sábado, 31 de marzo de 2012



REMENBRANZAS

Me siento debajo de un frondoso pino a esperar que pequeñas piñuelas caigan sobre mi cabeza, sentir sus raíces debajo de mis pies y soñar que la tarde no muere.

Cierro mis ojos y el viento juguetea con sus agujas, cantándome al oído una melodía de vida. Luego con mis pequeñas manos rodeo el enorme tronco que con su áspera superficie me susurra muy quedo, lo viejo que está.

Jugueteo alrededor de él y me detengo un instante a contemplar a lo lejos un punto rojo suspendido en el aire. Es una cometa que en el horizonte bailotea con el amarillo intenso de alguna calurosa tarde.

Algo me dice faltan años más. Mientras tanto juego a cerrar las hojas de rastreras dormilonas, adelantando la noche a las minúsculas plantas; a atrapar renacuajos sobre el agua llovida, que en charquitos en la hierba afloran por doquier.

Camino por la malla de mi vieja escuela y escucho la maleza rozar sus hojas mientras el maíz crece en la huerta florida. Cosecho habichuelas que luego he de comer.

Me subo a la copa de un sauce a atrapar chicharras, que entre mis manos cantan una melodía de verano para después dejarlas volar.

Recorro salones y sacudo en libros estructuradas letras que en viejos cajones me dan sabiduría.

Enamoro a la niña de ojitos claros, de trenzas en pelo y sonrisas de miel. Me creo entonces un galán, conquistador de alegrías .

Caigo en la cuenta de que soy el dueño del mundo, de este pequeño mundo suspendido en el tiempo. De una infancia perdida en los recuerdos de ayer, pero que subiste en algún rincón de mi mente y que de vez en cuando aflora sobre blancas páginas, como recordando a un poeta, o imitando a un escritor.



EL HOMBRE DE GETSEMANÍ

Un hombre lloró
y sus lágrimas corrieron por el campo.
Lluvia de dolor,
sangre en vez de llanto,
odio en vez de amor.
Lágrimas de muerte,
noche que envuelve,
fantasma que ronda.
Luces a lo lejos,
ansias de morir

Lágrimas que humedecen el alma fría
e insensata del hombre.

Llora el Hombre de Getsemaní, aquí en el valle
y allá en el mar.
En el rincón de alguna calle, húmeda por el pasado
y pestilente por el alcohol,
donde aquella niña gime con su estómago vacío
y vacío su pequeño corazón.

Llora el Hombre de Getsemaní entre pasillos mal olientes,
a medicinas acabadas y sufrimientos por empezar.

Llora entre sábanas manchadas por sangre de muertos
y enfermos sin despertar.

Y llora, porque esta noche el mundo ha quedado en silencio.

Llora entre las rejas de la cárcel
y la techumbre de los ranchos.
Entre los hombres sin esperanza
y el niño que va a nacer.
Entre el dolor de la madre que no miró a su hijo
regresar de la guerra y entre la mecedora de
alguna pobre anciana.

Llora entre alforjas ennegrecidas y herramientas sin usar.

Llora en el taller de Juan,
en la fábrica de don Felipe
y la zapatería de don Claudio.

Llora en la esquina del callejón,
Donde el gato aún maúlla.
Llora debajo del puente,
Donde Mercedes alimenta con sus pechos ya secos,
a sus raquíticos hijos.
Sí, un día el Hombre de Getsemaní decidió llorar,
entre días mal logrados y tiempos sin entender.

Llorar para calmar.
Morir para salvar.

Llorar, llorar, llorar. ¿Valió la pena?. Preguntó el poeta.

Si no es así prefiero también llorar

jueves, 29 de marzo de 2012




LLUVIA SOBRE EL MADERO

Abre el párpado
el Ojo del Cielo,
mirando el valle viviente.

Divisa corazones dolientes,
muchedumbres en prisa,
miradas impías, almas en pena.
Lanzas al aire, clavos en manos.
Niños corriendo, sudores al aire,
agua y vinagre, costados abiertos.

Derrama perlas sobre la colina
del madero.
Moja rostros, lava sangre,
refresca labios.
Proporciona aliento,
desde los brazos que cuelgan,
como deseando volar.
Ha sucumbido la muerte.
Se hace vida la Redención.


TU PRESENCIA

El viento cual molino
mueve las aspas de mis
sueños; entonces alegre
silabeo una canción
al Dios Omnipresente.
Murmuro entre las hojas
una oración de perdón
y descubro en la espesura
una Gracia infinita:
¡La dicha de la Creación
eterna!.
Cual cascada que moja
mis temores, en majestuosas
obras convierte mis manos
Mis pies enrumban hacia
el valle de la alegría.
Tu presencia se hace verso hoy.

lunes, 26 de marzo de 2012

VERANO EN MI VENTANA
Así como el verano
entró en mi ventana
cargando en el letargo
de una hoja seca
el olor de una razón
olvidada;
la orilla de un recuerdo
se anidó en el plumón
de una flor al viento.


CRISTALES DE SAL

Caminando por la playa, en plena luna llena, un pescador poeta sumergió su manos en las orillas del mar. Hacia el horizonte un barco apenas se divisaba por las luces en cubierta. En lontananza un faro iluminaba con su linterna la espesa bruma que comenzaba a cubrir las aguas Sentado sobre una roca creyó adueñarse de la noche y pensó que el cielo mismo se le acercaba.

Sus manos aún humedecidas por las salinas aguas comenzaban a secarse. Descubrió entonces que un polvo blanquecino quedó atrapado entre sus dedos. Era la sal que como pequeñas estrellas brillaban en la oscuridad de la noche , resaltada apenas por la blanca luminiscencia de la luna.

El viento soplaba sobre su arrugado rostro y le hizo recordar que ya eran años de batirse en duelo con Poseidón y todas las criaturas marinas. Muchos Huracanes arreciando su humilde embarcación y una alegría inflada en su pecho de llegar seguro a puerto.

Cuando iba a sacudir sus manos para sacar de su viejo abrigo la acostumbrada pipa que le había acompañado toda su vida, reparó que los cristales de sal se había solidificado completamente. Pensó entonces que el hombre era como esos cristales que habían nacido de las entrañas mismas del mar. Con ese pensamiento, regresó a su hogar, que no era otra cosa que su vieja embarcación. En una antigua mesita de roble, y a la luz de una vela tomó papel y lápiz y se puso a escribir.

"Abro mis manos y miro cristales
de sal sobre ellas.
Después de mojarlas en las profundas aguas,
me subo a una roca a esperar que el viento las seque.
Mis brazos son cuencas donde caben las aguas,
de un mar ancestral como el Universo mismo.
Uno tan indómito como el mismo hombre.
Transparenta la noche en el amanecer de los tiempos,
nado entre tritones y cretácicos trilobites,
me sumerjo entre volcanes y meteoritos cayendo,
desde un cielo que apenas existe, bóvedas inacabadas de la Creación.
Todo es inicio,
nada es final.
Se me agolpan moléculas vivientes,
Soy creatura de verdad.
Salgo del agua,
¡Animal terrestre ya soy!
Evolucionar espero,
dormido me quedo,
Soñando despierto.
Soy polvo cósmico,
Humano después..."


HIERBA SECA

"Soy como la hierba seca, con la diferencia de que al perder su humedad, ella suelta sus semillas y dan fruto, pero yo no..."

De sol a sol trabajaba Elvira Ramírez por entre los cafetales, recolectando leña, ordeñando las vaquillas que apenas proporcionaban una rala leche o molía maiz como lo había aprendido de sus ancestrales abuelas, aquellas que se perdían en las brumas del tiempo y que ya poco conocía de ellas.

De pequeña la habían llevado a vivir a San Ignacio de Acosta en una caravana de carretas jaladas por bueyes, cargando con los pocos tiliches que los Ramírez podían llevar; el moledero de café, la cafetera vieja, de esas enlozadas en azul, trastos medio quebrados, la escaza ropa envuelta en sábanas que a corta distancia olían a alcanfor, para que las cucarachas no la rolleran y sus pocas herramientas de labranza.

Habían llegado desde Aserrí por entre los años cuarenta a poblar aquellas serranías con la esperanza de adueñarse de un buen terreno, dedicarse a la crianza de ganado y sacar de la tierra los frutos que la naturaleza da. Pero aquella década fue de sequía en aquella apartada región y los sueños de riqueza se esfumaron de inmediato; hasta reducir su finca a apenas unas cuantas manzanas que por lo menos a punta de pala y machete medio podían mantener.

Elvira Ramírez casó con Luis Mora, el vecino de la finca de al lado, un joven escaso en conocimientos; igual que ella, pero trabajador y saludable. Seguro que con su vitalidad le daría buena cantidad de hijos que crecerían felices al resguardo de los que aquella tierra le proporcionaría. Pero al igual que la naturaleza se ensañó en aquel paisaje agreste y seco, aquellos hijos no llegaron nunca.

A Luis se le veía entonces caminando por entre los trillos con la mirada perdida y mascando las espigas de hierba que encontraba a su paso. Ya no sonreía ni recogía las aluminas de la quebrada para llevárselas a su amada. Ella con delicadeza las colocaba en un frasco de conserva hasta esperar que con el tiempo murieran de indigestión por las migas de pan que le daba o al menos de aburrimiento por nadar en aquel espacio tan reducido.

Por su parte Elvira se dedicaba sólo a mantener el fuego encendido con la leña que encontraba en el campo, aunque por dentro ya se habían apagado sus esperanzas de perpetuar su estirpe.

Los dos ausentes se sentaban entonces a la mesa a tomar en silencio algún café y esperar a que los cocuyos rasgaran la cortina de noche con sus melancólicos trinos.

"La hierba seca se la lleva el viento, a mí el fruto no nacido..."

Acababan entonces levantándose al mismo tiempo, quizás lo único en que coincidían últimamente y se disponían a acostarse uno de espalda al otro. Ya no se miraban, poco se tocaban.


Una noche en que por fin decidió llover en aquel apartado lugar, la historia se repitió ceremoniosamente sobre la mesa. Ambos en silencio tomaban un jarro de café, sin decirse nada, hasta que Luis rompió en llanto, como si todo el dolor que aprisionaba su pecho se soltara en forma de ríos que corrían a lo largo de sus mejillas.

"¡Elvira, no puedo más, usté sabe que la quiero mucho y que mi tata me dió este terreno pa' que lo sembremos juntos. Yo esperaba tener muchos hijos con usté, pero no ha sido, me voy pa' Parrita a iniciar una nueva vida, tal vez con alguien que si me pueda dar hijos, no como usté que no puede, lo siento mucho, pero así es...!"

Salió por la puerta en plena lluvia, con el chonete puesto sobre su cabeza, su vieja alforja sobre sus hombros y su cutacha en el cintillo. Nunca más se le vió por esos lugares.

Aquella noche una mujer quedó sola, sentada con un café en la mano y otro enfriándose en el extremo opuesto de la mesa.

Lloró toda la noche y también durante el día, entre los pilones, la yunta de bueyes, las cajuelas de café. Lloró subiendo y bajando colinas, lloró al viento, a los árboles de gravilias mover sus ramas, a los yigüirros, cocuyos y mochuelos. Lloró a los renacuajos del yurro y a los colores del arcoiris. Era ella todo llanto, dolor, agua, transparencia.



"Soy hierba seca, paja movida al viento lanzando semillas al cielo..."

Lloró una vez más, esta vez con aquel llanto que sólo da la dicha de parir. Después de cortar el cordón que unía la criatura a la madre, la matrona entregó el niño a Elvira, lo colocó en su pecho y el pequeño latido de aquel bebé se acompasó con el de aquella orgullosa mujer.

Esa tarde en aquella habitación entre penumbras, no se sintió más el olor a hierba seca; ahora se olía a fruto silvestre, a vida brotando de la misma tierra. Sólo se percibía las ausentes manos del labrador recogiendo aquella dichosa cosecha.

"Ya no soy hierba seca..."

domingo, 25 de marzo de 2012

VIVI EL AMOR (Poema Haiku)
Oliendo flores
y saltando riachuelos
viví el amor.


EL MISTICO

El místico acostumbraba bajar desde las alturas de la serranía para confundirse con los habitantes de la aldea y así acumular experiencias que le permitieran meditar sobre las bajezas humanas y las historias de vida de aquellos sencillos hombres y mujeres de esas soledades.

Antes de recorrer la última sección del camino pendiente abajo, el místico se detenía siempre frente a la cruz de hierro forjado que marcaba los linderos de la aldea. Ahí se arrodillaba y pedía al Cielo por esa pobre gente. Cuando bordeó el zarzal que separaba la última colina de la empedrada calle que daba al pueblo fue interceptado por un pillo que con arma en mano lo obligó a detenerse e inmediatamente le exigió le diera sus pertenencias. Cómo era de esperarse de un asceta lo único que portaba era algunos objetos de valor sentimental o religioso que le eran importantes sólo para él.

En esta ocasión se trataba de tres piedras que guardaba sigilosamente dentro del forro de su raída chaqueta. Una de ellas un cuarzo amarillo representaba el calor del hogar y la importancia de tener una familia. Él tuvo una bella mujer y dos lindos hijos pero lamentablemente un accidente en las montañas lo dejo sin ellos. Sólo y decepcionado decidió internarse en las alturas de la Sierra y desde entonces comenzó su vida de ermitaño. El incidente no lo amargó, más bien por el contrario, se dedicó a ayudar a todo aquel que necesitara de su mano, ofreciéndoles comida y consejo espiritual.

La otra piedra se trataba de una humilde roca caliza, blanca como la misma nieve y que le recordaba la paz que alcanzó al dedicar su vida a la contemplación y a la meditación. Esa paz que nadie, ni siquiera la muerte de su familia le podía arrancar de su corazón.

La última era una piedra lapislázuli que le rememoraba la inmensidad del cielo, la morada del Altísimo y su meta última en la vida. Hacia ella aspiraba siempre.

El ladrón obligó al místico a que le entregase dichos tesoros, cosa que el ermitaño hizo sin la más mínima resistencia. El asaltante creyó que se trataba de amuletos de buena suerte que le proporcionarían bienes materiales y suerte en esta vida, máxime que provenían del "Místico" como le llamaban al personaje que misteriosamente vivía en las alturas de la serranía y que según algunos tenía poderes especiales. Rápidamente las tomó entre sus manos y se alejó lo más pronto que pudo hacia su escondite que distaba de allí varias leguas.

Al llegar a su cabaña que no era otra cosa que un cobertizo mal trecho hecho de troncos y ramas se apresuró a sacar las misteriosas piedras y frotarlas para según él, surtiera efecto la magia de las mismas, con el decepcionante resultado de que nada extraño había sucedido. Se dio cuenta de que seguía en su destartalada vivienda, de que había perdido a su única familia ya hacía décadas atrás debido a sus problemas de alcoholismo y delincuencia y que su paz interior había desaparecido de su corazón hacía muchos años desde que a diario debía huir de las autoridades por sus fechorías.

Enfurecido el cuatrero bajó de nuevo a la aldea y buscó al ermitaño quien se encontraba retozando debajo de un frondoso árbol en espera a que el ardiente sol comenzase a alejarse más del cenit para dedicarse luego a sus obras de caridad. Cuando lo tuvo de frente sin pensarlo tomó su daga y se la ensartó sobre su pecho, matándolo de una sola estocada.

Sólo se escuchó el cuerpo del místico al caer en el suelo y el sonido de tres piedrecillas que rodaron a los pies del difunto. El delincuente se las devolvió haciendo un gesto de desprecio y sólo se le oyó decir:
"¡A mí no me sirven de nada, te las regreso para que te lleves por lo menos algo a la tumba".

Dicen que algunos habitantes de la aldea observaron en el funeral del ermitaño a una bella mujer y dos niños besar su ataúd, una sonrisa en sus labios como irradiando paz duradera y a un cielo tan azul que parecía la misma piedra que él más amaba, ahora estaría en la casa del Señor.

Y al delincuente ¿qué le sucedió?. Su maltrecha cabaña fue azotada por fuertes vientos, sus familiares que hacía tiempo no veía, murieron víctimas de una avalancha en las montañas y él nunca recuperó su paz interior encerrado en las cuatro paredes de una prisión.



CAMPANAS MUDAS PARA ESPERAR EN SILENCIO

A partir de hoy, todas las campanas de las iglesias del mundo dejarán de repicar, hasta la hora en que la aurora sorprenda a los expectantes en vigilia, el milagro de resurrección. El Maestro, el Mesías, implantará su único y más preciado mandamiento, el del amor. Ceñirá la túnica a su cintura y se arrodillará a lavar los pies de sus discípulos. Cenará con ellos y será besado a traición. De su frente brotarán gotas de sangre en la noche oscura en que las almas de los vivos le pesarán más que la misma muerte que le avecina. El silencio de las campanas recordarán a un madero alzarse sobre la colina y cuervos arrancar los ojos del maldito que no quiso reconocer la verdad. El velo del templo se rasgará y de las entrañas mismas de la Tierra un hedor a podredumbre y pecado saldrá para saturar las nasales fosas de los mortales. ¡La muerte será vencida!, pero no la del cuerpo, sino del espíritu . Desde ese preciso instante el mundo esperará en silencio la llegada del tercer día, la esperada hora en que la lápida sea removida y el transfigurado pida aún no ser tocado. La hora en que podamos caminar entre pedregosos senderos al lado del que se incorporó para siempre, y sus pies acompañen los nuestros. El ansiado momento en que comamos en la playa con el desconocido, para luego reconocerle de frente y quedarnos con las pupilas dilatadas, mientras sostenemos al pez en nuestras manos, hartos de lo mismo, por no querer comer más que de su compañía. Esperar que la tarde nos sorprenda y desear se quede entre nosotros. Callarán las campanas de las iglesias de todo el mundo aguardando la ansiada hora en que los mismos hombres callen, y escuchen sus corazones latir, mostrándose inútiles, solos e indefensos; necesitados de aquel que bajó del madero para gloriarse sobre las colinas de Betania, triunfante, blanco y etéreo. Enmudecerán las campanas hasta que la luz de millones de velas sean encendidas y en un tirón de bramantes, las ruedas vuelvan a girar, accionando el mecanismo de los martillos galopantes sobre las paredes de bronce y de sus abovedadas formas brotará de nuevo el ancestral sonido de la vida. El mundo volverá a andar de prisa inclinado sobre su eje, de cara al sol. El viento soplará sobre la frente de los fieles y el Paráclito se posará en las sienes de los que nunca más se sentirán solos. Dejarán de enmudecer entonces, las campanas de las iglesias... 

miércoles, 21 de marzo de 2012



NO TENGO

No tengo margaritas blancas que deshojar.

Ni lunas llenas para bajar.

No tengo alas de ángel para volar.

Ni estrellas blancas que tintinear.

Corazones rotos con saetas encendidas.

O rodantes piedras sobre las colinas.

Solo el sonido del viento que no se ha ido.

Prendido todo, entre hojas de encino.

No tengo...


ADIVINANZA EN POESÍA (Infantil)

¿Adivina qué es...

...un ejército de minúsculos pies acompasados sobre una hoja?

...el resplandor en la hierba por las mañanas?

...una canción nostálgica en las agujas de pino?

...un puñito de tierra en el jardín?

...un pequeño helicóptero sobre los juncos?

...una romboidal figura en lontananza?

...una escarlata forma que no se dió?...


ESCRIBIR ES PROLONGAR LA VIDA

Escribir es prolongar la vida".
Con esa frase quisiera me recordaran siempre, toda vez que se dibujaran en mi mente figuras y recuerdos aún no vividos.

"Escribir es prolongar la vida", porque la vida misma trasluce en el papel, convirtiendo una tarde de verano en multicolores formas, el rocío en la hierba en resplando...
res de dicha y manos tibias en la noche palpando cuerpos que se convierten luego en caracteres que la pluma se encarga de transmitir.

Somos instrumentos al servicio de la vida misma, dadores de imágenes, portadores de sentimientos, críticos de nuestro espacio, asesinos imaginarios, héroes de fantasía con heridas siempre abiertas, manando dolores añejos, besos furtivos, amores en fuga.

"Escribir es prolongar la vida", porque aún después de muerto el poeta no calla, renace en las sombras de cada palabra legada, cada libro leído, cada verso inspirado; como si el alma del que escribe trascendiera lo arcano, viviera lo no vivido, recreara aventuras nuevas colgadas de una pluma inquieta., derramando gotas de tinta en los papeles o minúsculos pixeles en las pupilas, para luego devolverle al autor una parte que nunca más será de él, la vida misma orbitando ahora en la mente de todos aquellos que se atrevieron a leer sus palabras aún no pronunciadas, aquellas de estómagos vacíos en calles desiertas, hombres valientes contra gobiernos sin escrúpulos, horas inciertas y libertades con muros.

"Escribir es prolongar la vida" , porque la vida misma, la de un escritor se prolonga después de cada palabra escrita, es nacer de nuevo, es continuar el camino... 

  

miércoles, 14 de marzo de 2012



EL COYOTE AZUL

Allá se ve el coyote, recortado tras la bruma,
Azul como la misma luna,
cantándole a los carbunclos
canciones como de cuna.
Se detiene en el silencio y modifica su voz
para parecer más humano
y en la cárcava sombría asemeja un espanto
que con sus garras aprisiona a su presa de inmediato.
Luego llora entre las piedras y el frío le atormenta
ha muerto su pareja a manos del mismo hombre.

La escarcha de su piel cuelga y la soledad no lo deja,
no existe a quien amar.
Se recuesta entre la hierba ya no sabe que soñar.
Sueña con campos de flores donde solían jugar.
Tomar del agua fresca de algún viejo manantial.
Oír los pinos en la noche, el viento a donde va.
Cazar conejos en la pradera, correr por la llanura,
ver el sol ocultarse tras la espuma,
de cualquier ola de la mar.
Quiere morir él también , dejar de ser mortal,
llegar a la misma luna donde ella ya está.
Es el coyote azul como la nostalgia,
Una extraña remembranza de lo que fue y no será.
Un cuento hecho leyenda
Ya no está el coyote.
Ya no está la bruma.
Ya no está la escarcha.
Ya no está la luna.

Todo es un sueño, solo una imagen.
Abro los ojos y ella se va.
Soy yo el mismo coyote azul de mi nostalgia.
Nada de esto existe, ya nada de esto está.


lunes, 12 de marzo de 2012



BALDÍO

En el baldío sitio de alguna esquina, el mozote,
la jaragua y el apasote se dan la mano con la
higuerilla, mientras la frágil plumilla del diente
de león rasga los aires, atemorizando los alados
seres de las jaulas.
Es posible que en aquel rincón olvidado se agrieten
los recuerdos vivos de los muertos, la transnochada
queja de unos huesos rotos; la purulenta tos de un
enfermizo cuerpo y una luz acabada en la trémula noche
del milenio.
Oídos que no quisieron escuchar,
voces que prefirieron enmudecer.
Alegrías interminables de niño
Aún rechina la madera en las enajenadas mentes de los
actuales testigos.
Aunque las estructuran mueran, la baldía forma del presente

nos recuerda aún, lo que fue.

miércoles, 7 de marzo de 2012



EL PILAR VACIO

En el hermoso jardín de la familia Rohrmoser se erigía un pilar de mármol que debido a las condiciones óptimas de humedad y luz se encontraba cubierto de hiedra y musgo. Antaño sobre el pedestal que lo coronaba a manera de capitel corintio, la estatua de un fauno que tocaba un flautín, parecía bailar una melodía ancestral. Ahora estaba vacío, y es que se dice que un día decidió bajarse de ahí para recorrer el bello jardín que con mucho cuidado los Rohrmoser se esmeraban en mantener. Rosas, dalias y jazmines rodeaban la propiedad mientras árboles de cerezo y fuentes cantarinas engalanaban el lugar. Un día en sus acostumbrados paseos observó a la niña más linda que habían visto sus ojos; rubia como el mismo trigo, iris azulados como el mismo cielo y vestida de seda fina. Se trataba de la hija menor de esa familia adinerada. Al instante se enamoró , pero por miedo a que lo rechazara decidió desde ese entonces vestirse con unos pantalones largos y calzado de humanos. Seguro que el rabo que llevaba lo escondería fácilmente entre las prendas. Por camisa llevaría una de algodón de la India con mangas largas para ocultar su abundante vello que le crecía por todo el cuerpo. Vestido así decidió presentarse ante la hermosa niña, que por cierto se llamaba Diana como en mitología se le denominaba a la "Cazadora". La interpeló y rápidamente hicieron una bella amistad. Por varias semanas los dos se citaban a la misma hora para jugar y conversar prolongadamente, hasta que el crepúsculo amenazaba con oscurecerles la vista, era entonces que en ese preciso instante los dos se despedían con una sonrisa en los labios. Cada quien se dirigía a sus lugares respectivos a pernoctar, la niña a su mansión y el fauno a su pilar. Llegó el día de cumpleaños de Dianita y como a este ser mitológico no se le permitía portar dinero alguno, decidió llevar a la niña a una parte del jardín que nunca antes habían visitado; a un lugar donde crecían las únicas rosas blancas del lugar. De seguro escogería la más bella y se la entregaría en señal de su hermosa amistad. Después de atravesar un seto de gladiolas y arbustos de amapolas lograron acercarse al matorral de preciosas rosas blancas, únicas de esos parajes. El infortunado fauno no reparó que algunas espinas de la planta rasgaron la parte trasera de su pantalón por lo que su larga cola peluda asomó tras la enorme fisura, quedando al descubierto su verdadera identidad. Avergonzado y en la carrera por alejarse de la niña, perdió sus zapatos, mostrando las dos pezuñas que terminaron por delatarlo. La niña asustada regresó a su casa corriendo y se ocultó en su habitación. Dicen que Diana creció y que aún recuerda ese incidente con algo de miedo y a la vez con ternura. La ahora joven duda si lo sucedido fue producto de su imaginación o si fue una realidad imposible de creer, lo cierto es que aún desde lo alto de su ventana observa el pilar vacío, mientras que por los campos un ser mitológico entona con su flauta una triste canción de amor y vaga sin vestimenta alguna. Desde ese entonces todos los faunos del mundo volvieron a mostrar a plena luz del día, su pelambre, su rabo y pezuñas de cabro.

martes, 6 de marzo de 2012


BARRIOS DEL SUR
Apilando calles
componiendo canciones,
revolviendo historias,
anudando temores.
La ciudad se me agolpa como
imágenes de mayo,
mayo que no deja de gotear
en las techumbres herrumbradas;
en la hora esperada para los barrios del sur.
Las paredes ennegrecidas con sombrías noches,
proyectan en las plazas sus perfiladas siluetas,
mientras en la alameda lloran los
hambrientos niños y duermen los fogones porque alimento no hay.
Alucinan los jóvenes con sustancias prohibidas y
rebosan en las esquinas, voluptuosas hembras, ofreciendo
sus carnes al mejor postor.
Todos esperando la hora, la que no llega, la de saltar la
cerca y transformar las quimeras.
Todos deseando ser otros;
trascendiendo sus vidas
a golpe de sueños prohibidos de
furia y recuerdos, de lucha y dolor.
Es la vida de los barrios del sur
de un sur que perdió su norte,
un norte que perdió el amor.