EL MISTICO
El místico acostumbraba bajar desde las alturas de la serranía para confundirse
con los habitantes de la aldea y así acumular experiencias que le permitieran
meditar sobre las bajezas humanas y las historias de vida de aquellos sencillos
hombres y mujeres de esas soledades.
Antes de recorrer la última sección del camino pendiente abajo, el místico se detenía siempre frente a la cruz de hierro forjado que marcaba los linderos de la aldea. Ahí se arrodillaba y pedía al Cielo por esa pobre gente. Cuando bordeó el zarzal que separaba la última colina de la empedrada calle que daba al pueblo fue interceptado por un pillo que con arma en mano lo obligó a detenerse e inmediatamente le exigió le diera sus pertenencias. Cómo era de esperarse de un asceta lo único que portaba era algunos objetos de valor sentimental o religioso que le eran importantes sólo para él.
En esta ocasión se trataba de tres piedras que guardaba sigilosamente dentro del forro de su raída chaqueta. Una de ellas un cuarzo amarillo representaba el calor del hogar y la importancia de tener una familia. Él tuvo una bella mujer y dos lindos hijos pero lamentablemente un accidente en las montañas lo dejo sin ellos. Sólo y decepcionado decidió internarse en las alturas de la Sierra y desde entonces comenzó su vida de ermitaño. El incidente no lo amargó, más bien por el contrario, se dedicó a ayudar a todo aquel que necesitara de su mano, ofreciéndoles comida y consejo espiritual.
La otra piedra se trataba de una humilde roca caliza, blanca como la misma nieve y que le recordaba la paz que alcanzó al dedicar su vida a la contemplación y a la meditación. Esa paz que nadie, ni siquiera la muerte de su familia le podía arrancar de su corazón.
La última era una piedra lapislázuli que le rememoraba la inmensidad del cielo, la morada del Altísimo y su meta última en la vida. Hacia ella aspiraba siempre.
El ladrón obligó al místico a que le entregase dichos tesoros, cosa que el ermitaño hizo sin la más mínima resistencia. El asaltante creyó que se trataba de amuletos de buena suerte que le proporcionarían bienes materiales y suerte en esta vida, máxime que provenían del "Místico" como le llamaban al personaje que misteriosamente vivía en las alturas de la serranía y que según algunos tenía poderes especiales. Rápidamente las tomó entre sus manos y se alejó lo más pronto que pudo hacia su escondite que distaba de allí varias leguas.
Al llegar a su cabaña que no era otra cosa que un cobertizo mal trecho hecho de troncos y ramas se apresuró a sacar las misteriosas piedras y frotarlas para según él, surtiera efecto la magia de las mismas, con el decepcionante resultado de que nada extraño había sucedido. Se dio cuenta de que seguía en su destartalada vivienda, de que había perdido a su única familia ya hacía décadas atrás debido a sus problemas de alcoholismo y delincuencia y que su paz interior había desaparecido de su corazón hacía muchos años desde que a diario debía huir de las autoridades por sus fechorías.
Enfurecido el cuatrero bajó de nuevo a la aldea y buscó al ermitaño quien se encontraba retozando debajo de un frondoso árbol en espera a que el ardiente sol comenzase a alejarse más del cenit para dedicarse luego a sus obras de caridad. Cuando lo tuvo de frente sin pensarlo tomó su daga y se la ensartó sobre su pecho, matándolo de una sola estocada.
Sólo se escuchó el cuerpo del místico al caer en el suelo y el sonido de tres piedrecillas que rodaron a los pies del difunto. El delincuente se las devolvió haciendo un gesto de desprecio y sólo se le oyó decir:
"¡A mí no me sirven de nada, te las regreso para que te lleves por lo menos algo a la tumba".
Dicen que algunos habitantes de la aldea observaron en el funeral del ermitaño a una bella mujer y dos niños besar su ataúd, una sonrisa en sus labios como irradiando paz duradera y a un cielo tan azul que parecía la misma piedra que él más amaba, ahora estaría en la casa del Señor.
Y al delincuente ¿qué le sucedió?. Su maltrecha cabaña fue azotada por fuertes vientos, sus familiares que hacía tiempo no veía, murieron víctimas de una avalancha en las montañas y él nunca recuperó su paz interior encerrado en las cuatro paredes de una prisión.
Antes de recorrer la última sección del camino pendiente abajo, el místico se detenía siempre frente a la cruz de hierro forjado que marcaba los linderos de la aldea. Ahí se arrodillaba y pedía al Cielo por esa pobre gente. Cuando bordeó el zarzal que separaba la última colina de la empedrada calle que daba al pueblo fue interceptado por un pillo que con arma en mano lo obligó a detenerse e inmediatamente le exigió le diera sus pertenencias. Cómo era de esperarse de un asceta lo único que portaba era algunos objetos de valor sentimental o religioso que le eran importantes sólo para él.
En esta ocasión se trataba de tres piedras que guardaba sigilosamente dentro del forro de su raída chaqueta. Una de ellas un cuarzo amarillo representaba el calor del hogar y la importancia de tener una familia. Él tuvo una bella mujer y dos lindos hijos pero lamentablemente un accidente en las montañas lo dejo sin ellos. Sólo y decepcionado decidió internarse en las alturas de la Sierra y desde entonces comenzó su vida de ermitaño. El incidente no lo amargó, más bien por el contrario, se dedicó a ayudar a todo aquel que necesitara de su mano, ofreciéndoles comida y consejo espiritual.
La otra piedra se trataba de una humilde roca caliza, blanca como la misma nieve y que le recordaba la paz que alcanzó al dedicar su vida a la contemplación y a la meditación. Esa paz que nadie, ni siquiera la muerte de su familia le podía arrancar de su corazón.
La última era una piedra lapislázuli que le rememoraba la inmensidad del cielo, la morada del Altísimo y su meta última en la vida. Hacia ella aspiraba siempre.
El ladrón obligó al místico a que le entregase dichos tesoros, cosa que el ermitaño hizo sin la más mínima resistencia. El asaltante creyó que se trataba de amuletos de buena suerte que le proporcionarían bienes materiales y suerte en esta vida, máxime que provenían del "Místico" como le llamaban al personaje que misteriosamente vivía en las alturas de la serranía y que según algunos tenía poderes especiales. Rápidamente las tomó entre sus manos y se alejó lo más pronto que pudo hacia su escondite que distaba de allí varias leguas.
Al llegar a su cabaña que no era otra cosa que un cobertizo mal trecho hecho de troncos y ramas se apresuró a sacar las misteriosas piedras y frotarlas para según él, surtiera efecto la magia de las mismas, con el decepcionante resultado de que nada extraño había sucedido. Se dio cuenta de que seguía en su destartalada vivienda, de que había perdido a su única familia ya hacía décadas atrás debido a sus problemas de alcoholismo y delincuencia y que su paz interior había desaparecido de su corazón hacía muchos años desde que a diario debía huir de las autoridades por sus fechorías.
Enfurecido el cuatrero bajó de nuevo a la aldea y buscó al ermitaño quien se encontraba retozando debajo de un frondoso árbol en espera a que el ardiente sol comenzase a alejarse más del cenit para dedicarse luego a sus obras de caridad. Cuando lo tuvo de frente sin pensarlo tomó su daga y se la ensartó sobre su pecho, matándolo de una sola estocada.
Sólo se escuchó el cuerpo del místico al caer en el suelo y el sonido de tres piedrecillas que rodaron a los pies del difunto. El delincuente se las devolvió haciendo un gesto de desprecio y sólo se le oyó decir:
"¡A mí no me sirven de nada, te las regreso para que te lleves por lo menos algo a la tumba".
Dicen que algunos habitantes de la aldea observaron en el funeral del ermitaño a una bella mujer y dos niños besar su ataúd, una sonrisa en sus labios como irradiando paz duradera y a un cielo tan azul que parecía la misma piedra que él más amaba, ahora estaría en la casa del Señor.
Y al delincuente ¿qué le sucedió?. Su maltrecha cabaña fue azotada por fuertes vientos, sus familiares que hacía tiempo no veía, murieron víctimas de una avalancha en las montañas y él nunca recuperó su paz interior encerrado en las cuatro paredes de una prisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario