EL PILAR VACIO
En el hermoso jardín de la
familia Rohrmoser se erigía un pilar de mármol que debido a las condiciones
óptimas de humedad y luz se encontraba cubierto de hiedra y musgo. Antaño sobre
el pedestal que lo coronaba a manera de capitel corintio, la estatua de un fauno
que tocaba un flautín, parecía bailar una melodía ancestral. Ahora estaba vacío,
y es que se dice que un día decidió bajarse de ahí para recorrer el bello jardín
que con mucho cuidado los Rohrmoser se esmeraban en mantener. Rosas, dalias y
jazmines rodeaban la propiedad mientras árboles de cerezo y fuentes cantarinas
engalanaban el lugar. Un día en sus acostumbrados paseos observó a la niña más
linda que habían visto sus ojos; rubia como el mismo trigo, iris azulados como
el mismo cielo y vestida de seda fina. Se trataba de la hija menor de esa
familia adinerada. Al instante se enamoró , pero por miedo a que lo rechazara
decidió desde ese entonces vestirse con unos pantalones largos y calzado de
humanos. Seguro que el rabo que llevaba lo escondería fácilmente entre las
prendas. Por camisa llevaría una de algodón de la India con mangas largas para
ocultar su abundante vello que le crecía por todo el cuerpo. Vestido así decidió
presentarse ante la hermosa niña, que por cierto se llamaba Diana como en
mitología se le denominaba a la "Cazadora". La interpeló y rápidamente hicieron
una bella amistad. Por varias semanas los dos se citaban a la misma hora para
jugar y conversar prolongadamente, hasta que el crepúsculo amenazaba con
oscurecerles la vista, era entonces que en ese preciso instante los dos se
despedían con una sonrisa en los labios. Cada quien se dirigía a sus lugares
respectivos a pernoctar, la niña a su mansión y el fauno a su pilar. Llegó el
día de cumpleaños de Dianita y como a este ser mitológico no se le permitía
portar dinero alguno, decidió llevar a la niña a una parte del jardín que nunca
antes habían visitado; a un lugar donde crecían las únicas rosas blancas del
lugar. De seguro escogería la más bella y se la entregaría en señal de su
hermosa amistad. Después de atravesar un seto de gladiolas y arbustos de
amapolas lograron acercarse al matorral de preciosas rosas blancas, únicas de
esos parajes. El infortunado fauno no reparó que algunas espinas de la planta
rasgaron la parte trasera de su pantalón por lo que su larga cola peluda asomó
tras la enorme fisura, quedando al descubierto su verdadera identidad.
Avergonzado y en la carrera por alejarse de la niña, perdió sus zapatos,
mostrando las dos pezuñas que terminaron por delatarlo. La niña asustada regresó
a su casa corriendo y se ocultó en su habitación. Dicen que Diana creció y que
aún recuerda ese incidente con algo de miedo y a la vez con ternura. La ahora
joven duda si lo sucedido fue producto de su imaginación o si fue una realidad
imposible de creer, lo cierto es que aún desde lo alto de su ventana observa el
pilar vacío, mientras que por los campos un ser mitológico entona con su flauta
una triste canción de amor y vaga sin vestimenta alguna. Desde ese entonces
todos los faunos del mundo volvieron a mostrar a plena luz del día, su pelambre,
su rabo y pezuñas de cabro.
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