferior de la urna se dejaba ver que se trataba de un antiguo fragmento de pan que fue desenterrado precisamente en el lugar que fue la cuna de la Civilización, en el llamado Cercano Oriente y que debido a la última hecatombe nuclear sucedida a finales de 2987, representaba el último mendrugo que se conservaba casi intacto debido a los efectos momificadores que permitieron mantener sus cualidades hasta el día de hoy.
Corría el año 3025 de nuestra era y los amigos habían quedado atónitos ante el descubrimiento del último trozo de pan que quedaba en la Tierra. Sin más que esperar dieron varias vueltas alrededor de la vitrina para observar mejor los contornos de la pieza. De repente e impulsado por la curiosidad que le había traído a este lugar y a sus conocimientos en historia antigua Harrison se dirigió a su amigo con estas palabras:
- "Sabías que prácticamente la historia de la humanidad redundó en el desarrollo que la elaboración del pan tuvo por siglos. Las primeras civilizaciones basaron su economía en el empleo de los granos de... (cerró los ojos para recordar la palabra.) ¡trigo!, quien proporcionó el alimento suficiente para sustentar a las poblaciones en crecimiento. Alrededor de un buen pan y alguna bebida, las familias se reunieron por décadas y siglos a transmitir de generación en generación el arte de hablar y los valores necesarios para mantener la unidad entre ellos.

Hoy en día, son pocos los que intentamos conversar, reir o soñar. La conversación es un fenómeno que casi ha caído en desuso. Además el pan desapareció hace siglos de la mesa de las familias. Hoy todos los alimentos son capturados en cápsulas que se hidratan y nuestros estómagos se han adaptado a consumir comidas procesadas en forma artificial. El pan se ha reducido a una simple pieza de museo.

Durante milenios incluso fue el signo de unidad religiosa. Cuando las personas aún creían en Dios conmemoraban la última cena del llamado Jesucristo, el Mesías, repartiendo un tipo de pan que llamaban Hostia durante una ceremonia que denominaban Misa o Asamblea.
Campos enteros de trigo eran sembrados en muchos países de clima templado. Hoy por el sobrecalentamiento global es imposible hacerlo, ni siquiera en los invernaderos de Fobos se ha logrado cosechar suficientes hortalizas, mucho menos en pensar en granos de trigo que ni siquiera existe. Ahora es una planta totalmente extinta".

La conversación fue interrumpida por uno de los guías del museo que preocupado por el extravío de los visitantes decidió ir a buscarlos. Se acercó a ellos e igualmente observó la vitrina que contenía el último mendrugo, aspirando profundamente exclamó:
"¡Una extraña pieza de museo! ¿no?"
Manfred y Harrison se miraron a los ojos y como unidos bajo una sola palabra pronunciaron:
-"Es cierto"

El guía los invitó a salir el recinto. Después de esa visita al museo, a los dos amigos les pareció más moderna su ciudad.
ESENCIA

Dudo que la realidad no afecte la certera improvisación de la vida sujeta a la atadura del destino.
Lo que toco se transforma en el remanente aletargado de lo que fue. Lo que miro en la incierta antípoda que vendrá.
Es estornudar una palabra al aire, concebida en las entrañas mismas de la cognición.
Es buscar el pretexto diario de vivir en los prostituidos burdeles de la historia,trascender hacia el ojo mismo del abismo, o traslucir en los cristales de ámbar la fina capa de la esencia

miércoles, 25 de enero de 2012


AMOR PLATÓNICO
Por tus ojos claros estoy en tinieblas
y tus mejillas blancas como sol naciente,
mi alma hecha un nudo está al contemplarte lejos,
sin poder rozar tus labios con la punta de mi sonrisa
Y se me intimidan las ganas porque debo ocultarlas, hasta mi dolor se arrodilla a rezar noctámbulo, por el sólo deseo de verte

una vez más
sedente en la esquina secreta de un amor platónico.

martes, 24 de enero de 2012

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ZAPATILLAS SOBRE LOS RIELES

Incliné mi mirada para observar que mis pequeños pies descalzos hacían el intento a veces fallido por mantener el equilibrio sobre los herrumbrados rieles de la antigua línea férrea que aún mantenía algunos vagones de carga en uso. A veces caía del lado izquierdo, pinchándome con alguna dormilona, cuyas florecillas moradas saludaban al tibio sol de esa mañana, pero cuyas espinas diminutas se me clavaban sobre la infortunada planta del pie, que torpemente me sostenía. Aunque eran mis vacaciones de verano, necesitaba crear cualquier pretexto para volver a la escuela, mi escuela, mi único refugio que me sostenía a mis escasos once años del maltrato y soledad. Digo once años por la edad que tenía, pero apenas cuatro de pertenecer al sistema educativo.

Atravieso un puentecillo, por lo que detengo mi paso para caminar más seguro sobre los durmientes, mientras recuerdo que mis tardes de juego eran pocas, comparadas con la cantidad de horas que dedicaba a las labores de la casa, regaños constantes de parte de mi madre y el cuidado de mi abuela ya muy enferma. Mi padre era apenas un remedo de ese título, cuando borracho llegaba a altas horas de la noche y con machete en mano veía recoger entre sus puños, la hermosa cabellera negra de mi madre y golpearla contra la pared, no sin antes propinarle una larga lista de improperios sobre su rostro, porque las ollas estaban vacías ese día.

Sigo viendo mis diminutos pies que de vez en cuando se ocultan dentro de mi falda. Al levantar mi mirada vuelvo a perder el equilibrio; esta vez tropiezo con una piedra que me hace caer. Una garza blanca sobrevuela mi cabeza. Sé que de los canales que corren a lo largo de la vía, cientos de renacuajos se convertirán en las bulliciosas ranas que durante las noches me impiden conciliar el sueño.

Me detengo por un instante a darle vueltas al cascarón de un viejo coco, cuyo interior contiene agua de lluvia. La extraigo y me doy cuenta que en su interior quedan aún unas cuantas larvas de zancudo retorciéndose entre el poco líquido contenido. Tomo el coco entre mis manos y lo vacío completamente.

Sé que debo perdonar a mi madre por los golpes que de sus manos recibía, por las veces que me obligó a trabajar horas enteras puliendo la dura corteza de coco para hacer artesanías que luego vendería a los turistas en las playas cercanas, mientras mis compañeras jugaban con muñecas.

Sé que debo perdonar a mi padre por las veces que me sacudió, y con sus fornidos brazos me acercó a su rostro para mostrarme su enfado y de su maloliente boca salir las palabras más groseras que existen.

Sé que no soy una niña como cualquier otra, pero ahora debo mantener mi equilibrio para no resbalar, mantenerme sobre las vías que me conducen a mi escuela. Cuánto deseo que regresen las clases, por lo menos ahí mi mente volará entre libros a lugares lejanos y soñaré con que algún día todo esto acabe...



Ahora miro mis pies, ya no están descalzos, los cubre un calzado que pude comprar con mi propio dinero. Mis pies ya no son pequeños y logro mantener mejor el equilibrio. Sobrevuelan aún garzas blancas sobre mi cabeza. Todavía estoy segura que en los canales hay renacuajos que durante las noches se convierten en ranas, pero ya no interrumpen mis sueños. Al lado de la vía cocoteros se alzan majestuosos al aire y del fruto aún los habitantes del lugar hacen artesanías. Las dormilonas ya no pinchan mis pasos.

La vía se acaba, llego al portón de mi vieja escuela y miro entre las rejas. Todo ha cambado, casi ni reconozco las paredes grises del único pabellón que existía. Ahora un azul turquesa como las aguas mismas de mi Caribe me recuerdan que el tiempo no pasa en vano y ya no soy la misma. Al lado mío un pequeño me interroga, es mi hijo que asombrado me pregunta por qué resbala una pequeña gota por mis mejillas. Yo simplemente evado la pregunta con la vieja excusa de haber entrado una partícula de arena en mis ojos.

Regreso sobre las vías e inclino mi cabeza, veo ahora un par de zapatillas grandes sobre la vía y dos zapatitos inclinarse hacia el lado izquierdo. La dura suela impide que las dormilonas pinchen los piecitos de mi hijo. Ya no hay espinas...


AMANECE
Amanece y aún no me dices porqué te quedas.
Porqué te aparto de mi puerta y entras como si no tuvieras nada que reprocharme.
Nada que olvidarme.
Nada que mentirme.
Amanece y sigues aquí con tu falda al hombro y tus piernas de marfil; desnudas en penumbra.
Como columnas dispuestas a soportar el dolor de otra noche en vela, de un gozo que no acaba.
Amanece y aún me reclamas.
Luego inclino mi cabeza para no llorar más lagrimas de poeta muerto.
Ya no recuerdo tus vestidos; tus manos sudorosas a amor siempre en ganas y reviento en deseos de volverte a mirar.
Sin que nada se me pierda.
Sin que regrese el Alba.


AL INSTANTE

Cuando la luna atraviesa el cristal
y los grillos a la noche arrullan,
en las paredes se enreda el silencio
con sonoros crujidos que despiertan
las almas de las musas dormidas.
Y en olvidadas páginas, el aroma
a Bécquer, Neruda y Darío se vierte,
y un Debravo se suspende de la boquilla
del tintero, mientras de las furtivas manos
de un dolido amante surgen las húmedas letras
de un poema al instante.


EL DESCUIDO DE LA MUERTE

A veces creo que la muerte se distrae cuando conversa con el moribundo sobre cosas banales y le permite sobrevivir. No se percata en que debe llamarle al más allá; por eso es que de repente despiertan de un largo coma personas que han sufrido aparatosos accidentes.

Por algo se dice que los gatos tienen siete vidas. Estoy seguro que al menos en seis de ellas la Señora Muerte se descuidó, preocupada más porque el ratón que se comía el cereal de la alacena cayera en los fierros de alguna trampa puesta por el dueño de la casa.

Me río entonces de las veces que la distraída muerte se aleja en el momento preciso en que intento matar una cucaracha y en el intento, parezco que estoy bailando San Vito al correr tras de ella y tratar fallidamente de aplastarla.

Con el sudor en mi frente agradezco a Dios las veces que me salva al cruzar la calle y algún temerario conductor se abalanza sobre mí.
Creo que en esos momentos la muerte pasa de largo, concentrada en ver si atrapa a algún cristiano peatón con su amenazante azadón y lo envía a la cuneta de un solo zarpazo, por el frenesí del alocado tráfico del día. Como que ese día no tuvo suerte.

Lo cierto es que a lo largo de la vida la muerte se señorea entre los seres humanos, a veces teniendo éxito, a veces no. Yo sólo espero que cuando ella toque a mi puerta con su mortecino rostro, ataviada con sus raídas vestiduras y me muestre su escalofriante sonrisa, yo también le sonría, la invite a tomar café y le pueda decir:
-"¡Ya estoy preparado!", o al menos pueda distraerla un día más con un... "¡Tome asiento, mientras tanto lea una revista de Selecciones del Rider'Digest o si desea vea televisión, aquí tiene el control!. ¡Ya vengo que tengo que vestirme para la ocasión...!", mientras me escapo por la ventana trasera.

lunes, 23 de enero de 2012

AHORA

Ahora que mi hora llega
aquella de esperar sin penas.

Ahora que me tengo solo y mi alma
a la luz se acerca.

Recordar tu forma quisiera
de entender la vida cual fiesta.

Como una danza de estrellas
que en el infinito pasean.

¡Inundar tus oidos de alegres canciones
y tus pupilas azules de acuarelas y soles!.

Para que no me dejes solo, sin que pronuncie
tu nombre, y me duerma en tu pecho
cuando el amanecer se me esconde.



AL ENCUENTRO CON SU PASADO

Con la convicción de que el aire puro lo sanaría, aquel hombre subió la montaña, esperanzado de que sus bronquios volvieran a funcionar como hacía años.

Aquella tuberculosis lo había postrado en cama durante meses enteros y ahora a la mitad de su vida deseaba sobrepasar sus ya cerca de cincuenta años de edad.

Agotado en sus primeros cuatrocientos metros de ascenso, trataba de absorber bocanadas de aire que el viento fuerte de la tarde le facilitaba introducir en su garganta.

De vez en cuando se sentaba sobre un tronco o una piedra a esper
ar que su corazón mermara su acelerado ritmo para continuar su marcha.

A su derecha y con el milagro que sólo da la vista, un arcoíris  en lontananza se circunscribía sobre las colinas cercanas, mientras una pareja de azulejos sobrevolaban las praderas que a través de la cerca de púas que separaban los terrenos vecinos se divisaban.


Poco le faltaba para alcanzar la cumbre mientras a penas podía sostenerse sobre sus raquíticos pies.

De repente  se le vio fijando su mirada sobre una gigantesca  peña, que recortada sobre el perfil del cielo parecía alzarse como hercúleo titán.

Anonadado se paralizó de pies a cabeza cuando sobre la superficie su nombre estaba grabado.  Recordó entonces voces de infancia, olores a hierba fresca y el mundo girando a su alrededor en  los cálidos brazos del abuelo que le sostenía mientras hacía cabriolas en el aire.  Recordó también cómo aquel hombre de pelo cano, padre de su padre, pronunció aquellas palabras casi proféticas al calor de una fogata o a la vera de un camino que en su memora ya no está: “ Subiré la montaña a recordar quién soy, lo que fui y ahora seré.   A  sanar mis heridas, buscar el camino andado  y restaurar mi vida,  volver a ser un niño, respirar inocencia…”

Al leer esas palabras algo en su mente disparó recuerdos, reconoció entonces  aquel lugar que un día su abuelo le hizo ver, aquel  que en el transcurrir del tiempo su memoria  ocultó tras un  manto de nubes, le acortaron la vista y ensombrecieron su lucidez.  Ahora solo frente a aquella alta y solitaria peña, supo que finalmente no era tan importante subir aquella montaña en busca de fortalecer sus pulmones, sanar su fastidiosa enfermedad y continuar su existencia.  Lo verdaderamente importante era traer a su vida de nuevo los recuerdos de quién fue y la memoria de que los mejores momentos de su vida se encuentran junto a las personas que le aman, incluso si éstas  ya no están.

 El último recuerdo que le asaltó esa tarde fueron las manos del abuelo tallando sobre la dura roca  aquellas máximas  palabras;  unas que apenas creía ver de nuevo, después de casi ya cuatro décadas de no visitar aquellos parajes.
 





HADAS DE LA NOCHE

Rebuscan las impúdicas hadas de la noche
las caricias del cabrío sudor agridulce,
para hechizar los inacabados remedos del amor
y con ello sostener sus blandas caricias,
aunque sea en el instante minúsculo de un beso no dado.
Salir a las calles y embelezar los sentidos
con sus apretadas curvas y transformar la noche
en el fatuo fuego eterno del deseo.
Morir luego a los sueños en la humedecidas almohadas,
en un llanto después de una partida,
y sentir la mancilla de haber cometido lo incierto.
Siguen siendo asi inmaculados sus vientres;
preparados para la arcaica misión de la vida.

Tomado del poemario "Urba:  Retrato de una Ciudad", de mi misma autoría.

sábado, 21 de enero de 2012

(Novela Corta)

La Herejia de Fray Vituperio
              de Mérida


Prólogo:
En un lugar del Nuevo Mundo, no definido en el mapa, pero cercano al Reinado de Veragua un hombre se debate entre la convicción del deber cumplido, ilustrar a los niños aborígenes sobre las enseñanzas de Jesús a través de un polémico libro, u obedecer las normas y reglas que la Alta Jerarquía eclesiástica le imponía a su Orden religiosa y por ende, debía él cumplir. La culpa es el marco que encierra la historia de ese humilde fraile, una culpa que se llevará hasta la misma tumba. Al final el lector tendrá la oportunidad de ojear los únicos cinco pergaminos que quedaron de tan controversial libro. Dividido en diez capítulos, "La Herejía de Fray Vituperio de Mérida" es una novela corta de carácter histórico desarrollada en los anales de la época colonial, una época convulsa y llena de contrariedades.




                                       I


"¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa!", murmuraba una silueta proyectada en la pared de aquel olvidado calabozo, mientras parpadeaba una vela encendida sobre un viejo candelabro. Hacía frío, pero a él no le importaba, ya no había tiempo para quejarse de las condiciones climáticas. Él sabía que en esa época del año el frío era más intenso que de costumbre.
De vez en cuando se levantaba de la silla y caminaba por la estrecha celda, mientras recordaba aquellos días soleados en el Trópico de Cáncer, a orillas del "Mar del Sur".
Su corta vista le impedía ver como la cera que corría por los costados de la vela llegaban hacia los viejos papeles amarillos y los humedecía con una blancuzca mezcla pegajosa. Aquellos papeles constituían quizás su tesoro más preciado, que a la vez se habían convertido en su propia condena.
Corría el año 1532, en una Europa convulsa y llena de supersticiones . La Santa Inquisición todavía se atrevía a condenar a quienes manchaban el nombre de Dios y el de la Iglesia con falsas herejías o practicaran ritos que no se acercaran a los que ella imponía. Nadie podía pronunciarse en contra de los abusos cometidos por los Jerarcas de la cristiandad, ni escribir siquiera aquello que no se apegara a las buenas costumbres y moralidad de la Doctrina Católica. Durante siglos más de un "infiel" fue condenado al cadalso o a la hoguera por mal interpretar la Palabra de Dios, por eso ninguno que estuviera cuerdo se atrevía a tocar una Biblia siquiera. De todas maneras sólo estaban disponibles para un grupo selecto de personas: los frailes mayores, curas y obispos.
Entre los primeros, un fraile de la Orden franciscana, Fray Vituperio de Mérida será el protagonista de este pequeño relato, quizás el único entre los relatos que hoy se pierden en los nublados del tiempo, en los rincones olvidados de la historia.










                                          II




Fray Vituperio era un joven aún, cuando decidiose embarcar junto a otros diez compañeros, rumbo a las costas del Nuevo Mundo, hacia un punto no muy bien definido, muy cerca del Reinado de Veragua. En este lugar realizó varias fundaciones importantes y enseñó las primeras letras a lo aborígenes de la región. Pasó muchos años contemplando la naturaleza tan prodigiosa y abundante de estas tierras. Aunque sufrió muchas dificultades, todos los días daba gracias a Dios por su compasión y misericordia. Al final de sus días cayó en la tentación de escribir un libro, uno que según él ayudara a los que le sucedieran en las enseñanzas del Evangelio. Precisamente estaba muy preocupado de que los indígenas comprendieran la vida de Jesús en una forma amena y didáctica. Principalmente de que los niños no entendieran por qué en la Biblia no se hablaba nada de Jesús cuando era infante. Apenas se nombra el nacimiento, huída y pérdida del niño en el templo, pero nunca de su vida en Nazaret.
Ante este vacío histórico, Fray Vituperio decidiose escribir a modo de cuento algunos "posibles" pasajes de la infancia de Jesús, poniendo en sus relatos un poco de imaginación y picardía para describir las historias, de tal forma que los niños aborígenes comprendieran mejor sus enseñanzas. Así logró terminar su libro en escasos tres meses a finales del verano de 1528. Éste fue utilizado por él y otros compañeros de misión para enseñar el evangelio y era muy gustado por los niños de estas latitudes. El texto en algunas ocasiones difería mucho del relato bíblico y eso podría ser motivo de fuertes acusaciones ante las autoridades eclesiásticas.



                                       III




Todo parecía transcurrir muy bien, cuando la sombra del mástil de una embarcación se proyectó en las playas de esa región. Traía consigo una nueva legión de misioneros, junto a un "Oidor" de la Iglesia, quien venía a inspeccionar los resultados hasta entonces alcanzados por la fundación. Estos personajes estaban autorizados para revizar los archivos personales de los superiores, así como los libros que poseían y "debían" leer en la comunidad. Aquel mismo día el Obispo Francisco Brenes de Alcántara pasó lista de los frailes que aún quedaban; dictó acta de las defunciones habidas durante los últimos años y presentó a la comunidad los recién llegados. En la noche cenó en la "Casa Mayor" como los frailes llamaban al convento principal y durmió hasta el otro día. En la mañana, muy temprano y después de un opíparo desayuno, único que se vio en esos lugares, dado el voto de pobreza que profesaban los frailes, el Oidor se dirigió a los archivos personales del convento. No encontró nada que le fuera de su disgusto. Al contrario alabó el trabajo "pacificador" de los frailes en pro de la defensa y divulgación del cristianismo entre los "salvajes" de estas tierras.
De seguro llevaría buenas nuevas a los Jerarcas de Roma sobre la misión encomendada. Ya se disponía el Obispo de Alcántara partir a sus habitaciones a descansar, cuando entre los libros que aún no había revisado y que se encontraba sobre el escritorio, halló uno que le pareció muy particular. Su pasta era de piel de venado y en sus páginas leyó la herejía que ningún habitante sobre esta tierra se atrevía a hacer: escribir historias que ni siquiera habían sido nombradas en las Santas Escrituras. ¿Cómo alguien se atrevía a hacer semejante sacrilegio?
Con gran furia mandó a llamar al autor de tan herético libro. No quedaba duda, el libro era de Fray Vituperio y debía responder por los daños perpetrados a la Santa Iglesia.
Inmediatamente el Obispo interrogó al fraile y sin más miramientos lo mandó a encerrar en un calabozo.





                                       IV


Tras ciertas diligencias el Obispo de Alcántara contactó con diversas personalidades de la Región, quienes dispusieron un viaje hacia "La Española" para luego embarcar rumbo al Viejo Mundo. Tal herejía no podía ser juzgada en el lugar del crimen. Todo estaría dispuesto para partir al día siguiente. Fray Vituperio, a pesar de que sus compañeros insistieron en abogar por él, nunca delató a ninguno de ellos y la utilización de su libro en las enseñanzas del Evangelio. Al contrario a lo largo de todo el viaje por el Atlántico, no se le oyó pronunciar una palabra, ni siquiera un susurro en contra de su destino. Sólo se le oía pronunciar las palabras del "Yo Pecador". "Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" En invierno de 1532, Fray Vituperio de Mérida fue ejecutado en la horca por orden del Tribunal de la Santa Inquisición. Por cartas enviadas a los Jueces, sus hermanos en América solicitaron la muerte en el cadalso y no en la hoguera, condena que de por sí ya había sido abolida hacía años. Los del Tribunal accedieron tras fuertes discusiones entre ellos, pues algunos querían volver a esas horribles prácticas.




                                   V


¿Y qué pasó con el libro de Fray Vituperio?. Por el azar del destino fue conservado en la biblioteca personal del Obispo de Alcántara, mismo que lo condenó a muerte. Años después el convento donde residía fue preso de un voraz incendio que acabó con toda la estructura. Entre las cosas que se pudieron rescatar, un cura menor logró conservar el viejo libro de piel de venado que contenía las heréticas historias. Pasó después a manos de un usurero que pagó una ínfima suma por el libro. De ahí no se supo más del mismo. Hoy sólo quedan los recuerdos de esa triste historia y apenas un puñado de cinco capítulos que lograron ser descubiertos en un viejo baúl de roble de una vieja casa de la región Atlántica de Costa Rica, antigua provincia del Reinado de Veragua. Nadie sabe cómo llegaron ahí y se ignora si corresponden a los escritos originales de Fray Vituperio, o si por el contrario son unas copias de tan discutido libro. La versión que nos llega hasta nuestros días pueden diferir en mucho de la original, pero seguro pretende al igual que hace cientos de años perpetuar la memoria de aquel sencillo fraile.


                           ___o0o___




Las Primeras Memorias de Jesús.
Por Fray Vituperio de Mérida.


Primer Pergamino


El encuentro

                             

Era media tarde y el sol calcinaba los techos de paja de aquellas viejas casas de barro, en los suburbios de Nazaret. Una pandilla de niños corrían tras un perro que con presura huía de los desaforados infantes. La algarabía se hizo oír por todas las calles de la barriada y más de una mujer detuvo su marcha en los quehaceres domésticos para reprender a su hijo que formaba parte de aquel "pandemonium". María que acababa de acarrear agua del pozo, hizo mil esfuerzos para persuadir al suyo de no entrar en el juego, pero el niño se encontraba ya lo suficientemente lejos como para oirle. De todas maneras al igual que sus demás compañeros, se encontraba muy entretenido persiguiendo al infortunado animal. Había doblado la esquina oeste del mercado y al internarse en algunos terrenos baldíos no se cercioraron de que se estaban saliendo del límite de la ciudad. Jesús, el menor de la pandilla se había quedado algo rezagado, pues al pasar por la casa de Miqueas, tropezó con una piedra que se había saltado del enlozado, brotando de sus rodillas y pies una sangre roja color rubí. No se quejaba, pero estaba ya muy cansado para continuar, así que se detuvo a descansar debajo de una vieja higuera que por ahí crecía. Con su dedo anular dibujó algunos trazos en el suelo, mientras observaba como unas hormigas se aferraban a acarrear pedacitos de hojas hacia su madriguera. Se entretuvo a ayudar a algunas de ellas a llegar más rápido a su escondite, alzándolas con todo y hojas y depositándolas en el agujero de entrada.
De repente frente a él se acercó otro niño de edad similar, algo harapiento y sucio, ambos sonrieron.

-¿Qué te pasó?
-Tropecé con una piedra.
-¡Pero estás sangrando!
-Sí, pero no es mucho.
Ven, vamos al pozo y te limpiaré.

Los dos niños se tomaron de la mano y caminaron hacia el pozo que en realidad era una especie de estanque en cuyo brocal se sentaron. Sacando agua con una cubeta, el harapiento niño se inclinó hacia el otro y pacientemente, con pedazos de tela de su propia vestidura limpió las heridas. Después desató las sandalias de su compañero y lavó sus pies. Terminó su labor mojándole la frente con las últimas gotas que quedaban en la vasija. Revolotearon palomas en el lugar y una de las plumas de las aves cayó sobre la superficie del agua creando ondas concéntricas.
Ya anochecía y era hora de regresar a casa, de seguro sus respectivas madres estaban preocupadas por ellos. Las últimas palabras que se cruzaron entre estas dos almas fueron:

- Vamos Jesús, tu mamá te va a regañar
- Y a tí también Juan, ¡Vamos!

Ambos corrieron hasta cruzar la bocacalle que se dirigía hasta el templo y de ahí a la barriada.



Segundo Pergamino


La espada de madera


Había terminado José de alisar una pieza de madera con una garlopa cuando las últimas virutas cayeron directamente sobre los pies de Jesús, quien iba entrando en el taller.
-¿Qué haces?, preguntó el niño mientras recogía un puñado de serrín.
-Construyo una mesa que me encargaron los sacerdotes del templo para la fiesta de pascua.
-¿Y qué madera utilizas?.
-Cedro de la región del Líbano.
-Está quedando muy bonita.

El diálogo fue corto, pues Jesús en silencio recorrió el taller de extremo a extremo y no pronunció más palabras. Sólo el rechinar de la navaja al rebanar la madera interrumpía el momento. Mientras se desplazaba por la pequeña estancia, iba escarbando una que otra pieza de madera que al unirlas le parecían una firme espada..

-¿A qué juegas?, preguntó José.
-A un guerrero, contestó el niño.
-¿Te gusta la guerra?.
-Sí, sobre todo si es por una causa justa.

¿Y qué causa podría inducirte a pelear??

-Jesús se quedó en silencio por un largo rato, mientras atisbaba a través de la única ventana que había , las cumbres del Monte Tabor. De repente rompió el silencio con un pequeño discurso que anonadó a José:
- Padre, mi guerra no es como las de este mundo, con lanzas y espadas de hierro, donde el vencedor humilla al vencido y donde el amigo se convierte en enemigo. Mi causa es otra y no precisamente la mía, sino de Aquel que me envió para hacer de la guerra, la paz. Y sólo luchando con las guerras del alma el hombre podrá morir a este mundo?
Aquellas palabras quedaron impregnadas en el aserrín, los trozos de madera, las herramientas, las paredes y el viejo banco de madera que utilizaba José para sentarse. Pero sobre todo quedaron prendidas en los oídos de aquel humilde carpintero, hasta resonar en lo profundo de su alma. Sólo pudo pronunciar unas cuantas palabras como respuesta a aquel extraño diálogo:

-¡Vete hijo, tu madre te está esperando a cenar, en seguida los acompaño!.

La estancia quedó vacía, sólo el aserrín, las herramientas, los troncos y virutas, como el viejo banco de madera servían de escenario a José que por largo rato contempló la puesta de sol tras las montañas. Presentía que su hijo no estaría con él por mucho tiempo.

Tercer Pergamino

El mercader

Eran las tres de la tarde cuando Jesús después de barrer el portal de la casa por orden de su madre le pidió permiso para salir a mirar la caravana que venía del sur. Él sabía que cada año a finales del Otoño, en luna llena una caravana de mercaderes pasaba por Nazaret ofreciendo a sus habitantes todo tipo de mercancías, tejidos de China, esencias de la India, pieles de los países del norte y joyas de occidente. Lo que más le gustaba a él observar eran las exóticas especies de animales traídas en jaulas de bambú y madera. Cómo se extasiaba con las aves de brillantes plumas que traían los intermediarios árabes, así como también se horrorizaba con las fieras de grandes garras que en reducidos espacios eran cargadas.
Largas horas observó Jesús la caravana, hasta que al fin pudo mirar cómo los últimos camellos se alejaban, levantando polvo del desierto candente. El último mercader se trataba de un joven de treinta y cinco años aproximadamente. Su barba parecía ya tener varios meses de no ser cortada. Traía consigo apenas dos camellos cargados de alfombras persas que había cambiado a otro intermediario por unas cuantas monedas falsas. Él sabía que el trato era desigual, pero a él no le importaba. Seguro que más al Norte en el Puerto de Tiro las vendería a un buen precio. El mercader pasó muy cerca de Jesús y ambos se quedaron viendo a los ojos. Como el niño no le apartaba la vista, le preguntó entonces:
-¿Por qué me miras tanto?. Jesús respondió:
- Sé que te llamas Alfeo, hijo de Simeón y llevas en tu mirada una poca de amargura.
- ¿Qué sabes tu de mi vida?. ¿A caso te conozco?
- Si supieras que el hijo del hombre sabe contar hasta el último cabello tuyo. ¿Sabes que no sólo de pan vive el hombre?, y tú has quitado el pan de esta noche a una familia entera que apenas lucha por vivir.
- ¡Mocoso impertinente!, no te he pedido que me des lecciones de moral. Los mercaderes tenemos que sobrevivir a costa de lo que sea, para ello atravesamos desiertos y montañas en busca de la mejor mercancía y si tenemos que robar y hasta estafar lo haremos. Jesús quedó en silencio por unos momentos, mientras de su boca exhalaba vapor de agua que con el frío de la tarde empezaba a condensarse.
- En verdad te digo que le es más fácil atravesar un desierto lleno de espinas a un justo, que el malvado en un campo de flores.
- El mercader sin entender sus palabras, pero pensativo se quedó mirándolo por unos instantes, hasta que de un golpe obligó a su camello correr tras la fila que se perdía en el horizonte. Nunca más volvió a saber Jesús del mercader, ni a esperar la luna llena para aguardar la caravana, cada otoño de cada año


Cuarto Pergamino

La lección


La mañana había llegado con los aires típicos de las regiones del Medio Oriente, con olores a hierba fresca y flor del desierto. El sol brillaba más alto que de costumbre en esta época del año y Nazaret despertaba de su sueño invernal. Los fríos daban paso ya a un tibio calor de primavera. Era el momento en que los niños aprovechaban para correr por los campos en busca de flores silvestres y frutillas para saciar su golosos paladares.
Jesús caminaba como de costumbre por las callejuelas de la ciudad hasta apartarse a los límites. Sabía muy bien que no podía saltar los altos muros de aquella urbe, pero sabía al igual que los demás infantes del lugar que por el costado oeste existía una abertura lo suficientemente grande para salir. Nadie sabía como se las ingeniaba Jesús para escaparse de la mirada de María su madre y huir por aquellos legendarios campos. No había tardado en entrar por aquel agujero, cuando contempló a un grupito de niños haciendo rueda alrededor de dos chiquillos que se revolcaban en el suelo mientras entablaban una fuerte pelea. Jesús pudo distinguir de quiénes se trataban. Eran nada menos que Tomasito y Eleazar, los dos bribones de la pandilla. Rápidamente Jesús se introdujo a separar a los dos chiquillos, no sin antes recibir de ambos tremenda golpiza. Cuando ya estaban serenos y dispuestos a hablar, el Pequeño Mesías los interrogó:
-¿Por qué peleaban?.
-Porque Eleazar me tiró una piedra y casi me partió la cabeza en dos, respondió Tomasito.
- No seas mentiroso, yo sólo quería derribar a un pajarillo que estaba en la rama de aquella higuera, pero tu te interpusiste en el camino, continuó Eleazar.
Casi iban a continuar en la discusión cuando Jesús los detuvo con estas palabras.
-¡Silencio y escuchen!. Transcurrieron diez segundos.
-Yo no escucho nada, dijo Eleazar.
-Yo tampoco le siguió Tomasito.
-Dichosos los que escuchan la voz del Señor? Exclamó Jesús y siguió.
-Ustedes no escuchan a los habitantes del campo, a las aves, los grillos, el viento; ellos son nuestra compañía, los que nos alegran el día y nos duermen en la noche. ¡Eleazar! Tú querías acallar la voz de la alondra con una piedra. ¿Qué sería de estos campos sin el bullicio de las aves?. Y tú Tomasito, supe que ayer entre tus travesuras querías cortar la higuera de la colina porque no producía higos. ¿No sabes que se debe tener paciencia para que los árboles den fruto?. Pues bien, no discutan más y sean buenos amigos.
Poco a poco la turba que momentos antes alentaba la pelea se fue disolviendo y en silencio todos se fueron apartando. Sólo quedó Jesús en medio del campo junto con los autores de la pelea. Despidiéndose de ellos, recordó entonces que debía regresar a casa para ayudarle a su madre a acarrear agua del pozo que distaba algo lejos de ahí.

Quinto Pergamino

El ánfora



Atravesaba Jesús las calles de Nazaret, llevando entre sus pequeñas manos una gran ánfora de arcilla color ceniza. Apenas podía librar con ella entre la multitud que se cruzaba a su paso. Rodeó el mercado que repleto de puestos de frutas y cestas llenas de mercadería aguardaban a los compradores de la mañana. Al cruzar una esquina, Jesús divisó la gran fuente que se ubicaba precisamente en el centro de la gran ciudad. Todos los habitantes de Nazaret se abastecían de agua se ese manantial que era el oasis en las épocas de verano. Sin más tardar el chiquillo se adelantó hasta el brocal donde apoyó el recipiente en su orilla. Descansó unos instantes , e intentó erguirse para sacar el agua. Por más que lo intentó no pudo alcanzar la parte superior de la fuente , ya que estaba muy alta para él. Decidió entonces subirse encima del ánfora a manera de andamio para salvar la altura, pero sólo logró resbalar con todo y recipiente, haciéndose este último añicos. Jesús se puso a llorar desconsoladamente ente las multitudes que lo miraban con extrañeza, pero sin que se compadecieran de él. Estaba ya por regresarse a casa, cuando una niña de bellos cabellos ensortijados y dulce sonrisa se le acercó y lo invitó a seguirla. "¡Ven, levántate!. Te voy a enseñar un secreto. Por el costado norte de la fuente sale un conducto que recoge las aguas de ésta y las lleva directamente a los campos fuera de la ciudad. Yo descubrí que quitando una loza muy cerca de los muros se puede extraer el agua con facilidad".
-¿Pero cómo haré yo para recoger el agua, si quebré la única ánfora que tenía?.
-¡Vamos, no te preocupes!, mi papá es alfarero y él hace muchas iguales, toma, te regalo la mía!.
Sin más miramientos los dos chiquillos tomados de la mano salieron corriendo hacia un lugar muy cerca de los límites de la ciudad. Con ayuda de la niña, Jesús pudo mover la piedra que tapaba el viejo conducto de agua. Quedó admirado con la facilidad que pudo llenar su ánfora, pues se encontraba a la misma altura de él. Luego taparon de nuevo el agujero y regresaron al centro de la ciudad. Ya casi llegaban al punto en que debían separarse, cuando Jesús preguntó a la niña:
- ¿Dónde vives?.
- Muy cerca del mercado en lo alto del mesón de Nicodemo, ahí mi padre tiene un pequeño taller de alfarería con el cual apenas podemos vivir. Posiblemente tengamos que abandonar la ciudad, pues somos de origen samaritano y aquí los judíos nos recriminan mucho. Él ya ha arreglado todo para irnos a vivir a Sicar, pequeño pueblo de Samaria, muy lejos de aquí.
- Entonces aquí nos despedimos -exclamó Jesús- , gracias por tu ayuda y espero volverte a ver.
- Así sea respondió la niña.
- Así será, concluyó Jesús.

Epílogo


En los anales de la historia no se menciona el nombre de Fray Vituperio; mucho menos de su obra, y es que en realidad él nunca existió, es sólo el posible recuerdo de algún olvidado hombre que anduvo por las selvas y costas de América evangelizando en nombre de la Iglesia y de Dios. Quizás su obra; para algunos didáctica, para otros herética, fue el pretexto para recordarnos que el Jesús niño se perpetúa en cada uno de nosotros y que sólo falta que saltemos el muro del yo adulto, y de esta forma admirar el extenso campo de juegos que es la vida.


Fin