PUERTAS ABIERTAS
Miro puertas que se abren,
otras que se cierran. Ventanas que
transparentan cotidianidades, voces de niños llorando, canciones que alguna vez
escuché en lejanos años; luces en las faldas de antiguas montañas que me
recuerdan que el presente siglo ya llegó a esas inmensidades; mientras sentado
en el asiento de algún autobús la noche cobija mis pensamientos los convierte
en palabras que garabateo con cada movimiento serpenteante de esta máquina rodante
y que en cada bache del asfalto los caracteres mal logrados intentan contar una
historia. Me doy cuenta que la
nocturnidad me atrapa en este breve
relato.
Miro puentes que sostienen
vías, edificios por todos lados; luces de neón e innumerables elementos propios de cualquiera de nuestras urbes, mientras a mis oídos siguen llegando melodías
de antaño.
El viento a través de los
ventanales rodea mi cuello y me hace estremecer. Continúan llorando en afán de súplica los
niños que escuché hace pocos minutos atrás.
Termina mi corto viaje. Al abrirse las puertas del autobús me doy cuenta de que el camino a casa acaba, salgo de
él y al mirar el árbol de poró que sostiene una cerca y que me sirve de
referencia para demarcar el lugar; me
alegro de saber que detrás de la puerta que acabo de dejar, hay otras que me
invitan a entrar.
¡Aún hay puertas de hogar
que se abren para mí!
Me recibe mi esposa después
de un día de trabajo…
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