sábado, 31 de marzo de 2012



EL HOMBRE DE GETSEMANÍ

Un hombre lloró
y sus lágrimas corrieron por el campo.
Lluvia de dolor,
sangre en vez de llanto,
odio en vez de amor.
Lágrimas de muerte,
noche que envuelve,
fantasma que ronda.
Luces a lo lejos,
ansias de morir

Lágrimas que humedecen el alma fría
e insensata del hombre.

Llora el Hombre de Getsemaní, aquí en el valle
y allá en el mar.
En el rincón de alguna calle, húmeda por el pasado
y pestilente por el alcohol,
donde aquella niña gime con su estómago vacío
y vacío su pequeño corazón.

Llora el Hombre de Getsemaní entre pasillos mal olientes,
a medicinas acabadas y sufrimientos por empezar.

Llora entre sábanas manchadas por sangre de muertos
y enfermos sin despertar.

Y llora, porque esta noche el mundo ha quedado en silencio.

Llora entre las rejas de la cárcel
y la techumbre de los ranchos.
Entre los hombres sin esperanza
y el niño que va a nacer.
Entre el dolor de la madre que no miró a su hijo
regresar de la guerra y entre la mecedora de
alguna pobre anciana.

Llora entre alforjas ennegrecidas y herramientas sin usar.

Llora en el taller de Juan,
en la fábrica de don Felipe
y la zapatería de don Claudio.

Llora en la esquina del callejón,
Donde el gato aún maúlla.
Llora debajo del puente,
Donde Mercedes alimenta con sus pechos ya secos,
a sus raquíticos hijos.
Sí, un día el Hombre de Getsemaní decidió llorar,
entre días mal logrados y tiempos sin entender.

Llorar para calmar.
Morir para salvar.

Llorar, llorar, llorar. ¿Valió la pena?. Preguntó el poeta.

Si no es así prefiero también llorar

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