miércoles, 7 de marzo de 2012



EL PILAR VACIO

En el hermoso jardín de la familia Rohrmoser se erigía un pilar de mármol que debido a las condiciones óptimas de humedad y luz se encontraba cubierto de hiedra y musgo. Antaño sobre el pedestal que lo coronaba a manera de capitel corintio, la estatua de un fauno que tocaba un flautín, parecía bailar una melodía ancestral. Ahora estaba vacío, y es que se dice que un día decidió bajarse de ahí para recorrer el bello jardín que con mucho cuidado los Rohrmoser se esmeraban en mantener. Rosas, dalias y jazmines rodeaban la propiedad mientras árboles de cerezo y fuentes cantarinas engalanaban el lugar. Un día en sus acostumbrados paseos observó a la niña más linda que habían visto sus ojos; rubia como el mismo trigo, iris azulados como el mismo cielo y vestida de seda fina. Se trataba de la hija menor de esa familia adinerada. Al instante se enamoró , pero por miedo a que lo rechazara decidió desde ese entonces vestirse con unos pantalones largos y calzado de humanos. Seguro que el rabo que llevaba lo escondería fácilmente entre las prendas. Por camisa llevaría una de algodón de la India con mangas largas para ocultar su abundante vello que le crecía por todo el cuerpo. Vestido así decidió presentarse ante la hermosa niña, que por cierto se llamaba Diana como en mitología se le denominaba a la "Cazadora". La interpeló y rápidamente hicieron una bella amistad. Por varias semanas los dos se citaban a la misma hora para jugar y conversar prolongadamente, hasta que el crepúsculo amenazaba con oscurecerles la vista, era entonces que en ese preciso instante los dos se despedían con una sonrisa en los labios. Cada quien se dirigía a sus lugares respectivos a pernoctar, la niña a su mansión y el fauno a su pilar. Llegó el día de cumpleaños de Dianita y como a este ser mitológico no se le permitía portar dinero alguno, decidió llevar a la niña a una parte del jardín que nunca antes habían visitado; a un lugar donde crecían las únicas rosas blancas del lugar. De seguro escogería la más bella y se la entregaría en señal de su hermosa amistad. Después de atravesar un seto de gladiolas y arbustos de amapolas lograron acercarse al matorral de preciosas rosas blancas, únicas de esos parajes. El infortunado fauno no reparó que algunas espinas de la planta rasgaron la parte trasera de su pantalón por lo que su larga cola peluda asomó tras la enorme fisura, quedando al descubierto su verdadera identidad. Avergonzado y en la carrera por alejarse de la niña, perdió sus zapatos, mostrando las dos pezuñas que terminaron por delatarlo. La niña asustada regresó a su casa corriendo y se ocultó en su habitación. Dicen que Diana creció y que aún recuerda ese incidente con algo de miedo y a la vez con ternura. La ahora joven duda si lo sucedido fue producto de su imaginación o si fue una realidad imposible de creer, lo cierto es que aún desde lo alto de su ventana observa el pilar vacío, mientras que por los campos un ser mitológico entona con su flauta una triste canción de amor y vaga sin vestimenta alguna. Desde ese entonces todos los faunos del mundo volvieron a mostrar a plena luz del día, su pelambre, su rabo y pezuñas de cabro.

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