EL HOMBRE DE GETSEMANÍ
Un hombre lloró
y sus lágrimas corrieron por el campo.
Lluvia de dolor,
sangre en vez de llanto,
odio en vez de amor.
Lágrimas de muerte,
noche que envuelve,
fantasma que ronda.
Luces a lo lejos,
ansias de morir
Lágrimas que humedecen el alma fría
e insensata del hombre.
Llora el Hombre de Getsemaní, aquí en el valle
y allá en el mar.
En el rincón de alguna calle, húmeda por el pasado
y pestilente por el alcohol,
donde aquella niña gime con su estómago vacío
y vacío su pequeño corazón.
Llora el Hombre de Getsemaní entre pasillos mal olientes,
a medicinas acabadas y sufrimientos por empezar.
Llora entre sábanas manchadas por sangre de muertos
y enfermos sin despertar.
Y llora, porque esta noche el mundo ha quedado en silencio.
Llora entre las rejas de la cárcel
y la techumbre de los ranchos.
Entre los hombres sin esperanza
y el niño que va a nacer.
Entre el dolor de la madre que no miró a su hijo
regresar de la guerra y entre la mecedora de
alguna pobre anciana.
Llora entre alforjas ennegrecidas y herramientas sin usar.
Llora en el taller de Juan,
en la fábrica de don Felipe
y la zapatería de don Claudio.
Llora en la esquina del callejón,
Donde el gato aún maúlla.
Llora debajo del puente,
Donde Mercedes alimenta con sus pechos ya secos,
a sus raquíticos hijos.
Sí, un día el Hombre de Getsemaní decidió llorar,
entre días mal logrados y tiempos sin entender.
Llorar para calmar.
Morir para salvar.
Llorar, llorar, llorar. ¿Valió la pena?. Preguntó el poeta.
Si no es así prefiero también llorar
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